Iglesia y Sociedad

La sabiduría de don Bernardo

28 Abr , 2018  

Lleva cerca de 25 años trabajando en la Escuela U Yits Ka’an. A sus más de 60 años de edad, Bernardo Xiu Uc, oriundo de Mama, es un depósito de sabiduría viviente no sólo en lo que toca al manejo agroecológico del suelo y los cultivos, sino también por su identidad maya y la transmisión de la ancestral cosmovisión del pueblo originario que habita en estas tierras.

“Son un montón de cosas las que nos ha quitado la modernización”, me dice mientras desayunamos, como preludio a una jornada en la que deberá quedar todo listo para la Fiesta de Intercambio de Saberes y Semillas que, año con año, se realiza en la Escuela U Yits Ka’an de Maní y cuya edición 2018 será el sábado 28 de abril.

La lógica de don Bernardo es implacable: Don Felipe, me dice, es un antiguo milpero. Tiene sus cultivos programados en la milpa de manera que, a partir de junio y hasta diciembre, tiene producción diversificada que le permite a su familia alimentarse sanamente. El resto del año lo emplea para cultivar en su parcela hortaliza y con ello cubre su producción de alimento familiar para todo el año. Para que don Felipe pueda hacer eso, continúa, tiene que haber aprendido de sus mayores cuáles cultivos corresponden a cada época del año, como combinarlos con otros elementos en el campo, cómo seleccionar y conservar las semillas… Un arsenal de conocimientos y experiencias que solamente le ha dado la práctica de muchos años. Todo eso, reafirma, nos lo ha quitado la modernización.

Cuando escucho a don Bernardo puedo entender con más claridad lo que él entiende por modernización. Se refiere, entre otras cosas, a este nuevo modelo de producción cuya motivación fundamental no es la alimentación de las personas y los pueblos, sino el lucro y la acumulación de riqueza. Este modelo implica la supresión de la diversidad de cultivos para promover los monocultivos, en grandes extensiones de tierra, sustituyendo la falta de equilibrio ecosistémico, con la utilización de venenos agroquímicos que terminan por contaminar la tierra y hacerla estéril en poco tiempo, además de proporcionarnos un tipo de alimentos que agreden nuestro cuerpo y lo enferman.

Mientras don Bernardo continúa hablando, mi mente vuela hacia las propuestas que U Yits Ka’an ha debido rechazar, para no encadenarse al modelo depredador actual: amigos que nos han instado a modernizarnos, a pensar en el comercio exterior, a garantizar con el monocultivo la capacidad de surtir a grandes compañías de supermercados. Ante nuestra negativa, uno de esos amigos me comentó: ustedes siguen apostando por el pasado. Les hace falta mirar hacia el futuro.

Imposible, pienso yo, no mirar hacia el futuro. La cuarta parte de la producción cinematográfica y/o televisiva hace referencia al futuro. Lo mismo ocurría cuando yo era niño. La radical diferencia es que, en mi infancia, la mirada al futuro era una mirada alentadora: ver las caricaturas de Los Supersónicos o mirar en la televisión el programa Perdidos en el Espacio, era dirigir la mirada con confianza hacia un tiempo en el que todo sería más fácil y se viviría mejor. La visión del futuro de hoy, en cambio, es aterrorizante: devastación y esfuerzos denodados por sobrevivir es lo que marca, en el pensamiento actual, la visión de futuro.

No se trata de una visión apocalíptica, simplemente. Es la constatación del rumbo que va tomando la producción de alimentos en todo el mundo. El afán de lucro ha terminado por pasar por encima, como chivo en cristalería, del bienestar de personas y pueblos y del equilibrio del ecosistema. No es extraño, pues, que la noción de “desarrollo” vaya siendo paulatinamente abandonada en los estudios académicos. Cada vez más científicos descubren con claridad que una noción que implica un crecimiento continuo es ecológicamente insostenible. La actual crisis climática es solamente un signo del desequilibrio que se ha establecido entre la especie humana y su medio ambiente.

Lo que yo le digo a los campesinos maya hablantes, me dice don Bernardo, es que tenemos que recuperar la amistad que teníamos con la madre tierra. Los agroquímicos (4.55 toneladas de plaguicidas [fungicidas, insecticidas y herbicidas] por cada 100 hectáreas cada año, a decir de un estudio de Greenpeace) son una agresión a la tierra y a nosotros mismos. Tenemos que conversar con los campesinos cómo le haremos para recuperar los microorganismos que antes fortalecían a la tierra, continúa diciéndome don Bernardo. No sé si te has fijado, me dice, pero los periódicos cuentan que las grandes compañías de alimentos prefieren botar al mar sus excedentes que regalarlos para que personas y pueblos puedan usarlos. Y viene Monsanto a decirnos que su interés es la alimentación de los pueblos… ¡que vaya a otro lado con ese cuento!

Termina el desayuno. Más que por los huevos de patio que hemos comido, combinados con hortaliza producida en nuestro propio suelo, me levanto alimentado de la sabiduría de don Bernardo. Cuando converso con él me convenzo de que es el de-crecimiento la vía de la supervivencia posible. La apuesta de U Yits Ka’an por la soberanía alimentaria, que más que un concepto significa que las familias mayas puedan cultivar sus propios alimentos y no dependan para conseguirlos de las grandes compañías, rebosa sensatez.

Cuando leo que el Papa Francisco dice en su encíclica Laudato Si’: “El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente su preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda obtener. En el caso de la pérdida o el daño grave de algunas especies, estamos hablando de valores que exceden todo cálculo. Por eso, podemos ser testigos mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos de la degradación ambiental”, pienso que seguramente Dios lo habrá premiado en algún momento de su vida, como a mí, con la amistad de algún campesino como Bernardo Xiu.


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