Iglesia y Sociedad

Visita en día de muertos

3 Nov , 2008  

Es fuerte el amor como la muerte… (Cantar de los Cantares)

– “¿No te das cuenta que todavía son las cuatro de la mañana? ¿Qué haces levantado a esta hora, señor”?

Marucha le hablaba así a su marido, que parecía revolotear alrededor de la hamaca de la anciana. Con más de 50 años de convivencia matrimonial, Marucha y Benito habían procreado una familia numerosa y gozaban a sus nietos y bisnietos cada vez que podían. Benito, campesino de tiempo completo, sería el primero en morir, vencido por los años y las enfermedades.

“Apúrate, mujer, ya es hora de que nos vayamos”

“Y dale con eso… ya te dije que apenas es de madrugada… ¿no te das cuenta que ni siquiera ha aclarado?”

Marucha es buena para la cocinada. Cada primero de noviembre elabora desde muy temprano los pibes que consumirá toda la familia, incluyendo los nietos y bisnietos que estén en edad de comerlos, porque no es cosa de que se le dé pib a un nené de pecho… Escoge las hojas de plátano, compra de la mejor manteca, sacrifica los pollos del relleno y consigue con tiempo buena carne de cerdo para darle el toque de sabor que el pib necesita. Aun curtida por los años Marucha no ha dejado de hacer los pibes ella misma, vigilando todo el proceso, salvo la enterrada, que eso es asunto de varones. Los ponía en bandejas de lata que usaba exclusivamente para esos menesteres y marcaba con una corcholata aquellos que tenían chile habanero, para que nadie que no lo quisiera fuera a enchilarse sin saberlo. ¿Será que es por eso que Benito, tan a deshoras, está intentando levantarla de su hamaca? ¿Pensará que los achaques de su esposa Marucha ameritan levantarla más temprano para que, aunque sea lentamente, las cosas terminen a su hora y nadie tenga que esperar más de lo conveniente para saborear la comida de muertos?

Marucha, al fin, se sienta en su hamaca. Algo en la garganta le molesta, como si tuviera un hueso de pescado atravesado en el pescuezo. Después de llamar a una de sus hijas, se voltea hacia Benito y le dice:

–“Ay viejo, tú con tus apuros… a estas horas que está todavía oscuro ¿cómo voy a hacerle para encontrar la leña para cocinar los pollos? Espera a que quede claro, a ver si se me quita esta molestia de la garganta que me está embromando…”

Benito se acerca a la hamaca e, inclinado hacia el oído de Marucha, le dice susurrando:

–“¿Sabe usted, Mariquita, que siempre la he querido requete mucho? Aunque no lo creas, nunca tuve ojos para otra mujer”.

Marucha puede casi sentir el espesor del amor de su marido, su aliento con olor de maíz tierno. Piensa entonces que la vida junto a Benito ha valido la pena: cincuenta y dos años contando con su compañía siempre segura y serena; los siete hijos vivos y aquellos dos que se murieron cuando aún eran pequeñitos; la satisfacción de ir de su brazo a la iglesia para la misa de los domingos; el hipil nuevo que él le compraba tres veces al año: en su cumpleaños, en navidad y en la fiesta de san Antonio de Padua, patrón del pueblo en el que vivían… A estas alturas, no hay un solo recuerdo agradable en la vida de Marucha que no se relacione con Benito de una manera u otra.

–“Sí, señor, ya sé que me quieres mucho, pero deja de fastidiar, acuéstate y duerme un poco más hasta que el sol termine de levantarse…”

Marucha no alcanza a entender del todo la insistencia de Benito porque se levante. De repente, le parece que el sol cuela uno de sus rayos por el techo de paja. Como si fuera milagro, la molestia como de hueso de pescado que sentía en la garganta desaparece. Entonces decide levantarse. Se extraña de su propia agilidad. En este momento se siente como si tuviera veinte años. Como iluminada por una ráfaga de lucidez Marucha recuerda que hace ocho meses, al terminar de amortajar a Benito, sintió que se le caían las fuerzas. Tantos años juntos y tener que despedirse de él. Era como si el mundo le hubiera caído encima…

¿Quién es entonces el hombre que acaba de acercarse a su hamaca y le ha dijo en baja voz que la quería? ¿Por qué esta extraña sensación de bienestar que, como por arte de magia, ha hecho desaparecer los achaques y la molestia de la garganta? ¿Cómo es que inusitadamente viste un hipil nuevo, de albura incomparable y vivaces colores en el bordado, si apenas se está levantando de su hamaca? …Sin entender, Marucha comprende.

–“Ya te dije, mujer, que es mejor que nos apuremos… ahora que has entendido las cosas ya sabrás que este año no habrá cocinada de pibes… al menos no serás tú quien los haga… Ándale, levántate, que el camino es largo. ¡Pero mira qué hermosa te ves con ese hipil recién estrenado, Mariquita…!”

Marucha extiende la mano para aprehender la de Benito. Siente un alivio de siglos, nunca se había sentido tan bien. Cuando voltea hacia atrás, mira a sus hijas rodeando la hamaca mientras rezan junto a un cuerpo inerte. Soltando una carcajada y apretándole la mano, le dice a Benito:

–“Vamos, vamos, viejo… mira si no seré olvidadiza: ¡Hasta pensé que estabas vivo!”


One Response

  1. Melchor Rey Trejo Alvarado dice:

    Me gusto mucho, este articulo a tono con lo que estamos celebrando, LA VIDA,

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