Iglesia y Sociedad

Amor/Dolor: la rima inconfesable

26 Jun , 2012  

He estado otras veces en este mismo salón. He colaborado con el Centro de Estudios Superiores sobre Sexualidad (CESSEX) en clases y conferencias. He participado también, al menos una vez, presentando un libro. Nunca me había sentido tan incómodo como ahora. Ha de ser porque en esta ocasión se trata de un libro mío. Pero lo que convierte a la situación en algo casi angustiante, es que no se trata de otro libro sobre Biblia. No se trata tampoco de otro libro en el que sostenga y argumente mi posición sobre la diversidad sexual. Se trata de un libro de poesía y eso es lo que me pone tan nervioso.

Verán ustedes. Publicar cualquier material literario es siempre un desafío, un acto de exhibicionismo espiritual. Publicar poesía es un acto de desnudamiento interior. La poesía es un artículo siempre fuera de moda, mercancía inútilmente ofertada. Juan Gelman, el entrañable poeta argentino, nos recuerda que “nadie sabe qué es la poesía. Se la describe por aproximación o imagen. La poesía es lenguaje calcinado. La poesía es un árbol sin hojas que da sombra. La poesía es la palabra donde aún crepitan las cenizas de lo que no alcanzó a tener nombre. Como hace un niño, la poesía busca nombrar lo que no puede.

El caso es que, al menos en mi experiencia, uno no escribe poesía porque quiera, sino porque no tiene más remedio. Uno podría hacerlo y tener decenas, cientos de páginas escondidas en el fondo del cajón. O correr con suerte, y que una editorial se atreva a publicarlas. Eso no cambia el discurso: quien escribe poesía lo hace porque tiene que hacerlo.

En este caso, además, el libro no versa sobre cosas amables, sino sobre una realidad dolorosa, mortal: sobre el VIH/SIDA. Acostumbrados como estamos a que la poesía le canta al amor, pensamos que hay algunos temas que le son inconvenientes: la enfermedad, el dolor, la muerte. Pero quien escribe poesía camina por el mundo cargando con su destino que es, a la vez, maldito y luminoso. Como los demás seres humanos quien escribe poesía sabe que es un ser lleno de ataduras y de cicatrices, pero a quien no le queda más remedio que ser revolucionario en el mejor sentido de la palabra, en el único, porque, como nos lo recuerda Luis Cernuda, el poeta es alguien que, “como todos los hombres carece de libertad, pero que a diferencia de éstos no puede aceptar esa privación y choca innumerables veces contra los muros de su prisión”.

Habría que recordar, sobre todo ahora que estamos en tiempos electorales, aquello que ya señalaba el ideólogo y fundador del PAN, Manuel Gómez Morín, que hablando como universitario y como técnico –contaba Castillo Peraza– llegó a la conclusión de que el dolor de los mexicanos era el único denominador posible para quienes decidieran recobrar al México perdido –ése México del indio, del criollo, del mestizo- (y del homosexual y del enfermo de SIDA, añadiríamos nosotros). Sí, el dolor como único criterio de verdad y de eficacia para pensar y hacer política, cultura, sociedad, Estado y gobierno. Me parece que entonces, como ahora, lo inobjetable sigue siendo el sufrimiento. Todavía más: creo que el sufrimiento evitable, el que logra suprimirse, es la medida de la bondad y la certeza de lo que se piensa, lo que se dice, lo que se hace. Eso decían Castillo Peraza y Gómez Morín. Me dirán ustedes, y tendrán razón, que esta intuición del fundador del PAN y de su más reconocido ideólogo se ve desmentida por los más de 50 mil muertos que nos ha dejado la guerra de Calderón. Y es que, si algo demuestra esta caravana de muertos, es la profunda insensibilidad del gobierno actual ante el sufrimiento. En este caso también se cumple la sentencia que sostiene que la maldición de un maestro… son sus discípulos.

Pero sí, el dolor también puede ser materia de poesía. Ya lo decía Elías Canetti: “Un escritor que no tenga una herida abierta, no lo es para mí. Puede preferir disimularla, si por orgullo rechaza la compasión, pero debe tener una”. Diagnóstico: Po(e)sitivo es un libro que versa sobre el dolor y está escrito con dolor. Puede también, desde luego, escribirse sobre cosas positivas, sobre momentos de placer, sobre experiencias de felicidad. Este no es el caso. Podrán darse muchas razones a favor y en contra, pero yo pienso que el dolor y no el placer es la materia prima de los poemas más intensos. Enrique Serna trataba de explicar esta curiosa situación cuando decía: “En los instantes de mayor placer espiritual o físico –el sueño, el orgasmo, el éxtasis místico, el chispazo de creatividad– la impresión de haber abolido el tiempo rompe efímeramente las cadenas del alma. En cambio, el sufrimiento físico y la depresión agudizan nuestra conciencia del tiempo y, junto con ella, el deseo de la muerte, en la medida en que nos hace ver la vida como un castigo. Un enfermo de cáncer y un enfermo de hastío pueden soportar el dolor con valentía: lo que no soportan es la humillación de verse convertidos en un cronómetro de cuenta regresiva. Más que la edad, lo que define si alguien es joven o viejo es la mayor o menor atención que se presta a ese conteo final, perentorio”.

No podría referirme a esta íntima relación entre poesía y sufrimiento sin citar al que, desde todos los puntos de vista, es mi poeta vivo preferido, José Emilio Pacheco, quien decía: “la poesía no es un manual de autoayuda. Más bien sirve para llamar la atención sobre las cosas menos agradables del mundo. Me parece asombrosa la capacidad de Neruda para celebrar lo grato y lo placentero. Para mí, la dicha y el placer son mudos. Sólo la desgracia y el sufrimiento hablan”.

Ya la Dra. Ligia Vera nos ha dado su visión sobre el libro. Una vez que alguien escribe y publica lo que escribe, lo escrito deja de ser suyo para convertirse en propiedad universal. Propiedad de la persona que lee. Lo que la Dra. Vera nos comentó sobre el libro es de su completa responsabilidad y refleja no solamente el texto, sino sobre todo su particular lectura. Yo quiero ahora contar algo sobre la génesis del libro, de la que sí soy completamente responsable.

En 1996 comencé a trabajar en la parroquia de Dzemul. El mismo año de la fundación del albergue del Oasis de san Juan de Dios, en Conkal. Por razones propias de la desinformación de la época, el sacerdote que fungía como párroco en Conkal mostraba cierta reticencia a visitar a los pacientes del albergue para acompañarlos con los últimos sacramentos y/o consolarlos en su enfermedad. Yo había conocido a Carlos Méndez, el director del Oasis, unos años antes, en la Casa de las Madres Trinitarias en Chuburná donde participé en unas pláticas. Resultó fácil que me buscara para que yo atendiera a los enfermos del albergue, dado que Dzemul es parroquia contigua a la de Conkal.

Me acostumbré, pues, a pasar parte de mi día libre, camino a Mérida, acompañando a los enfermos del albergue. Durante muchos años, al menos hasta que las demandas y esfuerzos de la sociedad civil consiguieron el acceso gratuito a los medicamentos antirretrovirales, el albergue fue un lugar para morir dignamente. Esto ha cambiado con el paso de los años. El Oasis es ahora un bio-puerto del que muchas personas salen para rehacer su vida y reintegrarse a la comunidad. Pero mientras eso pasaba, escuché decenas de historias de dolor y sufrimiento al borde de las camas, hice lo que, en situaciones como éstas, es lo único útil que uno puede hacer: escuchar con oído atento, con sensibilidad, com-padecerse en el mejor sentido de la palabra: padecer con…

Y entonces terminé por darme cuenta de que el sufrimiento termina por ser más grande que uno, a tal grado, que resulta urgente una válvula de escape. Los enfermos iban a seguir presentándose, yo debía continuar con mi servicio pastoral, así que decidí comenzar a escribir algunas cosas, como para exorcizar aquellos demonios del dolor. Más tarde pude, éste es quizá uno de los más deliciosos privilegios de la poesía, prestar la voz, para que por mi voz cantase la voz de otro. Hay, por eso, poemas en los que habla el moribundo a punto de fallecer, o el angustiado a punto de suicidarse, o el amante que, portador del virus, se ve en la disyuntiva de confesar o no confesar a su pareja acerca de su padecimiento.

Pero el yo lírico es flexible, hurga en las heridas propias y en las ajenas. Quienes trabajan acompañando a personas con VIH/SIDA terminan siendo afectados también por la enfermedad y su cauda de tristeza, de depresión, de muerte. De manera que lo escrito deja de ser la experiencia de otros para convertirse en la propia. Esto es lo que ha dado a luz el libro que ahora presentamos.

Cuando me llamó por teléfono Rossana para invitarme a presentar el libro, algo no me quedaba claro: ¿por qué presentar un libro de poesía sobre el SIDA en una semana de diversidad sexual? Regularmente hay vínculos fácilmente rastreables entre VIH y homosexualidad. Y, a pesar de que ya sabemos que la transmisión del virus no tiene nada que ver con la orientación sexual, sino con prácticas sexuales adecuadas o inadecuadas, en nuestra realidad ambos fenómenos suelen ir relacionados. De hecho, ése ha sido mi propio camino: del trabajo con los huéspedes del Oasis pasé a interesarme por los asuntos de la diversidad sexual, dado que la mayor parte de los enfermos de los primeros años eran varones homosexuales.

He releído, sin embargo, el poemario y no he encontrado una sustancia propiamente homoerótica en los textos. La enfermedad, el dolor, la cama, suelen hacer que la concentración de las personas se enfoque en otros aspectos. Cierto que, hablando de amor y SIDA, el cuerpo ocupa un lugar importantísimo. No en balde el cuerpo es, como dijera Enrique López Aguilar, “casa del conocimiento, del placer y el dolor, casa de uno, casa para el otro, de la salud y la enfermedad, casa del fruto y de la ruina, de la belleza y la fealdad, casa del asombro y de sutiles maravillas, donde viven el pensamiento y las emociones, casa del tiempo y el espacio, compañero mortal e inevitable, recinto del beso y la caricia, habitación de la renuncia y la clausura, espejo de lo que ves y lo que miro, casa mortal para asuntos inmortales…”. Sin embargo, no clasificaría los textos amorosos de este poemario como textos homoeróticos. La experiencia del amor, del amor de carne y hueso que conforma una parte tan importante e imprescindible en la vida de todo ser humano, seguirá siempre siendo fuente de belleza y de poesía, sea cual sea su orientación afectiva. Y, a fin de cuentas, ¿por qué habría de ser sólo la heterosexualidad el vehículo adecuado para expresar la amorosa, conflictiva, la inefable relación del ser humano con sus semejantes? ¿Podrá alguien que escribe poesía asumir sin reparos la tarea que ya apuntaba Mario Vargas Llosa en su novela La historia de Mayta y que el personaje principal de esa obra narrativa describía en estos términos, al mismo tiempo llenos de dolor y de utopía?: “Quiero ser el que soy -tartamudeé-. Soy revolucionario, tengo pies planos. Soy también maricón; no quiero dejar de serlo. Es difícil explicártelo. En esta sociedad hay unas reglas, unos prejuicios, y todo lo que no se ajusta a ellos parece anormal, un delito o una enfermedad. Pero es que la sociedad está podrida, llena de ideas estúpidas… (ser como soy) me daba y me da vergüenza, me hace sentir a veces como una basura. Sigue siendo una desgracia en mi vida. Para eso quiero hacer OTRA revolución. No una a medias, sino la verdadera, la integral. Una que suprima todas las injusticias y en la que nadie, por ninguna razón, sienta vergüenza de ser lo que es…”

He dicho más de lo conveniente. Gabriel Zaid decía, respecto a aquellas viejas ediciones de poesía que tuvo la editorial Losada, “Sorprende la audacia de publicar tanta poesía. Quizá los editores de entonces no estaban enterados de que la poesía no se vende, y por eso la vendían. Quizá los lectores estábamos igualmente en la luna, y por eso la comprábamos”. Así pues, estamos reunidos aquí hombres y mujeres que vivimos todavía en la luna, y que en lugar de estar en el cierre de campaña o en la exposición de Stanhome o de Omnitrition, hemos querido, en un acto de soberana voluntad como hay pocos, venir a la presentación de un libro de poesía. ¡Qué bueno!

Permítanme, solamente, terminar esta ya demasiado larga presentación, recordando unas últimas frases que Alejandro Aura nos espetaba inmisericorde antes de morir: “Es tan tonto querer que se explique un libro de creación artística, una obra literaria, como pretender que alguien diga de qué se trata, en síntesis, la novena sinfonía de Beethoven o la cuarta de Mahler o qué quiere decir en realidad la Gioconda. O peor aún: como pedir la síntesis del crepúsculo. Sustituir la experiencia y el placer de la lectura por su explicación y su síntesis, es la peor de las canalladas que un profesor puede hacer a sus alumnos”.

Y yo no soy profesor, ni ustedes son mis alumnos, así que cada quien asuma su propia responsabilidad y lea con sus propios ojos. Estas palabras sólo han querido ser una invitación a la lectura. Si el libro les hace sentir algo, en buena hora. Si no, podrán deshacerse de él a la primera ocasión que se les presente. Es lo suficientemente delgado para caber casi en cualquier bote de basura. Se los juro solemnemente: no va a pasar nada. Seguiremos tan amigos como siempre.

Palabras pronunciadas en la V Semana Cultural de la Diversidad Sexual
CESSEX, Mérida, Yucatán, 25 de junio de 2012


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