Iglesia y Sociedad

Las comunidades cristianas primitivas

3 May , 2011  

La semana pasada compartí una serie de reflexiones y trabajos con muchos mexicanos y mexicanas que viven en los Estados Unidos. Fui invitado por la parroquia claretiana ‘Nuestra Señora de Guadalupe’, de Chicago, a unas jornadas de reflexión pascual cuyo tema fue el desarrollo de las primeras comunidades cristianas, tal como vienen reflejadas en el Nuevo Testamento.

Después de estudiar los diferentes modelos de experiencia cristiana que pueden reconocerse en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en las cartas neotestamentarias (comunidades judeocristianas, helenistas, juánicas, paulinas, etc.), y acompañados de los resultados más relevantes de los especialistas en el campo, particularmente de Rafael Aguirre, conversamos acerca de lo que hemos hecho con esa preciosa herencia en nuestras iglesias actuales.

Un primer elemento es que la tesis paulina de Gal 3,28 es la manifestación de aquello que le da esencia y unidad a los cristianismos primitivos. Es una tesis que sirve de fundamento a la función integradora de las comunidades cristianas. Es la versión radical de una estructura fundamental común a los diferentes cristianismos primitivos: los círculos joánicos, las comunidades judeocristianas palestinas y helenistas y el pagano cristianismo.

La primera tesis (ni judío, ni griego), determina una capacidad de integración étnica, la inculturación. La segunda tesis (ni esclavo, ni libre) muestra la capacidad de integración social del cristianismo que hace de la pertenencia a Cristo, base de la fraternidad universal. La tercera tesis (ni hombre, ni mujer) muestra la integración emancipadora del cristianismo, que reparte funciones y hace una reflexión ética que reconoce a todo ser humano un mismo estatuto antropológico de igualdad.

El bautismo, como decisión de situar la existencia bajo el señorío de Jesús, presupone una elección personal que implica una nueva conciencia individual. Cada creyente es ciudadano de una patria de la que sólo Jesús es el salvador y que vive dispersa en comunidades. Estas comunidades ofrecen a las personas disonantes, de estatuto incierto, la posibilidad de una nueva identidad en la que nos reconocemos como hermanos y hermanas. Las clases sociales inferiores tienen acceso a las elites en las comunidades domésticas, porque las relaciones de clase se redefinen a la luz de la hermandad fundamental, para ser abolidas. Aunque hay jerarquías y funciones sociales dentro de la comunidad, están sometidas al principio crítico de que todos son servidores de un mismo Dios, y han de reconocerse como hermanos y hermanas.

Un segundo elemento fue analizar las tensiones que aparecen entre los diferentes modelos de cristianismo. Notamos que el surgimiento de tensiones se debe en parte a que muchos comportamientos sociales interiorizados entran en competencia con las nuevas reglas comunitarias: libres que quieren que los esclavos lo sigan siendo, judíos y paganos que esperan que los “otros” se porten distintos de lo que son. Además, las tensiones se agravan cuando, interiorizadas ya las nuevas reglas cristianas de comportamiento, entran en colisión con los modelos de comportamiento en vigor en la sociedad: mujeres y esclavos que son tratados de una manera en las comunidades y después regresan al trato que tenían antes. Ante estas tensiones hay distintos tipos de respuestas: la búsqueda de soluciones dependerá de las circunstancias de cada comunidad: en el judeocristianismo se valora, por ejemplo, a los pobres y pequeños (Mateo y Santiago), mientras que en el pagano cristianismo se defiende el punto de vista de los dueños de las casas (tablas domésticas en Colosenses, Efesios, Timoteo y Tito).

Las decisiones éticas se van adoptando de acuerdo con los valores propios de las comunidades implicadas y van modelando sus relaciones con el exterior. Así, el cristianismo postpaulino de los Hechos y las cartas pastorales trata de combinar dos aspiraciones: la fidelidad a los valores del cristianismo, y el reconocimiento del cristianismo por la sociedad exterior. Por eso los cristianos han de ser hombres y mujeres mejores, esclavos mejores, mejores ciudadanos.

El judeocristianismo helenístico de Mateo y la carta de Santiago, en cambio, defienden a las clases inferiores. El comportamiento resultante es el de un movimiento alternativo que se desmarca críticamente de los modelos sociales vigentes y se opone a su sistema de valores. El cristianismo joánico, por último, implantado en círculos marginales de la sinagoga y en las clases altas paganas, se distancia de los problemas políticos y económicos, aunque cuidan la solidaridad entre los miembros de la comunidad.

Un tercer elemento es la importancia del diálogo. Tratar de reducir la diversidad de los cristianismos primitivos a un denominador común, es una empresa contraria a la realidad histórica porque la diversidad es un elemento constitutivo de los primeros movimientos cristianos. Aunque todos los movimientos primitivos hacen referencia a la persona de Jesús y a su mensaje, toman diferentes trayectorias. Hay, desde antiguo, la tendencia a la uniformidad: se busca la unidad para no dar ocasión de persecución, para evitar cuestionamientos a definiciones de la confesión de fe cristiana que debe ser definida y defendida.

Pero la fe cristiana no se define, fundamentalmente, por un sistema de proposiciones teológicas infalibles que pueda transmitirse, sino por la recepción del evangelio por parte de personas que reconocen la autoridad del mensaje de Jesús e interpretan su propia existencia (de las personas) a partir de este mensaje. Por eso no puede lograrse la unidad más que a través de un diálogo abierto, que mantenga en discusión constante a los movimientos que encuentran su referencia en alguno de los cristianismos antiguos (no sólo los que fueron canonizados por la gran iglesia), de manera que se busque la verdad entre todos y se reconozca la diversidad, no como competencia de poder, sino como compañeros de una discusión que busca encarnar el evangelio a las circunstancias concretas. El resultado de este diálogo, desde luego, será siempre provisional. Esa es una de las marcas de nuestra humana y limitada comprensión del mensaje y la persona de Jesucristo.

Un cuarto elemento es la relación dialéctica que ha de establecerse entre la iglesia y el Reino de Dios. El proyecto de Jesús, es el reinado de Dios. Jesús lo acepta y lo encarna en su existencia humana de manera plena. Hoy todos estamos de acuerdo en que el Reino de Dios es el centro de la proclamación de Jesús y lo que explica su actuación y su itinerario vital. Dios lleva adelante el reino comenzado por Jesús, porque tal reino tiene una dinámica que sobrepasa al Jesús histórico y abarca a toda la historia y a toda la humanidad. Y la cercanía de Dios (la llegada del Reino) implica plenitud humana (curaciones, liberaciones) y se traduce en una experiencia de libertad, de amor y fraternidad. Al servicio de este proceso de humanización plena está la iglesia. La iglesia no existe sino para acoger, difundir y hacer presente el Reinado de Dios en el mundo. La existencia de Jesús, su mensaje, es el punto de referencia obligado y privilegiado para cualquier experiencia de la iglesia de cualquier época.

Si el servicio al Reino de Dios es el criterio último que debe guiar a la iglesia, y el punto de referencia para el discernimiento de sus opciones, entonces el reto mayor es que sus medios institucionales estén al servicio de este fin y no al revés. La iglesia al servicio del Reino y no viceversa. La iglesia, para decirlo con palabras de Rafael Aguirre, “no se justifica por la mera existencia de unos determinados elementos estructurales, sino, ante todo, por la capacidad de expresar socialmente, mediante su vida comunitaria, la novedad del Reino de Dios, su capacidad de humanización y de innovación histórica”.

Un quinto elemento, finalmente, es la tensión entre carisma e institución. Siempre ha habido en la historia de las comunidades cristianas de los diferentes tiempos, y los cristianismos primitivos no son la excepción, tensiones entre diversas tendencias. Para quien no relativiza a la iglesia poniéndola siempre en referencia al Reino de Dios, las disensiones son causa de sobresalto y de angustia. La unidad de la iglesia, su monolitismo dogmático y moral se convierten en su única razón de existir, por lo que se crean nuevas inquisiciones.

Para quien, en cambio, se esfuerza por leer la historia de la iglesia con ojos de Reino, los grandes movimientos de protesta dentro de la iglesia (comunidades joánicas en la antigüedad, o franciscanismo en la edad media, o teología de la liberación en el siglo XX) son reivindicaciones del Espíritu que no cesa de mantener la semilla de la libertad y la pluralidad dentro de la comunidad cristiana. La tensión entre ortodoxia y profetismo, entre apertura y cerrazón, entre prudencia y audacia, es sana para las comunidades, siempre que se creen y se recreen espacios de diálogo y vehículos de comunicación intercomunitaria que renuncien a la descalificación y a la imposición autoritaria.

Aunque hay, en el fondo de las diversidades, una coherencia en el proceso de adaptación del mensaje cristiano a los requerimientos de las distintas épocas, también es cierto que soluciones pertinentes para un tiempo se revelan como inconvenientes para otro. Bastaría ver la posición de los cristianos ante el poder en las diferentes épocas de los cristianismos primitivos o de las sucesivas épocas históricas de la iglesia. Tratar de legitimar las actuales estructuras de organización (patriarcal y autoritaria) de la iglesia recurriendo a argumentos etiológicos en Jesús no es correcto. El margen de lo históricamente modificable en lo que toca a la esencia de la experiencia cristiana, es mayor de lo que con frecuencia se quiere aceptar. La iglesia, como estructura humana, tiene el peligro de revestir con una peculiar legitimación religiosa la tendencia de toda institución humana a la permanencia de sus formas. Si es cierto que Jesús y su predicación del Reino son el punto de referencia inexcusable para la iglesia, entonces hay que aceptar que la pregunta correcta no es si Jesús fundó o no fundó esta iglesia, sino cómo tiene que ser la iglesia si quiere estar fundada en Jesús.

Sé que estas notas no reflejan el ambiente vital y participativo del centenar de entusiastas participantes hispanos en las jornadas pascuales, pero pueden servir para que los pacientes lectores y lectoras de esta columna tengan noticia de lo que ahí conversamos durante la octava de pascua.

Colofón: El próximo domingo 8, a las cinco de la tarde, partirá del comienzo del Paseo de Montejo la marcha silenciosa por la justicia y contra la impunidad, convocada por Javier Sicilia a escala nacional. Ahí nos vemos.


One Response

  1. si uno mismo parte desde el punto de lo que yo creo por propia vivencia, y por supuesto real conviccion de una intima relacion con mi yo espiritual, nos dejaria el campo abierto para no solo dialogar sino abrir mi mente y corazón a cualquier tipo de idea ya sea contrastante o concertante,pero siempre manteniendo un pensamiento libre de prejuicios y preconceptos , para no cerrar mi entendimiento y estar libre a recibir mas informacion

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