Iglesia y Sociedad

La Sábana Santa y los relatos evangélicos de la pasión

22 Feb , 2012  

He sido invitado a participar en el IV Congreso Mexicano de Sindonología este próximo fin de semana en la ciudad de Poza Rica, en Veracruz, Diócesis de Papantla. Mientras preparo mi intervención, comparto con ustedes, pacientes lectores y lectoras de esta columna, el texto de la participación que tuve en el II Encuentro, en febrero de 2004, y que no había sido publicado en este espacio.

Planteamiento del problema

Santo Tomás de Aquino solía comenzar el tratamiento de algún tema teológico, encarando sus dificultades. “¿Es la Eucaristía verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo? Parece que no…” De esta manera, comenzaba el Aquinate enfrentando las objeciones, para terminar sacando a la luz todas las posibilidades contenidas en la pregunta.

Lo mismo me toca hacer a mí hoy. ¿Es la sábana santa un documento fehaciente de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo? Parece que no. No me referiré aquí a las objeciones que se le ponen a la reliquia desde el punto de vista científico e histórico. Hay muchas personas que dominan a fondo ese tema y algunas de ellas están aquí presentes.

Yo voy a referirme a una objeción de otro tipo, pero que no deja de ser fundamental. No encuentro manera mejor de enunciar esta objeción que como la planteara el exegeta francés Etienne Carpentier. Cito a la letra:

“Mt 27,62-66 y 28,11-15 nos transmite una preciosa referencia sobre el sepulcro vacío y los soldados de este mundo que siguen (que seguimos) realizando allí una especie de señal inútil de poder y prepotencia: vigilan con sus armas y custodian de esa forma una tumba que se encuentra vacía; el verdadero Jesús se encuentra en otra parte, en el camino de la vida y libertad que empieza en Galilea.

“Al amanecer de pascua, quedó vacío el sepulcro, guardando sólo unos lienzos y sudarios doblados, quizá perfumados todavía de perfume sepulcral, pero “sin cuerpo” (sin presencia de Jesús). Juan y Pedro han corrido para ver ese vacío, pero no han quedado allí (cfr. Jn 20,1-10), en contra de aquello que quieren hacer todavía los que buscan la seguridad pascual en las huellas de una “sábana santa” que pudiera encontrarse al parecer en Turín, en Oviedo o en cualquier vieja ciudad de nuestra tierra, sedienta de seguridades y reliquias externas del misterio. Pero las huellas verdaderas de Jesús no son las que pudiéramos hallar en una sábana y sudario; no se encuentran en los lienzos que envolvieron su cuerpo asesinado. Las huellas de Jesús son la existencia misma de la iglesia: son los pobres de este mundo y son aquellos que ayudan a los pobres, conforme al evangelio (aunque quizás no sepan que Jesús se encuentra en esos pobres, conforme a la palabra de Mt 25,31-46).

“Al amanecer de la pascua quedo vacío el sepulcro, pero muchos queremos seguir allí, con los militares romanos: lanza en ristre o cruz en ristre custodiamos, conservamos, un sepulcro muerto, unas estructuras ya vacías, mientras la vida de Jesús se extiende por el mundo. Para anunciar la pascua es necesario que dejemos los sepulcros, que abandonemos las seguridades, los poderes y los miedos de este mundo: la vida pascual se encuentra allí donde se extiende la vida sobre el mundo, donde crece la esperanza y donde el gozo y la entrega del amor se expanden y triunfan por encima de la muerte. Esto es lo que predica, anuncia y testimonia sin cesar la iglesia verdadera de Jesús sobre la tierra (1).

La opinión de Carpentier refleja algunas objeciones no menores a la devoción por la Sábana Santa. No son, como hemos mencionado antes, objeciones que tengan que ver con la veracidad o falsedad de la reliquia, sino con algo más de fondo que podría expresarse de esta manera: ¿Es la Sábana Santa un recurso suficiente para motivar y alimentar la fe apostólica en el corazón del creyente? ¿Puede desligarse la Sábana Santa del conjunto de la revelación que nos transmite la pasión, muerte y resurrección de Jesús? ¿Entraña la Sábana Santa algún peligro o amenaza para la fe de los creyentes?

La transmisión del misterio pascual

El misterio pascual es el centro de la fe cristiana. La pasión, muerte y resurrección del Salvador es un acontecimiento tan importante que, no obstante las diferencias existentes entre los distintos evangelios, ninguno de ellos deja de exponer, cada cual con sus características particulares, el relato de estos hechos (Mt 26-28; Mc 14-16; Lc 22-24; Jn 18-21)

Pero no es la tradición evangélica la más antigua en testimoniarnos la importancia de la pascua de Jesucristo. Antes de que existieran los evangelios que hoy conocemos, san Pablo, apóstol y misionero, había expresado en una de sus cartas: “En primer lugar les he transmitido la doctrina que yo mismo recibí: que Cristo murió a causa de nuestros pecados, en conformidad con las Escrituras, que fue sepultado; que al tercer día resucitó, conforme a las mismas Escrituras; que lo vio Cefas y luego todos los Doce; que luego lo vieron más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayoría de los cuales vive todavía, habiendo muerto algunos; que luego se mostró a Santiago, y luego a todos los apóstoles; y que, al último de todos, se me apareció a mí, como nacido fuera de tiempo” (1Cor 15,3-8)

Este pasaje es, quizá, el primer testimonio escrito de la transmisión del contenido fundamental del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Y no obstante su antigüedad garantizada, dos elementos no dejan de llamarnos la atención.

No hay transmisión de datos fríos, sino de datos teológicamente interpretados. Dos elementos nos permiten asegurar esto: la afirmación “a causa de nuestros pecados”, referida a la muerte de Jesús y la doble alusión “en conformidad con las Escrituras”. Ambas expresiones se refieren, no a hechos escuetos y verificables, sino a la mirada de fe que se lanza por encima de los acontecimientos. Incluso la expresión “al tercer día” es una expresión teológica y no expresión de exactitud temporal.

La ausencia de las mujeres es inexplicable. Todos los textos evangélicos, que años más tarde reunirían los recuerdos de los testigos oculares, insisten en asegurar que las únicas presentes al pie de la cruz y primeras testigos de la resurrección fueron María Magdalena y otras mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea (Mt 27,55-56.61; 28,1-10 y paralelos) ¿Por qué en la tradición recibida por Pablo (o transformada por él) no aparecen las mujeres como testigos de la resurrección?

Estas dos constataciones nos permiten sacar algunas conclusiones que nos serán de utilidad cuando, al final de esta exposición, intentemos relacionar los relatos evangélicos con la reliquia de Turín. En primer lugar, no hay documentos, por antiguos o fidedignos que sean, que produzcan la fe o transformen el corazón de las personas. Los acontecimientos solamente adquieren significado nuevo y pleno a la luz de la fe. Es la mirada de fe la que convirtió la ejecución de un reo, condenado por los poderes judíos y romanos de su tiempo debido a acusaciones de tipo político, en el Sumo Sacerdote que ofreció, en el altar de la cruz, la ofrenda que era necesaria para la salvación de la humanidad. Sin la mirada de fe, la muerte de Jesús no sería sacrificio, sino simple y llano desenlace de un conflicto motivado por las torcidas intenciones de gente que vio lastimados sus intereses por la predicación de un rabino itinerante de pies polvorientos.

Por eso san Pablo no puede predicar el acontecimiento salvífico sin hacer referencia a las Escrituras antiguas, es decir, a las expectativas de fe que se multiplicaban en el Israel de tiempos de Jesús. Para quienes carecían de la mirada de fe, la resurrección no fue más que el intento de los discípulos de crear un mito a base del engaño colectivo (Mt 28,11-15). La fe es, pues, el espacio en el que los acontecimientos revelan su otra cara, su dimensión salvífica. Si ello vale para los acontecimientos mismos del Calvario, cuanto más para la valoración de la Sábana Santa.

Otra conclusión importante se deriva de la constatación del silencio paulino acerca de las mujeres como testigos de la resurrección. La memoria cristiana, particularmente el evangelio de Juan, que tiene mucho de disidente en la conformación primitiva de las comunidades cristianas, rescató el recuerdo de las mujeres, precisamente porque desde antiguo se intentó silenciar el osado intento de Jesús de establecer las relaciones entre los sexos desde una perspectiva más igualitaria. En la sociedad judía de aquel tiempo, recordémoslo, las mujeres no podían ser testigos en un juicio, porque se les consideraba mentirosas de origen debido a una exégesis, muy conveniente para los varones, del texto de Gn 18,15. ¿Cómo apoyar la fe en la resurrección en testigos de tan poca calidad moral para ese tiempo?

Eso quiere decir que la mirada de fe no desactiva, necesariamente, prejuicios humanos que han de ser revisados y corregidos a través del tiempo. Con toda “buena intención”, algunos dirigentes de las iglesias cristianas primitivas rechazaron como escandalosa la equidad de género dentro de las comunidades cristianas. La reaparición de las mujeres propuesta más tarde por los cuatro evangelios, no tendría razón de ser si no fuera un hecho absolutamente histórico, que no podría haber sido negado por mucho tiempo. Pero se debió también a que, dentro de las comunidades cristianas primitivas, hubo movimientos que pugnaron porque no se perdiera la dimensión liberadora del mensaje de Jesús y que lucharon a brazo partido para evitar que la iglesia se convirtiera en una réplica de la sinagoga.

Los evangelios de la pasión

Voy a tratar de exponer, en apretada síntesis, la peculiaridad de cada relato evangélico de la pasión, comenzando por el que consideramos más antiguo de los cuatro: el evangelio de Marcos.

Es muy probable que haya existido desde muy temprano un relato de la pasión que circuló de mano en mano en las primitivas iglesias cristianas. Este relato debió contener datos que iban desde la aprehensión de Jesús en el Huerto de los Olivos, hasta la narración de la sepultura. Sobre esta narración primitiva suponemos que Marcos construyó el más antiguo relato de la pasión que conocemos.

Marcos es, quizá, el evangelista más crudo en su presentación de la pasión y muerte de Jesús. Hay casi un deseo deliberado de escandalizar al lector, presentando con lujo de detalles lo desconcertante que resultó la manera de realizar el designio salvífico: sólo en la cruz se revela que Jesús es el Hijo de Dios. El silencio y la soledad con los que Jesús enfrenta su pasión son impresionantes: abandonado por todos, negado por sus amigos, Jesús entra a su pasión con una extraña lucidez (Mc 14,3-9.22-25). Aunque todo parece desmentir su afirmación, Jesús se autoproclama, después de largos años en que mantuvo el secreto, como Mesías (ante las autoridades judías) y rey de los judíos (ante el procurador romano). Muere en el Calvario abandonado de todos, hasta aparentemente del Padre, y sólo al final, un soldado pagano invita a mirarlo y reconocer en él al Hijo de Dios.

Mateo, que escribe a comunidades judeocristianas, relata la pasión atendiendo más a su sentido profundo que a la exactitud de los hechos: Jesús cumple las Escrituras y, rechazado por el pueblo judío, hace pasar la promesa a un nuevo pueblo, el de los bautizados, pero no en un pase automático, sino en obligada vigilancia, porque también los discípulos y discípulas pueden negarse a seguir el destino de su Maestro. Jesús tiene poder y autoridad, sabe lo que va a suceder y lo acepta, como si previera los acontecimientos. Su muerte señala el fin de un mundo viejo e inaugura uno nuevo, presentado como en cómic: un sismo y los muertos paseando por las calles (Mt 27,51-53). Los guardias puestos a la puerta del sepulcro no hacen más que subrayar la fuerza mayor de la resurrección: ellos se convertirán, sin quererlo, en anunciadores de la vida que nace del sepulcro vacío.

Lucas no relata, sino medita los acontecimientos de la pasión (a la manera de los discípulos de Emaús). Es un relato pleno de delicadeza y cariño (suprime la flagelación, Judas no abraza a Jesús, sino sólo se le acerca, etc.) No obstante, en la pasión se desarrolla la lucha definitiva entre Jesús y las fuerzas del mal, en una pasión que parece enteramente interiorizada. Abandonado en las manos del Padre, Jesús parece olvidarse de su propio sufrimiento para consolar a los demás (Judas, la oreja del criado, la conmoción del corazón de Pedro al mirarlo, el ánimo a las mujeres en el vía crucis, el perdón a los verdugos, la promesa de perdón al ladrón, la triple declaración de inocencia de Pilato, etc. Su grito final es de paz, lo que reafirma la condición orante y meditativa de este evangelio. Por último, no habría que olvidar que es el único evangelista que continúa la pasión de Jesús en la pasión de la iglesia (Hech 4,23-31; 6,8-15.54.60; 20,22s; 21,11)

Juan es el evangelista que presenta la pasión más teologizada: es una marcha triunfal de Jesús al Padre. Jesús sabe que va a morir (Jn 10,18). Hay cierto dejo de majestad en los actos de Jesús en su pasión: “Yo soy”, pronunciado con autoridad en el Huerto de los Olivos, la muerte de Jesús presentada como ascensión a la gloria (Jn 12,32) en la que la cruz es trono y no patíbulo, el costado abierto del que nace la iglesia con sus sacramentos. Toda la pasión está llena de alusiones simbólicas: la túnica sin costura, símbolo de la iglesia por cuya unidad muere Jesús en el Calvario (Jn 19,23-24; 11,52), el papel de la madre de Jesús, la expiración, descrita extrañamente como “entrega del Espíritu”, el cordero de la nueva alianza, traspasado por nuestra salvación (Zac 12,10; Jn 19,31-37), el templo del que manaba agua (Ez 47,1-12; Jn 19,34), el huerto como lugar de la sepultura (Jn 19,41).

¿Mentían los evangelistas al hacernos estas presentaciones teologizadas sobre la pasión de Jesús que hemos tratado de resumir apretadamente? ¿No será que, más bien, que desentonan con el peso actual que le damos a la presentación de los hechos “desnudos” y que es el factor de éxito mayor con el que cuenta la película de Gibson, “La Pasión”? Los evangelistas no mienten: profundizan; no repiten: revelan; no narran apaciblemente: ponen en juego su propia fe en los relatos. La riqueza de los relatos evangélicos estriba en ello: no son reportajes gráficos: son testimonios de fe. Esa es la manera como la iglesia ha decidido transmitir su mensaje.

La Sábana Santa y los relatos evangélicos

No voy aquí a referirme a las señales de los suplicios de la pasión que pueden descubrirse en la Santa Síndone. Ustedes saben de eso mucho más que yo y hay publicaciones que las han documentado en prolijas tablas comparativas. Yo quiero más bien referirme, en la tónica de lo que he venido diciendo, a cómo la Sábana Santa està enmarcada, en su aparición en los evangelios, de esta visión de fe a la que me he referido ampliamente en esta exposición.

La sábana es mencionada ya desde el relato más primitivo de la pasión con el que contamos, el relato de Marcos, que menciona que, una vez concedido el cuerpo a José de Arimatea por parte de Pilato, aquél “compró una sábana, lo bajó de la cruz, lo amortajó con la sábana y lo enterró en un sepulcro tallado en la roca” (Mc 15,45-46). Sobre estas mismas huellas, Mateo afirma que José de Arimatea “tomando el cadáver, lo envolvió en una sábana limpia” (Mt 27,59). Lucas, por su parte, menciona que José de Arimatea, “fue a ver a Pilato, le pidió el cuerpo de Jesús y después lo bajó, lo amortajó en una sábana y lo puso en un sepulcro abierto en la roca…”, resaltando que las mujeres de Galilea “miraron el sepulcro y cómo habían puesto su cuerpo” (Lc 23,53.55). Lucas es el primero en relatarnos una tradición que no aparece en Marcos y Mateo: que Pedro, después de escuchar el anuncio de las mujeres de que Jesús había resucitado y no prestarles crédito, “se levantó y corrió al sepulcro. Se asomó y vio las puras vendas y se volvió a su casa admirado de lo sucedido” (Lc 24,12).

Es Juan, sin embargo, el evangelista que nos ofrece una clave preciosa para el aprecio de la Sábana Santa. María Magdalena, la primera que descubre que la tumba está vacía, corre a avisar a Pedro y al discípulo amado del acontecimiento. Pedro y el otro discípulo salen corriendo para el sepulcro. El discípulo amado llega primero al sepulcro “se agachó a ver, y vio los lienzos en el suelo pero no entró. En seguida llegó Simón Pedro que iba tras él; y él sí entró al sepulcro, y miró los lienzos en el suelo, y el sudario que cubría la cabeza de Jesús enrollado aparte en otro lugar, no junto con los otros lienzos en el suelo” (Jn 20,5-7). Hasta aquí el relato de Juan no es sino un poco más detallado en la información sobre el sepulcro vacío. Pero la clave la ofrece el versículo siguiente: “Luego entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, y vio y creyó” (Jn 20,8). Del encuentro con algunos lienzos desperdigados por el suelo, un sudario enrollado y un sepulcro vacío, el discípulo amado dio el salto a la fe en la resurrección. El paso descrito con la frase “vio y creyó” refleja aquello a lo que nos hemos referido con la frase “mirada de fe”.

De la Sábana Santa a los evangelios. De los evangelios al acto de fe

Procedo ahora a concluir con esta exposición. Replanteo ahora las mismas preguntas que la motivaron: ¿Es la Sábana Santa un recurso suficiente para motivar y alimentar la fe apostólica en el corazón del creyente? ¿Puede desligarse la Sábana Santa del conjunto de la revelación que nos transmite la pasión, muerte y resurrección de Jesús? ¿Entraña la Sábana Santa algún peligro o amenaza para la fe de los creyentes?

La primera pregunta debe recibir una respuesta negativa. Tanto la Sábana Santa como los relatos evangélicos son elementos que están en relación directa con el acto de fe, pero no lo producen por sí mismos. Millones de gentes han leído el evangelio y han visto la reliquia de Turín. Muchos de ellos no han experimentado conversión ninguna. El acto de fe es, al mismo tiempo, regalo de Dios y respuesta generosa. La fe es un acto dialogal o dialógico, no el producto de una lectura o del contacto con una reliquia. Pero esto no hace irrelevantes los relatos evangélicos o el estudio de la Santa Síndone. Por el contrario, para la persona que cree pueden ser excelentes instrumentos para crecer en la fe y profundizar en ella. Pero la experiencia comunitaria de la fe es un requisito previo e indispensable.

La segunda pregunta también recibe respuesta negativa. Los relatos evangélicos, testimonios escritos de la fe de las primitivas comunidades cristianas, nos revelan la dimensión salvífica de los acontecimientos pascuales. La lectura devota de los evangelios es el lugar idóneo para la valoración de la reliquia de Turín. Sin los evangelios, la Sábana Santa no pasaría de ser un acontecimiento extraordinario, como la hibernación de la cigarra que vive años bajo la tierra, o la reciente visita de una computadora a la superficie del planeta Marte. Acontecimientos absolutamente extraordinarios desde el punto de vista científico, pero irrelevantes para la dimensión espiritual de la persona. La meditación orante de los relatos evangélicos de la pasión es, en cambio, el ambiente natural para que la Santa Síndone muestre sus potencialidades evangelizadoras.

La tercera pregunta es más compleja. No podemos ignorar la advertencia de Carpentier con la que iniciamos esta disertación. Efectivamente, la Sábana Santa, como cualquier otro medio asociado a la experiencia de fe, puede convertirse en un fetiche, dejar su lugar instrumental y convertirse en fin y no en medio. Entonces, sí, la Sábana Santa representaría una grave amenaza para la fe de los creyentes. Y no nos asustemos de ellos: es el riego de toda mediación humana. No en balde Jesús de Nazaret dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a demostrar que la Ley de Moisés, aceptada y venerada como revelación de la voluntad divina, se había convertido en un obstáculo para el cumplimiento de la voluntad de Dios y en un pretexto detrás del cual se escudaban los escribas y fariseos para no colaborar con el proyecto de Dios. Así nos lo dice con estrujante claridad el evangelio marcano: “Que bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, cuando escribió: ‘Este pueblo me rinde culto con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me dan culto, enseñando doctrinas que no son sino preceptos humanos’. Porque dejando el mandamiento de Dios se aferran ustedes a las tradiciones de los hombres… anulando de esa manera la palabra de Dios con esas tradiciones que se han ido transmitiendo…” (Mc 7,6-13).

La Sábana Santa puede convertirse en un milagro. No lo es en sí misma, se convierte en ello cuando conduce a una experiencia de fe, a un encuentro con el Jesús vivo, muerto y resucitado por nuestra salvación. Sin ese marco no es más que un documento antiguo que no sirve para otra cosa que para ser guardado en un museo. El milagro acontece cuando la Santa Síndone, unida a una lectura meditada de los textos evangélicos de la pasión, es capaz de conducir el corazón humano a un encuentro de fe con Cristo vivo. La materialidad de la Sábana Santa se transforma, entonces, en un vehículo de la experiencia de fe. Y el milagro ocurre. La virtual amenaza que representa para la fe la Sábana Santa es, al mismo tiempo, su principal potencialidad.

Por último, no quisiera dejar de aludir a la expresión de Carpentier que me llega directo al corazón: “Las huellas de Jesús son la existencia misma de la iglesia: son los pobres de este mundo y son aquellos que ayudan a los pobres, conforme al evangelio (aunque quizás no sepan que Jesús se encuentra en esos pobres, conforme a la palabra de Mt 25,31-46)”. La Buena noticia que se esconde también detrás de la recta devoción a la Sábana Santa es precisamente ésta: que la misión de este hombre, ajusticiado por anunciar un Reino para los pobres, por convivir con publicanos y pecadores, por devolver su dignidad a los poseídos por el demonio y soportar por esta causa ser llamado “hijo de Belcebú”, por tocar misericordiosamente a los que estaban impuros por la lepra, la misión de este hombre no está concluida. Si la Sábana Santa, los estudios que sobre ella se realizan y la devoción que despierta en los corazones sencillos, sirviera para hacernos entender que el anuncio del Reino sigue siendo hoy un reto en un mundo que ha globalizado la injusticia y el afán de lucro, pero no ha logrado globalizar la solidaridad y la desaparición de la pobreza, si la Santa Síndone sirve para que asumamos las mismas causas por las que Jesús de Nazaret soportó tormentos y acabó entregando su vida, la reliquia habrá cumplido su sagrado cometido. De lo contrario no pasará de ser un fetiche. De nosotros depende.

Notas:

(1) CARPENTIER E., Para leer el Nuevo Testamento (Verbo Divino, 18ª. ed., Estella 1999) Las negrillas son mías.
(2) Me inspiro en el libro ya citado de CARPENTIER E., Para leer…


2 Responses

  1. NOMBRE dice:

    EN VALENCIA PROXIMAMENTE SE VA A CELEBRAR UN CONGRESO SOBRE LA SABANA SANTA DE TURIN. PUES QUE ACUDAN LOS ESCEPTICOS A INTENTAR DEMOSTRAR QUE LA SABANA SANTA DE TURIN NO ES AUTENTICA.

  2. NOMBRE dice:

    ES UN HECHO QUE LA SABANA SANTA DE TURIN ES AUTENTICA, Y QUE CONCIDE EXTRAORDINARIAMENTE CON LA CRUCIFIXION DE JESUCRISTO. NO HAY TECNOLOGIA ACTUALMENT, NI LA HUBO EN EL PASADO CAPAZ DE REPRODUCIR UN NEGATIVO FOTOGRAFICO DONDE SE OBSERVA TODOS LOS DETALLES SOBRE LA CRUCIFIXION DE CRISTO. PERO PARECE QUE A LOS ATEOS, A LOS COMUNISTAS, INCLUSO A LOS PROTESTANTES LES MOLESTA LA SABANA SANTA DE TURIN. Y NO DIGAMOS EN ESPAÑA, UN PAIS DONDE LOS MEDIOS DE COMUNICACION IGNORAN MAYORITARIAMENTE LA SABANA SANTA DE TURIN.

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