Iglesia y Sociedad

PRESBITEROS PARA EL REINO

28 Jun , 1993  

Mañana martes, día de San Pedro y San Pablo, tres hermanos presbíteros cumplen 25 años de haber recibido el sacramento del Orden Sacerdotal. Los Padres Carlos Ceballos, Amílcar Carrillo y Juan Chicmul, han gastado y desgastado 25 años de sus vidas en servicio a diversas comunidades católicas de nuestro estado. Porque ellos, los tres, nos preceden a muchos presbíteros en entrega y empeño pastoral, y porque uno de ellos es entrañable amigo mío, quisiera dedicar esta columna de hoy a reflexionar sobre la tarea y misión de los sacerdotes en la iglesia y en la sociedad de hoy.
El Documento de Santo Domingo dice que los ministerios ordenados, es decir, los obispos, presbíteros y diáconos, son siempre «un servicio a la humanidad en orden al Reino» (DSD 67). ¿Qué quieren decir los obispos latinoamericanos con esto?
Los presbíteros no existen para sí mismos, sino para la comunidad cristiana; ésta a su vez no es tampoco un fin, sino un medio privilegiado para que la Buena Noticia llegue a todos los seres humanos. La iglesia es, en palabras de Pablo VI, la «sirvienta de la humanidad». Por eso, lo que constituye el alma del presbítero es, precisamente, vivir para los demás. Una espiritualidad de servicio y entrega a los otros, más que una alienante espiritualidad de perfección intimista, es la que debe caracterizar al presbítero de nuestros tiempos.
Pero el presbiterado no es sólo un «servicio a la humanidad», sino que es un servicio «en orden al Reino», es decir, en orden a gestar, animar, promover, defender, un estilo de vida de acuerdo con las enseñanazas de Jesús, de acuerdo con los valores más preciados del hombre: la justicia, la hermandad, la solidaridad, la igualdad, la libertad, la paz. El Reino que Jesús anunció e inauguró no está referido solamente al más allá, sino también a la realización, aquí y ahora, de una sociedad en la que el ser humano pueda tener todo lo necesario para ser feliz.
Es claro que en la tarea de construír el Reino, el presbítero, como todo cristiano, tendrá que enfrentar dificultades y afrontar riesgos. Quienes están preocupados por mantener la situación tal como está, quienes quieren que todo cambie para que todo siga igual, tienen, necesariamente, que ver en la misión del presbítero, una amenaza. La tarea de anunciar y denunciar, dos caras inseparables de la misión sacerdotal, no resulta agradable para quienes sacan provecho de una situación de injusticia, abuso y explotación. Anunciar a Jesucristo, el Señor de la vida, significa denunciar a los poderes que producen muerte. Hacerlo es simple coherencia, no sólo sacerdotal, sino evangélica.
A menos que vendan su conciencia cristiana y su consagración al Reino, los presbíteros que quieran ser fieles a su misión están llamados a ser una presencia incómoda en medio de una sociedad injusta como la nuestra. Ellos tienen que saberlo, para no desanimarse ante las adversidades que se presenten dentro y fuera de la iglesia. Lo tienen que saber también algunos políticos que ven en el desempeño de la misión sacerdotal un peligro para su omnímodo poder: es cierto, lo es. Tienen que saberlo también, dicho por último y con cierto dolor, algunos laicos que confunden la denuncia profética de sus hermanos presbíteros, con la entrega de «armas y municiones»; la existencia de curas guerrilleros en nuestra iglesia local es una calumniosa invención.
El presbítero, apóstol del evangelio y agente constructor del Reino, es, como Jesús, signo de contradicción; así lo experimentó la iglesia primitiva, así lo necesita la sociedad yucateca de hoy. Desde esta columna saludo a los hermanos presbíteros que mañana cumplen 25 años de intentar vivir coherentemente este ideal.


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