Iglesia y Sociedad

Las religiosas norteamericanas y el Vaticano

21 Dic , 2009  

En octubre pasado estuve en los Estados Unidos. En el curso que ofrecí me encontré con Bárbara, una religiosa norteamericana que pasó buena parte de su vida viviendo en Honduras, compartiendo su fe en las tareas de la evangelización y la catequesis entre comunidades marginadas en los cinturones que rodean a San Pedro Sula. Me dio mucho gusto reencontrarla. Después de rememorar juntos algunos de nuestros mejores años, Bárbara me dijo en voz baja: ¿ya supiste lo de la investigación del Vaticano a las religiosas norteamericanas? En pocos minutos me puso al día sobre las visitas que, de parte del Vaticano, están recibiendo las congregaciones religiosas femeninas del vecino país. Había un dejo de tristeza en las palabras de Bárbara…

Hoy quiero ofrecer este espacio a Sandra M. Schneiders I.H.M., afamada teóloga y profesora de Nuevo Testamento y espiritualidad cristiana en la Escuela Jesuítica de Teología en Berkeley, California. Este artículo fue ya publicado en la revista U.S. Catholic correspondiente a enero de 2010, que está ya en manos de los suscriptores. La traducción al castellano es de Fernando Prado, c.m.f. y el envío se lo debo a Miguel Arias, amigo como pocos. Como me parece un buen tema para la reflexión y discusión, he decidido dejar el tradicional cuento de navidad para la semana próxima. Aprovecho enviar a todos los pacientes lectores y lectoras de esta columna un cordial abrazo navideño. Les dejo con el artículo de Sandra Schneiders:

“Cuando se discute sobre la investigación del Vaticano a las religiosas, hay dos cuestiones que aparecen repetidamente: 1) Si las religiosas no tienen nada que esconder… ¿por qué se oponen a ser investigadas por el Vaticano? 2) ¿Por qué iban a ser más inmunes las congregaciones religiosas de ser controladas por sorpresa por el Vaticano sobre su calidad de vida, que las “franquicias” de comida rápida (fast-food) a quienes su oficina central controla todas sus operaciones y productos?

Dado que estas cuestiones suelen ser preguntadas retóricamente, merecen ser contestadas. Primeramente, comparar a las congregaciones religiosas con las “franquicias” de comida rápida es como decir que todas las instituciones académicas de Educación Superior en los Estados Unidos son “franquicias” del Departamento de Educación: el masificado sistema de la universidad de California, una pequeña universidad rural para mujeres, la Academia Militar de West Point… Si la analogía fuera válida, cualquier pequeño Community College sería tan igual el uno al otro como lo es una bolsa de patatas fritas de un Mc Donald´s de Peoria a la de una de un Mc Donald´s de Boston. ¿No deberían estas “franquicias” (escuelas) proveer este producto (un grado de bachiller) siguiendo todas las mismas recetas (cursos requeridos) y utilizando la misma medida (exámenes idénticos)? ¿Acaso no habría de tener derecho la Oficina Central de hacer inspecciones sorpresa para asegurar que esa uniformidad es mantenida? Obviamente, esta forma de pensar es ridícula. Hay múltiples propuestas de una misma educación, con escuelas que ofrecen una variedad infinita de programas, para estudiantes de muchos tipos y con objetivos bien distintos.

Como reconoce el Decreto Conciliar del Vaticano II Perfectae Caritatis sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, “de acuerdo con el designio divino… una maravillosa variedad de comunidades religiosas” ha surgido en la Iglesia. Aunque haya profundas similitudes entre ellas y haya, igualmente, ciertos criterios aplicables a todas –la fidelidad a los votos, por ejemplo– medir con un mismo molde –un mismo cuestionario aplicado universalmente a todas las órdenes– no es ni razonable ni deseable. Las órdenes difieren ampliamente en sus carismas, ministerios, vida de oración, vida comunitaria y gobierno. Excepto el celibato –que es idéntico para todos/as– muchos aspectos de la vida religiosa han sido legítimamente interpretados y vividos de forma diferente en las múltiples comunidades. Además, al contrario de lo que muchas personas creen, las congregaciones religiosas –a diferencia del clero diocesano– no reciben ayuda económica alguna de la Iglesia institucional. Yendo todavía más lejos, habría que decir que las personas consagradas no hacen “votos al Papa” o a la jerarquía. Los religiosos hacen sus votos a Dios, de acuerdo a las constituciones aprobadas de sus propias congregaciones. En una palabra, los religiosos no son ni económicamente, ni jurídicamente ni organizativamente oficinas o sucursales, ni mucho menos “franquicias” del Vaticano.

La analogía de la “franquicia” de comida rápida quizá sea absurda… pero ¿puede haber otra mejor? Se me ocurre sugerir el matrimonio. Al casarse, las parejas católicas toman la libre decisión de comenzar una familia y piden a la Iglesia, a través de su ministro, que sea testigo y tome nota del consentimiento mutuo que realiza el sacramento. El ministro de la Iglesia ni selecciona a las parejas, ni decreta el matrimonio ni confiere el sacramento. La Iglesia establece ciertos requisitos para que el matrimonio sea sacramental, como, por ejemplo, que las dos partes lo hagan libremente y que elijan en libertad a su pareja, que tengan cierta formación o catequesis para que comprendan lo que la Iglesia entiende por matrimonio y se comprometan en unión de vida monógama. La Iglesia no les dice a ellos dónde vivir, ni qué vestir, ni cuántos niños tener, o dónde hayan de mandarlos al colegio, o como han de gestionar sus finanzas, o a qué parroquia han de ir. La vida de la pareja no es objeto de regulación minuciosa, ni tampoco es un agente de la Iglesia institucional.

Las congregaciones religiosas no han sido fundadas por la Iglesia institucional. Algunos creyentes, bajo la influencia de uno o más fundadores, toman juntos el compromiso libre de vivir una forma intensa de discipulado cristiano y ministerio. Si la orden toma carácter estable, los miembros escriben una constitución o regla y piden a la Iglesia que la apruebe. Al igual que hace para las parejas casadas, la iglesia establece algunos requisitos para las congregaciones religiosas, como, por ejemplo, que los que entren lo hagan en libertad, que tengan una adecuada formación, unos votos perpetuos, incluyendo, claro está, el celibato consagrado.

Una vez aprobadas, las congregaciones y sus miembros se convierten en la Iglesia en “personas públicas”, pero no -como los ministros ordenados- en agentes de la institución, maestros oficiales o impulsores de la política eclesial. Los religiosos no son parte de la estructura jerárquica de la Iglesia, como tampoco lo son las personas casadas. Una vez formada, una orden religiosa es como una familia. Aunque los miembros no estén unidos por la sangre sino por la fe, es una comunidad multi-generacional cuyos miembros han comprometido su vida unos con otros. La comunidad nace de un carisma particular, desarrolla un espíritu que le distingue y genera una tradición propia. Tiene sus propias prácticas, sus propios símbolos, santos (canonizados o no) y modos de compartir y celebrar. Tal y como sucede en cualquier familia, puede haber errores y se pueden tener problemas, conflictos y cuestiones a superar. Pero también hay caminos para resolverlos. Hay momentos de triunfo y de éxito, lideres que les influyen y una historia de cambio y desarrollo. Pero, sobre todo, cada congregación -como cada familia- es única.

¿Por qué ha de resistirse una congregación a una investigación impuesta sobre su vida? Como cualquier familia sana, las congregaciones comparten con gusto su vida con otros, pero si se les somete de repente y unilateralmente a una investigación detallada sobre todas las cuestiones y detalles de su vida interna, esto causa el mismo tipo de reacción que la que experimenta cualquier familia cuando es asaltada o robada. Mucho más serio que la pérdida de objetos de valor es el hecho de que un extraño esté manipulando las fotos de sus hijos, entrando en la habitación del matrimonio, revolviendo los papeles de la familia o los documentos financieros. Esto es sentido como una violación de la privacidad, como un cruzar los límites que solo pueden ser cruzados por invitación. La resistencia que sienten las víctimas no tiene nada que ver con el secreto, con tener algo que esconder o con el pudor o vergüenza por mostrar la vida familiar. Tiene que ver, más bien, con el respeto a uno mismo; con la necesidad y el derecho a mantener el sentido de integridad y de propia determinación.

Querer violar la privacidad es destruir esta integridad dejando a la víctima sin defensas ante un poder aplastante. Sea una violación física (como en el caso del robo), sea espiritual (como invasión de la conciencia), el objetivo es la dominación por intimidación. Hay veces, por supuesto, en que un grupo pierde el derecho a la privacidad. Entonces rebasar los límites, aunque sea por la fuerza, es legítimo y necesario, como cuando un hogar se convierte en un lugar de tráfico de drogas, o cuando un obispo facilita el abuso sexual de niños por parte de sacerdotes, o cuando una congregación religiosa, como los Legionarios de Cristo, se convierte en un lugar de inmoralidad institucionalizada. Pero, cuando no hay indicios creíbles de serios delitos, tal y como está sucediendo en este caso de la investigación a las religiosas, cruzar los límites por la fuerza es una violación de la intimidad.

Las congregaciones religiosas no son un montón de oficinas o “franquicias” del Vaticano. El derecho a la integridad y a la autonomía de su vida comunitaria, gobierno y privacidad lo tienen garantizado por el Código de Derecho Canónico. Oponerse a esta violación no es un asunto de secretismo, desobediencia u orgullo. Es una expresión del respeto corporativo y personal hacia sí mismas que dimana de su propia humanidad y de su Bautismo”.


3 Responses

  1. Efraìn dice:

    Excelente anàlisis, recordemos que la vida religiosa siempre ha sido alternativa frente a realidades adversas, he escuhado argumentos insostenibles como el hecho de no llevar hàbito por ejemplo, como es el tema un vestido define el ser y el quehacer de un consagrado, el mejor testimonio que se puede hacer del evangelio es la actitud vital y profètica por la que se caracteriza un consagrado no matemos la acciòn del Espìritu que aùn sigue soplando sobre un mundo ta necesitado de la presencia de Dios. Partiendo de argumentos y posturas rígidas y estandarizadas

  2. Jorge Rubio dice:

    Si bien es cierto que todos tiene su privacidad, también es cierto que la Iglesia es la encargada de regular el sano funcionar de las congregaciones y en el artículo no se nos menciona las razones por las cuales se les va a orestar especial atención, es necesario mencionar las razones para hacer un crítica objetiva, si no todo queda en críticas prejuiciosas a la jerarquía

  3. Maru Noguez dice:

    Sandra Schneider hace un análisis muy claro de lo que pasa.Felicidades. Me adhiere a su posición. Yo no sabia nada . Pienso en mis amigas sores de aquel lado…¿cómo lo estarán tomando?
    Me deja una amarga tristeza el saber que esto está sucediendo.Dice una amiga mia : «acepto a mi iglesia católica con sus aciertos y desaciertos»…si….porque que nuestro encuentro y aceptación es con EL no con la jerarquía.
    Desde mi pequeña posición oro porque
    gane el respeto.

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