Iglesia y Sociedad

La banalización de la violencia de género

10 Ago , 2008  

Desde los años setentas el movimiento feminista transformó la noción de patriarcado. De ser un término que servía para referirse al territorio y gobierno de un patriarca, persona que ejercía autoridad sobre una familia o una colectividad, pasó a identificar al orden social en el que los varones mantienen relaciones de dominación y opresión sobre las mujeres y sobre otros colectivos que no siguen el patrón machista (niños y niñas, jóvenes, personas homosexuales). Tal orden social está basado en el control social del cuerpo de la mujer, la concentración de todo el poder (político, económico, religioso) en manos de los varones, la apropiación del trabajo productivo y reproductivo de las mujeres y la imposición del heterosexismo como único modelo de relación sexual socialmente legitimado. El patriarcado ha tratado de justificarse, como todo prejuicio socialmente opresor, apelando a su origen “natural” o divino, cuando no es más que una construcción histórica y cultural que tiene necesidad de ser transformado para hacer surgir un nuevo modelo de relación más justo e igualitario entre las personas.

El patriarcado permea todos los campos de la vida y todo el conjunto social. Recientemente, por poner sólo un ejemplo, el titular del ejecutivo federal anunció en la Conferencia Internacional sobre VIH/SIDA, que se ha distribuido “30 millones de preservativos masculinos y más de 100 mil femeninos”. Lo que Felipe Calderón no fue capaz de explicar son las razones de tal disparidad numérica, que hace parecer como más importante la salud de los varones que aquella de las mujeres. No se equivoca Lol Kin Castañeda Badillo cuando califica de misógina esta manera de priorizar la investigación y prevención en materia de enfermedades de transmisión sexual dirigiéndolas predominantemente al cuidado de la salud de los varones, mientras se deja al grueso de las mujeres al margen de dichas prioridades (“Misoginia y homofobia: ¿políticas de Estado?”, en el diario La Prensa, 08.08.2008)

Pero no hay quizá práctica que desnude más al patriarcado en su entraña perversa que la violencia de género, es decir, aquella violencia dirigida en contra de las mujeres y que abarca desde las palabras y gestos que cosifican a la mujer, hasta su expresión más radiucal y dolorosa: los feminicidios y los crímenes de odio. Por eso no deja uno de lamentar el tratamiento que los medios de comunicación social han dado a los recientes casos de feminicidios que se han dado en Yucatán. Faltos de todo profesionalismo, los medios han presentado los asesinatos de mujeres que han tenido lugar en los meses pasados como si fueran crímenes aislados, producto de mentes enfermas, de individuos sociópatas. Poner el énfasis informativo en las características del “asesino serial” invisibiliza el problema fundamental: la violencia de género que expone y revela, en grado superlativo, el feminicidio. Baste para comprobar esta afirmación el hecho de que el lector o radioescucha podría, con mínimo esfuerzo, recordar el nombre del asesino, pero seguramente tendrá que pedir ayuda para recordar los apelativos de las jóvenes asesinadas.

La violencia de género opera de tal manera en el inconsciente colectivo que la opinión pública termina sospechando siempre de la víctima: que si fue atacada porque vestía de tal o cual manera, que si imprudentemente se subió a un coche sin conocer al guiador, que si era de cascos ligeros, que si tomaba las cervezas, etc. Esta sospecha no solamente favorece la culpabilización de la víctima, sino que se constituye en un obstáculo para la consecución de la justicia, dado que los ministerios públicos y los juzgadores, así como los medios de comunicación, suelen compartirla. Véase si no, la afirmación, no por repetida menos estúpida, que suele encontrarse en algunos medios: “(el marido agresor) llegó a la residencia entre 3 y 4 de la tarde y sin motivo alguno golpeó a su esposa…”, afirmación que hace suponer que el que escribe piensa que hay ocasiones en que el agresor podría tener motivos válidos para golpear.

Pero si el tratamiento descontextualizado de los feminicidios en los medios de comunicación indigna y se convierte en un obstáculo para que nuestro derecho a la información se vea garantizado, es todavía más grave el hecho de que no haya medidas estructurales tomadas por el Estado para desmantelar el sistema patriarcal y garantizar a las mujeres una vida libre de violencia. Como en el caso de los secuestros, frente a los feminicidios la respuesta del Estado tiende a privilegiar medidas simplemente coyunturales, como el anuncio de aumento de penas para los delincuentes.

Hablar de cadenas perpetuas y de pena de muerte puede ser redituable en el campo político, porque se monta en la ola de indignación que sacude a la sociedad, pero no aporta gran cosa para identificar las causas de los delitos ni ofrece garantías para su disminución. Los feminicidios, los sucedidos en Yucatán y en cualquier parte del mundo, son el resultado de “prácticas sociales conformadas por el ambiente ideológico y social de machismo y misoginia, de violencia normalizada contra las mujeres, que permiten atentados contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de las mujeres… todos coinciden en su infinita crueldad y son, de hecho, crímenes de odio contra las mujeres”, como bien define Marcela Lagarde. Solicitar solamente aumento de penas para los delincuentes es desestimar las causas estructurales de las que derivan este tipo de delitos. O lo que es lo mismo: se trata de proponer cosas que lo único que consiguen es que nada cambie y todo siga igual.

La agresión contra una mujer no es nunca, pues, un hecho aislado porque se ejerce siempre en un marco en que el agresor utiliza el maltrato físico y psicológico para anular y dominar a otro ser humano. El fin último de la violencia de género es la posesión por sometimiento, lo que queda clarísimo en los asesinatos recientemente cometidos contra mujeres en Yucatán. Los asesinatos cometidos contra mujeres están siempre precedidos por una historia de violencia en la que se enmarcan. No reconocerlo, termina banalizando –muy convenientemente para los defensores del patriarcado– los feminicidios.

Y que no vengan a argumentar que también hay violencia de las mujeres hacia los hombres. Tal afirmación desvía la atención y no ayuda a comprender el problema de fondo. Como bien señala Josebe Egia, “Ante algunas voces que pretenden que también existe la violencia a la inversa, se puede mantener que eso es una falacia. No existe la violencia hacia el hombre como problema social. Lo que se dan son casos individuales de mujeres que agreden a hombres y deben ser hechos punibles, por supuesto, pero, de ninguna manera es un patrón que se equipare con el grave problema social de la violencia de género, de dimensiones cuantificables tan altas, que retrata culturalmente nuestro déficit en algo que está en la raíz de toda la imposición totalitaria que involucra a la violencia, esto es, la igualdad”.

Raúl Lugo Rodríguez


3 Responses

  1. Ese genial artículo que acabo de leer despues de traducir LAS VIOLENCIAS SEXO-ESPECIFICAS HACIA LOS NIÑOS (de Evelyne Josse), lo saludo por su claridad impactante, su firmeza y su puntería. Veo que está permitido editarlo en blogues y eso es lo que voy hacer. Con su permiso lo voy a integrar en la rúbrica «Noticiario» del foro español de que soy moderador en http://www.aivi.org sitio de la Asociacion Internacional de las Victimas del Incesto.

  2. Juan Alberto Bermejo Suaste dice:

    Desde luego, suscribo lo asentado en este artículo. A la suprema cobardía de violencia contra la mujer yo agregaría solamente que, de manera más general, se vive la ley de la selva; esto es, la ley del más fuerte, pues se practica también contra los niños por parte de los padres y, a veces, de los propios maestros.
    La ley del más fuerte -me refiero a la fuerza muscular- que prevalece, habla por sí sola del atraso de la sociedad humana.
    Juan Alberto Bermejo Suaste.

  3. Cristina dice:

    Bien! Ya sabía yo quien nos podía deletrear…
    Gracias…
    Dile también a Tony que va un guiño cómplice para los dos.

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