Iglesia y Sociedad

Raíces del pesimismo sexual

14 May , 2013  

Escribo estas líneas desde san Luis Potosí. He venido invitado por la Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia para participar en la XII Semana Cultural de la Diversidad Sexual. En un esfuerzo sostenido a lo largo de doce años, el INAH conjunta anualmente a una serie de organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil para discutir problemas actuales sobre género y sexualidad. Comprometidos con la construcción de una convivencia social libre de violencia de género y homofobia, las organizaciones convocantes trabajan una semana completa para ofrecer conferencias, mesas de trabajo, talleres y actividades culturales de asistencia abierta y gratuita para todo público En esta edición 2013 hacen un énfasis especial en asuntos relacionados con el comercio, la explotación sexual y la trata de personas.

No es la primera vez que tengo el honor de ser invitado. Al menos los cuatro últimos años he participado como ponente. En esta ocasión participo con la ponencia “La sexualidad más allá de lo sagrado”. Intento abordar las raíces precristianas del pesimismo sexual. Me explico.

Las iglesias cristianas están sumergidas desde hace algunos años en un amplio debate acerca de la sexualidad, su práctica y su significado. Muchos acontecimientos han hecho que tal debate se profundice. Bastaría mencionar cuatro de ellos:
– El surgimiento de los métodos anticonceptivos, que traen consigo la posibilidad de que las parejas heterosexuales puedan decidir si tienen hijos/as o no y decidir voluntariamente el número y espaciamiento de los mismos/as.
– El cambio de conciencia, cada vez más grande y avasallador, respecto de la diversidad sexual, que ha llevado ya a más de 13 países a legislar a favor del matrimonio universal y en contra de la discriminación por orientación sexual.
– La revolución de género, que ha venido, no solamente a recuperar la igualdad fundamental entre hombres y mujeres, sino que también a mostrarnos cuánto de cultural hay en los roles que mantenemos para identificar a varones y mujeres (¡y cuánto hemos perdido muchas veces por no romper esos moldes ancestrales!)
– Los avances en las ciencias biológicas y sociales, que han hecho caer muchos mitos en torno al comportamiento sexual, y han reconocido y estudiado las conductas sexuales minoritarias presentes en todas las culturas y tiempos.

Que estos acontecimientos sean interpretados como “signos de los tiempos” o como señales de una degeneración cultural de la que somos víctimas, modelará las distintas respuestas que se dan dentro de las iglesias. La sexualidad es un campo en el que prácticamente todas las religiones tienen que enfrentar discursos disidentes.

Pero en nuestros discursos sobre la sexualidad asumimos sin cuestionar que el cristianismo (o la tradición judeo-cristiana) es la responsable de la visión tan negativa que tenemos de la sexualidad. Y esto es cierto solamente en parte. Una revaloración de la sexualidad, del placer, del goce de los sentidos, requiere desmantelar un sistema de pensamiento que no se reduce solamente a los mandamientos de las religiones, sino que impregna toda nuestra cultura.

Normalmente pensamos que es justamente la religión la que ha hecho que la identificación entre placer y pecado nos hiciera tanto daño. Puede ser que la difusión de esta mentalidad le deba mucho a la tarea de los predicadores religiosos. Pero basta revisar la historia para darnos cuenta de que más allá de la religión y los textos sagrados, hay una mentalidad que el cristianismo fue asumiendo y que no forma parte de sus propias raíces. La consideración del placer como ligado al pecado o al mal no es una aportación del cristianismo, sino proviene de muy otro origen. Lo que el cristianismo hizo fue recibir esa filosofía, potenciarla y universalizarla.

Las raíces del desprecio al placer y al ejercicio de la sexualidad no comenzaron, asombrémonos, de consideraciones religiosas, sino médicas. Pitágoras, por ejemplo, ya en el siglo IV a.C., sostenía que las relaciones sexuales eran nocivas para la salud y recomendaba mantener relaciones sexuales en invierno, nunca en verano y moderadamente en primavera y otoño. Y esto porque, a decir suyo: “el momento propicio para el amor es cuando uno quiere perder fuerzas” (1).

Así es, el acto sexual era considerado peligroso, difícil de controlar, perjudicial para la salud, aunque esto, señalaba Hipócrates (siglo IV a.C.) no perjudicaba a las mujeres, ya que ellas no perdían energía en el acto sexual como hacían los varones debido a la pérdida del semen. El mismo Hipócrates nos habla de un joven que perdió la vida después de 24 días de dolor. El diagnóstico fue que se había entregado de manera excesiva al placer sexual, porque el hombre conserva el máximo de su energía cuando retiene el semen (2). La actividad sexual era considerada un peligroso derroche de energía, de suerte que Sorano de Éfeso (siglo II a.C.), médico del emperador Adriano, consideraba la abstinencia como factor de buena salud y justificaba la actividad sólo con la procreación. El mismo Platón (siglo IV a.C.) considera en su libro Las Leyes, que Ico de Tarento llegó a ser campeón olímpico porque una vez que se entregaba a su entrenamiento “no tocaba ni a una mujer ni a un joven”. La actividad sexual podía conducir a la extenuación dorsal y a la muerte. Fueron estas concepciones las que evolucionaron a una negatividad creciente y encontraron tierra fértil en el cristianismo de los primeros siglos.

Con el advenimiento del estoicismo (300 a.C. a 250 d.C.) comienza a condenarse cualquier relación sexual fuera del matrimonio. Hasta hoy usamos la palabra estoico en ese sentido. Los estoicos abandonaron la importancia del placer en otras filosofías, y enmarcaron la actividad sexual dentro del matrimonio, como concesión a quienes no pudieran abrazar el estado perfecto, que era la continencia. Esta idea se hace universal y comienza a verse con mucha desconfianza el matrimonio, al grado que Séneca (55 d.C.) llegó a decir que “el amor por la mujer de otro es vergonzoso, pero también lo es amar sin medida a la propia mujer”. Así se fue conformando una mentalidad que tuvo dos consecuencias: por una parte, el rechazo al placer tuvo la virtud de enmarcar y ordenar las relaciones sexuales dentro del matrimonio, una institución que sigue vigente hasta nuestros días. Pero el rechazo al placer tuvo también una consecuencia negativa: se exalta la vida célibe y se presenta al matrimonio como una concesión para quien no pueda abstenerse. Así fue como se valoró al matrimonio por encima de todo otro tipo de relación sexual, pero, al mismo tiempo, se le minusvaloró en relación con la abstinencia y la vida célibe.

No pensemos, sin embargo, que el estoicismo fue por eso una doctrina retrógrada. Otros aspectos del pensamiento estoico son la ayuda mutua entre los esposos, la igualdad de derechos entre varón y mujer y el derecho de ésta última a la cultura (lo que los cristianos no hemos aprendido mucho). De cualquier manera, el acto conyugal quedó delimitado al ámbito del placer carnal, y no del amor.

De aquí a considerar la virginidad como un estado superior de vida solo hay un paso. Lo dio Plinio el Viejo (siglo I), que presentó como modelo humano al elefante, que se aparea solamente cada dos años: “Por pudor se acoplan los elefantes en lo oculto, lo hacen solamente cada dos años y por no más de cinco días. El sexto día se lavan en el río y sólo después de lavarse vuelven a la manada”(3) . Muchos teólogos (Ricardo de san Víctor 1173; Guillermo de Peralto 1270; San Francisco de Sales 1622) usarían la imagen del elefante. Quizá la descripción más ilustrativa sea la de Francisco de Sales, quien afirma: “(El elefante) es un animal tosco, y sin embargo es el más digno de los que viven sobre la tierra y el más sensato… No cambia nunca de hembra, ama tiernamente a la que ha elegido y se aparea con ella una vez cada tres años, durante el espacio de cinco días únicamente y ocultándose de tal modo que no se le ve mientras transcurre ese tiempo. Al sexto día se deja ver y se dirige inmediatamente al río en el que lava todo su cuerpo y no se reincorpora a la manada sin haberse purificado antes ¿No es este un comportamiento bueno y justo?”(4) . Así llegó esta reflexión a muchos predicadores cristianos e incluso a la vidente Anna Katharina Emmerick (+ 1824) que pone a Jesús hablando del elefante, impresionando a los esposos de las bodas de Caná.

Partiendo de estas consideraciones históricas es que desarrollé cómo estas filosofías se colaron en el pensamiento cristiano de los primeros siglos y conformaron una visión negativista de la sexualidad que sigue perdurando hasta nuestros día y cuál es, a mi juicio, la vía de salida para construir una moral sexual abierta a los desafíos de nuestro tiempo. Pero en eso abundaré en otra ocasión.

NOTAS

[1]Diógenes Laercio, Las vidas de los filósofos, VIII

[2]Epidemias III,18

[3]Historia Natural 8,5

[4]Philotea 3,39


2 Responses

  1. Raúl Ibáñez Martínez dice:

    «No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento. Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis.” Esto se lo dijo a los discípulos, al Papa, a los cardenales, a los religiosos dirigentes del banco vaticano, a los obispos, a los religiosos dirigentes de bancos y cajas de ahorros, a los sacerdotes.

  2. Espero con ansia tu abundar de la siguiente ocasión Raúl Lugo. Un abrazo.

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