Iglesia y Sociedad

Vuelta a Ellacuría

3 Jun , 2013  

Para Tilo, en su cumpleaños

Ignacio Ellacuría entró a la Compañía de Jesús en 1947, cuando estaba a punto de cumplir los 17 años y dos años después viajó a El Salvador. Después de realizar estudios en Ecuador, Innsbruck y Madrid, obtuvo el doctorado bajo la dirección de Xabier Zubiri en 1965. Vuelto a El Salvador en 1967 se queda a trabajar en la Universidad Centroamericana (UCA) “José Siméon Cañas”. Dos años después del asesinato del P. Rutilio Grande S.J., en 1979, una vez sufrido un primer destierro de 1977 a 1978, es nombrado rector de la UCA. Desde ese servicio eclesial pasa por la dolorosa experiencia del asesinato de Monseñor Romero en 1980 y se ve obligado a salir de nuevo del país, esta vez rumbo a Madrid, sin dejar de visitar frecuentemente El Salvador, colaborando en la búsqueda de una salida negociada a la cruenta guerra en la que, desde 1980, se ve envuelto el país centroamericano. Finalmente, el 16 de noviembre de 1989, Ellacuría es asesinado en la residencia de la UCA, junto con otros cinco jesuitas y dos mujeres que trabajaban en la casa.

Su obra, publicada en su mayor parte de manera póstuma, lo coloca como el filósofo y teólogo continuador de la obra de Zubiri y aplicador de su sistema de pensamiento al problema de la liberación de los pueblos latinoamericanos. Expresión de una de las mejores líneas de la teología de la liberación, el legado de la vida y obra de Ignacio Ellacuría está todavía por reflexionarse y por seguir dando fruto.

El juicio que sobre la realidad hiciera Ellacuría en su artículo “El desafío de las mayorías pobres”, publicado en 1989, conserva una palpitante actualidad: su análisis (coproanálisis, le llama, porque estudia las heces de nuestra civilización) revela que este sistema de vida, este modelo socioeconómico, está gravemente enfermo. La intención de su análisis es, justamente, aportar una línea reflexiva que evite su desenlace fatal. Por eso propone revertir la historia, subvertirla, lanzarla en otra dirección y hacerlo junto con todos los pobres y oprimidos del mundo de una manera que huya de todo facilismo: utópica y esperanzadamente. Cualquier semejanza con el zapatismo no es mera coincidencia.

Por eso, porque todavía tenemos mucho que aprender de Ellacuría, es que Jon Sobrino, jesuita también y colega suyo en la UCA, retoma en la Agenda Latinoamericana 2013 (pp. 116-117) una de sus propuestas más interesantes: la construcción de una civilización de la pobreza. Se trata, según Ellacuría, de vencer la dictadura del consumismo y la civilización de la riqueza. Para evitar equívocos, él mismo explica el término en su artículo “Utopía y profetismo desde América Latina”:

La civilización de la pobreza se denomina así por contraposición a la civilización de la riqueza y no porque pretenda la pauperización universal como ideal de vida… lo que aquí se quiere subrayar es la relación dialéctica riqueza-pobreza y no la pobreza en sí misma. En un mundo configurado pecaminosamente por el dinamismo capital-riqueza es menester suscitar un dinamismo diferente que lo supere salvíficamente.

A la cruda realidad socioeconómica, moldeada por un sistema que apuesta por el lucro a toda costa y que produce la horrenda desigualdad que caracteriza a nuestra época, ha venido a sumarse la conciencia cada vez más clara de las consecuencias de este sistema en la devastación del planeta. La crisis ecológica no es un ingrediente ajeno, sino una consecuencia más de este proceso depredador que, en la búsqueda de un consumo insaciable y de la producción de una ilimitada cantidad de satisfactores que resultan insostenibles por su huella ecológica, han terminado por poner a la especie humana en un riesgo cierto de extinción.

Este concepto de civilización de la pobreza ha sido releído, ya sea por don Pedro Casaldáliga como por otros teólogos, como la propuesta de una civilización de la pobreza solidaria o, como apunta más recientemente Benjamín Forcano entre otros, la civilización de la sobriedad compartida. En efecto, la revolución posible, la que pondrá fin a las desigualdades, ha de ser una revolución de la sobriedad compartida. No sabemos todavía las consecuencias concretas que tendrá este cambio del que depende la salvación de la especie humana, pero sí sabemos que un mundo con los niveles de desigualdad y depredación del planeta como los que experimentamos ahora es ya insostenible. El consumismo genera despilfarro insultante y adicción (véase, si no, la carrera interminable por descubrir y vender/comprar las nuevas tecnologías) e incrementa la desigualdad social. El mecanismo es simple, nos recuerda Jon Sobrino: se propone lo inútil como necesario y se promueve la inversión de recursos en lo que no lleva a la solidaridad.

Ya lo decía Ellacuría mismo: es indispensable retornar a los bienes primarios: alimentación apropiada, vivienda mínima, cuidado básico de la salud, educación primaria, suficiente ocupación laboral… la gran tarea pendiente es que todas las personas puedan acceder dignamente a la satisfacción de estas necesidades, no como migajas caídas de la mesa de los ricos, sino como parte principal de la mesa de la humanidad. Escuchemos su invitación a emprender el camino a ese cambio fundamental:

Esa pobreza es la que realmente que da espacio al espíritu, que ya no se verá ahogado por el ansia de tener más que el otro, por el ansia concupiscente de tener toda suerte de superfluidades, cuando a la mayor parte de la humanidad le falta lo necesario. Podrá entonces florecer el espíritu, la inmensa riqueza espiritual y humana de los pobres y los pueblos del tercer mundo, hoy ahogada por la miseria y la imposición de modelos culturales más desarrollados en algunos aspectos, pero no por eso más plenamente humanos.

La cultura de la sobriedad compartida tiene una concretización muy actual en la propuesta zapatista. En estos meses que se avecinan, abrir los ojos y el corazón a la experiencia de las comunidades zapatistas, sus luchas y logros, puede ayudarnos a comprender cuál puede ser un rumbo posible de esta transformación ya anunciada por Ignacio Ellacuría, más necesaria hoy que nunca.


3 Responses

  1. Nacho Jimenez Murrieta dice:

    Bravo!!! Lo mismo con el error de las "izquierdas", que se separan a la iglesia (católica) del Estado, solo para apoyar a Estados teocráticos como Israel, no importa con que ideología seamos más afines, siempre hay que ser críticos y dispuestos a cuestionar incluso nuestras ideas.

  2. Muchas veces se piensa en la Iglesia como un enorme bloque homogéneo, una institución cuadrada y uniforme, pese a albergar una gran diversidad de posturas en su interior. Lo mismo sucede con las agrupaciones que se congregan en ella. Por eso es posible que en las filas jesuitas militen figuras tan recalcitrantes (y penosas, para mí) como Jorge Loring, y hombres y mujeres tan esperanzadores como Ignacio Ellacuría o Jon Sobrino, de esos que apuestan por esta Iglesia de abajo. Para una adecuada comprensión de la realidad social, especialmente desde la perspectiva y el análisis religioso, es necesario considerar las múltiples facetas del poliedro.

  3. Raúl Ibáñez Martínez dice:

    Que grandeza de espíritu e inteligencia la de +Ignacio Ellacuría, «el buen pastor». Dios le tiene, sin duda alguna, en su gloria, desde la que intercederá por el Papa Francisco para guiarle por el «buen camino».

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