Iglesia y Sociedad

Elogio de la muerte en las artes

31 Oct , 2012  

Palabras pronunciadas en la inauguración de la exposición “Arte funerario en Yucatán. Una visión fotográfica”, en el Foro Cultural Amaro, Mérida, Yucatán.

“Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte pensando, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando…”

Estamos a las puertas del mes dedicado a los difuntos. Hoy, el arte de la fotografía nos lleva de la mano a la consideración de la muerte. La muerte, sí, esa “tantas veces llamada a mi lado que, al cabo, se ha vuelto mi hermana”. La hermana muerte, la misma de Francisco de Asís que de Silvio Rodríguez. A veces dientuda, a veces elegante, a veces mujer, a veces “el compadre muerte” como en algunas tradiciones mayas, silenciosa o bullanguera, desarrapada o catrina, la muerte, siempre la muerte, inevitable compañera.

Pocos temas hay tan caros a las artes como la muerte. Quizá solamente es superado por el del amor. La muerte es, al mismo tiempo, experiencia de finitud y de caducidad. Los seres humanos somos seres humanos precisamente porque nos acabamos, porque la decrepitud de nuestros cuerpos conduce inevitablemente a la muerte. El temor a la muerte es, en buena medida, el temor a ser olvidados, a no permanecer.

La noche de hoy tenemos una excelente muestra fotográfica de arte funerario. Las artes tratan con la muerte expresando, a veces dolor puro, angustia o rebeldía. Otras veces se trata de un guiño de ironía ante la inútil pretensión de permanencia.

Como quiera que sea, la muerte siempre está presente. Es el piadoso río de la vida que se niega a recorrer la interminable ruta de nuestras narices. Es la sonrisa de siempre que se quiebra en un amargo rictus de agonía. Es el temblor que sacude la piel y la mirada, que disloca las facciones y nos lanza a la noche de la ausencia. La muerte acontece cuando ese piadoso río de la vida se hace piadoso por fin y trastoca su cauce, se derrama en mil cuerpos distintos del nuestro, y nos deja en los ojos de algún otro o de alguna otra, inmóviles, apagados.

En el día de la muerte absorbemos la parte que nos toca de la herencia del ser humano. La muerte es, por eso, absoluta, irremediablemente democrática, porque nos toca a todos. Es la única realidad que quisiéramos que permaneciera mal distribuida o que, como dice Benedetti en su “Embarazoso Panegírico de la Muerte”, alguien la privatizara.

Pero la muerte es, también, puerta abierta hacia el misterio. Puerta hacia la nada, para los no creyentes, puerta hacia otra clase de vida, para quienes tienen alguna clase de fe religiosa. Umbral de lo desconocido, la muerte ha sido también ocasión para el delirio, para la canalización del deseo de eternidad, de suerte que ha dado lugar a algunos de los poemas místicos más importantes de la poesía castellana.

Colosal, errante, sorpresiva, la muerte nos acecha. Podemos mirarla de frente y divertirnos, como hacen las culturas que han alimentado nuestra idiosincrasia mexicana. Podemos evadirla y convertirla en cuento de terror. Lo que no podemos, aunque a veces quisiéramos con toda el alma, es desaparecerla de nuestro horizonte. Es curioso cómo nuestra sociedad es una sociedad que trata de vivir a espaldas de la muerte, rehúye la vejez, cubre la decrepitud con cosméticos, intenta retrasarla gimnásticamente. Y sin embargo, morir es nuestro sino. ¿Por qué no mejor bailamos con la muerte? ¿Por qué no atrevernos a invitarla a un danzón, solazarnos con ella, hacerla nuestra amiga? ¿Por qué no la encerramos en la cárcel de un poema o aludimos a ella a través de las imágenes fotográficas? Para eso estamos aquí en la inauguración de esta muestra fotográfica: para acercarnos al rostro de la muerte sin dejar de admirar el arte visual, de valorar las estructuras arquitectónicas, la desbordante creatividad de los escultores, el devoto cariño de los deudos.

Y es que, como Jaime Sabines, también nosotros seguimos prefiriendo, en lugar de las modernas drogas (o además de ellas), nuestros tres viejos alucinantes: “la soledad, el amor, la muerte”. O, mejor aún, como Miguel Hernández, vamos errantes por la vida heridos de tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.

Acaso solamente así, con arte, la experiencia de la muerte nos será más llevadera. Sean todos bienvenidos y bienvenidas a esta exposición. Que la disfruten.


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