La crisis del Estado Nacional va llegando a límites extremos. Los niveles de descomposición social quedan aún más en evidencia en estos tiempos de proceso electoral. Los partidos políticos, guiados solamente por sus propios intereses, salen, desvergonzados, a reclamar votos para continuar la farsa democrática en un país en que ningún orden de gobierno pareciera estar a la altura de la honda crisis que nos agobia. Tras la estela de las campañas electorales va quedando cada vez más claro que los partidos políticos, éstos que tenemos, todos sin excepción, con su ambición desmedida, su corrupción y su obsequiosidad ante los poderes económicos (los que de veras mandan), son una parte del problema y no de la solución.
Ante el riesgo de que, junto con la confianza en el sistema de partidos, también el alma nacional se vaya por el caño, han ido surgiendo movimientos que tienen por objeto la transformación radical del sistema. Intentan ofrecer vías alternas a la dictadura de los mercados y a la vergonzosa sumisión y rapacidad de la clase política.
En la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa tuvo lugar el inicio de la Convención Nacional Popular el pasado 6 de febrero de este año. Con la presencia de 244 delegados de organizaciones sociales de todo el país arrancó este esfuerzo de “aglutinar y unificar a todas las fuerzas políticas del país, respetando su diversidad y dinámica propia, pero dándole rumbo a través de un programa político’’, según declaró aquel día Vidulfo Rosales, abogado del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan. La Convención Nacional Popular dio inicio a los 132 días de que los 43 normalistas fueron desaparecidos. Sus acuerdos fueron, primero, ratificar que la demanda principal del movimiento social es la presentación con vida de los 43 alumnos detenidos-desaparecidos en Iguala; segundo, la derogación de las reformas estructurales, y tercero, el desconocimiento del presidente Enrique Peña Nieto.
Un día antes, el 5 de febrero, con la metáfora de una casa, el compañero Raúl Vera fue el encargado de explicar las intenciones de la Constituyente Ciudadana–Popular. Esta iniciativa, mucho más ambiciosa y de largo aliento, fue saludada de esta manera por los padres de Ayotzinapa: “El día de hoy salen a la luz pública la Convención Nacional Popular y la Constituyente Ciudadana Popular como dos arroyos de un mismo gran río que es el Pueblo mexicano en busca darle una salida pacífica, popular y ciudadana a la crisis y avanzar en la refundación de México. Ambas iniciativas nos reconocemos como parte del proceso en que nuestros pueblos construyen espacios de reflexión, análisis, resistencia y acción comunitaria, en donde se puedan expresar todas las voces, los saberes, las experiencias, espiritualidades y la poderosa raíz de nuestra cultura. Ambos espacios, además de sumarnos al reclamo de aparición con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa, ponemos en el centro la necesidad de la unidad nacional. Por ello declaramos que vamos andando caminos paralelos pero no opuestos. Los objetivos de cada proyecto nos llevan a dialogar. En los días subsiguientes seguiremos fortaleciendo los puentes de diálogo, comunicación, entendimiento y acción para contribuir a la liberación de este oprobioso e injusto sistema neoliberal”.
La Constituyente Ciudadana-Popular ha tenido, el pasado 2 de mayo, su Primera Asamblea Nacional, a la que asistieron 600 delegados y delegadas de los comités facilitadores que se han constituido ya en 27 estados del país. La asamblea creó una ruta de trabajo para seguir con la consolidación interna de este gran esfuerzo ciudadano y crear lazos con más organizaciones sociales. Un buen resumen de la pretensión de la Constituyente ha quedado en el texto de la convocatoria a esta Primera Asamblea Nacional:
“Creemos que la solución a la crisis actual, a la catástrofe humanitaria, está más allá del 7 de junio. La superación de la crisis radica en la construcción de un proceso de nuevo gobierno, en la elaboración de un nuevo pacto social o proceso constituyente, que hace de la participación ciudadana y comunitaria su razón de existir. Pensamos que poco aportamos si enfatizamos las diferencias dentro de la sociedad civil, entre quienes votan o no. Sería conveniente aprovechar las discusiones que se suscitan en torno a las elecciones del 7 de junio, con el fin de reflexionar y acordar, en la medida de lo posible, el camino, la ruta o rutas que, desde la resistencia y la desobediencia civil pacífica, podemos emprender para que se vayan los responsables del desastre nacional, los causantes de la pobreza, la violencia y la inseguridad en que nos debatimos las mayorías nacionales. Se trata entonces de reflexionar sobre las estrategias para dar paso a la solución de los problemas nacionales, a la construcción de un nuevo gobierno; de ponernos de acuerdo entre nosotras y nosotros, las mayorías nacionales para ponerles un hasta aquí a los criminales que hoy lucran con la tragedia nacional y humana. Se trata de organizar la resistencia nacional, ciudadana, comunitaria y social. De fundir en un solo torrente las luchas cotidianas por la defensa del territorio, los derechos laborales y humanos y la lucha de todas y todos, con la construcción de un nuevo sujeto social de millones que ya ha iniciado su marcha hacia la refundación nacional”. (El documento completo puede encontrarse en: http://constituyenteciudadana.org/wp-content/uploads/2015/05/Constituyente-Asamblea-2-5-2015-FOLLETO.pdf)
Ciertos círculos de izquierda se han pronunciado críticamente en las redes sociales respecto a la Constituyente señalando la inconveniencia de que un obispo católico aparezca al frente de esta iniciativa. Yo también estaría preocupado si no supiera del esfuerzo por parte del equipo plural de ciudadanas y ciudadanos que está detrás de la iniciativa y que han venido trabajando el proyecto por más de dos años antes de que fuera dado a conocer públicamente. Yo también estaría preocupado si no conociera de primera mano la solidez moral y el ejemplar trabajo del Obispo de Saltillo a favor de los derechos humanos. Pero supongamos, como yo creo, que los críticos no poseen estas dos informaciones y que su preocupación es legítima. Creo que es algo que es necesario discutir y considero que estas críticas deberán ser sopesadas en el largo camino que implicará la construcción de la Constituyente.
Lo que sí no me parece es que, en la crítica a la que he aludido, algunos propongan argumentos basados en un jacobinismo trasnochado que termina siendo excluyente y que en nada contribuye a construir un país en el que todas y todos tengamos derecho a manifestar nuestras opiniones y a participar en su transformación. Me refiero en concreto a la argumentación que sostiene que los ministros católicos solamente siguen órdenes y que su lealtad al Estado Vaticano está por encima de su lealtad a la patria. Esas son patrañas, equivalentes a quienes argumentaban desde las iglesias, para oponerse al comunismo, que los comunistas se comían a los niños.
Yo tengo la suerte de contar con un enorme número de amigas y amigos no creyentes. Entre ellos hay muchas compañeras y compañeros de lucha. Nunca he sentido que mi fe religiosa haya sido un obstáculo para establecer con ellas y ellos relaciones de compañerismo y caminar juntos hacia objetivos comunes. No olvidemos que todos los movimientos sociales, tengan nexos con ideas religiosas o no, tienen mártires… y tienen verdugos. Pero no podemos vivir reprochándole a cada católico la Inquisición, como tampoco descalificar a cada persona de izquierda por el genocidio estalinista. Los estereotipos terminan anulando nuestra capacidad de diálogo.
Quienes se convenzan de que la Constituyente puede ser una aportación válida para la refundación de México, que lo hagan no por la figura de don Raúl Vera, sino por lo que la Constituyente, que es un esfuerzo de muchas y muchos, propone y por su viabilidad. Quienes, en cambio, decidan no participar en esta iniciativa, que sea porque el proyecto no les convence y no porque don Raúl Vera haya puesto su capital de credibilidad al servicio de esta causa.
Nunca me convenció la patraña de que los comunistas se comían a los niños. Pero tuve que caminar mucho para valorar en toda su dimensión la aportación de la izquierda y la heroicidad de muchos de sus militantes. Confío en que la Constituyente vaya avanzando en su propuesta de diálogo nacional y que sirva también para que algunos sectores de la izquierda mexicana se den la oportunidad de experimentar que los católicos y católicas no somos súbditos de un monarca extranjero.