Iglesia y Sociedad

Segunda estación: Génova

24 Sep , 2014  

La señora es muy gentil. Se ha apiadado de este turista mexicano de ojos miedosos. Me invita a sentarme: “si viniese alguien con el asiento numerado, pues se levanta usted y ya. No pasa nada. Mientras tanto, este lugar es suyo”. Le he explicado brevemente mis recientes problemas de viaje. Vengo de Madrid y me dirijo a Génova. La cancelación de varios trenes en esta estación de Milán no estaba dentro de mis planes de viaje. Es cierto que, cancelado un tren no es tan difícil encontrar otro que haga parada en Génova. El lugar asignado al comprar el boleto, sin embargo, se pierde irremediablemente. Yo he tenido hasta ahora una gran suerte pues, no solamente he encontrado un puesto para viajar, sino la compañía de esta amable dama y de dos jóvenes recién casados, seguramente nórdicos, porque hablaban una incomprensible y extraña lengua sajona.

En medio de una larga conversación (el viaje de Milán a Génova dura cerca de dos horas) la señora me ha comentado algo que ha llamado mi atención. Al hablar de la ciudad a la que me dirigía ha dicho: “Génova es como una bella señora: te gusta o no te gusta”. No comprendí la frase sino hasta después de haber recorrido la ciudad durante dos días completos.

La historia de Génova, antes República de Génova, es muy compleja, como casi todas las regiones que ahora conforman la Italia unida. Hunde sus raíces en la época feudal del Medioevo. Génova ha sido siempre una ciudad de familias ricas. Se precian de ser los inventores de la banca en Europa y su privilegiada geografía –un puerto en alto, naturalmente protegido por enormes colinas y dos grandes valles que permiten una natural defensa contra potenciales enemigos– convirtió a sus ciudadanos en viajeros que incursionaron en el comercio y en los títulos de préstamo en muchas partes del mundo, de donde arrancaban incalculables riquezas.

Para hacernos una idea: hay testimonios históricos de que, en tiempos de la colonia española en el Nuevo Mundo, fueron muchos genoveses los que patrocinaron, construyeron y avituallaron las naves. Cuentan las crónicas de la época que, flotas de más de 25 grandes embarcaciones, llegaban al Reino español dos veces al año, cargadas de oro y riquezas traídas a Europa desde nuestro continente. Pues bien, esa documentación testimonia que las dos terceras partes de ese cargamento, sí, leyeron bien, dos tercios de todo el oro y la riqueza que se traía de América, servía para pagar la deuda que los españoles tenían con Génova. Eso permitió a los genoveses no solamente amasar grandes fortunas venidas de muchas partes del mundo, sino también construir suntuosos palacios que todavía pueden admirarse en el Centro Histórico de la ciudad.

Los palacios, sin embargo, son lujosos sólo por dentro. Por fuera, parecen más fortalezas que palacios. A diferencia de la ostentación, hoy tan en boga, sobre todo en los países donde se imita en casi todo a los Estados Unidos, los ricos genoveses son discretos, sin esas obscenas manifestaciones de lujo a las que nos tienen acostumbrados los monegascos, los saudíes o, para nombrar algo más cercano, los grandes ricos de Hollywood.

Una anécdota puede ilustrar esto. Dos hombres conversan cerca de un mercado. Uno le dice al otro: “¿ves a aquella señora?… es la esposa de don Fulano de Tal”. El otro hombre le contesta: “esto solamente se ve en Génova”. Mi acompañante me explicará después que el tal Fulano de Tal es nada menos que el dueño de más de 25 grandes cruceros turísticos en el puerto de Génova. La esposa, sin embargo, estaba así, sencillamente, en la cola del mercado de la colonia, cargando los sabucanes de su compra. Algo equivalente, para hacer una comparación que aclare aún más, a ver a la esposa de Azcárraga Jean comprando en la Merced y cargando las bolsas del mercado. ¿Quién podría imaginar que aquella ama de casa italiana, mujer común y corriente, tan simple como las demás mujeres de la cola, era detentadora de una fortuna tan grande? Nadie. Así son los genoveses.

La ciudad es de un diseño simple y funcional. A la manera de un abanico español cuyo vértice es el puerto y el Centro Histórico, se extiende en una especie de parábola geométrica con edificios que parecen agarrarse con las uñas a las altas colinas para no desprenderse y caer al vacío. Desde cualquier punto de la ciudad se baja con regular rapidez al puerto, a la parte antigua con sus estrechos callejones, a través de callejuelas hechas de ladrillos rojos que son fáciles de transitar en cualquier descenso, pero que pueden convertirse en un infierno cuando de subir se trata.

Los dos días que he pasado en la ciudad han sido maravillosos. La familia Fenzi me ha recibido amablemente y me ha hecho sentir en casa. La joven hija, Giulia, ha llegado apenas hace unas semanas de hacer una estancia de tres meses como voluntaria en Indignación AC, viviendo en la comisaría de Chablekal. Su bella madre, Isabella, estuvo también algunos días en Yucatán para visitar a Giulia. La otra hija, Mariana, avecindada en Mérida durante largas temporadas debido a sus estudios profesionales que versan sobre el maíz y las semillas criollas en México, vive ahora en París. Así que es una familia que ha tenido muchas relaciones con México, particularmente con la región maya. Por eso me han recibido como si fuera yo de la familia.

El padre, Enrico Fenzi, es el mayor experto en Dante y Petrarca, no solamente de Europa, sino del mundo entero. Publica comentarios filológicos especializados sobre literatura medieval italiana, es llamado por muchas universidades europeas para ofrecer ciclos de conferencias y cuenta, además, con un pasado singular en la lucha política de la izquierda italiana en los años 70 y 80. En su compañía hice un extenso paseo por la ciudad y pudimos conversar largamente mientras me enseñaba los lugares más significativos y yo disfrutaba boquiabierto de su sabiduría, su discreción, su bonhomía. Me sorprendió tener con él tantas coincidencias.

Para colmo de la gentileza, no sólo me han hecho pasar un agradabilísimo domingo en su casa de montaña, compartiendo generosamente conmigo sus amistades entrañables, sino que me han preparado una cena de despedida en la que he conocido gente maravillosa, entre ellos/as un culto sacerdote genovés y un afamado escritor de novelas policíacas.

En fin, que no he podido tener anfitriones mejores. Confirmo cada vez más que me interesa cada vez menos el turismo hecho para conocer lugares y crece, en cambio, mi fascinación por el encuentro o reencuentro con personas de otras partes. Sin la familia Fenzi y los amigos que allí he conocido, habría estado contento de haber conocido Génova y basta. Con ellos, este viaje se ha convertido en una experiencia entrañable e inolvidable. Su generosidad conmigo me ha compensado abundantemente las pequeñas disfuncionalidades de los servicios públicos italianos que he debido sufrir. He quedado invitado a regresar, como decía mi abuela, a “recoger el polvo de mis pies”.


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