Iglesia y Sociedad

Memorias íntimas de Detroit

11 Oct , 2009  

Los miro mientras conversan en sus equipos de trabajo. Vienen de varios estados: Ohio, Indiana, Illinois, Michigan… Algunos han debido viajar hasta ocho horas en automóvil para llegar hasta aquí. Son cerca de cien personas y pasarán en Detroit todo el fin de semana. La mayor parte de ellos son de origen mexicano, aunque haya contados guatemaltecos, salvadoreños y boricuas. Una gran mayoría son indocumentados, no tienen papeles en regla y de vez en vez tienen cambiar de trabajo o escapar de las redadas de la migra. Los demás son residentes legales y una pequeña minoría está constituida por personas que, después de muchos años de trabajar en este país, han adquirido la ciudadanía norteamericana.

Todos tienen el rostro curtido y las manos callosas por los trabajos rudos que desempeñan. Todos llegaron a estas tierras en busca de oportunidades de trabajo y deslumbrados por el espejismo del sueño americano. Las peripecias que envolvieron su entrada clandestina a este país aportarían material suficiente para varios documentales de terror, con carreras a salto de mata, peligros de muerte y tragedias familiares. Como el Israel cautivo en Egipto, este pueblo de migrantes no tiene, para la cultura dominante, más que un solo rostro mestizo y uniforme. No entienden los anglosajones la riqueza de diversidad cultural que representa esta comunidad de habla hispana. Para los gringos no hay mexicanos o peruanos, salvadoreños o ecuatorianos: sólo hay latinos.

Empujados por la incapacidad de sus gobiernos nacionales y locales y por una inicua organización social que terminó de expulsarlos de sus propios países de manera inmisericorde, llegaron aquí para enfrentarse a la cruda realidad de la discriminación, del trabajo mal pagado, del abuso convertido en cultura del desprecio al diferente. Vinieron persiguiendo un espejismo y se desengañaron dos kilómetros después que se adentraron más allá de la frontera.

Mientras los miro trabajando en sus equipos de reflexión recuerdo aquella película que vi en mis años de adolescente y que se llamaba “De qué color es el viento”. Era la historia de dos infantes, un niño y una niña, que eran ciegos y, aunque pertenecían a clases sociales diferentes, se hicieron grandes amigos en la escuela de invidentes en la que eran condiscípulos. Con frecuencia se divertían imaginando cómo sería el sol, los caballos, las noches estrelladas. Un día, el varón fue operado y pudo recuperar la vista. Conversando algún tiempo después con su amiga ciega, ella le dirige la pregunta que da nombre al film: “Oye… ¿De qué color es el viento?”. El niño que era ciego y ahora ve, le contesta con amargura: “Ni preguntes, está muy sucio, no vale la pena verlo”

Pero la luz de la vida se abre paso en medio de las sombras de muerte. En medio de adversas circunstancias, la comunidad hispana va encontrando en sus raíces culturales y religiosas la fuente de una reconstrucción social de su propio valor y dignidad, rodeados de una sociedad racista que los mira con indiferencia, cuando no con desprecio. No es extraño que en muchas de las iglesias católicas de estas regiones haya ya más misas en castellano que aquellas que se celebran en inglés. El espacio de las parroquias ha funcionado de vientre generador para la creación de nuevas relaciones entre los migrantes hispanos, para la reapropiación de su propia identidad y de sus raíces, para la revaloración de sus personas y de sus ancestrales culturas.

El crecimiento y expansión de la comunidad hispana en el seno de las iglesias católicas del Medio Oeste norteamericano es un acontecimiento digno de un estudio socio-religioso. No soy yo, por ventura, la persona calificada para realizarlo. Estoy convencido también que, a la larga, será reconocido como una buena noticia para la entera sociedad norteamericana. Yo, por el momento, me conformo con mirar con ojos arrobados y acompañar, así sea de manera intermitente y marcada por la lejanía, sus esfuerzos por abrirse espacios en la construcción de una interculturalidad que puede ser la salvación, no sólo para la iglesia católica de este país, sino incluso para la existencia misma de esta nación tan llena de contrastes.

A este centenar de agentes de pastoral de distintas parroquias y diócesis, de cuyas vidas he aprendido tanto y con quienes he compartido este encuentro bíblico titulado “La Voz y el Rostro de la Palabra”, debo añadir en mi recuerdo agradecido a los miembros y auxiliares del Instituto Cultural de Liderazgo del Medio Oeste (ICLM), el organismo que lleva adelante un heroico trabajo de acompañamiento pastoral de la comunidad hispana, cuyos rostros y nombres llevo grabados en el corazón a sangre y fuego: Tom y Miriam, Cecilia y Carmen, Félix, Andrea y Sandra, a cuyo lado he trabajado y de cuyo testimonio cristiano he salido tan enriquecido. Me siento profundamente honrado de haber sido, a su lado y durante los últimos seis años –así sea en esporádicas temporadas– compañero de camino.

En esta ocasión, al esfuerzo del ICLM se han unido de manera generosa la jesuita “University of Detroit Mercy”, que gentilmente nos ha facilitado sus instalaciones para el curso y de cuya exquisita hospitalidad he tenido la suerte de disfrutar, la American Bible Society que nos ha favorecido con una parte de los recursos financieros y al Obispo auxiliar de Detroit, también él de ascendencias mexicana, Monseñor Daniel Flores, de cuyo espíritu de fe, sencillez de trato y cercanía con el pueblo hispano he quedado tan edificado.

Como en toda esta región del Medio Oeste y de los Grandes Lagos, en la ciudad de Detroit las estaciones del año están bien caracterizadas. La belleza y colorido de su vegetación son, en pleno otoño, una delicia para los ojos: morados tenues, púrpuras encendidos, verdes amarillentos, colorean el follaje de los árboles y se combinan con los límpidos azules del cielo. Aunque el clima anuncia ya la cercanía de un inverno frío, uno puede disfrutar la variedad de la naturaleza en estos lares como en pocas regiones del país del norte. Nada se compara, sin embargo, con la belleza de la gente hispana que aquí he conocido y su fascinante historia de coraje y de inquebrantable esperanza.

Colofón: Todo lo anteriormente dicho no me hace olvidar el mal rato y las horas de tensión que la irresponsabilidad de la compañía Mexicana de Aviación me hizo pasar en el viaje de ida. Una historia de horror que, de no prosperar el reclamo que contra ellos interpondré en estos días, tendré el placer de contar con pelos y señales en este mismo espacio.


4 Responses

  1. «Si la luna suave se disliza,
    por cualquier corniza sin permiso alguno,
    por qué el mojado precisa,
    comprobar con visas que no es de Neptuno»

    «… no es de aquí porque su nombre no aparece en los archivos,
    ni es de haya, porque se fue…»

    Les invito a escuchar el tema «Mojado» de Ricardo Arjona, Creo que describe bastante bien la triste realidad de nuestros paisanos.

  2. tere ruiz baeza dice:

    cuando leo la riqueza que encierran sus palabras no dejo de admirarlo,tiene ud, mucha sensibilidad y un vocabulario lleno de palabras que hoy en dia ya nadie emplea, me recuerda mi niñez y parte de mivida a lado de la familia que me crio y que ud. conocio, la Srita. Laydita Castro Aragon, q.e.p.d.
    Saludos y que Dios lo bendiga

  3. ANGELICA ARANDA dice:

    QUE UNA VEZ MAS, TU PRESENCIA ENTRE NUESTR@S HERMAN@S DE MEXICO Y OTROS PAISES, SEA FUENTE DE INSPIRACION Y ESPÈRANZA

  4. ROGELIOGUERRA dice:

    LA RIQUEZA DE UNA NACION ESTA EN SU DIVERSIDAD BIOLOGICA Y CULTURAL, DESAFORTUNADAMENTE LA BELLEZA DE ESTA RIQUEZA NO ES APRECIADA POR MUCHOS HERMANOS.

    UN ABRAZO PADRE RAUL.

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