La dimensión digital de la comunicación humana va en aumento. Cada vez surgen más canales en la red digital y sus diferentes plataformas y la batalla por los públicos se desarrolla, sobre todo, en las plataformas de uso común, sobre todo whatsapp y Facebook. La comunicación social, sea a través de estos medios digitales como los convencionales, representa siempre una oportunidad para compartir contenidos, pero entraña algunos riesgos que un buen comunicador tendría que tratar de enfrentar a toda costa: compartir contenidos falsos, relajar el control de sus fuentes, evitar esparcir rumores, ofrecer contenidos con cierto grado de objetividad (aunque ya sabemos, después de Gadamer, lo que eso significa), etc. El resto lo hará el público consumidor. Los comunicadores serios permanecen y ganan credibilidad; aquellos, en cambio, que se suben a la ola de la comunicación para montarse sobre el escándalo del día, terminan por hablar consigo mismos y contribuyen a promover una desorientación de la que, no lo duden, hay beneficiarios con nombre y apellido y que pueden descubrirse con cierta facilidad.
Esto que digo de la comunicación digital en general puede decirse, con ribetes peculiares, sobre la transmisión de contenidos religiosos por las redes sociales. No dudo que la creciente presencia de sacerdotes, religiosos y laicos católicos que mantienen alguna columna o video semanal en las plataformas digitales se deba a un deseo de compartir la fe y a un ardor misionero que ve en las redes sociales un medio de evangelización. No pongo en duda la intención apostólica de quienes emiten sus opiniones sobre asuntos religiosos en las redes sociales. Sin embargo, pienso que no hay que olvidar que los riesgos que anoto en el primer párrafo de este artículo también están presentes en este ámbito.
La reciente celebración del Sínodo sobre la Amazonía nos ha dado a muestra de lo relevante que es, sobre todo para el sector que consume este tipo de comunicaciones, la transmisión de contenidos religiosos y la sensatez y ponderación que debe prevalecer en quienes los transmiten. Por eso decidí escribir esta carta dirigida a quienes han asumido este tipo de trabajo. El Sínodo de la Amazonía se inscribe en la larga marcha de renovación que arrancara a partir del Concilio Vaticano II, momento privilegiado de la acción del Espíritu Santo en la historia reciente de la iglesia. Podríamos discutir largamente sobre si los últimos treinta y cinco años de pontificado previos al Papa Francisco fueron de aliento o de bloqueo de la renovación conciliar, pero eso es asunto de otro momento y otros foros. Quienes no reconocen la acción del Espíritu en el Concilio Vaticano II, liderados en su inicio por Monseñor Marcel Lefebvre, se han separado cismáticamente de la iglesia desde hace ya varios años y, a pesar de las concesiones y buenos oficios desarrollados por el Papa Benedicto XVI, han decidido permanecer en el cisma. Para ellos, como sabemos, el último Papa legítimo fue Pío XII.
Recuerdo esto porque, entre la enorme cantidad de desatinos teológicos sostenidos por muchos influencers religiosos en estos últimos tiempos, ha circulado la falacia de que el Papa auténtico es Benedicto XVI y que Francisco sería una especie de administrador que se ha extralimitado en sus encomiendas. Una especie de reedición del “sedevacantismo” lefebvriano. No voy a ocuparme ahora de argumentar contra esta insensatez ya desmentida por el mismo Papa emérito desde hace varios años (www.larepublica.ec/blog/gente/2016/09/09/benedicto-xvi-rompe-silencio). La menciono solamente ejemplificar los extremos a que ha llegado un cierto tipo de comunicación. Otro ejemplo extremo: después de una larga y farragosa perorata para decir las obviedades que dice no querer decir, un presbítero colombiano acusa al Papa de apostasía en las redes sociales. ¡Al Papa! No sé si será consciente de que al hacerlo, bordea el cisma.
Y es que algunos portales electrónicos y canales de televisión por internet han asumido, desde ya, una posición cismática. Se cuidan de no mencionar ni siquiera el nombre del Papa, pero atacan todo lo que dice y plantea. Algunos otros coquetean con esa posición, sosteniendo que “el humo de Satanás se ha infiltrado en la iglesia”, en una frase de Pablo VI que ha sido usada, sea para los cambios litúrgicos de la Misa (¡Que el mismo Papa Pablo VI promovió!) como para hablar del Sínodo de la Amazonía y así confrontar las propuestas reformistas del Papa Francisco sin más argumentaciones que las potencias diabólicas a las que, curiosamente, prestan tanta atención. Algunas arengas dirigidas a los fieles para motivar una lluvia de reclamos a las nunciaturas apostólicas o la ceremonia del ex vocero de la arquidiócesis de México, redivivo Torquemada, transmitida por él mismo mientras quema una imágenes “diabólicas”, rayan en lo ridículo y moverían a risa, si no fuera por el daño tan grande que hacen a los creyentes. La libertad de expresión dentro de la iglesia, como se ve, puede ser también ocasión para que las pantallas se llenen de basura.
Por eso, más allá de la necesaria discusión sinodal de largo aliento que el Papa Francisco está empeñado en empujar dentro de la iglesia, quiero hacer una reflexión y una sugerencia. La reflexión va sobre el papel del primado de Pedro dentro de la recta teología católica. En mis años de formación (1975-1982) aprendí la función de garante de unidad que desempeña en la iglesia el ministerio petrino. Bajo el pontificado de Paulo VI y todavía bajo el impulso renovador del Concilio Vaticano II, nunca hubo menoscabo en el papel del Papa y el juramento de obedecerlo se tomaba muy en serio. Ni siquiera en los mayores tiempos de efervescencia de la teología de la liberación, ni durante el pontificado de Juan Pablo II en el que se castigó tan severamente la disidencia teológica, había escuchado yo a ningún presbítero insinuar siquiera un atentado a la función del sucesor de Pedro como los que he escuchado en las últimas semanas desde muchas plataformas sociales. Solíamos ser soldados leales. La posición de muchos de los actuales influencers religiosos, algunos de ellos presbíteros católicos, ha rebasado ya la desobediencia y banaliza de tal manera la realidad teológica del primado de Pedro, que los coloca al borde del cisma. Por menos de la mitad de los desatinos que se han pronunciado en estos días a propósito de las representaciones amazónicas de la Madre Tierra, los comentaristas religiosos de las redes sociales habrían sido reconvenidos y sancionados en anteriores pontificados.
Comprendo que los presbíteros que ahora agitan a sus públicos contra el sínodo de la Amazonía, algunos muy jóvenes, hayan sido formados en tiempos de involución teológica y de conservadurismo eclesial. De todas formas, asombra que se escandalicen de los símbolos amazónicos y los acusen de diabólicos aquellos mismos que en sus columnas semanales están dispuestos a arrodillarse delante de cualquier reliquia o promueven la espiritualidad intimista del vidente en turno o de la supuesta aparición mariana de moda. Así que si van a prestar el servicio, como proclaman, de “evangelizar en las redes sociales”, lo menos que pueden hacer es estudiar un poco. La renovación del Vaticano II ha permeado ya todos los campos del saber teológico. Ampararse en las declaraciones de los cinco cardenales desleales y rebeldes, vergüenza del episcopado mundial, es una chapucería que no abona mucho para el esclarecimiento de los temas en discusión. Tendrían que revisar la amplia reflexión teológica que se ha desarrollado a partir de la renovación conciliar en los campos de la teología de la misión, el diálogo interreligioso, la cristología, la exégesis bíblica, el ecumenismo … por no hablar del recurso a los avances de las ciencias humanas (antropología, sociología, psicología) y sus desarrollos. Si desean hacer decorosamente su trabajo, hagan la chamba, por favor.
Me preocupa también, debo confesarlo, el alto grado de ingenuidad con el que se desarrollan los comentarios religiosos en las redes sociales. En primer lugar porque muchas veces se olvida que la teología es apenas un lenguaje sobre lo indecible, lo inefable, el Misterio con mayúscula. Pero, además, porque advierto un cierto candor irresponsable: uno tiene que saber a qué intereses está sirviendo cuando comenta algo. Es evidente, para quien quiera verlo, que el escándalo de las figurillas amazónicas tiene como propósito silenciar los contenidos de la reflexión sinodal. La apuesta parece ser: si calificamos de idólatra la acción del jardín vaticano, eso descalificará al sínodo en su conjunto.
Con la misma enjundia con que se promueven actos de reparación o rosarios pactados a una misma hora, como si Dios tuviera un reloj en su muñeca izquierda, habría que ayudar a los fieles a descubrir el paso del Espíritu en estos grandes acontecimientos del quehacer eclesial. Hay ejemplos excelentes, provenientes de teólogos serios, para abordar los contenidos del Sínodo sobre la Amazonía. Pienso, por ejemplo, en el notable trabajo de Agenor Brighenti, un teólogo que ha dirigido diversas instancias de la academia teológica en la iglesia latinoamericana y que difícilmente podría calificarse de radical, que en unas cuantas páginas nos ofrece un panorama crítico de la historia y los alcances del Sínodo (puede verse en www.religiondigital.org/opinion/Agenor-Brighenti-Sinodo-Amazonia-inaugura-asamblea-ecologia-integral_0_2173882598.html). Pero una reflexión de ese calado implica seriedad en el estudio, capacidad de transmisión, vocación de servicio a la iglesia. Por eso advierto a los influencers católicos: no es conveniente dejarse vencer por la seducción de la superficialidad reinante en las redes sociales, sino ofrecer contenidos sólidos y no solamente piedad a la carta. Nada peor que sacrificar la reflexión seria en el altar de los “likes”. Hay ya demasiado espectáculo en las redes sociales.
La obra del Espíritu, que renueva la faz de la tierra, continuará imparable. El “aggiornamento”, la reforma continua de la iglesia, seguirá su marcha (LG 48). Va, pues, la sugerencia: a los influencers anti Francisco, especialmente los que visten de sotana, si deciden seguir siendo católicos les recomendaría bajar el volumen a su tremendismo conspiracionista (“el mundo se va a acabar”, “la apostasía gobierna la iglesia”, “los masones se apoderan del timón de la barca de Pedro”) y orar mucho y estudiar mucho y pensársela dos veces antes de hablar de cosas divinas ante una cámara de vídeo. Nunca olviden que quienes estamos al otro lado de la pantalla pensamos con cabeza propia. En anteriores pontificados se conminaba a los teólogos disidentes a guardar un año de silencio y de oración. El Papa Francisco es un Papa de otro talante. Sin embargo, si alguno de ustedes ofreciera voluntariamente, como reparación a tanta basura pseudo-religiosa que tenemos que soportar en las redes sociales, un año de silencio, la ofrenda sería recibida con agrado, al menos por este servidor. No se angustien: les aseguro que nuestra fe podrá sobrevivir sin las opiniones que ustedes publican en sus vídeos.
Desde luego es una reflexion que da para pensar su carta abierta