Cuentos de navidad,Iglesia y Sociedad

Navidad 2021. Un cuento

2 Ene , 2017  

Para el CNI y el EZLN, con esperanza

¡Hazte a un lado, que tengo que llevarle esto al doctor! María se dirige a la oficina del Jefe de Departamento. Desde que trabaja en las oficinas de salud del gobierno del estado, hace corajes un día sí y el otro también. Ahora lleva en sus manos el resultado de su más reciente estudio de laboratorio: presencia de agrotóxicos en la leche materna.

-Pero si ya sabíamos eso desde hace años, le dice Pepe, ¿No la UADY hizo un estudio demostrando eso desde 2016?

-Fue en 2015, grita ella mientras agita en sus manos el informe, en 2016 se demostró presencia de agrotóxicos en el agua de los cenotes…

Pepe frunce el ceño.

-¿Qué sentido tiene entonces la prisa, María, si sabemos eso desde hace años? Mejor vamos de una vez a casa de Chucho y Elia.

-Que lo diga la UADY es una cosa, dice María mientras atraviesa velozmente el umbral, que lo diga una institución de gobierno, es otra… Así que no voy a descansar hasta que un pronunciamiento del gobierno del estado frene esta marea destructiva.

 

Pepe y María llevan casados desde hace cerca de 30 años. Pepe, se jubiló en el año 2018, cuando cumplió 60, y María entra ya en la cuenta regresiva: su jubilación está prevista para el año próximo, 2022. Se ha propuesto, antes de salir de vacaciones navideñas, dejar lista toda la información sobre la presencia de agrotóxicos porque vive angustiada por la reelección de Trump, que ha mandado al traste todos los esfuerzos en la lucha contra el cambio climático. Aunque todos hicieron alboroto el año pasado, en realidad esta es la primera navidad de los nuevos años 20’s –murmura casi entre dientes María– y no quiero salir de vacaciones sin que el posicionamiento del gobierno del estado sea firme en relación con este tema.

 

Pepe la mira enternecido. María ha llevado guardada en el corazón la lucha por la conservación del medio ambiente durante muchos años (buen vivir, espetaría ella si lo escuchara). La acusan de profeta de desastres cuando, en medio de la fiesta, suelta su perorata de que el mundo se va a acabar en menos de cien años. En voz baja, Pepe la corrige: “la especie humana, Mary, la especie humana… el mundo va para largo… al sol le quedan varios millones de años de incandescencia…” y María lo escucha, y su ansiedad se apacigua. Con renovado tono comienza entonces a hablar sobre la maravillosa aventura de pertenecer a la especie humana, conciencia del planeta, y de lo estúpidos que somos al llevar todas nuestras civilizaciones a la debacle. María es incomparable, piensa Pepe, fue una suerte que nos hayamos encontrado en la facultad después de aquel fugaz encuentro en el que casi echo todo a perder. Y es que Pepe quedó prendado de María cuando, al caminar sobre la calle 60, a la altura de la iglesia de Tercera Orden, se cruzó con ella. A las puertas del Cine Cantarell le lanzó un piropo atrevido. María lo miró con una furia que terminó por desarmar al donjuán callejero. Cuando se reencontraron en la facultad de antropología, Pepe tuvo que batallar mucho tiempo para que María le hablara y le perdonara, hasta que terminaron enamorándose.

 

Pepe regresa de sus pensamientos cuando el celular le anuncia la entrada de un mensaje de su hijo: “Estoy llevando a Elia al hospital. Se le rompió la fuente. Si pueden, no tarden”. Chucho lleva tiempo esperando con ansias este nacimiento. Cuando se casó con Elia, Pepe y María no podrían haber estado más de acuerdo: Chucho había encontrado en Elia una especie de alma gemela. La conexión entre las dos familias fue inmediata. Zac y Chabela eran también antropólogos, así que tenerlos de consuegros fue una buena coincidencia. Chabela y María se hicieron cercanísimas, mientras que Pepe y Zacarías se fueron hermanando por las coincidentes aficiones deportivas. Siendo Elia y Chucho, ambos, hijos únicos, las dos familias comenzaron a reunirse una vez a la semana, a veces para comer, a veces para cenar, otras simplemente para pasar el tiempo en su mutua compañía. Empezaron también a pasar juntos los períodos de vacaciones. Así que el matrimonio de Chucho y Elia transformó a dos familias en una gran familia ampliada. Pepe camina de prisa para alcanzar a María a la salida de la oficina de su jefe: ahora sí vas a tener que hacerme caso. Ya se le rompió la fuente a tu nuera.

 

La sala de espera del IMSS está helada como el carajo, le dice Pepe a Zac mientras fuman juntos un cigarro a las puertas del hospital. Ya para tener dos años el Peje como que los cambios se ven lentos, continúa Zac con sorna, recordando que Pepe fue de los entusiastas defensores de la candidatura de López Obrador en 2018. Pepe, mente plagada de anécdotas útiles, le cuenta a Zacarías que Roger, un amigo yucateco que vive en Uruguay, estuvo en Montevideo el año que ganó por vez primera el Frente de Izquierda. Roger salió a la plaza junto con su esposa con las banderas del Frente a festejar el triunfo de la coalición de partidos progresistas. Roger me animó a ir a la concentración del triunfo de AMLO en 2018 cuando yo, enojado por algunas extrañas alianzas que fueron concretándose a lo largo de la campaña, consideré aquel triunfo decepcionante –le dijo Pepe a Zac. El argumento de Roger fue harto convincente: Yo fui al triunfo de Tabaré, me dijo, al año ya estaba decepcionado de su gobierno… pero así es la vida, Pepito, los triunfos son sólo pasos en un largo camino, son momentáneos, pero ay de aquellos que no sepan disfrutarlos: se pierden el hoy por el mañana. A lo mejor Dios se compadece de ti y te mueres antes de decepcionarte más del Peje, me dijo el pinche Roger. Así que fui al festejo. Pepe y Zac ríen a mandíbula batiente. Pues no se compadeció, remató Zacarías.

 

Dentro, María y Chabela no dejan de preguntar a cuanta enfermera se cruza en su camino que cómo va el trabajo de parto, que si Elia podrá tener al niño de manera natural o tendrán que hacerle cesárea, que en cuánto tiempo calculan que podrá visitársele en el cuarto… y las enfermeras les responden con paciencia. “Se nota que son abuelas primerizas”, les dice una de ellas después de contestar una de sus abundantes preguntas. María y Chabela sonríen. ¿Cómo le van a poner? pregunta Chabela a María ¿Elia? María se enfrasca en una explicación de por qué Elia se llamaba así (que por el profeta Elías, hágame usted el favor) y de la decisión que Chucho y Elia habían tomado de ponerle a la niña el mismo nombre de la que fuera candidata del CNI en las elecciones del 2018. Es un hermoso nombre, le contestó Chabela, y más hermoso aún todo lo que esa candidatura nos hizo sentir durante la campaña.

 

Pepe, con un ojo al gato y otro al garabato, se da cuenta a lo lejos que el doctor ha salido del quirófano. Zac y él corren hacia la sala de espera. María y Chabela están ya escuchando al médico: todo salió de maravilla. La niña nació de parto natural. Apapachen a la mamá que tuvo que batallar mucho para tenerla de esa manera. Los felicito, dice el doctor mientras se aleja. Los cuatro abuelos escuchan con el rostro encendido de la alegría. Por la puerta de atrás, a lo lejos, ven salir a Pepe, todavía con la ropa verde que se usa en la sala de operaciones y la cámara en mano. Va llorando de emoción.

 

Un día después, los cuatro abuelos y el papá rodean la cama del hospital. Han traído a la niña para que, por primera vez, pruebe los brazos de su madre. Sólo han podido verla antes a través del cristal de la cunería. Pinche AMLO, no tiene sensibilidad familiar, susurra Zacarías para seguir jodiendo a Pepe. La niña hace ahora pucheros, arropada por su madre, en la imagen de indefensión mayor que tenemos los seres humanos, la temprana infancia: casi el desamparo. Elia la acurruca en sus brazos y pronuncia el nombre que para ella ha escogido. Si no fuera por las niñas y los niños, dice en ese momento Chucho con la mirada de embeleso clavada en la niña, el mundo sería una mierda.

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Cuento de Navidad 2015

25 Dic , 2015  

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“¡Pinches jotos, además de pervertidos son consumistas de a madres! El capitalismo ya les encontró el bajo… ya son ‘trendis’ los hijos de la chingada”. Es Mariano el que piensa en voz alta mientras se asoma tras las cortinas de su ventana para acechar a los nuevos vecinos que adornan el porch de su casa con motivos navideños.

Mariano está casado con Josefa desde hace siete años. Trabaja en una empresa de seguros y, aunque no puede quejarse porque vive mucho mejor ahora que en el hogar de su infancia, suspira cada vez que algún conocido compra algún nuevo aparato que él no puede conseguir. Su argot sobre el capitalismo “que es voraz como una hidra de mil cabezas” le viene de su esposa Josefa que, egresada de la UNAM, ha ido modificando con paciencia algunas de las ideas más recalcitrantes que Mariano había recibido en su proceso educativo. Gracias a ella, Mariano ha podido cuestionar las verdades absolutas e intocables que había recibido en la facultad de economía: que el mercado soluciona todas las cosas, que los desajustes económicos son solamente un detalle nimio de una maquinaria esencialmente buena, que los empresarios son las personas más sacrificadas de México, que el gobierno es siempre y en todas partes un pésimo administrador, etc.

Donde la puerca torció el rabo era en el asunto de la diversidad sexual. Ni toda la habilidad de Josefa había logrado que Mariano se desprendiera del modelo heterosexista excluyente. Para él las cosas eran en blanco y negro: o te gustaban las personas del sexo opuesto o eras un desviado sin salvación. Así que la llegada de sus nuevos vecinos no le había causado ni tantita gracia.

Mariano y Josefa vivían en uno de esos nuevos fraccionamientos residenciales que se han venido construyendo en la periferia norte de Mérida en los últimos años. De origen humilde ambos, él de la colonia Serapio Rendón, ella de la colonia Bojórquez, vivieron algunos años después de casarse en la colonia Sambulá, hasta que una vida de disciplina y ahorro gestionada por Josefa que era un prodigio de orden financiero, les permitió comprarse esa casita en un fraccionamiento de Conkal, una zona de clase media con pronóstico de mejoramiento en su plusvalía. “No será el Country Club, solía bromear Mariano, pero tiene flecha para que no entre cualquiera”.

Cuando Josefa oyó el ex abrupto de Mariano se acercó a la ventana. Alcanzó a ver a uno de sus vecinos que terminaba de colocar la corona navideña en la parte superior de la puerta de entrada. Franklin y Pedro, que así se llamaban los vecinos, habían llegado al fraccionamiento hacía unos meses. “Ya deja de enojarte y mira cómo trabajan juntos… ya quisiera yo que un día trabajaras junto conmigo en las cosas de la casa”, le espetó Josefa. Mariano cerró la cortina y la tomó sorpresivamente por la cintura para plantarle en la cara un beso. “Pero ninguno de esos jotos puede hacerte gozar como yo lo hago”, le susurró al oído. Josefa le revolvió el pelo: “¡Cuándo se te quitará lo homofóbico! Se me hace que lo que tienes es puritita envidia”.

Además de ser homosexuales, Franklin y Pedro estaban casados. Sí, legalmente casados. Y no lo habían hecho en la Ciudad de México, sino aquí mismito, en la tierra del faisán y del venado. Franklin y Pedro era una de las parejas que habían interpuesto un amparo ante la justicia federal y que, después de trámites y papeleos, habían recibido del juez una orden que obligaba al Registro Civil a respetar su derecho a contraer matrimonio. En una ocasión dieron una entrevista en la televisión que Mariano miró con disgusto. Aquella tarde estaba frente a la televisión abrazando a Josefa. Cuando ellos terminaron de hablar ante las cámaras, él enmudeció ante el comentario de su esposa: “¿viste cómo se miraban? Esos dos hombres están enamorados…” Mariano se guardó ese comentario en el corazón. Ni él ni Mariana sabían que iban a tener a Franklin y Pedro de vecinos apenas unas semanas después.

Franklin y Pedro eran, además, huaches. Uno no sabe si a Mariano le caían mal más por ser huaches que por ser maricones. El caso es que a duras penas les contestaba el saludo, aunque ya llevaban varios meses de verse todos los días cuando salían por las mañanas para el trabajo. “Huaches y hípsters… –vociferó Mariano ante Josefa un día que los vio salir de sombrerito hacia el concierto de Zoe– lo que me faltaba”.

Leydi tocó la puerta de la casa de Mariano y Josefa en una mañana soleada. Venía a ofrecer sus servicios. “Le dejo la casa limpiecita, de veras”, dijo Leydi ante la mirada inquisitiva de Josefa. Leydi comenzó a trabajar ese día. Con eso llenaba su semana. De lunes a viernes se la pasaba en el fraccionamiento. Un día en cada casa. Mariano y Josefa la veían tres de esos días: el miércoles, porque Leydi arreglaba la casa de ellos ese día, los lunes, que le tocaba limpiar la casa de enfrente, la de Franklin y Pedro, y los viernes, que limpiaba la casa de un matrimonio muy católico que vivía hacia el final de la calle. Los otros dos días Leydi andaba en otras calles del fraccionamiento.

Pronto Leydi se convirtió en parte del paisaje. Impecable en su trabajo, honrada a carta cabal, Leydi se ganó pronto la amistad de todos. Los sábados y domingos no iba al fraccionamiento porque viajaba a Tekal de Venegas, su pueblo natal, para encargarse de su mamá que estaba ya anciana y a quien sus otras hermanas cuidaban durante la semana. La sorpresa fue mayúscula cuando a Leydi le comenzó a crecer la panza. Nadie del rumbo le conocía ningún enamorado, así que el afortunado debería ser de Tekal de Venegas, pensaba la gente. Cuando Josefa se atrevió a preguntarle, Leydi bajó la mirada avergonzada y le confesó que habían abusado de ella. “¿No se ha fijado usted que los viernes ya no voy a casa de los Archundia? Me echaron de allá cuando les dije que su hijo, borracho, me había sometido con lujo de fuerza una tarde en que ellos no estaban y él había llegado de una parranda con sus amigos. ¡Ay doña Josefa, eran cuatro, qué iba yo a poder hacer contra ellos! Me dejaron toda amoratada. Pero ni mostrándole mis moretones convencí a sus papás de que no me echaran, que me dejaran seguir trabajando. No les pedí nada, no les reclamé la vileza de su hijo. Pero ellos, de puta no me bajaron. Así que me quedé sin un día de chamba cuando más lo necesitaba porque a mi mamá la tuvimos que ingresar en el Seguro…y ahora los costos del embarazo…”, dijo mientras la voz se le quebraba en un sollozo. Josefa la abrazó y lloró con ella.

“Lo único bueno –continuó Leydi entre sollozos– es que don Franklin me dijo que podía yo ir a su casa también los viernes. Ellos son tan limpios que cuando llego los lunes casi solo tengo que sacudir. Así que me di cuenta de que lo hacían solamente por ayudarme. Avergonzada lo rechacé, pero ellos insistieron e insistieron. Los viernes les hago la comida y a veces hasta me da pena, porque conforme ha ido avanzando mi embarazo parece que fueran ellos los que trabajaran para mí… son re buenos esos señores…” Josefa apretó a Leydi y le dijo que no se preocupara, que Mariano y ella se encargarían de los gastos del parto. Leydi abrió desmesuradamente los ojos: ¡Gracias, doña Josefa, gracias! Y siguió llorando, pero ahora de alivio.

Mariano le dijo a Josefa al día siguiente: “¿Y de dónde se supone que vamos a sacar ese dinero no planeado? Está bueno que Leydi sea buena gente, pero no somos sus papás para encargarnos de eso”. Josefa habló y habló, le contó de la solidaridad zapatista, del dolor de los papás de los 43, de las migrantes que dan a luz en albergues… nada parecía ablandar a Mariano. Josefa no tuvo más remedio y utilizó su última carta, una mentira piadosa que terminó por quebrar la resistencia de Mariano: “Los vecinos de enfrente le han dado trabajo a Leydi dos días a la semana en vez de uno solo por ayudarla… y Leydi me contó que si no podemos nosotros ayudarla con el parto que no nos preocupemos, que lo mismo nos lo agradece, porque Pedro le dijo que Franklin y él podrían hacerse cargo del gasto, sin ninguna otra intención más que ayudarla…”

“Se llamará Leonor Josefina”, dijo Leydi cuando Josefa le preguntó por el nombre de la niña muchas semanas después. “Don Franklin me dijo que a él le pusieron Franklin por un presidente de los Estados Unidos que su papá admiraba mucho… pero yo ni de loca le pongo a mi hija así, Franklina o Francolina… Así que cuando le pregunté si ese tal presidente era casado, me dijo que sí, que con una señora que se llamaba Eleonora. Así que decidí ponerle a la niña Leonor por don Franklin y Josefina por usted”. El corazón de Josefa se estremeció y las lágrimas le saltaron de los ojos. Recordó que justo ayer por la mañana, llorando, Mariano le había dado los resultados de los análisis de fertilidad que se había realizado. Después de siete años de casados sin poder embarazarse, ahora ya sabían por qué. Oligoastenospermia era la palabra con la que el análisis definía la causa de la esterilidad de Mariano. Pocos espermatozoides y débiles en su movilidad. La combinación perfecta para evitar un embarazo. Para Mariano había sido un golpe del que tardaría en recuperarse.

Cuando el parto se adelantó y coincidió con la nochebuena, Josefa y Mariano, Franklin y Pedro se encontraron en la sala de la T1 esperando noticias del parto. No hubo esa noche una pomposa cena de navidad: apenas unas hamburguesas que encontraron a las afueras del hospital, con el único ventero que trabajó en la nochebuena. Los cuatro se sentaron en torno a un arriate que está justo a la entrada de la sección de la consulta oncológica y tuvieron la mejor cena navideña de muchos años. Franklin y Mariano se enfrascaron en una larga conversación sobre Cortázar, una afición literaria común, mientras Pedro y Josefa conversaban del último concierto de Café Tacuba, cuando Rubén Albarrán (que quién sabe cómo se llamaría en aquel concierto) levantó el puño en memoria de los 43…

Cuando el médico les avisó que el parto había tenido final feliz, que Leydi estaba perfectamente y que en un rato podrían conocer a la niña, los cuatro se abrazaron emocionados. Había nacido una nueva familia.

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Cuento de Navidad

24 Dic , 2013  

-“Si lloras otra vez, no regreso contigo a Misa”.
Así le dijo José Leocadio a María Martina, su esposa. Le enojaba que cada vez que llegaba la hora de la comunión Martina se pusiera a llorar como una Magdalena. Es cierto que el padrecito le había comentado a Leocadio en varias ocasiones que no era cierto que la Magdalena anduviera llorando sus pecados y que eso era un cuento muy bien inventado por los curas machistas que, en lugar de resaltar la figura de María Magdalena, la habían convertido, de apóstola de los apóstoles, en una prostituta que andaba llorando sus pecados por todo el mundo. Pero Leocadio piensa que el padrecito está un poco acelerado. La ocasión en que el arzobispo visitó la parroquia, Leocadio escuchó muy bien de sus labios que el padre estaba un poco ideologizado. Leocadio, campesino que no alcanzó a estudiar mucho, no entendió qué era eso de “ideologizado”, pero sí se daba bien cuenta de que el padre no predicaba como los otros sacerdotes que habían pasado por la parroquia, que por primera vez había pasado un año completo sin escuchar un llamado a la resignación, que el padre visitaba todas las casas, hasta las más pobres, y nunca lo veías rechazar nada de lo que le ofrecían, aunque fuera huevos revueltos nadando en aceite o frijoles aguados. Así que se imaginó que ideologizado quería decir cercano al pueblo. Pero eso de que Magdalena no lloraba no se lo creía al padrecito: una expresión tan antigua, eso de llorar como una Magdalena, no podía estar equivocada.

El llanto de Martina era justificado. Desde niña creció muy metida en la iglesia: que si catequista, que si cantora en el coro, que si coordinadora de apostolado… toda su vida giraba alrededor de la iglesia. Por eso cuando fueron a pedirla a su casa, se empeñó en no salir de su casa sino bien casada y vestida de blanco. Aunque le costó trabajo convencer a Nicanor, que ya desde esos primeros tiempos se veía un hombre muy canijo, que no quería casarse por la iglesia y que después resultaría tan borracho y golpeador.

Cuando Martina no aguantó más la mala vida que Nicanor le daba, decidió separarse de él. En la iglesia había aprendido que todos somos dignos, así que no estaba dispuesta a llevar una vida de animal. Y esa era la vida que le daba Nicanor: cuando no era el escándalo de encontrarlo con otras mujeres, eran los golpes que le propinaba cuando estaba borracho. No había día tranquilo en la vida de Martina. Por eso decidió separarse. El mismo sacerdote de aquellas épocas, un viejito bien gracioso, le recomendó que no solamente se separara, sino que iniciara el proceso de divorcio, porque el Nicanor no quedaría tranquilo sino hasta que supiera que ya no era dueño de Martina. Fue así como Martina se salió de la casa de Nicanor llevándose a Tinita, su hijita de tres años. Sin saber dónde ir, sus pasos se dirigieron a la casa de sus padres, que la recibieron y la apoyaron. Martina comenzó a trabajar y, aunque nunca recibió de Nicanor ni un peso para la manutención de Tinita, pudo sacarla adelante.

No había pasado ni dos años de haberse divorciado de Nicanor, cuando José Leocadio le propuso matrimonio a Martina. Siempre estuvo enamorado de ella, pero se sentía poca cosa. Mientras Nicanor había estudiado más allá de la preparatoria, Leocadio era un campesino que no había llegado sino al cuarto año de primaria. La miraba de lejos cuando, en la iglesia, Martina cantaba o daba catecismo a los niños. Hasta entró con los adoradores nocturnos con tal de tener razones para ir a la iglesia y verla desde lejos. Martina siempre se portó muy amable con él y, en algún momento, hasta le pareció a Leocadio que ella lo miraba con especial simpatía, pero nunca se atrevió a acercársele. La noche en que Martina se casó con Nicanor, Leocadio se emborrachó por primera vez en su vida.

Cuando Leocadio supo que Martina se había separado de Nicanor, se le hizo encontradizo. Martina lo recibió como amigo, pero estaba lo suficientemente escaldada como para pensar de nuevo en hombres. Leocadio, a fuerza de ternura y de paciencia, terminó por enamorarla: siempre atento, se preocupaba por la niña, la esperaba a la salida de su trabajo, se ofrecía para apoyar en las labores de la casa. Martina se resistió porque no quería dejar de comulgar en la Misa, pero el cariño de Leocadio terminó por convencerla.

Por eso Martina lloraba cuando llegaba la hora de la comunión. Para ella ése era el momento más importante de la Misa. “Es una cena –solía decir– y nosotros no podemos sentarnos a la mesa…”. Una vez el padre, el viejito gracioso, le dijo que por qué no metía su proceso ante el Tribunal Arquidiocesano para buscar la declaración de nulidad. El rostro de Martina se iluminó ante la posibilidad de poder comulgar de nuevo y anduvo de aquí para allá consiguiendo papeles, asistiendo a las citas en el Tribunal… hasta que, como espada que se clava en el alma, recibió las palabras definitivas: tu caso no procede. A Martina siempre le pareció incongruente que la declaración de nulidad pudiera conseguirse por muchas causales, pero que entre ellas no figurara la violencia de género. El marido podía malmatarte, pero tú seguías bien casada, como dijo el cura el día de la boda, “hasta que la muerte los separe”.

Así que Martina terminó por resignarse, pero nunca dejó de llorar a la hora de la comunión. Ahora que está embarazada de nuevo y tendrá un hijo de Leocadio, le contó su historia al nuevo padre, al “ideologizado”. El padre, después de escuchar toda la historia, intentó de nuevo hablar con el juez del Tribunal para decirle que la violencia de género tendría que funcionar como causal de nulidad. Pero la ley es dura y el padre recibió una carajeada de parte del Instructor de Causa, que lo acusó de no haber estudiado bien el derecho canónico. Indignado, el padre comunicó a Leocadio y Martina su frustrado intento, pero les anunció que los autorizaba a hacer una buena confesión para que pudieran comulgar, pero eso sí, les advirtió el cura, deberán comulgar en otro pueblo, no aquí en Kimbilá.

Leocadio se puso feliz, pero Martina nunca se animó a pasar a comulgar. Le parecía vergonzante tener que ir a otra iglesia. Además, ella había tomado clases de religión cuando era catequista, y aunque apreciaba mucho la intención del padre de ayudarlos, sentía que se iría al infierno si se atrevía a acercarse al altar para comulgar, siendo divorciada vuelta a casar.

Así que ahora que escuchaba a Leocadio quejarse de su llanto en la Misa, Martina se lo tomó muy a pecho. Leocadio era en extremo comprensivo con ella, así que sabía que un exabrupto como el que ahora le escuchaba significaba que el enojo iba en serio. Martina cerró los ojos. Así, arrodillada, le pidió a Dios consuelo. Le prometió no llorar más durante la comunión y que acompañaría a Leocadio a la manifestación a la que antes se había negado a ir, nomás para que él se sintiera contento.

Leocadio, junto con un grupo grande de su pueblo, se había opuesto a uno más de los caprichos del presidente municipal. Como Kimbilá no era municipio, sino apenas comisaría, el presidente en turno pensaba que podía tratar a la gente como si empleados de su rancho se tratara. Decidió el presidente cumplir una promesa de campaña, hacer un mercado, pero decidió hacerlo donde a él le dio la gana: justo sobre el campo de fútbol que el pueblo, no el ayuntamiento, había hecho y mantenido durante años en el centro de la población. La gente se manifestó en contra. Querían el mercado, pero no en el lugar de los caprichos del presidente. El alcalde se amachó. Comenzaron las manifestaciones. En Kimbilá eso no es extraño: ya habían logrado en una ocasión enfrentar el abuso de un presidente municipal que quiso imponerles a un comisario que la gente no quería. Las mujeres ocuparon la sede de la comisaría durante varias semanas hasta que lograron que se hicieran nuevas elecciones. El presidente no tuvo más remedio que aceptar repetir la contienda y, por segunda vez, fue derrotado en las urnas. Así que ahora, antes de que el pueblo se calentara más, el alcalde comenzó la construcción del mercado con la esperanza de que los recursos que ellos interpusieran en contra de su decisión se encontrasen ya con el mercado terminado.

Así que Leocadio, como lo hizo en ocasión de las elecciones, ahora estaba también en el movimiento contra la imposición del mercado. Martina, ya con el embarazo avanzado, no lo había acompañado a ninguna reunión. Por eso fue que, delante del altar, le prometió al Santísimo que, si le ayudaba a no llorar más a la hora de la comunión en la Misa, ella acompañaría a Leocadio a la manifestación, aunque su estado de gravidez estuviera tan avanzado.

Al llegar los dos juntos a la plaza del pueblo se llevaron una sorpresa: el juez había fallado a favor del pueblo y la obra del mercado quedaba suspendida. La manifestación se convirtió en una fiesta. Algunas señoras corrieron a comprar jamón y queso e improvisaron unas tortas. Los señores prepararon una olla muy grande de horchata. Cuando Martina recibió su torta y su vaso de horchata, pudo mirar el rostro alegre de su marido. Mientras agradecía a Dios ese momento en el fondo de su corazón, el padrecito, que estaba muy metido en el movimiento de protesta, se le acercó sonriente. Mientras ella se llevaba la torta a la boca, el padre le dijo:

-“Ya ves, Martina, en esta comunión sí que puedes participar. Aquí no hay nadie que te excluya”.

A Martina se le abrió el cielo. Comprendió que la improvisada cena era una verdadera Eucaristía. El triunfo de la unión del pueblo, la alegría de su marido, las palabras del padre, todo se juntó para que Martina se sintiera bendecida en aquel momento de privilegiada comprensión. Quizá por esa emoción, cuando sintió las primeras convulsiones, no se imaginó que el alumbramiento estuviera tan cerca. Apenas alcanzó a comentárselo a Leocadio cuando se le rompió la fuente. No hubo ya tiempo para trasladarla al hospital. Doña Deysi, que vive en la casa que está frente al campo, prestó su sala para que el niño naciera y para que doña Teté, la partera del pueblo que también estaba en la manifestación que se volvió fiesta, lo recibiera sin novedad.

En Kimbilá, en la noche del segundo triunfo de los pobres, María Martina tuvo un hijo. José Leocadio está feliz. Dios también.

P.D. Un abrazo grande a los pacientes lectores y lectoras de esta columna. Que tengan una feliz navidad.

P.D.2 Subyugado, esa es la palabra. Quedé subyugado por la voz y el talento de Gina Osorno. Hacía años, la última vez que escuché a Betsy Pecanins, que no oía tan bien interpretado blues. No la perderé de vista.

 

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Cuento para vivir la navidad

27 Dic , 2011  

Diego Facundo Sánchez Campoo es un entrañable amigo argentino, cristiano a carta cabal, lo que quiere decir también, aunque suene tautológico, revolucionario y anticapitalista. Diego, a quien cariñosamente llamamos Yiyo, ha escrito recientemente un cuento que parafrasea el texto de los caminantes de Emaús de Lucas 24,13-35. Me pareció un buen regalo navideño para ofrecerles a ustedes, pacientes lectores y lectoras de esta columna que me han honrado con su lectura durante este año 2011.
La próxima semana, ya año nuevo, nos veremos en esta página. Ojalá sigan premiándome con su atención durante el año que comienza.

Por el doble camino de Emaús
Lucas 24,13-35
Diego SÁNCHEZ CAMPOO

Aquel día de enero, caminaba con mi compañera por las calles de Cochabamba. Estábamos de vacaciones y nuestra intención era llegar hasta La Higuera. Era la tercera vez que pisaba suelo boliviano y sin embargo… por diversos motivos, nunca había podido llegar hasta el sagrado calvario latinoamericano. Hablábamos de todo lo que ocurría en nuestro continente en aquellos difíciles años en donde la guerra de guerrillas parecía el único camino para derrotar tiranías más que ‘evidentes y prolongadas’ y para sacar de la miseria y la explotación a los pueblos y a su gente. Recordábamos también a aquel hombre, que habiendo conocido la gloria, dejó tierra y familia, casa y arado…para emprender una vez más el dificultoso camino de la revolución. Finalmente y con dolor, pensábamos como habría sido el momento de tan vil asesinato… momento en donde semejante hombre hacía de su propia vida la ofrenda final.

Queríamos estar allí, respirando el aire de esa escuelita que había sido testigo de ese viernes santo de pasión y de muerte. Teníamos poco tiempo y triste fue la noticia de enterarnos que las intensas lluvias de verano habían bloqueado el camino. Nos miramos y caímos en la cuenta de que no habría próxima estación. Quedamos entristecidos. Resignados, decidimos salir a conocer la ciudad antes de emprender el regreso.

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Cuento de Navidad 2010

27 Dic , 2010  

Cada año me empeño en construir un pequeño relato que siga las características del género Cuento de Navidad: una serie de difíciles circunstancias en invierno, el nacimiento de un(a) infante, la maldad que rodea el acontecimiento, el triunfo de la esperanza sobre el mal… Hay ocasiones, sin embargo, en que la realidad supera a la ficción. Esto me ha ocurrido en este 2010.

Fray Tomás González OFM, franciscano de pura cepa, pobre y fraterno como su fundador, es un amigo entrañable. Trabaja ahora, después de prestar sus servicios en Izamal durante varios años, en Tenosique, Tabasco. Allá, la orden de los frailes menores mantiene una Casa del Migrante, donde ofrecen asistencia a cientos de centroamericanos en su cada vez más penoso paso hacia los Estados Unidos. Fray Tomás me ha compartido una experiencia de migración que ha hecho que yo tirara al bote de basura varios fallidos intentos de cuento navideño para este año. Fray Tomás me ha ahorrado trabajo, pero sobre todo, me ha llenado el corazón de esperanza en este tiempo navideño. Por eso he decidido compartir con los pacientes lectores y lectoras de esta columna semanal el envío de Fray Tomás. Sirva como cuento (“La vida es arte”) navideño y como ocasión para desearles un Año Nuevo venturoso.

«Y LA PALABRA SE HIZO MIGRANTE Y VINO A HABITAR ENTRE NOSOTROS…»

María y Denis salieron de Morazán, un sencillo pueblo del departamento de Yoro en Honduras en mayo de 2010. Se encaminaron presurosos rumbo al norte, ya tenían un año de vivir juntos, se conocieron desde que eran adolescentes. Ella es una sencilla mujer, morena, menuda, descendiente de los garífunas, hermosa de rostro y de cuerpo atlético, ya no pudo seguir estudiando, las condiciones económicas no se lo permitieron, antes de unirse a Denis ella vivía con su abuela, pues su mamá murió cuando ella contaba solo con 4 años de edad y su padre les abandonó, pues también partió hacia el norte, nunca supo más nada de él. Denis era campesino, hombre forjado con la tierra y el sol, de una familia numerosa, catorce hermanos la formaban, su madre ya anciana, su padre tenía años que había muerto. Ella sólo tenía 19 años, él 23.

En su noviazgo, algún día platicaron de la posibilidad de salir juntos de su país y “subir” al norte, donde harían su vida de pareja. El día llegó, decidieron salir juntos de Morazán, a pesar de que escuchaban que el camino por México era extremadamente peligroso, decidieron migrar. Al dejar Honduras y entrar a Guatemala no les pasó nada, el viaje por este país fue rápido, pues usaron el transporte normal con el dinero que habían ahorrado. Pero al llegar a México empezó su sufrimiento, pasando la frontera Guatemala – México, alguien les dijo que no se encaminaran por la aduana, que los agentes de migración estaban muy cerca, esas y otras recomendaciones como que no caminaran de noche porque los “zetas” los podían secuestrar y extorsionar o los delincuentes podían asaltarlos.

Con incertidumbre se encaminaron junto con otros que se les habían unido en el camino y cruzaron la frontera por la montaña para evadir a las autoridades migratorias. No habían caminando en México ni un kilómetro cuando salieron a su encuentro cinco hombres armados, dos encapuchados y tres cubriéndose el rostro con trapos descoloridos. Les dijeron que se desnudaran, que les entregaran todo lo que traían. Así lo hicieron, los despojaron de todo.

María era la única mujer del grupo de nueve migrantes que con temor miraban a sus agresores. A ella la tomaron y se la llevaron atrás de los matorrales, todos se imaginaron lo peor, no más de 10 metros la llevaron; ella empezó a gritar y a forcejear, los gritos eran tan desgarradores que Denis se levantó y como fiera golpeó a dos de los asaltantes, pero rápido lo sometieron, lo golpearon hasta dejarlo inconsciente, a los demás los amenazaron. No tardaron mucho, María quedó desnuda, tirada, sangrando de la boca y amoratada de todo el cuerpo. No lo podían creer. Los criminales huyeron y así los dejaron, sin ropa, cuando ellos se alejaron, todos corrieron desesperados, buscando socorro. Sólo quedó María con su cuerpo violado junto al cuerpo de su esposo maltratado, llorando y deseando regresar a su país.

En ese lugar pasaron todo un día; cuando se sintieron mejor, Denis salió de entre los matorrales y se encaminó al poblado más cercano, la gente desconfiaba, pensaban que era un loco, él pidió auxilio, alguien le aventó un poco de ropa y cerró la puerta de su casa. Medio vestidos decidieron continuar, el regresar implicaba haber fracasado; después de caminar todo un día, alguien los “levantó” y los llevó a Tenosique. Ya en la ciudad no quisieron parar, querían agarrar el tren y siguieron caminando, se encontraron con el gran puente de fierro color naranja que cruza el Usumacinta. El lugar se conoce como Boca del Cerro, es un accidente geográfico que abre el paso al río más caudaloso de México. Allí esperaron pues les dijeron que en ese lugar el tren baja la velocidad y ellos podrían subir. Buscaron un lugar para sentarse, nuevamente se encontraron con otros migrantes, ahora en el grupo había dos mujeres.

No se habían sentado cuando alguien gritó: “la migra, la migra”. No tuvieron tiempo ni siquiera para reaccionar, varios hombres corpulentos y otros obesos, todos vestidos de azul, con la bandera de México en el hombro izquierdo y con las letras INM en el derecho, los persiguieron. Entre insultos y golpes los “aseguraron”, no hubo una sola pregunta sobre su identidad, no hubo intercambio de palabras. Todos fueron conducidos a la estación migratoria entre malas palabras.

María entre el temor y la vergüenza, no quiso declarar nada de lo que había pasado, cinco días hicieron en la estancia, les dijeron que cuando los “asegurados” llegaran al número suficiente para llenar un autobús los deportarían a su país. Ya en Honduras, Denis le dijo a María que él intentaría nuevamente salir de su país, cruzar México y llegar a los Estados Unidos, estuvo solo dos semanas con su esposa y se puso en camino, ahora sin ella. Se despidieron y ninguno de los dos sabía que María estaba embarazada. Él prometió que estando en Estados Unidos enviaría dinero para que lo alcanzara.

Pasaron varias semanas y María no sabía nada de Denis, a finales de agosto el mundo se enteró del asesinato de 72 personas de origen hondureño, guatemalteco, salvadoreño, ecuatoriano y brasileño; habían sido víctimas del crimen organizado, en un rancho de Tamaulipas, después de haberlos secuestrado. María se angustió tanto porque inmediatamente pensó que una de las víctimas era su esposo. Sin embargo, Denis no estaba entre los asesinados, pudo cruzar la frontera de México – Estados Unidos y llegó a Houston, Texas, donde trabajaba como pintor, ella por su parte comunicó a Denis que tendrían un hijo, que ya iba en el tercer mes del embarazo.

Llegó por fin el tiempo en que ambos decidieron que María tenía que encaminarse hacia el norte. Ellos sabían que en noviembre y diciembre eran buenas fechas para viajar porque pocos lo hacían, los criminales por lo mismo no secuestraban ni extorsionaban como en “temporada alta”. María tenía seis meses de embarazo cuando emprendió su viaje. Salió sola de su casa y en el camino fue encontrando otras personas que la ayudaban, el embarazo se podría complicar. María pudo atravesar la frontera y pasar a México justamente a principios de diciembre. Llegó a Tenosique, exhausta, con los pies hinchados, esta vez nadie la asaltó, los agentes de migración no la persiguieron, era una mujer embarazada que poco importaba. La primera noche en Tenosique durmió en el malecón, junto al río Usumacinta, sola, angustiada y pensativa. Alguien le informó que en el centro, en la iglesia católica recibían migrantes por unos días. Los Hermanos Menores abrían su casa y compartían con ellos el fruto de su trabajo.

Los primeros días que María estuvo en el albergue también era llevada al hospital de la ciudad y tenía que hacer largas filas para que la atendieran, en ocasiones el personal del hospital la veía con precaución, era una extranjera embarazada, sin pareja. También no faltó que en el albergue de la parroquia algunas de las personas la trataran mal, le dijeran a ella y a los demás migrantes que eran basura, que ya tenían mas de tres días, que el máximo para quedarse eran precisamente eso, otros los miraban mal y los mostraban su malestar por estar ocupando el salón parroquial para dormir, comer, divertirse.

Por fin María se comunicó con Denis, este le dijo que había contactado un “coyote” en Honduras y que en dos días pasarían por ella para llevarla hasta donde él. El costo sería de cinco mil dólares, tendrían que pagar la mitad por adelantado. María esperó más de dos días pero el hombre no llegó, cuando se logró comunicar con el “coyote” supo que la habían extorsionado a ella y a su pareja porque no supieron más del extorsionador. Fue tanto el coraje y el desconsuelo de María que se empezó a sentir mal, seguramente el bebé llegaría antes de lo esperado. Y así sucedió, durante la primera quincena de diciembre dio a luz a un hermoso bebé que por haberse “adelantado” tuvo que pasar algunos días en observación. Al salir del hospital regresó al albergue con el bebé, los otros migrantes la esperaban con alegría, habían preparado una sencilla cena para recibir a María y al bebé. ¡Qué ternura de los migrantes cual verdaderos pastores cuando cada uno cargó al niño y lo arrulló, que noche tan consoladora para María el saberse acompañada de gente tan sencilla y tan valiosa! Y, a lo lejos, su marido, esperando algún día encontrarse con sus dos seres más queridos. Alguien entonces gritó: ¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor!

«Dios continúa entrando por abajo, pequeño, pobre, impotente… (migrante) … pero trayéndonos su Paz… Las estrellas sólo se ven de noche…» Pedro Casaldáliga, Navidad 2010

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Cuento de Navidad 2009

27 Dic , 2009  

Mariela se asomó al espejo. “A quién se le ocurre apellidarse Buenrostro con esta cara…” musitó para sus adentros. Eran ya muchos los días durmiendo a la intemperie y finalmente había accedido a acomodarse en la casa de Josefina, su compañera, para no seguir tendida en el duro suelo del palacio de gobierno a pocos días del alumbramiento.

Mariela se enamoró de la causa de san Antonio Ebulá. Siguió atenta los comunicados, devoró las noticias sobre el desalojo hasta que se fueron haciendo cada vez más raras en los medios de comunicación, visitó a los compañeros y compañeras en el plantón permanente en la acera posterior del palacio de gobierno. Ante la mañosa prolongación del conflicto por parte de las autoridades, Mariela, siempre intempestiva en sus decisiones, optó por ir a pasar unos días al plantón para estar enterada de primera mano del rompimiento de las negociaciones registrado apenas en la esquina inferior derecha de la página 7 del periódico de menos difusión en la ciudad de las murallas.

Josefina se prendó de Mariela desde que la conoció. Valiente, la miró no arredrarse después que sufriera la violación de que fue objeto por parte de paramilitares en Ocosingo, mientras regresaba de una reunión de solidaridad con las bases zapatistas. Respetó y admiró la decisión de Mariela cuando, después de muchos alegatos por parte de otras compañeras de lucha, terminó llevando adelante su embarazo. Josefina recuerda con emoción la expresión del rostro de Mariela cuando, una vez que la doctora le anunció que llevaba en el vientre a dos personitas, un varón y una mujer, clavando los ojos húmedos de emoción en los de Josefina, dijo: “Cuates para la revolución”.

Por eso Josefina no dudó ni un solo instante en usar todos sus ahorros para venirse a Campeche a estar con Mariela junto a ella a los desplazados de Ebulá y obligarla, si era preciso, a tener los cuidados necesarios ahora que el parto estaba tan cerca. Desde que decidieron vivir juntas Josefina había estado siempre ahí, al pie de cuanta lucha arrebatara el corazón de Mariela. Después de la violación en Ocosingo, el dolor compartido las hizo más cercanas, más amigas, más hermanas.

Es ya día 24 de diciembre. Mariela se moría de ganas de que los cuatitos para la revolución nacieran el merito día de la navidad. Acompañada de Josefina ha ido con la ginecóloga. La doctora le ha reclamado a Mariela esas noches pasadas a la intemperie. “Tendrás que pensar mejor esas cosas de ahora en adelante”, le dijo, “los niños necesitarán un ambiente seguro y sano, y andar de plantón en plantón apoyando cuanta causa revolucionaria se aparezca, no parece ser lo más apropiado…”

Mariela escucha a la doctora con mucha atención. Quiere, de veras, cuidar a sus cuates y ofrecerles lo mejor. Y ofrecerles lo mejor es para ella inyectarles su misma pasión por la justicia. Josefina, entre tanto, toma nota de los cuidados que la doctora recomienda. Sabe que tendrá que estar ella al pendiente y que en no pocas ocasiones habrá de suplir a Mariela en los cuidados. “Para eso tienen dos mamás”, pensó para sí Josefina.

La noticia de la fecha de nacimiento pareció desilusionar un poco a Mariela. La doctora les dijo que los cuates nacerían hasta el 31 de diciembre. Josefina calmó a Mariela diciéndole que cualquier fecha es buena para un nacimiento y que lo importante es que el año nuevo comenzará con muy buenas noticias. Una buena, por tantas malas en este año de crisis.

Sentadas frente a la bahía de Campeche, con el palacio de gobierno y el plantón permanente a sus espaldas, Mariela y Josefina tejen y destejen sueños. La niña y el niño se remueven en el vientre de Mariela. Josefina puede sentir el movimiento cuando pone la mano sobre el abdomen abultado. “Grandes noticias nos traerá este 31 de diciembre”, susurra Mariela, “a lo mejor muchas cosas se componen…”

Hoy más que nunca saben que el futuro está abierto a la sorpresa. La tarde cae y ellas sienten sobre sus rostros el paso de la brisa…

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Una noticia alegre para el fin de año

29 Dic , 2008  

Junto con las alegrías propias de la navidad y el año nuevo he recibido otra buena noticia en el pasado reciente que quiero compartir con los pacientes lectores y lectoras de esta columna. Se trata de una historia que anima, porque muestra cómo la organización comunitaria se va haciendo cada vez más estratégica y eficaz en la búsqueda de resultados favorables a las demandas ciudadanas.

Los actores de este milagro de fin de año son apicultores de las comisarías de Xcunyá y Santa María Yaxché que, junto con apicultores de Komchén, formaron el Grupo Ganadero de Validación y Transferencia de Tecnología (GGAVATT) “Divino Niño Jesús”, primera experiencia de este tipo lanzada por apicultores. El 23 de junio del año en curso, estos expertos en el manejo de las abejas, recibieron del gobierno del estado 26 sacos de azúcar subsidiada por el que entregaron el pago requerido de 70 pesos por saco.

El 5 de septiembre, once apicultores utilizaron el azúcar para alimentar a sus colmenas. Veinticuatro horas después de haberlo depositado en las colmenas, inició una mortandad en las abejas alimentadas. Quienes no utilizaron el azúcar no tuvieron ninguna afectación en sus colmenas. Resultado de dicha mortandad fue la pérdida total de 221 colmenas de abejas, 30 cámaras de cría y una reina pie de cría, dejando a los apicultores en una grave situación, pues muchos perdieron casi la totalidad de sus colmenas y con ellas su fuente de trabajo y de ingreso.

Los apicultores iniciaron un largo camino. Además de solicitar por escrito la intervención de todas las instancias oficiales implicadas en el asunto (Secretaría de Fomento Agropecuario y Pesquero del estado, Presidencia Municipal de Mérida, Coordinación del Programa de Control de la Abeja Africana de la SAGARPA, Dirección de Apicultura, Avicultura y Porcicultura de la Secretaría de Fomento Agropecuario y Pesquero del estado y la Dirección de Desarrollo Económico del Ayuntamiento de Mérida), se dieron a la tarea de costear, con recursos propios, un dictamen técnico que determinara las causas de la mortandad. La Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UADY descartó, en un estudio realizado sobre muestras de abejas muertas y vivas, que la mortandad en las colonias de abejas obedeciera a alguna de las enfermedades que generalmente afectan al sector apícola.

Un estudio posterior, realizado por un laboratorio privado sobre el azúcar entregado por el gobierno del estado, reveló que ésta contenía residuos de pesticidas. Pudo corroborarse que en la misma bodega en la que se encontraba almacenado el azúcar, también fueron almacenados pesticidas que se entregaron a diversos productores agrícolas para combatir las plagas de sus sembradíos. A estos descubrimientos siguieron meses de vueltas y vueltas ante distintas dependencias para recibir solamente evasivas de parte de los funcionarios.

El 26 de noviembre, los apicultores presentaron los resultados de sus estudios y solicitaron a las autoridades que de una vez por todas asumieran su responsabilidad y, además de reparar el daño ocasionado, iniciaran una investigación seria que permitiera deslindar responsabilidades, sancionar a los funcionarios implicados en la negligencia, ubicar otros grupos que pudieran haber resultado afectados y garantizar que los productos derivados de la actividad apícola en el estado contasen con las requerimientos mínimos para el consumo y la comercialización.

De nuevo, ires y venires a las distintas dependencias. La respuesta seguía siendo solamente dilación y desprecio. El 16 de diciembre los apicultores realizaron una manifestación en las inmediaciones del Palacio de Gobierno para exigir al gobierno del estado el resarcimiento del daño derivado de la muerte de colmenas como consecuencia del azúcar proporcionada por el gobierno del estado. En dicha manifestación, los apicultores hicieron públicas sus fallidas gestiones y señalaron a los responsables, entre ellos la titular del ejecutivo estatal.

La determinación de los apicultores, su sabia combinación de estrategias de protesta con documentación precisa de los hechos, resultó en el triunfo de su movimiento. Las autoridades terminaron por comprometerse a satisfacer todas las demandas planteadas por los apicultores, en un implícito reconocimiento de la negligencia de sus funcionarios. Obligados por la presión pública y la contundencia de las acusaciones documentadas, aquellos secretarios que daban largas a los apicultores tuvieron que tragarse su prepotencia y reunirse con ellos para encontrar una solución satisfactoria.

Se trata de apicultores de comisarías meridanas. Muchos seguramente no conoceremos las comunidades de las que provienen. Xcunyá, Komchén, Santa María Yaxché no suelen ser nombres recurrentes en nuestras conversaciones. Tampoco Belén y Nazaret lo eran al principio de la era cristiana. Quizá esa sea una de las enseñanzas mayores de este tiempo navideño: que el tiempo está a favor de los pequeños y que la construcción de una sociedad más justa y fraterna es fruto del trabajo comunitario organizado, paciente, tenaz. Ojalá recordáramos esto cuando nos venga la tentación de esperar el cambio que necesitamos como si debiera provenir de las instancias de poder.

Colofón: Aprovecho desear a todos los amables lectores y lectoras de este espacio un año lleno de bendiciones. A todos, pero de manera especial a quienes han expuesto sus comentarios en los diferentes artículos, les agradezco su capacidad de escucha, su paciencia, su apoyo y su crítica.

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Cuento de navidad 2008

22 Dic , 2008  

Fue después de repartir los volantes a las obreras del parque de industrias no contaminantes que Marifé se sentó a descansar en la banca de cemento. Bajo uno de los escasos árboles, la miraban con extrañeza algunas de las obreras que, desafiando a los patrones de las maquiladoras, habían usado su descanso para acercarse a ver la representación que estaba teniendo lugar en el camellón. Marifer parecía a punto de estallar, con la barriga tan grande que parecía que lo que esperaba eran gemelos, en vez del varoncito que el ultrasonido que le hicieron en el Seguro le había revelado.

Desde hace algunos años Marifer es activista. De manera especial lleva en el corazón la celebración de la jornada internacional por la erradicación de la violencia contra las mujeres, el 25 de noviembre. Cada año se une a las actividades que las organizaciones civiles realizan y colabora en lo que puede. Este año, a pesar de lo avanzado de su estado de gravidez, no ha querido que la jornada pase sin que ella participe. Todavía le duele recordar cuando, siendo ella niña, atisbando detrás de la puerta, alcanzaba a ver el brazo de su padre estrellándose contra la cara de su mamá. Cuando su edad se lo permitió y pudo convencer a su madre de sacar de la casa al borracho que tenía por padre, Marifer se enfrentó a su progenitor y se juró nunca permitir que un hombre la golpeara, nunca, por ningún motivo.

Hoy por la mañana, cuando Pepe, su esposo, se despidió de ella, quedaron en verse justo aquí, en el parque donde ahora ella tomaba sombra. Pepe chambeaba de velador y, por las mañanas, después de dormir unas horas, se iba a algunos pueblos cercanos a Mérida para hacer averiguaciones que le fueran de utilidad para su investigación. Pepe llevaba ya varios años juntando información sobre las propiedades alimenticias, curativas y de conservación que tenía el pozole que beben los campesinos cuando van al monte. Su investigación formaba parte de una tesis de maestría en etnohistoria. Marifé siempre le comentaba, jocosa, que había escogido la disciplina más rara en la lista de carreras de la universidad.

Así que Pepe debía estar por llegar. Marifé pensó, disfrutando de la sombra amable del árbol, que José Gabriel, que así se llamaba el Pepe, era lo mejor que le había pasado en la vida. Se habían conocido seis años atrás en san Cristóbal de Las Casas, en una de las reuniones convocadas por el ezetaelene. Bastó que conversaran unas horas, que hablaran de sus parroquias respectivas y ahondaran en la motivación religiosa de su opción revolucionaria, para que ambos comprendieran que habían encontrado, el uno en la otra y viceversa, la compañía adecuada de la que habla Génesis 2. Así que, cuando las circunstancias lo permitieron, Pepe se vino a vivir a este rincón caliente del sureste mexicano, tan cerca del Caribe que sus calores y su humedad no dejan de sorprenderle hasta hoy.

Cuando decidieron tener descendencia se aplicaron a planear todo a detalle. Como les resultaba simpático llamarse María Fe y José Gabriel (María y José), decidieron que el fruto de su amor llegara en tiempo navideño, aunque sabían que sería difícil atinarle a la mera navidad. De ser varón, se llamaría, desde luego, Jesús. La noticia de que sería varón la recibieron como un consuelo venido de Dios, pocas semanas después de que el doctor les anunciara que “el producto”, que es así como en terminología médica se refieren al nené antes de nacer, parecía venir con síndrome de down.

De profundas convicciones religiosas, Marifer y Pepe comenzaron, sin reparo alguno, a informarse sobre la enfermedad y a establecer contacto con parejas en las mismas circunstancias que ellos. Conocieron muchos niños y niñas con el síndrome y aprendieron a fortalecerse en su decisión valorando el esfuerzo amoroso de sus papás. Jesusito nacería en un hogar donde se le querría con un amor incondicional, a borbotones.

De pronto Marifé, sentada a la sombra del árbol, se da cuenta que probablemente haya habido una equivocación en la medición de tiempo por parte de los médicos. Es 25 de noviembre y le parece sentir los síntomas que el doctor le había anunciado que sentiría hasta la semana posterior, hacia principios del tiempo de adviento. En estos momentos en que todos se han acercado para ver lo que le sucede y por qué respira con tal ritmo, Marifé siente que el cielo se le abre cuando ve venir a Pepe que, corriendo como desesperado, se dirige hacia ella. Lo demás ocurre como en un vértigo: el policía que con cara amenazante andaba cuidando la manifestación y que ahora se acerca solícito a ofrecer la patrulla para llevar a Marifé al hospital; las activistas, compañeras suyas, que tratan de tranquilizarla al mismo tiempo que el pánico, contradictoriamente, se pinta en sus caras; el sol que se cuela por la ventanilla de la patrulla mientras la sirena no deja de sonar; la mano de José prendida a su mano, dándole la certeza de que todo saldrá bien…

Cuando Marifé mira desde su cama a Pepe tomando en sus brazos al niño recién nacido, le da gracias a Dios. No es casual, piensa, que Jesusito haya nacido el día en que se lucha para erradicar la violencia que se ejercita contra las mujeres. Cuando Jesús hace las muecas de recién nacido y deja ver su lengua puntiaguda, Marifer y Pepe, que lo contemplan arrobados, saben que este niño los mantendrá más unidos que nunca y que será, no le quepa duda a nadie, un cristiano revolucionario.

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Cuento para despedir la navidad

31 May , 2008  

Iglesia y sociedad 14 de Enero de 2008

Raúl H. Lugo Rodríguez

Los textos de los evangelios de la infancia de Jesús han dado pie a muchas tradiciones orales y escritas. He recibido un hermoso cuento navideño escrito por mi amigo Santiago Fuentes. Desafortunadamente sus dimensiones rebasan el espacio de esta columna. Me permitiré, pues, hacer una síntesis del relato que nos ayude a despedir la navidad y esperar con ansias la próxima.

“Para los israelitas, y a pesar de que el rey David se había dedicado a esa labor, los pastores eran considerados escoria. Y entre los pastores de Belén, Isaac y Benjamín eran considerados la escoria de la escoria. Nadie les hablaba. Vivían en las afueras del pueblo. Tenían que cuidar su rebaño por separado. La gente procuraba no cruzarse con ellos en el camino, para evitar contaminarse. Sólo trataban con ellos en el mercado para adquirir sus corderos, que siempre eran los más sanos, los más gordos, y los más adecuados para los sacrificios rituales en el Templo de Jerusalén. Al principio, el rabino de Belén se sintió muy confundido. Lejos de castigarlos, el Altísimo los bendecía con el mejor rebaño del pueblo. Ninguno de sus corderos tenía manchas ni defectos. Cumplían con todo lo prescrito por la Ley. No podían utilizarlos, ya que Isaac y Benjamín los contaminaban con su pecado, pero eran los únicos dignos de ser llevados al altar de Jerusalén.

Tuvo que hacer un viaje a la capital para consultar el Sanedrín. Después de deliberar, el consejo le recordó que debido a la invasión romana ya no podía castigar a Isaac y Benjamín con la muerte, pero que sí podía aplicarles una sanción espiritual. Los pastores serían condenados al exilio, cual si fueran leprosos. Eso purificaría al pueblo, a los demás pastores y a los corderos que ellos criaban, por lo que podrían ser usados para el sacrificio. Al regresar a Belén, el rabino expulsó a Isaac y a Benjamín de la sinagoga y de la comunidad. Les exigió que salieran del pueblo, que vivieran lejos de los demás, como si tuvieran lepra, que nunca llevaran a sus ovejas a pastar en los campos donde lo hacían los otros pastores. Sólo podrían entrar al pueblo en los días de mercado para vender sus corderos, sin hablar de otra cosa con la gente que no fueran asuntos de compraventa. El pueblo respiró aliviado. No querían matar a los dos pastores como ordenaba la Ley, pero tampoco querían que el Todopoderoso los castigara como hizo con Sodoma y Gomorra por su pecado. Y es que Isaac y Benjamín convivían como una pareja de esposos, lo que de acuerdo a la Escritura era abominable a los ojos del Señor. La gente de Belén no entendía por qué el Cielo los premiaba con los mejores corderos.

Isaac y Benjamín aceptaron el castigo sin chistar. Amaban la Ley y los Profetas tanto como se amaban el uno al otro. No querían hacer daño a nadie con su amor. Construyeron una casita en las afueras, con un establo para sus animales y un huerto, y se dedicaron a cuidar sus ovejas. Algunos pensaron que la soledad y el ostracismo harían que se separaran. Pero como sólo se tenían el uno al otro, Isaac y Benjamín se unieron todavía más. Isaac estaba en la plenitud de su hombría. Las doncellas de Belén y de los poblados cercanos enviaron muchas veces a sus familias para arreglar el matrimonio, pero el pastor nunca se interesó. Cuando la gente se enteró de sus malas inclinaciones, pensó que su tez morena y fuerte, su cuerpo velludo y atlético como el de Esaú, se habían convertido en un desperdicio. Y a pesar del castigo, todos recordaban con nostalgia su bondadosa mirada y su generosidad con los más necesitados. Benjamín, en cambio, era hermoso como el joven David. Su rostro de niño, su cabellera rubia y rizada, su cuerpo delgado, lampiño y curtido por el trabajo, lo hicieron blanco de todas las miradas cuando llegó a Belén, como esclavo de un legionario romano. La gente se indignó cuando supieron las actividades a las que el romano obligaba a Benjamín.

Isaac se prendó de Benjamín en el instante en el que lo vio. Como diría la Escritura, Benjamín lo sedujo y él se dejó seducir. Su belleza lo enamoró, y las artes amatorias que el legionario le había enseñado lo volvieron loco. Benjamín, por su parte, descubrió la libertad, la protección y la dulzura de la vida cotidiana, y se entregó a Isaac como la doncella del Cantar de los Cantares.

La primera Nochebuena, Isaac se quedó en casa para esquilar algunas ovejas, mientras Benjamín llevaba el resto del rebaño a un valle pequeñito que los otros pastores aún no conocían. Cerca de la medianoche de aquella primera Nochebuena, alguien tocó a la puerta de la casita de Isaac y Benjamín. Eran un hombre muy atractivo, y una jovencita a punto de dar a luz, montada en una mula. El hombre le explicó a Isaac que era un artesano de Nazaret, que había venido a Belén para el censo, que no había encontrado alojamiento en el pueblo, y que apelaba a su misericordia para poder pasar la noche, y que su esposa pudiera parir bajo techo. Isaac le explicó que su choza era muy pequeña, pero que si no les importaba la incomodidad, podían quedarse en el establo. Después de todo, casi todo el rebaño estaba fuera. No quiso decirles que de entrar a su casita quedarían contaminados, pero tampoco quiso dejarlos sin ayuda.

Entrada la medianoche, Benjamín dormitaba junto a una fogata moribunda. Las ovejas pastaban con tranquilidad. De pronto, una luz cegadora iluminó el cielo. Benjamín se espabiló y contempló una multitud de seres que invadían el valle. Uno de ellos se le acercó. Benjamín se tiró al suelo, aterrado. Mientras tanto, otros pastores se asombraban del resplandor en el valle. Corrieron a ver de qué se trataba, y quedaron sin habla al mirar la multitud de seres en el cielo, y al otro, más refulgente que los demás, que hablaba con Benjamín. Cuando Benjamín regresó a casa con el resto del rebaño buscó a Isaac y juntos entraron con timidez al establo. José y María los recibieron con una gran sonrisa, y le ofrecieron al Niño. “No”, dijo Isaac. “Estamos contaminados”. “No puede estar contaminado lo que el Altísimo ha declarado limpio”, dijo María. Isaac tomó al Niño entre sus brazos. Benjamín le dio un beso. El Bebé les regaló su primera sonrisa.

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QUIERO VIVIR UN AÑO MÁS

3 Ene , 1994  

No sé si sea una oscilación patológica, pero no puedo dejar de reconocer que hay fechas y acontecimientos que me hacen pasar con bastante rapidez del pesimismo y la tristeza, a un optimismo irremediable. La temporada navideña, no sé por qué extrañas razones, me llena siempre de nostalgia: recuerdo a las personas a quienes la muerte me ha arrebatado y siento sus ausencias que no dejan de doler aunque pasen los años; recuerdo a los vivos que quisiera que estuvieran junto mí y que la distancia me arrebata irremediablemente; finalmente, cargo sobre los hombros la silenciosa y lacerante realidad de tantos hermanos y hermanas a quienes la sociedad -y la manera como ésta está organizada- no permite que pasen una navidad feliz. De manera que las fiestas navideñas siempre tienen para mí un cierto sabor de insatisfacción, de nostalgia inevitable, de alegría incompleta y, por esto mismo, agridulce.
El Año Nuevo, en cambio, representa para mí un ejercicio de higiene mental. Es tiempo de esperanza y de acción de gracias. Por eso, en este 1994 que inicia, quisiera dejar pública constancia de las cosas por las que creo que vale la pena vivir un año más.
Quiero vivir un año más porque 1993 me proporcionó la experiencia de la enfermedad y, con ella, la conciencia clara de que no tenemos la vida comprada, de que el tiempo se nos escapa de las manos sin sentirlo, y de que -como dice la canción- no podemos permitir que «la reseca muerte nos encuentre / vacíos y solos, sin haber hecho lo suficiente».
Quiero vivir un año más porque tengo aún que pagar una gran deuda de cariño y afecto a mi familia, a mis amigos y a todos los que en este año que termina estuvieron cerca de mí y me ofrecieron su alegría cuando yo estaba triste, su apoyo cuando yo estaba desanimado, su palabra de afectuosa advertencia cuando estuve a punto de equivocarme y su comprensión cuando, en efecto, me equivoqué.
Quiero vivir un año más porque trabajo en Tecoh, y allá el pueblo me ha enseñado a sobrevivir sin perder la alegría y la ternura; porque muchas personas del pueblo han dejado sus rostros y sus nombres, sus personas y sus sentimientos, grabados a sangre y fuego en mi alma; porque con ellos he aprendido a creer en Dios mejor y más fuertemente y a esperar contra toda esperanza; porque me han enriquecido con sus raíces indígenas y me han enseñado a amar la dulce lengua de los mayas; porque me han adoptado como hermano de camino y han soportado con inagotable paciencia mis incongruencias, animándome con cariño a superarlas.
Quiero vivir un año más porque el trabajo de defensa y promoción de los derechos humanos es un camino largo que he comenzado a transitar en la más hermosa de las compañías; porque todavía quedan muchas personas para quienes la dignidad es más importante y valiosa que un plato de lentejas, aunque éstas sean de oro de 24 quilates; porque todavía quedan gritos que no se escuchan, manos que no se aprietan con fuerza a otras manos, sueños que no se cumplen.
Quiero, en fín, vivir un año más porque, a pesar de mis desvaríos, no he podido arrancar de mis huesos el fuego del evangelio; porque no he terminado aún de luchar por que mi servicio a la comunidad no se convierta en un aburrido y degradante ejercicio burocrático; porque mantengo todavía las ganas de gastarme y desgastarme por merecer el nombre de cristiano.
Quiero vivir un año más porque Dios no ofrece oportunidades de balde y yo quiero aprovechar la que ahora me brinda.