Iglesia y Sociedad

Sembrado en la tierra roja

18 Ago , 2020  

Pedro Casaldáliga, in memoriam

He vuelto de nuevo a ver Descalzo sobre la Tierra Roja, la película sobre Pedro Casaldáliga. La he visto junto con decenas de presbíteros mientras hacíamos juntos ejercicios espirituales en Sisoguichi, en la Sierra Tarahumara. El contexto de la reciente muerte del obispo p(r)o(f)eta ha hecho aún más emotivo el momento.

A este coleccionista de orfandades se le ha hecho un hueco profundo en el corazón. Dom Pedro no fue solamente una figura señera del pensamiento y la teología latinoamericana, aunque bebí a raudales sus textos y reflexiones y esperaba, cada año, la Agenda Latinoamericana para soñar junto con él caminos nuevos para nuestro continente.

Tampoco fue solamente el magistral poeta, de alma sensible y tierna, aunque llevo impresos en la memoria algunos de sus más hermosos versos.

Pedro Casaldáliga fue para mí mucho más: fue mi padre, mi referente permanente, el obispo por quien valía la pena seguir en esta iglesia, la voz de la pobreza hecha opción irrenunciable. Lo miraba de lejos, con amor y con vergüenza. ¡Cuánto hubiera querido compartir su pobreza!

En los más aciagos tiempos de mi vida ministerial, pude mantenerme a flote con solo pensar que allá lejos, en San Félix de Araguaia, permanecía firme, en pie de testimonio, Dom Pedro Casaldáliga. El 18 de diciembre pasado perdí a mi madre, cercana ya a los 98 años, con un rosario en las manos. Esta semana se fue Dom Pedro, también a los 98, con su pobreza incólume. Cada vez tengo menos asideros.

Sus ansias de martirio fueron “castigadas” por Dios con una larga vida. Los beneficiarios fuimos nosotros, que pudimos contar por muchos años con la certeza de su lúcida mente, dentro de un cuerpo cada vez más delgado y débil.

Quien fuera promotor de la fiesta de los «Mártires de la Caminada», preocupado siempre porque la iglesia no olvidara a sus muertos, a sus testigos, porque no se echara tierra sobre la memoria de quienes por fidelidad al evangelio y a la justicia terminaron pagando el precio de su propia vida, se une ahora a esa larga caravana.

Nunca el texto del Apocalipsis tuvo mayor resonancia: Ahí va Dom Pedro Casaldáliga, a unirse a la caravana de los vestidos de blanco, encontrándose ahora con tantos hombres y mujeres, profetas todos, que le antecedieron. “Esos que visten de blanco, dime Señor quiénes son, dime de dónde han venido…”

Casaldáliga ha llegado al fin de su camino: viene de san Félix de Araguaia, de esa tierra pobre que ha abierto los brazos para abrigar sus huesos y que él nos hizo amar a distancia. Alguien, desde Maní, no dejará nunca de recordarte, pastor de las causas grandes de la América toda.

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Quedará, perdurable, tu recuerdo

En el alzado puño de las plazas,

Bandera rojinegra en nuestras huelgas,

Jirón de dignidad en el silencio.

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No te fuiste, se quedan tus sandalias,

Tus manos y tus pies, tu voz de Reino,

Tu testimonio como agua cristalina

Tu origen catalán y tu Araguaia.

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Con pies descalzos sobre tierra roja

Se quedará impregnada tu memoria

En el dolor de todo el continente.

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Te abre los brazos san Romero, alegre.

Van marchándose todos, sólo queda

Tu lucidez, Raúl y nuestros pueblos.


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