Iglesia y Sociedad

Mi paso por la pastoral penitenciaria

11 Jul , 2011  

El padre Dave Kelly trabaja con jóvenes en situación de cárcel en la arquidiócesis de Chicago. Alto, delgado, con un morral mexicano al hombro y con un español lo suficientemente claro para ser entendido por todo el auditorio, agentes todos/as ellos/as de pastoral hispana, nos contó acerca de su ministerio: la frustración que a veces conlleva, el milagro ocasional de la reconciliación, la infatigable tarea de escuchar y escuchar a jóvenes que nadie escucha, la promoción de medidas preventivas con las familias, los riesgos del ejercicio del ministerio pastoral en las cárceles…
Su testimonio me ha conmovido. Era agosto de 2010. Mi participación en esta II Conferencia de Pastoral Urbana en la parroquia de Saint Gall, en Chicago, habría valido la pena si hubiera sido solamente para escuchar y compartir con el Padre Dave. De manera inevitable, sin embargo, vino a mi memoria mi corto paso por la pastoral penitenciaria de mi propia iglesia particular, un paso enriquecedor, porque mi vida ministerial no ha vuelto a ser la misma después de él, aunque haya terminado de manera dolorosa, un dolor que acaso algún día lograré exorcisar.

1. El origen remoto (1976-1978)

La hermana Teresita Ochoa es religiosa de Jesús María. Cuando yo comencé mi formación filosófica en el Seminario Conciliar de Mérida, en 1976, ella era la maestra responsable de cerca de las dos terceras partes de las materias que conformaban el currículum educativo de la facultad de filosofía del Seminario, al punto que había algunos días de la semana en que teníamos clases, de muy diferentes materias, pero ¡todas con ella!
A decir verdad, la Madre Teresita, como todos le llamábamos, fue la salvación de la sección de filosofía del seminario. Y la expresión no es sólo un eufemismo. Durante muchos años la formación filosófica había sido un desastre espectacular de muchas horas sin clases, con los alumnos sentados en las escaleras del pasillo esperando a maestros que nunca llegarían. Había, es cierto, algunos excelentes profesores, aunque ya ancianos –el Padre Melançon, el Padre Gómez, excelentes cada uno en sus especialidades de metafísica y cosmología respectivamente–, pero en medio de una carencia casi total de formación de conjunto.
La Madre Teresita, que estaba por concluir su proceso de doctorado, llegó a transformar el currículum académico de la facultad: invitación a nuevos profesores, renovación del contenido de las materias, evaluaciones trimestrales, insistencia en la investigación, exigencia en el aprendizaje de lenguas modernas… y la formación filosófica se transformó ante los ojos de todos en un laboratorio, un hervidero de nuevas ideas, una aproximación distinta, más fresca y actual, a los problemas que la humanidad enfrentaba.
Pues bien, no pretende ser ésta la historia de la transformación operada en la formación filosófica del Seminario de Yucatán gracias a la intervención de la Madre Teresita. La referencia tiene sentido solamente para explicar el origen de la entrañable relación que me une con esta religiosa. El curso al que yo pertenecía fue el primero que estudió bajo el nuevo plan de estudios que, después de superar muchos obstáculos, la Madre Teresita había logrado establecer. Mujer, en un círculo cerrado de dirección absolutamente masculino y clericalizado, la hazaña de la Madre Teresita me ha parecido siempre heroica.
Muy pronto mi grupo –éramos siete seminaristas en mi curso– se convirtió en su grupo preferido. Una entrañable relación de afecto se estableció entre ella y nosotros, relación que a pesar del paso de los años y de la bifurcación de caminos –ella ha continuado dedicada a la docencia por muchos años y nosotros hemos desarrollado nuestros ministerios pastorales por muy diversos caminos– se ha conservado en las mentes y en los corazones.

Pues bien, la Madre Teresita tenía una pasión alternativa a su trabajo de docencia filosófica: la pastoral penitenciaria. Perteneciente a una congregación ligada a la Compañía de Jesús desde sus mismos inicios, no es extraño que la pastoral penitenciaria, uno de los campos de atención pastoral desarrollados por los jesuitas, se convirtiera en su apostolado favorito. Al terminar su semana de enseñanza en el seminario, la Madre Teresita ocupaba sus sábados en visitar la penitenciaría. Cuando los padres mercedarios llegaron a la diócesis para responsabilizarse de la pastoral penitenciaria, sustituyendo la labor de los jesuitas, la Madre Teresita encontró la oportunidad de diversificar el trabajo de atención pastoral en la cárcel. Los padres mercedarios y su equipo se encargarían del “área”, lugar en el que se concentraban cerca de 2,000 reos, y la Madre Teresita y su equipo se encargarían de la atención pastoral de los “módulos”, espacios cerrados en los que, debido a razones diversas, viven grupos de entre veinte y cincuenta reos, que no tienen relación con el exterior, dado que hasta las visitas las reciben al interior del módulo. Los módulos son cerca de veinte, y su clasificación es por letras, yendo de la A hasta la Q. Semanalmente, pues, dos contingentes de agentes de pastoral llegan a compartir su fe con los internos: unos trabajan los miércoles, directamente con los reos del “área” y otros, los del equipo de la Madre Teresita, con los internos recluidos en los módulos.

2. Mi involucramiento (2005-2008)

Nunca perdí del todo la relación con la Madre Teresita después de dejar el seminario. Cuando, debido a ciertas dificultades que no vienen a cuento describir ahora, las religiosas que trabajaban en el Colegio Mérida se quedaron sin capellán para la escuela, la Madre Hilda, entonces superiora de la comunidad religiosa y directora del colegio, solicitó mi ayuda. Comencé entonces a celebrar las misas con las alumnas a un ritmo aproximado de una vez por mes. La convivencia con las religiosas se hizo frecuente, lo cual significó un reencuentro con la Madre Teresita. Cada vez que celebraba ahí la Eucaristía estaba ella, al terminar la Misa, lista para ofrecerme un vaso de jamaica y para conversarme sobre su actividad con los internos del penal.
Lo que me contaba me sorprendió. Repitiendo la hazaña del seminario, en el arco de unos pocos años había logrado entretejer una red de colaboradores/as seglares que atendían una buena cantidad de módulos de manera semanal, hombres y mujeres que dedicaban varias horas de preparación durante la semana y toda la mañana de los sábados (se podía entrar al penal desde las ocho de la mañana y debía abandonarse el módulo hacia el mediodía, cuando se servía el almuerzo y ya nadie ponía atención en el o la catequista) para compartir con los internos, conversar sobre sus problemas, evangelizarlos, prepararlos para recibir los sacramentos, tomar contacto con sus familias…
La Madre Teresita se lamentaba continuamente en sus conversaciones conmigo, de no encontrar suficientes sacerdotes que visitaran, al menos ocasionalmente, los módulos de la prisión. Los padres mercedarios eran pocos, y concentraban sus esfuerzos en la población del “área”, por lo que contaban con poco tiempo para atender litúrgicamente los módulos. La Madre Teresita, que no cesaba de invitarme cada vez que podía a integrarme a este trabajo, concibió una estrategia: quería lograr que, para las fiestas de Navidad y Semana Santa, todos los módulos sin excepción tuvieran la celebración de la Eucaristía. Esto significaba conseguir a cerca de veinte sacerdotes voluntarios que, el día 24 de diciembre y las mañanas del Triduo Pascual, dispusieran de tiempo para celebrar la Eucaristía en el módulo que les correspondiera. Junto con ellos entrarían, acompañándolos, seglares que se integrarían a esta misión anual. Contaba la Madre Teresita con dos puntos a su favor: que la celebraciones en el penal serían por la mañana (aunque lo que se celebrara fuera la misa de “Nochebuena” o la “Vigilia” del Triduo Pascual), debido a que era el único tiempo en que las autoridades del centro penitenciario autorizaban la entrada de los agentes de pastoral, y que es, al mismo tiempo, el momento en el que los sacerdotes cuentan con más tiempo disponible. El segundo punto a su favor era que en la ciudad de Mérida, donde estaba situado el penal, una buena cantidad de parroquias tenía más de un sacerdote, lo que posibilitaba que alguno de los dos, párroco o vicario, aceptaran celebrar, sobre todo si se tiene en cuenta que la gran mayoría de los vicarios en funciones habían sido alumnos de la Madre teresita en el seminario y difícilmente se negarían a este ruego suyo.
Imbatible en su ardor apostólico, la Madre Teresita logró pronto su objetivo. Se dio a la tarea de contactar a sacerdotes para convencerlos de celebrar la Navidad y el Triduo Pascual con los internos del CERESO. Y ahí fue donde yo me involucré inicialmente en este trabajo. Me vi, de repente, encontrándome a las puertas del penal con un equipo de laicos/as que me acompañaría, para pasar juntos a revisión y llegar al módulo que me correspondía para celebrar la misa de navidad. Después vino la celebración del Triduo Pascual. En esas ocasiones me reencontraba con otros sacerdotes a quienes hacía tiempo no saludaba: Pedro Mena, Gilberto Pérez, Miguel Campos, Joaquín Gallo S.I., Carlos Roca… todos presentes gracias al empecinado esfuerzo de la Madre Teresita.
Pero la Madre Teresita es insaciable en su ánimo apostólico. El paso siguiente fue para ella inevitable. La participación en las Misas de navidad y del triduo pascual era entusiasta por parte de los internos, pero muy pocos se acercaban a comulgar. Con muy buena voluntad los sacerdotes voluntarios se sentaban a confesar antes de la Misa, pero casi nunca alcanzaban a confesarse a más de tres o cuatro, sea porque no tenían la confianza para acercarse al sacerdote, sea porque tener a un padre a la mano para escuchar hacía que los internos se pasaran quince o veinte minutos contando sus historias. Y así, no había tiempo que pudiera rendir.
Entonces la madre Teresita concibió un segundo movimiento en su estrategia pastoral. Conseguir sacerdotes que aceptaran visitar un mismo módulo una vez al mes. La atención semanal del equipo de laicos se mantendría y una vez al mes los sacerdotes llegarían para conversar con los internos, escuchar sus historias, ofrecerles el sacramento de la reconciliación y celebrarles la Eucaristía. Encontrar los sacerdotes voluntarios para desarrollar esa estrategia resultó mucho más difícil de lo que se pensaba. Celebrar en el penal dos veces al año era una cosa; acompañar un módulo una vez al mes era otra muy distinta.
Cuando la Madre Teresita me expuso su idea, y después de constatar la escasez de sacerdotes voluntarios, me atreví a hacerle una contrapropuesta. Yo podría comprometerme a celebrar la misa todos los sábados por la mañana en el penal. De esta manera, quedarían atendidos por un solo sacerdote, yo, cuatro módulos distintos. Si la Madre podía encontrar cuatro sacerdotes más que asumieran el mismo compromiso, los veinte módulos quedarían atendidos pastoralmente con las confesiones y la celebración de la Eucaristía una vez al mes.
Comencé, así, a ir semanalmente al CERESO. La Madre Teresita me encomendó cuatro módulos, entre ellos el módulo de castigo conocido como “Almoloyita”, donde cerca de quince internos pasaban los días recluidos en celdas de seguridad, internos que, por diversas razones, resultaban incontrolables en otros módulos. La visita semanal al CERESO se me hizo una rutina. Cada sábado, a las 8.30 de la mañana, me encontraba yo con el equipo de laicos que atendía el módulo determinado semanalmente, y entraba con ellos para las confesiones y la celebración de la Misa. En el caso del módulo “Almoloyita”, el evangelizador con permiso para entrar era solamente uno, de nombre Carlos. Los otros módulos tenían equipos de dos o tres personas. Algunos con más o menos experiencia, pero todos/as lo suficientemente firmes como para perseverar heroicamente en un apostolado tan árido y de tan poca retribución afectiva y resultados concretos y/o evaluables.
Ese es, quizá, el recuerdo más persistente que conservo de los años que pasé en el servicio de la pastoral penitenciaria: la aridez de este apostolado, la aparente falta de resultados, la desazón de chocar, una y otra vez, con reos que exigían una limosna, estructuras penitenciarias criminales… pero también, al mismo tiempo, la heroicidad de doña Teté, la sensibilidad de Carlos, la entrega de todos los agentes pastorales, los rostros sonrientes de los internos que nos recibían, las horas de fecunda escucha que me enseñaban de la religión, cosas que nunca hubiera podido aprender en mis años de seminario.

3. La despedida (2008)

No sé si la Madre Teresita haya logrado su objetivo de mantener una misa mensual en cada módulo. Fuera del P. Alberto Ávila, nunca supe que hubiera otro que fuera semanalmente al penal. Lógicamente, mi involucramiento fue en aumento e incluyó además el acompañamiento ocasional del equipo de pastoral penitenciaria en su conjunto. En varias ocasiones tuvimos retiros y reflexiones de lo que pomposamente llamábamos: “identidad o perfil del pastoralista penitenciario”.
Más allá del agobio que implicaba mis visitas a la cárcel, el apostolado llegó a gustarme mucho. Es cierto que algunas veces sentía la necesidad de descansar de un servicio donde todo se reduce a sembrar sin ver nunca resultados, o donde los internos, una vez recuperada su libertad, delinquen de nuevo y regresan al reclusorio… Pero, a pesar del sentido de fracaso semanal, nunca se me cruzó por la mente dejar de visitar el penal. Cuando hacía falta, me tomaba uno o dos sábados de descanso, pero siempre regresaba y a lo largo de tres años saqué muchas enseñanzas que me enriquecieron sobremanera. Tuve que dejar de colaborar en la pastoral penitenciaria por circunstancias que algún día relataré. Mientras ese momento llega, vayan estas líneas como un reconocimiento a todas las personas que invierten tiempo y esfuerzo en este apostolado de tan poco reconocimiento así como un abrazo en la lejanía al P. Dave Kelly, encargado de dicha pastoral en la arquidiócesis de Chicago.


5 Responses

  1. En los encarcelados encontré a Jesús. Recibo de ellos más de lo que les doy. Mucho más. Gracias hermanos

  2. Queridos hermanos:

    Los invito a buscar en la página Web
    http://www.cartaentrehermanos.com.ar
    el material de la Catequesis por correspondencia para encarcelados » Carta entre hermanos» del Episcopado Argentino.De esta manera pueden ustedes también implementarlo.

    En Nombre de Jesús, nuestro Divino Preso, los saludo cordialmente.

    Ana María Terradas

  3. Julian Dzul dice:

    Creo que no era ésta la intensión de este tema, pero le agradezco, Padre, que me haya ayudado a revalorar la labor de la madre Tere, haciéndome conocer aquello que yo no sabía.

  4. José Ic dice:

    Estimado padre Raúl. Me ha dado gusto leer el artículo sobre el apostolado en la prisión. Creo sinceramente que debiera escribir más sobre su experiencia pastoral y su trayectoria como estudioso de la Biblia. Mucha gente que tiene un pensamiento propio, que ya no se conforma con los dogmas, agradecerá sus textos y seguramente hallará luz para tomar decisiones en su vida como Iglesia. He pasado este vínculo a la madre Teresita.
    Saludos.

  5. ITO dice:

    HOLA HERMANO:
    «ELLOS TAMBIEN ME FORMARON».
    INTERMINABLES FUERON LOS SABADOS QUE CONTEMPLE CON ADMIRACION Y RESPETO DURANTE LOS AÑOS DE MI JUVENTUD A DON CHIVETO, DON IVAN, AL PADRE FLORES MATEO Y MUCHOS MAS EL PONER EN PRACTICA LO QUE LAS BIENAVENTURANZAS NOS DICEN. ESTUVE PRESO Y ME VISITASTE Y EN ESTE CASO ERA NO SOLO VISITARLOS SI NO LLEVARLES AL VERDADERO DUEÑO DE LA LIBERTAD.
    CUANDO LEO TU ARTICULO RECUERDO MUCHOS MOMENTOS DE ESOS SABADOS EN LOS QUE TAMBIEN ESTUVE INVOLUCRADO.
    SEGUIREMOS PIDIENDO PARA QUE SIGA ESTE APOSTLOADO, QUE COMO DICES NO DEJA VER DE INMEDIATO SUS FRUTOS, PERO ESTAMOS SEGUROS QUE AHI QUEDA SEMBRADA LA SEMILLA DEL AMOR AL HERMANO.
    UN ABRAZO ITO
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