Iglesia y Sociedad

La relevancia de James George Frazer

13 Mar , 2018  

Les comparto en esta entrega las palabras pronunciadas en la Mesa Panel «Cinco obras clásicas de 1918: Contextos, Contenidos y Actualidad», dirigida por los Dres. Esteban Krotz y Rodrigo Llanes, que tuvo lugar en el marco de la FILEY 2018 el pasado 10 de marzo de 2018. Se trata de un comentario breve a la persona y la obra de Sir James George Frazer.

Sobre el autor: Nacido en Escocia el 1 de enero de 1854 y muerto en Cambridge el 7 de mayo de 1941, Frazer ofreció una relevante contribución al estudio de los orígenes de las creencias sostenidas por las religiones. A partir del estudio comparativo, Frazer relacionó los distintos mitos y rituales de las variadas culturas antiguas con algunos de los mitos y rituales sobrevivientes en algunas culturas de su época y llegó a la conclusión, polémica para su época (y aún para la nuestra), de que la magia, la ciencia y la religión no parecen tener caminos tan distintos para llegar a sus conclusiones, como solemos imaginar.

Frazer cristalizó sus búsquedas enciclopedistas en el libro La Rama Dorada, doce volúmenes con estudios comparativos en religión. Desde un pequeño problema, como explicar la norma que regulaba la sucesión del sacerdocio de la diosa Diana en Aricia, Italia, la obra se multiplicó y ramificó, abarcando los mitos y dioses agrícolas, los mitos de la vegetación, las víctimas propiciatorias, la magia, los alucinógenos, los ritos de fertilidad y el temor a los muertos en el nacimiento de las religiones. Una obra digna de asombro, pero difícil de leer, como podrán imaginarse. La rama dorada intenta definir los elementos comunes de las creencias religiosas, que van desde los antiguos sistemas de creencias a las religiones relativamente modernas como el cristianismo.

Sobre la obra: De esta obra mayúscula se desprende el volumen que nos convoca: El Folklore del Antiguo Testamento. Estudios comparativos de religión. Fue escrito entre 1917 y 1918, pero vio su primera traducción al español hasta 1981. Como puede verse desde el índice de la obra, el propósito es acercarse a algunos de los relatos más significativos del pentateuco y realizar estudios comparativos con mitos y experiencias espirituales de otras latitudes.

La marca de Caín, un ejemplo: Bastará, para hacernos una idea de la vastedad de su tarea, fijarnos en uno de los capítulos: la marca de Caín. No hay duda de que es un relato que ha dejado profundas huellas en nuestra cultura occidental: lo encontramos como título de la una novela de Saramago, de un disco de Miguel Bosé o como tópico en la canción de Silvio titulada Judith, que afirma “No puedo dejar de decir que esta triste canción a tu lado oscurece…, pues es tarde quizás para mí y Caín me ha marcado sobre la frente…”.

Pues bien, a partir del relato bíblico, Frazer hace un viaje por muchas tradiciones religiosas alternas para explicar el sentido de la marca de Caín. Comienza acercándose al trato que se ofrece a los homicidas en diversas culturas, en el afán de encontrar similitudes con el relato bíblico. Se pregunta si la marca de Caín tiene sentido defensivo para el homicida. Repasa la tradición ática, que no permitía que el homicida expulsado tocara tierra a su regreso. Pasa después a considerar la tradición de Tobu, una isla de Nueva Guinea: “cuando el jefe Gaganumore mató a su hermano, no se le permitió volver a su poblado y tuvo que construirse uno para él solo”. Recorre así las costumbres de los Akikuyu, del África central británica, los moros marroquíes, la mitología griega, varias tribus del alto Senegal, los bagesu de África Oriental, los kavirondo nilóticos, también africanos, los boloki, del Alto Congo, los indios Omaha de América del Norte, los yabim de Nueva Guinea, los bantú, de la cuenca baja del Congo, las tribus masai, nandi y wagono, los indios Thompson de la Columbia británica, los esquimales tinneh, los indios Chinook de Oregon, los arunta de Australia central, las tribus de las islas Fidgi, y los herero, de la África suroccidental.

El estilo: A su vastedad de fuentes hay que añadir una característica no siempre presente en los estudios antropológicos: su arte narrativo. Frazer no es solamente de lectura agradable, sino que tiene la particularidad de engancharte en su misma búsqueda, de manera que cuando lo lees te sientes como compañero suyo de viaje. Además, hay que reconocer su fino sentido del humor, que tratándose de una materia religiosa y, por tanto, delicada, aligera la lectura. Les propondré un ejemplo: cuando trata el caso de la marca de Caín, al terminar el largo recorrido por todas las culturas revisadas en su concepción del homicidio y los rituales a él asociados, Frazer tiene una conclusión jocosa.

Nunca podremos saber cuál fue en concreto la señal con que Dios marcó al primer asesino para protegerlo; lo más que podemos hacer es aventurar alguna hipótesis al respecto. Si se nos permite juzgar a partir de prácticas similares comunes a muchos salvajes de nuestros días, puede que Dios hubiese adornado a Caín con pintura roja, negra o blanca, o quizás con una combinación armónica de esos tres colores. Por ejemplo, pudo haberle pintado todo el cuerpo de rojo, como los naturales de las islas Fidji; o de blanco, como los ngoni; o de negro, como los arunta; o la mitad del cuerpo roja y la otra mitad blanca, como los masai y los nandi. O si prefirió concentrar sus esfuerzos artísticos en la expresión del rostro de Caín, pudo haberle pintado un círculo rojo alrededor del ojo derecho y un circulo negro alrededor del izquierdo, como hacen los wagogo; o pudo embellecerle el rostro desde la nariz a la barbilla y desde la boca a las orejas, con un toque delicado de bermellón, como lo hacen los indios tinneh. O pudo cubrirle la cabeza con barro, a la manera de los pima, o todo el cuerpo con estiércol de vaca, igual que los kavirondo. O también pudo tatuarlo desde la nariz hasta las orejas, igual que los esquimales, o entre las cejas, como los thonga, para que le brotasen granos y darle así la apariencia de un búfalo encolerizado. Adornado de ese modo, el señor Smith —porque Caín y Smith significan lo mismo (herrero)— pudo haberse paseado por la desierta extensión de la tierra sin miedo a ser reconocido y molestado por el espíritu de su víctima.

Pero si ya la comparación de Caín y Smith provoca hilaridad, esperen el final del párrafo:

Esta explicación de la marca de Caín ofrece la ventaja de eliminar del relato bíblico un absurdo manifiesto. Porque, según la interpretación al uso, Dios puso la marca sobre Caín a fin de protegerlo frente al asalto de otros hombres, con lo cual parece como si Dios hubiese olvidado que no existía nadie que pudiese dar muerte al asesino, ya que entonces solo habitaban la tierra él y sus padres. De aquí que al suponer que el enemigo temido por el primer homicida era un espíritu y no un ser vivo, evitamos la irreverencia que supondría imputar a Dios un grave lapsus de memoria, difícilmente atribuible a un ser omnisciente. Por consiguiente comprobamos de nuevo que el método comparativo viene a ser un advocatus Dei eficaz.

Actualidad de la obra: Quiero terminar diciendo una palabra sobre la relevancia de James Frazer para los estudios bíblicos. Frazer fue quien enriqueció el nacimiento de las ciencias bíblicas con el aporte antropológico. Me explico. Durante muchos siglos la Biblia se leyó como un texto de verdades religiosas, sin que se sintiera la necesidad de cuestionar si los textos tenían pretensiones históricas, didácticas o simplemente eran guardianes de leyendas antiguas.

El avance de las ciencias, particularmente de las ciencias del lenguaje, fue complicando más la lectura de la Biblia. Uno de esos avances está representado por Wellhausen (1844-1918), a quien se debe la primera propuesta sencilla y unitaria de cuáles son las fuentes que están detrás del Pentateuco, así como su datación cronológica. Aunque no es el primero que la plantea, sí es quien la consagró. Un resumen de la hipótesis, que peca de simplista, sería que los seis primeros libros de la Biblia habrían sido compuestos a partir de cuatro documentos previos, denominados Yahvista, Elohista, Deuteronomista y Sacerdotal (Priesterkodex) y mencionados ordinariamente por las siglas J, E, D y P.

Este avance fue el inicio de un estudio serio, desde el punto de vista literario y de las fuentes, que inauguró, por así decirlo, la lectura crítica moderna de la Biblia. A este filón de estudios literarios vino a sumarse la aportación de Frazer desde la antropología cultural. Frazer tuvo la osadía, no sólo de asumir algunos de los avances literarios de la época (cita con profusión la hipótesis documentaria de Wellhausen), sino de atreverse a comparar los relatos bíblicos antiguos con las costumbres que se mantenían vigentes en muchas culturas en el tiempo en que Frazer escribía. Esto, aunque puede tener el riesgo del anacronismo, revela en Frazer una convicción que fue muy polémica, pero que va terminando por reconocerse: que es propio de la humanidad el establecimiento de relatos etiológicos y que en ellos se condensa la trasmisión de ideas y valores que una cultura (o una religión) tiene interés de transmitir a las siguientes generaciones.

Contra el fundamentalismo: El abandono de la lectura antigua de la Escritura, espiritual y didáctica, para –en confrontación estéril con los avances de la ciencia– insistir en sus aspectos literalistas, ha dado origen a una enfermedad que conocemos como fundamentalismo, que revela la incapacidad de distinguir en los libros bíblicos los diferentes géneros literarios y que se aferra a una lectura que desconecta el texto de su origen: el ambiente en el que fue escrito, las circunstancias histórica y culturales de origen, la evolución de las ideas y las intenciones de los redactores finales.

No pensemos que el fundamentalismo es solamente problema de alguna religión en particular, como podría pensarse del islam radical, sino que es una amenaza para todas las religiones, incluyendo las más modernas, que no dejan de tener su oscuro rincón de fundamentalismo contra el cual habrá que dar una batalla ilustrada y plena de argumentaciones convincentes. La Biblia no está condena a ser leída siempre desde una perspectiva irracional. Sólo por ese legado, vale la pena que la obra de Frazer, aun después de cien años, no caiga en el olvido.

Cita bibliográfica:

FRAZER, sir James George, El Folklore en el Antiguo Testamento, (Fondo de Cultura Económica, México, 1981). Trad. de Gerardo Novás. 648 pp.; 22 x 15 cm (Colec. ANTROPOLOGÍA)


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