Iglesia y Sociedad

Con olor a lluvia

11 Jun , 2012  

Para Carlos Maciel, compañero y amigo, en su cumpleaños

Hay, sin duda, una estrecha relación entre limpieza y circunstancias climáticas. Es difícil imaginarse a un esquimal o a un rarámuri bañándose diariamente, los primeros debido a los inclementes fríos del polo norte y los segundos a la extrema aridez de las montañas de la sierra de Chihuahua y la consiguiente escasez de agua.

Desde ese punto de vista, los mayas son obligatoriamente limpios en lo que a aseo personal se refiere. Las temperaturas de la península llegan a alcanzar, durante la primavera y el verano (la mitad del año), niveles que se antojan increíbles: de 43 a 45 grados centígrados a la sombra. Si a esto se le añade que Yucatán, la tierra de los mayas, es una península, uno puede imaginar el tipo húmedo de calor y lo sofocante de los mediodías de verano.

Por eso los mayas no conciben el paso del día sin el baño vespertino. Alrededor de las cuatro o cinco de la tarde, cuando la potencia de los rayos solares ha disminuido, comienzan los turnos de baño en las casas mayas. Todos, comenzando por los menores, tienen que bañarse diariamente. Cuando a las siete de la noche, la hora del ocaso estival, uno sale a las plazas de las comunidades mayas, se topa con hombres y mujeres recién bañados. No es extraño encontrar, sentada a las puertas de su casa, a una mujer maya peinándose los largos cabellos húmedos.

Pero no es solamente el ardiente calor el responsable de la limpieza de los hombres y las mujeres mayas. Un papel importante juega también la abundancia de agua. Yucatán es una península de reciente aparición. Los geólogos apuntan que su formación se remonta a una separación del bloque de Luisiana-Texas, en el tiempo de la apertura del golfo de México, hace apenas 200 millones de años. Quizá por eso la piedra yucateca es, en ocasiones, esplendorosamente blanca y es frecuente hasta nuestros días encontrar piedras con huellas marinas: pequeñas conchas incrustadas aparecen en el centro de las grandes rocas.

Por si fuera poco, hace 65 millones de años la península recibió un impacto de grandes dimensiones. Estudios recientes han podido determinar, al noroeste de la península, huellas de un cráter producido por el impacto de un bólido o meteorito con una potencia de 500 megatones (dos millones de veces más potente que el explosivo mayor detonado por el hombre hasta el momento), impacto al que se debería, según la opinión de algunos científicos, al recubrimiento del planeta entero por una nube de polvo tóxico que habría durado más de una década, siendo uno de los factores decisivos para la desaparición de los dinosaurios de la superficie terrestre.

El caso es que dicho impacto habría dejado como consecuencia una serie de cavidades subterráneas conocidas como cenotes, cavernas profundas donde se junta el agua de la lluvia. Sólo en el estado de Yucatán, que ocupa el norte de la península, se han encontrado cerca de 2,400 cenotes, que forman una compleja red fluvial subterránea. Así que, aunque la península yucateca no posea ríos exteriores, el agua está al alcance del uso humano gracias a estos ríos subterráneos.

Esta circunstancia geológica ha tenido impactos culturales. El pueblo maya, que en su contacto con otras civilizaciones ha podido caer en la cuenta de la bendición que para los mayas significa la abundancia de agua, ha recreado en algunos de sus mitos esta realidad.

Al sur del estado de Yucatán se encuentra el pueblo maya llamado Maní, uno de los más antiguos pueblos prehispánicos. En el centro del pueblo de Maní, bajo la sombra de una enorme ceiba, el árbol sagrado de los mayas, se encuentra la entrada del cenote Xcabach’én. Cuenta una vieja leyenda maya que el fin del mundo llegará por la ausencia de agua. En ese futuro aterrador, toda la tierra se verá envuelta en una prolongada sequía que pondrá al borde de la desaparición a todos los pueblos de la humanidad. Dicen los antiguos sabios mayas, los que interpretan las profecías, que en ese día de todas partes del mundo vendrán hasta el pueblo de Maní en busca de agua. La sagrada tierra de los mayas seguirá guardando en sus cenotes, el precioso regalo del agua. Los ancianos mayas aseguran que a la puerta del cenote de Xcabach’én se sentará una anciana maya a repartir el agua. Grandes filas se harán para poder recibir el preciado líquido. Pero la escasez será tanta que la anciana maya solamente podrá dar a cada uno de los extranjeros que lleguen la cantidad de agua que quepa en la media cáscara seca de una nuez.

Esta realidad geológica y cultural hace del pueblo maya un pueblo marcadamente limpio, que no concibe la organización de cada día sin el momento del baño. Pero no basta con la limpieza corporal. Los mayas son también limpios en sus casas y, sorprendentemente, hasta en las estancias temporales que tienen en sus campos de cultivo. Es frecuente ver a los mayas barriendo las puertas de sus casas, desyerbando para cortar la maleza que, en un ambiente tropical se antoja ingobernable, o encontrar en un orden poco común los utensilios de cocina o de trabajo campesino.

Lo mismo ocurre con la limpieza de la ropa. Siendo la indumentaria maya, particularmente la femenina, de una albura casi perfecta, apenas interrumpida por los hermosos trazos coloridos de los bordados que la adornan en sus orillas superior e inferior, el lavado de la ropa tiene que corresponder a este cuidado. En la batea las mujeres se esfuerzan por dejar la ropa reluciente en su blancura, para ello recurren a medios tan diversos como la lejía o el uso de piezas de sosquil, una fibra derivada del henequén, para tallar la ropa.

En la vaquería, la danza ritual con la que inician todas las fiestas religiosas de los pueblos mayas, los hombres y mujeres llegan a bailar con sus trajes blancos y relucientes. Uno los mira zapatear con elegancia y no puede sino admirar a este pueblo, a estos hombres y mujeres que parecen perpetuamente frescos y con olor a lluvia.


2 Responses

  1. Y hablando de cuevas, pozos y cenotes…

  2. Antonio dice:

    Me encantó tu artículo Raúl. Es precioso. Escribes chévere. Tu narración transporta la mente a la realidad que conocemos en estos lugares de Yucatán. Un abrazo, con olor a lluvia.

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