Iglesia y Sociedad

¿MONARQUIA O REPUBLICA?

26 Abr , 1993  

El proyecto p(r)iísta de reforma al calendario electoral ha dado mucho de qué hablar. En el momento de la lectura de este artículo, sabremos ya la respuesta de la ciudadanía a la consulta pública directa convocada por el Ayuntamiento; en dicha consulta habrán participado, con seguridad, miembros de los diferentes partidos existentes. El Congreso, sin embargo, ha aprobado la iniciativa con anterioridad a la consulta, en una muy bien orquestada farsa que incluyó hasta una marcha «de unidad» programada de antemano.
Desde esta columna semanal, quisiera hacer también un comentario acerca de la trascendencia de la propuesta del P(R)I recientemente aprobada por el Congreso del Estado. Desde el ángulo de la reflexión de fe, creo que las modificaciones al calendario electoral son más graves de lo que imaginamos. No se trata solamente de un cambio de fechas, sino de un proyecto de fondo, de una determinada concepción de la tarea de gobernar, de un problema de coherencia.
Digo que es un PROYECTO DE FONDO, porque la decisión de la que hablamos no está desligada del proyecto económico del gobierno salinista. Es más, parecen ciertas las voces que atribuyen a una «sugerencia» federal la súbita toma de posición del partido oficial local con respecto a los tiempos de las elecciones. Dicha medida debe interpretarse, por tanto, en el marco de la política neoliberal del presidente en turno, que está favoreciendo a los más poderosos intereses económicos del país y desangrando a los más desposeídos. El actual gobierno, no solamente nos ha quitado el pan y el empleo, no sólo ha declarado solemnemente la muerte del campo y el hambre de los campesinos, sino que ahora nos quita también el derecho de elegir oficialmente (¡el fraude nos ha quitado antes este derecho!) a nuestros gobernantes.
Revela una DETERMINADA CONCEPCION DE GOBERNAR porque pone en evidencia la falta de respeto a la autonomía de los estados y al pueblo que los conforma. La tantas veces señalada abundancia de interinatos, las famosas concerta-cesiones, etc., muestran que el manejo del país corresponde más a una monarquía que a una república federal. El unipersonalismo y el abusivo ejercicio de la autoridad serán, quizá, la característica más sobresaliente del actual gobierno sexenal; el sometimiento de los poderes gubernamentales de los estados a esta «dictablanda» presidencial será el factor más ominoso de la memoria que de ellos quede.
He hablado, por último, de un PROBLEMA DE COHERENCIA porque considero que es muy grave que continuemos viviendo en la mentira. Probablemente el actual presidente tenga la popularidad suficiente para cambiar el sistema de gobierno republicano y convertirlo en una monarquía; pero mientras no lo haga, cada ciudadano tiene el deber de oponerse a prácticas antidemocráticas que manchan las conciencias, vulneran la soberanía y exhiben el cinismo. Los cambios de fechas, algunos cambios de fechas, son también cuestión de conciencia cristiana: yo siento la obligación de decir ¡NO!


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