Cuando yo era niño, hablar del futuro significaba mirar hacia el progreso e imaginar los posibles avances de la tecnología. Y no era solamente yo quien lo pensaba. El Concilio Vaticano II, leído en retrospectiva, deja una sensación de fe casi ciega en el progreso de la humanidad. Todos nos sentíamos subidos a un tren que avanzaría hacia la resolución de los grandes problemas que aquejaban a la humanidad. Nuestras películas y series de televisión así lo reflejaban: Odisea en el espacio, Star Trek, Perdidos en el espacio y hasta la serie de dibujos animados Los supersónicos. Eran otros tiempos. Nuestra visión actual del futuro es mucho más sombría, seguros como estamos de que el declive ecológico no tiene marcha atrás. Nuestras películas son ahora sombrías y, en el caso de Elysium, incluso proféticas, aunque sea una profecía del desastre.
En la encíclica de Francisco sobre el cuidado de la casa común hay, todavía, una visión optimista que brota de la fe cristiana. Lo dice claramente el Papa desde su introducción: “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”. De ahí que su llamado confíe en oídos abiertos que lo reciban: “Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”.
El primer capítulo, sin embargo, deja poco espacio a la esperanza. La manera como Francisco describe ‘lo que le está pasando a nuestra casa’ es sobrecogedora. La finalidad de esta descripción no es invocar al miedo o la resignación ante lo inevitable. Francisco afirma que el objetivo “no es recoger información o saciar nuestra curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar”.
La lista de problemas enumerados y descritos en el primer capítulo comienza con lo más urgente: la contaminación y el cambio climático. La contaminación es abordada en su más amplio espectro: la generada por el humo de combustibles y desarrollo industrial, la que proviene de la aplicación de agroquímicos a los suelos y cultivos y la contaminación de la basura y los desechos tóxicos, producto en gran parte de la cultura del descarte y de la sumisión a los dictados de una tecnología consumista que se erige como la solución única de los problemas.
Respecto al cambio climático el Papa toma partido por el cada vez mayor consenso científico respecto al factor humano que está detrás del calentamiento global. “La humanidad está llamada, dice el Papa, a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan”. No deja de apuntar Francisco en este análisis el “patrón de desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles, que hace al corazón del sistema energético mundial”.
Aborda también Francisco, en esta especie de repaso por las catástrofes ecológicas que padecemos, la cuestión del agua, señalando la “imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos”, mientras que en las regiones más pobres del planeta, particularmente en África, “grandes sectores de la población no acceden al agua potable segura, o padecen sequías que dificultan la producción de alimentos”. El deterioro en la calidad del agua para el consumo humano y la tendencia a la privatización de este recurso vital forma parte del análisis implacable de Francisco.
Aborda inmediatamente el grave problema de la pérdida de la biodiversidad. Con audacia, la encíclica afirma que “los recursos de la tierra también están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y productiva”. Habla de la pérdida de selvas y bosques y la extinción evitable de muchas especies vegetales y animales. El diagnóstico pontificio es sin ambages y debería ser escuchado por los grandes de este mundo: “El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente su preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda obtener”. Ahora comenzamos a entender por qué la carta del Papa ha despertado tan airadas respuestas en el ámbito de los que negocian con el medio ambiente.
Finalmente, Francisco aborda dos problemas más: el deterioro de la calidad de vida de las personas y la degradación social, junto con lo que él llama ‘inequidad planetaria’, dado que “el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social”. Aquí Francisco hace énfasis en los más pobres, que resultan simultáneamente los más dañados por la crisis ecológica que padecemos y apunta a que no habrá solución para el planeta que no cruce por la modificación estructural del sistema socioeconómico que considera el sufrimiento de los pobres como simples daños colaterales.
Termina este primer capítulo con dos observaciones que afrontan sendos problemas: el primero es la debilidad de las reacciones ante la crisis medio ambiental y el sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas. Pareciera que las medidas se toman, no para solucionar el problema de fondo, sino para evitar que los negocios fracasen. El segundo aspecto es el reconocimiento papal de que hay diversidad de opiniones respecto de la situación: el extremo de quien piensa que la situación actual no se debe a la intervención humana y que los problemas terminarán por resolverse solos o con recursos tecnológicos que podamos crear, y el extremo opuesto de quienes ven cualquier intervención humana como esencialmente mala para el ecosistema y abogan por la restauración de un paraíso sin homo sapiens. No obstante, “entre estos extremos, la reflexión debería identificar posibles escenarios futuros, porque no hay un solo camino de solución. Esto daría lugar a diversos aportes que podrían entrar en diálogo hacia respuestas integrales”. Esta es la invitación con la que Francisco concluye su primer capítulo.
P.D. Releo lo que hasta aquí he escrito. Es un mal resumen que no arranca sentimiento alguno. Nada sustituye la lectura directa de la prosa honda y directa de Francisco. Así que les dejo con cinco perlas del Papa tomadas de la introducción y del primer capítulo.
1. La hermana Madre Tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla… entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura. (No. 2)
2. Sobre san Francisco: Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior. (No. 10)
3. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin una apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos… El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza. (No. 11 y 12)
4. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil. (No. 25)
5. No basta pensar en las distintas especies sólo como eventuales «recursos» explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho… Posiblemente nos inquieta saber de la ex-tinción de un mamífero o de un ave, por su mayor visibilidad. Pero para el buen funcionamiento de los ecosistemas también son necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la innumerable variedad de microorganismos. Algunas especies poco numerosas, que suelen pasar desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental para estabilizar el equilibrio de un lugar. (No. 33 y 34)
Hay que seguir luchando por un mundo mejor y por la humanidad. Los mensajes son necesarios para concientizar a las gentes de nuestra gravedad actual.
OJALA EL MUNDO ABRA SUS OJOS, PARA NO SOLO OBSERVAR ESTA TRISTE REALIDAD. ESTAMOS ACABANDO CON TODO LO QUE NOS HA BRINDADO DIOS PARA PODER VIVIR SANAMENTE- CUAL ES EL MUNDO QUE LES ESTAMOS DEJANDO A NUESTROS HIJOS – UN MUNDO DESVASTADO, SIN PRINCIPIOS MORALES.