Este artículo somete a revisión y critica uno de los acercamientos a la figura de María Magdalena poco conocido, pero cuyo tratamiento científico ha lanzado el biblista norteamericano Ramón K. Jusino M.A. en un artículo de 1998 titulado Mary Magdalene: author of the Fourth Gospel? y propuesto a la discusión pública en la página de la Red www.BelovedDisciple.org. Jusino intenta fundamentar la hipótesis de que María Magdalena fue identificada, en una tradición precanónica del evangelio de Juan, como la Discípula Amada. En esta columna planteo las argumentaciones de Jusino y me reservo una opinión crítica para la próxima semana.
1. Revaloración de María Magdalena
Hace unos años fue la novela de moda. Ocupó por más de cuatro meses los primeros lugares de venta en las listas del New York Times en su versión original inglesa y ha resultado un exitazo también en su traducción castellana. Se trata de “El Código Da Vinci”. La trama del thriller no podía ser más atrayente: una sociedad secreta de antiguas raíces, el priorato de Síón, parece estar a punto de revelar un secreto celosamente guardado durante siglos. El Opus Dei intentará, a toda costa, evitar la peligrosa revelación. El secreto es potencialmente explosivo para la Iglesia Católica: el Santo Grial, una de las reliquias legendarias más buscadas a través de los tiempos, no se identificaría, como se pensaba, con un cáliz en el que Jesucristo habría bebido el vino de la Última Cena y que un discípulo habría usado después para recoger algunas gotas de la sangre de Cristo crucificado. Nada de eso. El Priorato de Sión, al que han pertenecido Leonardo Da Vinci e Isaac Newton, entre otros, conoce la terrible verdad. El Santo Grial sería, ni más ni menos, una persona: María Magdalena.
No estoy yo para contar la trama de esta interesante obra de ficción y las vicisitudes por las que tienen que pasar guardianes y detractores del secreto del Santo Grial. Solamente hago mención de ello para constatar hasta qué grado de divulgación ha llegado el renovado interés que se ha despertado desde hace algunos años por la figura de María Magdalena.
Pero no se trata solamente de las obras de ficción. Especialistas en Biblia y espiritualidad han revisado en los últimos años la significación de esta mujer en la historia del cristianismo primitivo. Programas de televisión se transmiten en canales de la televisión privada donde se estudia su biografía. No hay acercamiento feminista a los textos bíblicos del Nuevo Testamento que no se detenga a considerar en detalle la figura de esta mujer que dejó huella en la memoria cristiana de los primeros siglos.
Se ha entablado una batalla frontal en contra de la opinión tradicional que mira a María Magdalena como una prostituta arrepentida. El artículo de Jusino lo menciona al inicio cuando dice: He aquí un hecho que pocas personas parecen saber: La Biblia nunca dice explícitamente que María Magdalena hubiera sido una prostituta en algún momento en su vida. (1)
Y termina lanzándole al lector un reto: Una última cosa: ¿Cómo nos explicamos que María Magdalena sea la prostituta más famosa del mundo si la Biblia nunca dice específicamente que ella fuera, en efecto, una prostituta? Estoy seguro que usted recordará haber leído eso en alguna parte de la Biblia, ¿no es cierto? Trate de encontrar esa cita… y cuando la encuentre, hágamela llegar a mi portal del ciberespacio y yo colocaré tal cita allí para que se discuta (2).
Jusino habla con conocimiento de causa, aunque no detalla la tormentosa historia de la apóstol que devino en prostituta. ¿Qué fue lo que pasó, que la imagen más popular de María Magdalena es hoy la de una prostituta convertida? ¿Por qué no se exalta su papel de discípula y apóstol y, en cambio sí, la imagen de una pecadora arrepentida? Creo que hay más de una razón para explicar que quien fuera en el evangelio modelo de apóstol se convirtiera en paradigma de penitencia.
La primera razón es tan antigua como los mismos evangelios. El hecho de que María Magdalena, curada y convertida en un ser humano de dignidad completa, se convirtiera en la seguidora (y servidora) de Jesús que lo acompañaba en sus correrías y que haya sido citada por los cuatro evangelistas como la primera testigo de la resurrección y la que recibió el mandato apostólico de anunciar a los otros discípulos que Jesús estaba vivo, no es más que una prueba clara del papel privilegiado de liderazgo que María Magdalena debió jugar en la iglesia primitiva. Hay quien sostiene, así sea sin argumentos científicos (3), que Magdalena habría sido la apóstol encargada de la comunidad de Galilea, a donde los discípulos se habrían dirigido después de la resurrección, según el mandato de Jesús. Esa sería la razón, según esta teoría, de que la vitalidad de la iglesia de Cafarnaúm, comprobada por los hallazgos arqueológicos modernos que han maravillado al mundo en los años recientes, no aparezca registrada en el libro de los Hechos de los Apóstoles ni en ninguna otra parte del Nuevo Testamento.
En efecto, dejando aparte esta arriesgada hipótesis, es seguro que para la mentalidad patriarcal vigente en aquella época debió haber sido muy difícil reconocer el lugar privilegiado que la revelación evangélica primitiva concedió a María Magdalena. Una cultura que centraba todas las cosas positivas y todo el poder en los varones, debió haber recibido como un desafío inaudito el hecho de que una mujer hubiera sido la primera testigo del sepulcro vacío, de la resurrección y la primera enviada del resucitado. Algunos de los evangelios apócrifos nos dan testimonio del conflicto tan grave que esta realidad provocó en la iglesia primitiva. Entre los textos encontrados en Nag Hammadi en 1945 se halla un evangelio apócrifo de los primeros siglos, conocido como el Evangelio de María Magdalena que expone esta escena (4). Después de que María explica a los apóstoles algunas cosas que no están conservadas por escrito, Pedro pregunta cómo puede Dios haberle confiado a María cosas que no les había dicho a ellos. ‘¿Qué os parece, hermanos? ¿Acaso el Señor, preguntado sobre estas cuestiones, hablaría a una mujer de forma oculta y en secreto, para que todos lo escuchásemos? ¿La presentaría, quizá, como más digna que nosotros?’ El pasaje continúa con la intervención de Leví: ‘Si el Señor la juzgó digna, ¿quién eres tú para despreciarla? Necesitamos revestirnos del hombre nuevo para aceptar que el Señor le haya revelado cosas que no nos dijo a nosotros’.
Una segunda razón puede ser la confusión que se creó entre tres mujeres distintas de las que nos hablan los evangelios. Por un lado está María Magdalena (Lc 8,2), mencionada en muchos textos. Por otro lado está la anónima pecadora perdonada de la que nos habla Lc 7,36-50 y que, muy probablemente, era prostituta. Por último, está María de Betania, la hermana de Marta y de Lázaro, que derrama a los pies de Jesús aceite perfumado como adelanto de su sepultura (Jn 12,1-10).
La confusión de estas tres mujeres se remonta hasta san Agustín, en el siglo V, pero queda fija en la memoria popular cristiana a partir de unas famosas homilías pronunciadas por el Papa Gregorio Magno alrededor del año 600. En estas homilías quedan asociadas, como si fueran un mismo y solo personaje, la pecadora arrepentida, María de Betania y María Magdalena. La tradición ortodoxa griega conservó, en cambio, la nítida distinción entre estas tres mujeres. Lo cierto es que esta confusión, producto de la ignorancia o de la mala fe, deformó la imagen de María Magdalena hasta convertirla en lo que ahora es: una pecadora convertida cuyo mensaje principal es el arrepentimiento al que deben aspirar los pecadores. Nada de la mujer apóstol, de la valiente testigo de la muerte y resurrección de Cristo. Confusión, hay que decirlo con claridad, bastante conveniente para quienes querían mantener las mujeres fuera del ámbito de las decisiones en la iglesia.
Hoy, cada vez más, la imagen de María Magdalena vuelve a recuperar su auténtica dimensión, aunque las imágenes que de ella vemos en las iglesias de nuestros pueblos nos la muestren con un frasco de perfume fino en su mano derecha y una corona de espinas en su frente en señal de penitencia. Los esfuerzos seculares por minimizar el destacado papel apostólico de María Magdalena van quedando atrás gracias a muchas mujeres, teólogas y estudiosas de la Biblia, que han rescatado la más genuina tradición de esta apóstol de los apóstoles.
2. El enigma del autor del cuarto evangelio
Son ya innumerables los comentarios escritos al evangelio de Juan. Aunque Ramón Jusino cita casi exclusivamente el comentario de Brown, haríamos una lista interminable si repasáramos los comentarios al cuarto evangelio redactados en francés, italiano, inglés, alemán o castellano (y, seguramente, en otras lenguas menos comunes).
La cuestión relativa al autor del cuarto evangelio continúa siendo, sin embargo, un enigma en casi todos los comentarios. Los especialistas, casi en su totalidad, han abandonado la opinión tradicional que sostenía que Juan de Zebedeo, hermano de Andrés y perteneciente junto con él al grupo de los Doce, esté al origen del cuarto evangelio. Ramón Jusino, en el artículo que estamos comentando, afirma con cierto sarcasmo:
“Fue Ireneo quien defendió la apostolicidad del cuarto evangelio citando la tradición que circulaba en Asia Menor que, según él, conectaba a Juan de Zebedeo con el cuarto evangelio. El testimonio de Ireneo, sin embargo, es una prueba muy débil para establecer a Juan de Zebedeo como el autor del cuarto evangelio. En primer lugar, resulta que Ireneo confundió a Juan de Zebedeo con un presbítero de Asia Menor que también se llamaba Juan. En segundo lugar, Ireneo afirmó que él consiguió su información sobre la autenticidad apostólica del cuarto evangelio, de Policarpo (+156), obispo de Esmirna, cuando Ireneo era un niño (5): en el 946). ¡La tradición de la iglesia que estableció a Juan como autor del cuarto evangelio se basó, sobre todo, en recuerdos de la niñez de Ireneo! (6)
La mayor parte de los manuales populares, aunque sigue recurriendo a la nomenclatura “comunidad juánica”, “evangelio de Juan”, cuando llega la hora de identificar al autor del cuarto evangelio dice cosas así:
“Es probable que en su fuente esté la personalidad del apóstol Juan, pero su obra se fue formando en varias etapas hasta su redacción final hacia los años 95-100. Puede pensarse en una escuela juánica, un grupo de discípulos que meditaban y profundizaban en las enseñanzas del apóstol”(7).
Algunos acuerdos pueden encontrarse en la mayor parte de los investigadores juánicos: que el autor de origen fue un testigo ocular, que debe identificarse con el “discípulo amado” del que habla en varias ocasiones el texto evangélico y, por último, que la construcción de la tradición juánica es tan compleja, que el autor debe ser considerado “autor de origen”, es decir, como “la persona de quién provienen las ideas originantes del libro, no necesariamente la persona que fija la pluma al papiro (8)”No hay acuerdo, en cambio, en la pertenencia del autor del cuarto evangelio al grupo de los Doce.
3. La argumentación de Ramón Jusino
El artículo que estamos comentando expone en sus líneas iniciales, para que el lector no sea llamado a engaño, el objetivo que persigue:
“Este artículo diserta a favor de la atribución de la autoría del cuarto evangelio (el evangelio según san Juan) en el Nuevo Testamento a María Magdalena… Se postula más a fondo que María Magdalena fue la fundadora y héroe verdadera de lo que ha venido ser conocida como la comunidad joánica (es decir, María Magdalena era una de las fundadoras originales de la iglesia cristiana)”(8).
Para conseguir su objetivo, el autor hace una revisión de los textos en que el discípulo amado aparece mencionado en el evangelio. Posteriormente se plantea la cuestión de fondo:
“Podemos observar a este punto que en los pasajes ya citados del Evangelio de Juan, el Discípulo Amado es claramente masculino. Incluso en 19:25-27 y 20:1-11 el Discípulo Amado y María Magdalena aparecen en las mismas escenas simultáneamente. ¿Cómo puedo alegar entonces que María Magdalena sea “el Discípulo Amado”? (9)
Para responder a la pregunta plantea una interesante cuestión que, sin ser directamente respondida, abre el debate: ¿Por qué la identidad del discípulo amado permaneció en secreto? Eliminada la posibilidad de que el ocultamiento de la identidad del discípulo amado fuera para defender su integridad física en caso de persecución, el autor se propone explicar lo más claramente posible su tesis: María Magdalena habría sido identificada como la discípula amada en una versión precanónica del evangelio de Juan, y más tarde, líderes masculinos emergentes en la comunidad juánica habrían tratado de oscurecer el escandaloso dato de que una comunidad había tenido como fundadora a una líder y héroe femenina.
Para fundamentar esta tesis el autor recurrirá, en primer término, a la evidencia externa de algunos evangelios apócrifos provenientes de la llamada Biblioteca de Nag Hammadi. En especial, cita el Evangelio de Felipe y el Evangelio de María (Magdalena). En los textos citados, Jusino destaca que María Magdalena es nombrada en estos textos como “la discípula a quien Jesús amaba” y que era, según estas tradiciones, poseedora de conocimientos íntimos de la persona de Jesús y de su mensaje, que quedaban fuera del alcance del grupo de los Doce (10).
Más tarde, Jusino se plantea si existe o no relación entre estos escritos gnósticos y el cuarto evangelio. Propone tres posibilidades: a) Que no exista relación ninguna y que fuera pura casualidad que Magdalena fuera llamada “la discípula amada” en tales tradiciones gnósticas; b) Que todo se explique según la opinión de Brown, es decir, que los gnósticos hubieran conocido el cuarto evangelio y que, admirados del papel que María Magdalena juega en él, la hayan identificado con la discípula amada; c) Que la relación se explique a la inversa, es decir, que los gnósticos hubieran tenido una versión previa del cuarto evangelio, que tal versión contuviera la identificación de María Magdalena como la discípula amada y que, solamente después, las referencias a María Magdalena como fundadora de la comunidad, hubieran sido desaparecidas, sustituyendo al personaje femenino por otro masculino, mucho más aceptable para la gran iglesia en formación (11).
Tal suposición, la enunciada en el inciso c), intenta ser demostrada en el artículo de Jusino. Para ello recurre a la evidencia interna. La posibilidad de descubrir la labor de ocultamiento que el redactor final del cuarto evangelio habría realizado para hacer desaparecer todo vestigio de la identificación original de María Magdalena como la discípula amada, no es demostrable más que con el estudio de los textos en los que el discípulo amado aparece.
La tesis es simple: en la mayor parte de los textos, el redactor de contentó con borrar el nombre de María Magdalena y sustituirlo con un anónimo “discípulo amado” varón. No obstante, la tesis funciona a nivel de propuesta, solamente en aquellos textos en que el discípulo amado aparece solo… pero, ¿qué decir de los textos en que María Magdalena y el discípulo amado aparecen juntos? Esto ocurre solamente en dos textos: al pie de la cruz (Jn 29,15-17) y junto al sepulcro vacío la mañana del domingo de la resurrección (Jn 20,1-11).
Jusino se dedica entonces a revisar las inconsistencias estructurales de estos dos relatos. En el primer relato, la súbita aparición del discípulo amado masculino, allí donde solamente habían sido mencionadas las mujeres, llama la atención. En el segundo texto, el de la resurrección, Jusino señala que no hay explicación ninguna en el texto canónico de en qué momento María Magdalena, que había abandonado el sepulcro para ir a avisar a Pedro y “al otro discípulo” del acontecimiento de la resurrección, regresa para reaparecer sentada junto al sepulcro vacío, sin que se nos explique cuándo ni por qué llegó.
Jusino sostiene que tales inconsistencias dan cuenta de una mano redaccional que habría modificado el texto. Tal modificación, y éste es el punto medular de lo que sostiene, habría sido realizada para hacer aceptable el evangelio a la iglesia apostólica, lo que conllevó la necesidad de desaparecer a María Magdalena como la fundadora de la comunidad juánica.
Como evidencia adicional para sustentar su tesis, Jusino menciona algunos elementos aceptados por la crítica moderna del cuarto evangelio, y que podrían servir de apoyo a su tesis: que el origen de la tradición juánica autor está relacionado con un testigo ocular, que las mujeres ocupan un papel destacado en el conjunto del cuarto evangelio, que muchas cosas en el evangelio se entenderían mejor si el discípulo amado fuera alguien proveniente del círculo de Juan Bautista y conocedor de la tierra de Palestina, y que existe una rivalidad aceptada por todos entre Pedro y el discípulo amado. Todos estos elementos, aunque no prueban directamente la tesis que Jusino sostiene, no se contradicen con ella y pueden servirle de apoyo.
En sus conclusiones finales, además de hacer un resumen de los pasos de su demostración, el autor se cura en salud. Afirma que su teoría está en consonancia con el aprecio que la iglesia católica ha mostrado siempre por María Magdalena, a la que ha llamado “apostola apostolorum”. Dice también que su tesis no desafía la integridad del cuarto evangelio y que no ha de ser tomada como pretexto para deducir ningún tipo de relación amorosa ilícita entre Jesús y Magdalena. Por último, señala los posibles prejuicios de quienes se cierran a este tipo de argumentaciones. No resisto citar sus palabras:
“Bueno… espero que este ensayo les haya parecido una “buena lectura”. Sé que mi hipótesis podrá parecerles muy radical… al menos al principio. Sin embargo, antes de despedirme, quisiera poner a su consideración algunas cosas. ¿Esta tesis, les parece radical solamente porque en ella propongo que una mujer haya sido la autora de uno de los cuatro evangelios de las Sagradas Escrituras? Si en lugar de ello, les hubiera propuesto una tesis que sostuviera que Bartolomé, o Andrés, o Santiago, o cualquiera de los otros apóstoles varones era el autor del cuarto evangelio en vez de Juan… ¿seguiría considerándose la tesis como muy radical? Probablemente no. De hecho, la iglesia no tiene problema alguno con el resultado prevaleciente en los estudios actuales que sostiene que un hombre, de quien ni siquiera sabemos su nombre, escribió uno de los documentos cristianos más sagrados. Imagínese: ¡hasta un hombre sin nombre es preferible a una mujer!” (12)
NOTAS
(1) JUSINO Ramón, Mary Magdalene: author of the Fourth Gospel? en www.BelovedDisciple.org. p. 1 (en adelante, JUSINO)
(2) JUSINO Op. Cit., p. 18
(3) Me refiero a la obra de ficción de MURPHY Walter F., Sobre esta roca (México: Diana 1992)
(4) El texto es citado también en la argumentación de Jusino, según la versión en inglés de ROBINSON James ed. The Nag Hammadi Library in English. Revised Edition. (Harper & Row, San Francisco CA, 1988)
(5) Jusino cita aquí a PERKINS Pheme, 1990. The Gospel According to John en The New Jerome Biblical Commentary, editado por Raymond E. Brown, et al. (Prentice Hall, Englewood Cliffs, NJ 1990) , pp. 942-985
(6) JUSINO, Op. Cit., p. 5
(7) CARPENTIER E., Para leer el Nuevo Testamento (Verbo Divino, Estella 1999) p. 126
(8) BROWN R., The Gospel according to John, (Doubleday & Co. New York, 1966) Vol I, p. 37
(9) JUSINO, Op. Cit., p. 1
(10) JUSINO, Op. Cit., p. 4
(11) JUSINO, Op. Cit., pp. 5-8
(12) JUSINO, Op. Cit., pp. 8-9
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