Iglesia y Sociedad

El soldado presidente

19 Feb , 2021  

La fotografía me llegó a través del whatsapp. Puede verse al presidente López Obrador ante un atril de acrílico y, tanto al frente del atril como en la pantalla del fondo, el logotipo oficial del Gobierno de México. El presidente aparece ataviado con saco y pantalón color verde olivo. El saco no tiene ninguna insignia, pero es inevitable identificar el conjunto con una vestimenta militar. La foto fue tomada el 12 de febrero pasado, mientras el presidente participaba en la inauguración de la primera etapa de la Universidad para el Bienestar Benito Juárez en Xaltocan, Tlaxcala. La foto puede encontrarse fácilmente en la red; basta guglear ‘AMLO vestido de militar’ para encontrarla.

La fotografía ha tenido dos consecuencias inmediatas: recordar al presidente Calderón en 2006, vestido también de militar y –lo que es más grave, porque esto último ya no despierta gracia ninguna– ponderar la relevancia que la actual administración le ha dado al Ejército Mexicano.

Ya en agosto de 2019 el presidente AMLO había recordado el momento en que el entonces presidente Calderón había vestido traje militar. Mientras respondía en Villahermosa, Tabasco al cuestionamiento de un periodista sobre su estrategia de pacificación del país, AMLO hizo memoria de Calderón vestido de soldado y lo llamó con sorna ‘Comandante Borolas’, en alusión a un famoso personaje de la llamada Época de Oro del cine mexicano. En ese entonces, ocho meses después de su toma de posesión, el presidente criticó el manejo que Calderón le había dado a las Fuerzas Armadas.

Es bueno recordar que una de las exigencias sociales antes de las elecciones presidenciales en las que ganó AMLO era el retorno de los militares a sus cuarteles y la conformación de una verdadera policía civil, honrada, capaz y sujeta a los estándares de respeto a los derechos humanos. AMLO asumió esa demanda en su campaña electoral. Lo que hoy tenemos dista mucho de lo prometido. La Guardia Nacional se ha conformado con militares, tanto en su dirigencia como en sus mandos. El Ejército sigue combatiendo la delincuencia y se le han concedido prebendas cuestionables. La preponderancia del Ejército en todos los órdenes, incluyendo el combate al COVID-19, salta a la vista. La imagen de la primera jornada de vacunación publicitada en los medios, con fuerte resguardo de personal militar armado, ha motivado el meme: “cuando no sabes si te van a vacunar o a fusilar”, que se ha vuelto viral.

Si a todo esto añadimos el affaire Salvador Cienfuegos, el ex secretario de la Defensa Nacional detenido en los Estados Unidos por su colusión con el narcotráfico, y la desaseada manera como se le exoneró de toda responsabilidad, comprometiendo incluso la relación con la justicia estadounidense al hacer público el expediente de investigación, aumenta la impresión de que el presidente tiene fuertes compromisos con el Ejército.

Más allá de estas suspicacias, la actual estrategia de seguridad del presidente no parece corresponder a lo que ofreció en campaña. Quienes confiaban en la constitución de cuerpos civiles de seguridad para el combate contra la delincuencia y el retorno del Ejército a sus funciones constitucionales, han de sentirse estafados.

Revisando entre los trebejos encontré un artículo que escribí hace 14 años. Forma parte de una colección de artículos mensuales que, bajo el nombre de Cartas desde Yucatán, fueron publicados durante varios años en una revista uruguaya llamada Factor S. Me asombra cómo la historia se repite. Así que aquí se los dejo como un testimonio resucitado gracias a la fotografía de AMLO vestido de militar.

“Por una de esas cosas de la historia de mi país, entre los mexicanos no se usan los títulos de nobleza ni los tratos preferenciales. República laica y en ciertos momentos anticlerical, la mexicana aplica en sus documentos oficiales solamente un título a todas las personas por igual, sean funcionarios o no lo sean: el título de ciudadano. Nada de ‘excelencias’ y de ‘ilustrísimas’. En México los funcionarios públicos son oficialmente llamados ‘ciudadanos’ y/o ‘ciudadanas’.

A la titularidad del Poder Ejecutivo de la nación mexicana ha llegado, fruto de una elección inequitativa y extremadamente competida, Felipe Calderón Hinojosa, del conservador Partido Acción Nacional. Él es ahora el ‘ciudadano presidente’, aunque por los pueblos y municipios de México anda errante, construyendo un nuevo movimiento político, el que fuera candidato opositor, Andrés Manuel López Obrador, que ha recibido de sus numerosos seguidores el título de ‘presidente legítimo’.

En México, la subordinación del ejército al Poder Ejecutivo es parte de una tradición que se remonta a la época de las asonadas militares. Y como los/as uruguayos/as no tienen por qué saber de historia mexicana, paso a referirles brevemente a qué me refiero. En 1910 estalló en México la guerra civil que conocemos como ‘revolución mexicana’. Esta guerra, que ocupó más de un lustro, derivó en una serie de luchas dirigidas por caudillos militares, que se sucedían una tras otra. Casi todos los héroes del panteón revolucionario, estuvieron en algún momento enfrentados unos contra otros: Emiliano Zapata, Francisco Villa, Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, etc.

Esta sucesión de asonadas militares no terminó sino hasta que se estableció, como instrumento de pacificación del país, la hegemonía del partido revolucionario. La hegemonía del partido único nos libró de batallas militares, pero construyó un andamiaje de intereses y de corrupción que mantuvo su vigencia antidemocrática durante cerca de 70 años. Es la ‘dictadura perfecta’ a la que se refirió Vargas Llosa en una reunión de intelectuales que tuvo lugar en México en 1990.

Toda esta historia viene a cuento porque, a partir de la institucionalización de las fuerzas revolucionarias, el Ejército Nacional ha permanecido siempre subordinado al presidente de la república, que entre otros cargos recibe el de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. Y, en un equilibrio que se ha mantenido a lo largo de decenios, los generales que dirigen la armada y la marina nacionales han cumplido el juramento de fidelidad al presidente, que rinden cuando son elevados a los máximos cargos militares.

Pues bien, junto con la subordinación del ejército al presidente, se ha cultivado como otra clara expresión de nuestra institucionalidad, que el presidente sea siempre un civil, no un militar. Lázaro Cárdenas, general en retiro, fue el último presidente (1938) perteneciente a las fuerzas armadas. A partir de eso, algunos militares retirados han ocupado cargos ejecutivos en algunos estados, pero la regla no escrita es que los presidentes de la república sean personas civiles, no militares.

Esa es la tradición que ha sido desafiada por el flamante presidente Felipe Calderón. Para promoverse como el presidente del orden, Calderón ha ordenado operativos militares como parte del combate al narcotráfico y a la delincuencia organizada. Nada de esto es novedoso, salvo que, en la visita a uno de esos operativos, que algunos juzgan más mediáticos que realmente efectivos, el presidente se sacó la foto con un quepí y una gabardina militares.

En política mexicana, la forma es el fondo. La imagen del presidente Calderón con vestidura militar no solamente ocupó las primeras planas de los diarios, sino que desató una apasionada controversia política en la opinión pública. Hay quienes, tras el mensaje explícito del presidente soldado, vislumbran el anuncio de un retroceso en la vigencia del estado de derecho. Los militares, ya se sabe, tienen como valor supremo la conservación del orden, no la vigencia de las libertades democráticas. Por eso los mexicanos, en nuestra Constitución, los hemos mantenido recluidos en su función de defensa de la patria ante los embates de potencias extranjeras y como salvaguarda de la soberanía nacional. La incursión del ejército en tareas de combate a la delincuencia tiene en nuestras leyes, límites muy bien marcados.

Ver al presidente vestido de soldado ha significado un impacto considerable para muchos grupos de mexicanos, por mucho que el ‘presidente legítimo’, ex candidato opositor Andrés Manuel López Obrador, haya querido tomárselo a broma llamándolo “soldadito de chocolate”. La referencia jocosa de López Obrador fue pronunciada en Yucatán, este rincón de México desde el cual escribo esta carta. No es casual. Entre los argumentos que alimentan la mentalidad de que Yucatán es ‘otro país’ dentro de México está el hecho de que, durante mucho tiempo, las empresas nacionales no penetraban con sus productos en esta parte de nuestra geografía, porque los industriales y comerciantes locales lo impedían.

Una de las empresas locales que todavía permanecen en el mercado es la embotelladora de refrescos conocida como ‘Sidra Pino’. Uno de los productos más populares de esta compañía, hoy muy venida a menos, es precisamente una bebida de chocolate con leche que lleva por nombre Soldado de Chocolate. Cuando López Obrador habló del presidente Calderón llamándolo ‘soldadito de chocolate’, lo hacía a sabiendas de que sus oyentes conocían la popular bebida yucateca.

Pero no todos se toman a broma el gesto del presidente Calderón. Algunas organizaciones no gubernamentales, especialmente aquellas dedicadas a la defensa de los derechos humanos, están seriamente alarmadas por el posicionamiento público del presidente. El trajecito militar puede tener muchos mensajes implícitos que alarman a algunos. Y aquí vienen las quinielas de interpretación.

Hay quienes dicen que el presidente Calderón se habría vestido de militar, acompañando con este gesto una serie de insistentes menciones laudatorias que ha hecho a propósito de la institución castrense en los primeros 45 días de su mandato, porque habría en el interior de la institución militar muchos mandos intermedios que estarían más contentos si el vencedor de la contienda electoral hubiera sido López Obrador. Felipe Calderón necesitaba agenciarse el beneplácito de estos militares. Por eso habría decretado un aumento de sueldo a los soldados, acuñó la frase: ‘ha llegado la hora de velar por la tropa’ y terminó vistiéndose de soldado.

Otras personas sostienen que la vestidura militar de Calderón, que ha hecho que algunos lo llamen ‘soldado presidente’, en vez de ‘ciudadano presidente’ como dicta la tradición, tendría significados más ominosos. Aprovechando que la inseguridad pública es uno de los mayores desafíos para todos los niveles de gobierno en México, y que un ambiente seguro es una de las más sentidas demandas ciudadanas, Calderón querría enviar un mensaje claro a todos los mexicanos: ya llegó el que va a poner orden, el que no va a dejar que la delincuencia siga avanzando, el que va a acabar con la impunidad de las redes gubernamentales que protegen a la delincuencia.

Finalmente, hay quienes se han puesto a temblar. Si la disidencia política estuvo criminalizada en los hechos ya desde los últimos meses de la gestión del ex presidente Fox, todo podría esperarse de un presidente soldado. La experiencia de la represión en Atenco y Oaxaca está aún fresca en la memoria. Los temblorosos piensan que el trajecito del soldado presidente no hace sino confirmar malos augurios en materia de derechos humanos y de respeto a la diversidad ideológica y política.

Un solo gesto y varias interpretaciones. Nomás para que los lectores y lectoras de Proyecto S, tengan una probadita de cómo se las gastan los ‘opinólogos’ profesionales en este país llamado México. Yo, en tanto se despeja la incógnita sobre qué nos habrá querido decir Calderón cuando se tomó la foto con quepí y casaca militar, he decidido ir a comprarme un Soldado de Chocolate bien frío. En realidad, es una bebida que nunca me agradó. Pero hoy prefiero, sin sombra de duda, el soldado de chocolate por encima del soldado presidente”.

Hasta aquí el viejo artículo, fechado el 20 de enero de 2007. Por eso hay quienes dicen que la historia es cíclica y se repite. Dios nos agarre confesados.


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