Este 2017 cumple 64 años de edad, pero Fernando Betazzoni ha vivido la intensidad de varias vidas. Uruguayo de origen, nació en una ciudad llamada Las Piedras, este escritor, periodista y guionista ha vivido en al menos seis países distintos (Uruguay, Chile, Cuba, Nicaragua, Suecia, Italia), ha sufrido el exilio, se involucró en la lucha armada en Nicaragua, trabajó como corresponsal… y su trabajo literario ha recibido reconocimientos en varios países
Supe de él en 2003, cuando me sorprendió, en el arco de apenas unos meses, encontrar su nombre en dos documentos distintos que atrajeron mi atención. Bush era presidente de los Estados Unidos (2000-2004/2004-2008). Sí, el Bush de la guerra de Irak y de la gran recesión, el cuarto presidente con menor porcentaje de votos en toda la historia norteamericana, el Bush del combate al terrorismo después de la catástrofe de las torres gemelas. Fernando Betazzoni había trabajado con otros escritores e intelectuales desde 2002 para confrontar la política guerrerista de Estados Unidos. Su nombre apareció en la declaratoria del Comité Internacional de Intelectuales contra la Guerra, firmando junto con Gelman, Galeano, Benedetti y muchos más. Fue la primera vez que supe de su existencia. En ese mismo año, hojeando la prensa, encontré su nombre por segunda vez: Betazzoni lanzó al público su Carta de un Viejo Disidente, en la que, con argumentos salidos de las entrañas, confirma sus discrepancias con el rumbo de la revolución cubana, pero manifiesta su profunda solidaridad con la isla. La carta me pareció estrujante y arrancada a pedazos del corazón.
Hoy, catorce años después de aquella carta, Betazzoni hace pública otra misiva. Otra vez escrita desde el alma, pero ahora en defensa del poeta Ernesto Cardenal, quien acaba de ser condenado a pagar una suma millonaria como fruto de un litigio caduco sobre unas tierras del archipiélago de Solentiname, pero reactivado por el presidente Daniel Ortega en su hostigamiento encarnizado contra el poeta, quien se ha mostrado crítico ante su gobierno. A sus 92 años, Ernesto Cardenal es un perseguido político de Daniel Ortega. Así lo señala Gioconda Belli, la presidente de la organización no gubernamental de periodistas y escritores PEN, capítulo Nicaragua, cuando dice que “a sus 92 años, un hombre que vive humildemente sin haber acumulado riquezas, no tiene ni los medios, ni el tiempo para enfrentar semejante demanda. De allí que no quede más que suponer que la reactivación del mismo, si no obedece a un craso error legalista, debe achacarse a la persecución del gobierno del presidente Ortega… Creemos que sus posiciones valientes, directas y críticas a la situación de Nicaragua bajo el gobierno, desde 2007, de Daniel Ortega, son las que le han causado perjuicios y persecución”.
Les comparto las dos cartas de Fernando Betazzoni. La primera tiene como objetivo ofrecer una primera aproximación a las posiciones políticas de Betazzoni, para quienes no lo conozcan. La segunda, en cambio, es mi manera de unirme al repudio que despierta en muchas personas la persecución al poeta Ernesto Cardenal, de quien soy devoto admirador. Que disfruten ambas misivas.
Carta de un viejo disidente
Montevideo, domingo de Pascua de 2003
Ahora, a la vuelta de los años, Cuba vuelve a ocupar mi vigilia. No desde la inocencia juvenil de banderas y consignas, sino desde la agobiada reflexión de alguien que se considera capaz, como el que más, de reconocer el signo de los tiempos y actuar en consecuencia.
Digo que para mí Cuba no es, nunca fue, un nombre para adornar los estandartes. No son cuatro letras. Ni siquiera es, como dice la canción, “un rubí, cinco franjas y una estrella”. Cuba no es Fidel Castro. No es el recuerdo del Che en la Sierra Maestra. No es tampoco la memoria de la derrota norteamericana en Playa Girón. Cuba no es la venerada memoria de Martí, ni su mármol hecho cifra al sol en la Plaza de la Revolución de La Habana. No es tampoco la voz de Carlos Puebla, ni los gallos de Mariano, ni los versos de Guillén. Cuba es mucho más que un sistema de referencias culturales o políticas: es una nación, construida desde el polvo de sus huesos, desde el dolor y la sangre de cientos de miles de esclavos, de campesinos pobres y analfabetos, de patriotas que se murieron atados a la quimera de la libertad. Cuba es una nación levantada por los humillados y ofendidos de la historia para que todos nos regocijáramos en ella.
La nación cubana ha vivido crucificada a un falaz destino manifiesto durante toda su existencia. Allí tenía que estar ese lagarto verde tendido en el mapa que Colón navegó por vez primera. Allí esa perla de la corona española, esa fruta madura de los intereses norteamericanos. Allí ese baluarte de las siempre bellas malas palabras: socialismo, liberación, independencia. Allí esa luz tutelar de los parientes negros que en Angola y Mozambique se sacudían el yugo colonial. Allí tenía que estar. Y estuvo.
Y allí está ahora, más sola que nunca al parecer. Dejada de la mano de Dios, acosada por los conspiradores de siempre, dolida de sus propios muertos, de sus hermanos idos, de los amigos que están lejos, de su tristeza infinita. Dividida. Una vez más crucificada. Sostenida por sí misma, aupada en su propia dignidad.
La pandilla mafiosa entronizada en la Casa Blanca tiene otra vez a Cuba en la mira. Viejo hábito yanqui, ya lo hicieron antes. Sin fortuna, es cierto, pero acaso sin tanta desesperación como ahora. Estados Unidos es un país fundido, y ese inmenso agujero negro que es la economía norteamericana es capaz, antes de colapsar en la autofagia, de tragarse Afganistán, Irak, Siria, Cuba, Colombia y cuanto bocado se atraviese en su camino.
Cuba se defiende desde hace más de un siglo a dentellada limpia de la voracidad de su poderoso vecino. Eso duele, y lastima. Si así no fuera ya habrían caído de nuevo los muchachos del Séptimo de Caballería “con esa fuerza más” sobre las ciudades, los pueblos y las playas del archipiélago cubano. Me lastiman esas dentelladas, como hace tanto tiempo. Disidente al fin, siguen siendo en mí heridas abiertas, dolor puro. Pero digo que me siento bien dispuesto a soportar el dolor una vez más. Dispuesto a no entender del todo y, sin embargo, a padecer con alegría ese dolor si de algo sirve.
También soy egoísta, a qué negarlo. Interesado. Lo confieso: preocupado por mi propio pellejo. No quiero ir a La Habana en un gesto postrero e inútil para velar la caída de las bombas inteligentes. No quiero que alguien les diga después a mis dos hijos que el país donde nacieron ya no existe, que es un montón de escombros radiactivos a la deriva en el mar de las Antillas. No quiero que me alcance la vejez discutiendo si Cuba merecía lo que no le dimos cuando debíamos darlo. No quiero que pase lo que va a pasar si el malandraje del Pentágono le mete mano a Cuba. No quiero que sea demasiado tarde.
Soy un viejo disidente, ya está dicho. Durante muchos años discrepé con lo que hacían los cubanos en el ámbito político, con sus tropezones internacionales, con sus débiles impulsos democratizadores, con la sinrazón burocrática de su economía temblequeante. Discrepé con lo que hacían y con lo que dejaban de hacer. Me sentía autorizado a ello, aunque muchos me lo reprocharan. Me sentía obligado a hacerlo y a decirlo, aunque muchos amigos me aconsejaran el silencio. Hubo algunas peleas, ofensas mutuas, distanciamientos.
Hoy, tantos años después de aquellas revueltas, quiero volver sobre mis pasos. Quiero regresar al mismo exacto punto en el que yo lancé mi piedra. Y lo hago para ofrendar lo poco que tengo, la nada de mi solidaridad, mi mano tendida aun en la discrepancia, la disposición una vez más a ocupar mi lugar en la trinchera. Aunque me duela y no entienda del todo. Lo hago sin arrepentimiento y sin rencor. Sin otro sentimiento que la solidaridad.
Que esta humilde “policrítica a la hora de los chacales” escrita desde el sur del mundo por un disidente, sea apenas el testimonio de una voluntad: la de abrazar a mis hermanos de Cuba ahora, cuando la sombra del Imperio parece ya oscurecer el cielo encima nuestro.
Carta abierta a Daniel Ortega, presidente de Nicaragua
Montevideo, 12 de febrero de 2017.
Daniel: ¿Te acordás cuando me dijiste, allá en El Chipote, que admirabas a Ernesto Cardenal y que él era una gloria de Nicaragua? En aquel momento todos estábamos felices porque El Chipote, en el mismo corazón de Managua, ya no era un lugar siniestro. Estaba por fin lleno de luz, de muchachos y muchachas que no tenían miedo. Hasta las aguas de la laguna de Tiscapa parecían menos oscuras.
Eso fue por agosto o septiembre de 1979, cuando la revolución recién empezaba. Aquella tarde viniste al campamento con Javier Pichardo, el Emilio del Frente Sur, y con otros compañeros comandantes. También estaba el flaco Alejandro, y estaba la China a mi lado, un poco asustada, y estaba el Braulio, que después fue embajador, y la hermana de Marisol que parecía una niña disfrazada de soldado. ¿Te acordás?
Luego resultó que tu admiración por el poeta Ernesto Cardenal se convirtió en odio y persecución. Y ahora, casi cuarenta años después, vos y tu mujer siguen ensañados con él, y con trapisondas legales lo quieren humillar sacándole los pocos reales que pueda tener, confiscándole la casa donde vive y dejándolo en la calle. Por cierto que él es un opositor a tu gobierno, pero la revolución sandinista se hizo también para eso: para que los opositores no tuvieran que andar escondidos, para que no los persiguieran ni los torturaran allí, justo allí, en El Chipote donde vos habías estado preso. Vos dijiste que la revolución se hizo para la libertad. ¿Qué pasó, Daniel? ¿Te olvidaste de todo aquello?
En 1979 vos y yo éramos jóvenes. El flaco Alejandro, la China y el Braulio también. Pero Cardenal ya era un cincuentón de barba blanca, un cura flaquito y siempre tímido. Él ya era un patrimonio nacional. Por eso lo nombraste ministro de Cultura, porque su prestigio engalanaba tu gobierno.
Hoy él es un anciano de 92 años, y es un patrimonio del idioma y de toda América Latina. Tiene mucho más prestigio ahora que en 1979. A vos, Daniel, no te pasa lo mismo, aunque tenés mucho más poder y mucha más plata que en aquel entonces. Él es un cura decente, pobre y revolucionario, admirado en todo el mundo. Vos sos apenas un reyezuelo atrapado en su palacio, dizque casi un príncipe consorte.
Todos sabemos que bastaría un gesto emanado de tu corte para que cesen los acosos y el encarnizamiento contra Ernesto Cardenal. Somos miles los escritores y artistas que, en todo el mundo, te exigimos desde hace años que dejes en paz al poeta. Muchos piensan que reclamártelo una vez más es un gesto inútil. En todo caso es un gesto de dignidad que bien merece el pueblo de Nicaragua. Te pido que lo consideres.
Sé que una carta abierta es un método de comunicación bastante reprobable. Pero en este caso es la única manera de intentarlo, ya que tu embajador en Montevideo, el hijo de Licio Gelli, no me merece ninguna confianza, y allá en tu palacio me tienen prohibida la entrada.
Fernando Butazzoni. Ex combatiente del FSLN, ex oficial del Ejército Popular Sandinista.
Nota biográfica de Fernando Butazzoni, tomada de su portal electrónico www.butazzoni.com
(Montevideo, 1953). Narrador, ensayista, periodista y guionista cinematográfico. Su debut literario se produjo en 1979 con el libro de cuentos Los días de nuestra sangre. Ha publicado libros de reportajes, un ensayo sobre el Conde de Lautréamont y una decena de novelas, entre ellas El tigre y la nieve (1986), Príncipe de la muerte (1997), El profeta imperfecto (2007) y Las cenizas del Cóndor (2014). Ha escrito los guiones de las películas Un lugar lejano (2009), Esclavo de Dios (2013), Tamara (2016). Su vida ha estado marcada por la aventura y la lucha política. Fue guerrillero urbano en su adolescencia, vivió exiliado en Chile, Cuba, Italia y Suecia, combatió como artillero en las tropas del Frente Sandinista durante la guerra para derrocar a Anastasio Somoza, y viajó por el mundo como corresponsal para distintas publicaciones y agencias de noticias. A comienzos de 2015 participó en una expedición a la Antártida. Reside en Montevideo.
DISTINCIONES
1979 – Premio Casa de las Américas de narrativa (Cuba) 1981 – Premio EDUCA (Costa Rica) 2009 – Premio Bartolomé Hidalgo (Uruguay) 2012 – Premio Morosoli de las letras (Uruguay) 2013 – Premio Manuel Barba, Huelva (España) 2013 – Premio Nueva Visión, SBFF (USA) 2013 – Premio Festival de Mérida (Venezuela) 2014 – Premio Bartolomé Hidalgo, (Uruguay) 2016 – Premio Honorífico José María Arguedas (Cuba)
LIBROS
* La vida y los papeles (2016 – crónicas, Seix Barral). * Las cenizas del Cóndor (2014 – novela, Planeta). * Un lugar lejano (2009 – novela, Planeta). * El profeta imperfecto (2008 – novela, Planeta). * Alabanza de los reinos imaginarios (2004 – ensayo, Seix Barral). * Mano a mano (2002 – reportaje, Aguilar). * Libro de brujas (2001 – novela, Alfaguara). * Mendoza miente (1998 – nouvelle, Alfaguara). * Los ensayos del Orobon (1997 – ensayo, Ariel) * Príncipe de la muerte (1997 – novela, Seix Barral) * La noche en que Gardel lloró en mi alcoba (1996 – novela, Planeta) * La danza de los perdidos (1988 – novela, Trilce) * Nicaragua: noticias de la guerra (1986 – crónicas, Ediciones de la Banda Oriental). * El tigre y la nieve (1986 – novela, Ediciones de la Banda Oriental). * Con el ejército de Sandino (1984 – crónicas, Cono Sur Press) * La noche abierta (1982 – novela, Editorial Universitaria Centroamericana). * Los días de nuestra sangre (1979 – cuentos, Casa de las Américas)
GUIONES PARA CINE * Tamara (estreno: 2016) * Solo (estreno: 2014) * Esclavo de Dios (estreno: 2013) * Desautorizados (estreno: 2010) * Un lugar lejano (estreno: 2010)