Iglesia y Sociedad

Oración a Tonantzin – Guadalupe

13 Dic , 2011  

Señora y Niña mía, la más preciosa de mis hijas, venerado capullo de liberación, Santa María de Guadalupe.

Junto con miles, millones de personas en México y en todo el mundo, celebramos hoy un aniversario más de tus apariciones en el Tepeyac, cuando, en medio del desconcierto de la invasión española, con su carga de sangre y muerte, viniste a dejar claro que Dios, el Padre lleno de misericordia, está siempre de parte de las víctimas y nunca de los victimarios.

Por eso vestiste tu piel del color de la tierra, el color de los habitantes originarios, los verdaderos dueños de estas tierras, y por eso hablaste la lengua de uno de los pueblos que poblaban Mesoamérica, para que los invasores no se confundieran y supieran de una vez por todas de qué lado estaba la madre del verdadero Dios por quien se vive.

Señora y Niña mía, tu presencia fue buena noticia para los abuelos de nuestros abuelos, fue bálsamo de consuelo en medio de la matanza, tierna confirmación de la predicación de los pocos frailes que anunciaban el evangelio y denunciaban a los encomenderos.

Y cuando escogiste a Juan Diego, digno representante del pueblo náhuatl, como tu mensajero y, ante su negativa, parecida a la negativa de Isaías y Jeremías, insististe en que debería ser él tu digno embajador a pesar de sus reticencias (“soy cola, madrecita, escalera, pluma… envía a alguien a quien le hagan caso, no a mí”…), nos diste otra de tus evangélicas lecciones: ¿quién podría imaginar que, tras varios intentos, habrías de lograr lo impensable, que un obispo, español y blanco, se arrodillara ante un indio cuando éste, derramando en el suelo las rosas de la prueba, dejara al descubierto tu retrato en su ayate? ¿Qué mejor manera había de que se cumpliera en este continente, aquel grito alborozado que pronunciaste en otra aldea pequeña, ésta situada en Palestina, cuando proclamaste que Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los pobres?

Sí, Señora, la más pequeña de mis hijas, fuiste tú la que manifestaste por conducto de Juan Diego que querías poner entre nosotros tu casa. El obispo no quiso obedecerte. Suele pasar, cuando se tiene la cabeza llena de doctrina, pero el corazón vacío de amor por los más pobres. Pero tu milagro terminó por hacerlo recapacitar. Y te hizo una capilla, y después te hicimos una iglesia más grande, más tarde una basílica majestuosa y, finalmente, otra más grande y más funcional y moderna… y creímos que con ello cumplíamos, Madre de los que sufren, con tu recomendación.

Pero tú querías otra casa, Madrecita, una que estuviera compuesta por corazones unidos en la paz y en la justicia. Y esa no te la hemos hecho. Hoy, en un aniversario más de tus apariciones, venimos a tus pies llenos de vergüenza y con las manos llenas de sangre.

Sí, Señora y Niña mía, la casa que nos pediste esta en ruinas, en jirones, despedazada por la muerte y la violencia. Esta patria nuestra, aquella por la cual bajaste del cielo para hollar las cumbres del Tepeyac, está rota. Y nosotros somos los culpables. Hemos olvidado que, hijas e hijos tuyos, teníamos que vivir como hermanos y hermanas. Seducidos por la riqueza fácil, hemos renunciado a vivir pobres, pero con dignidad. Nos hemos ido tras el becerro del oro conseguido a la velocidad de la traición, de la ganancia inescrupulosa, de la sed de tener y tener, como si eso fuera a hacernos más felices.

¡Ay, Madrecita! Todos tenemos parte en esta catástrofe en la que hemos convertido ésta que debiera haber sido tu casa. Los delincuentes, por seducir con sus falsas promesas a nuestros jóvenes, por robarnos los espacios de convivencia, por haber perdido todo límite en su afán de dinero y de poder. Los gobernantes de todos los órdenes, porque su ineficacia también es criminal y su corrupción asesina. ¡Qué pena siento, Señora y Niña mía, por los políticos de este país, lacayos del dinero, sordos que no escuchan las maldiciones que se desgranan a su paso, cómplices de la ruina de esta patria adolorida!

Como en otros tiempos, también en el nuestro tu iglesia ha dejado de cumplir con su misión. Mientras la patria se nos deshace entre las manos, ella aparece interesada solamente en las normas que regulan el culto, en los debates de doctrina, en la persecución de disidentes. Se multiplican los Juanes de Zumárraga y nos hacen falta los Bartolomés de Las Casas. Pocas veces tu iglesia había estado más lejos del sentir de los fieles.

Pero también nosotros, los de a pie, tenemos parte en esta culpa, Madrecita de los que sufren. También nosotros hemos perdido el rumbo. También nosotros hemos privilegiado la ganancia por encima de la hermandad, las comodidades por encima de la solidaridad. En esta debacle generalizada, todos tenemos algún grado de responsabilidad. Sonreímos cómplicemente ante los súbitos enriquecimientos y es cada vez más rara la persona que sigue creyendo en la bondad del trabajo honrado. Creemos que la satisfacción del ansia de consumo: comprar la versión más avanzada del último descubrimiento tecnológico, vestir la ropa que marcan las tendencias de la moda, terminará por hacernos mejores personas, olvidando que el consumismo solamente nos hace menos libres.

Y, por si fuera poco, hemos celebrado hoy tu día con dos asesinatos más de jóvenes inocentes, cuyo único delito fue protestar para pedir mejores condiciones educativas en el estado de Guerrero. No nos ha bastado el atentado contra Norma. No nos ha bastado el crimen de Nepomuceno y Trinidad. Ahora, las fuerzas del orden se especializan en matar jóvenes estudiantes… ¡Ay, Madrecita! ¿con qué cara venimos a celebrar tu día? ¿Por qué seguimos hartándote hasta la saciedad con misas y peregrinaciones, antorchas y cantos, bicicletas y fuegos artificiales, si no somos capaces de aprender a vivir como hermanos y hermanas?

¿Qué podríamos ofrecerte hoy, Señora y Niña mía, Madre del verdadero Dios por quien se vive, sino esta patria en jirones para que tú, con tu bendición de madre, nos ayudes a reconstruirla? ¿Cómo encontraremos el camino certero hacia la paz con justicia y dignidad si olvidamos los nombres de nuestros muertos, si no nos mantienes tú en tu regazo? ¿Cómo honraremos tu nombre si no comenzamos, desde abajo y a la izquierda, a recuperar el tejido social roto, a mirarnos a la cara conscientes de la dignidad de aquel a quien miramos, al otro y la otra, que son nuestro reflejo, y que merecen, como cada uno de nosotros, alcanzar su máximo potencial humano y ser felices, para construir entre todos una patria de la que puedas sentirte orgullosa y no este caos de perversas ambiciones en que la hemos convertido?


2 Responses

  1. herrmoso mensaje, para reflexionar verdaderamente!!!!

  2. Maru Noguez dice:

    Gracias por poner en palabras lo que muchos pensamos.Gracias por hacerlo oración, nuestra oración. Que Dios lo bendiga siempre

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