Iglesia y Sociedad

Amor y responsabilidad

22 May , 2011  

Hace unos días fui invitado a participar en la X Semana Cultural de la Diversidad Sexual, organizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. En esta edición 2011, las actividades tuvieron lugar en Pachuca, Hidalgo en la primera semana del mes de mayo. La pregunta que dio título a mi participación era: “¿Es compatible una moral cristiana con la diversidad sexual?”

Estábamos en Pachuca cuando nos llegó la noticia del asesinato de Quetzalcóatl Leija Herrera, activista de derechos humanos que presidía el Centro de Estudios y Proyectos para el Desarrollo Humano Integral (CEPRODEHI) y vocal del CENSIDA. Su muerte representa un auténtico linchamiento, no por oculto menos grave. Su cuerpo fue encontrado a unos metros del Ayuntamiento de Chilpancingo, Guerrero, asesinado a pedradas en las puertas de una zapatería. El director de la policía ministerial ha lanzado la peregrina idea de que Quetzalcóatl murió así porque se habría opuesto a ser asaltado. Los ladrones, entonces, lo habrían matado… ¡a pedradas! Un intento más, como bien señala José Ramón Enríquez en su columna del periódico Reforma, de convertir en un simple asalto lo que es, a todas luces, un acto de linchamiento por odio.

No pude menos que recordar a mi entrañable amigo Octavio Acuña, asesinado en parecidas circunstancias en la ciudad de Querétaro hace varios años y cuyo asesinato no ha sido aún esclarecido. Y me carcome la rabia. Y me entristece que no caigamos en la cuenta de que no han sido solamente las piedras las que han matado a Quetzalcóatl o las navajas las que destazaron el cuerpo de Octavio, sino un mundo de ideas, de moldes culturales, de dogmas religiosos, los que han originado, y siguen permitiendo, estos crímenes de odio. Hoy más que nunca es cierta la frase de que la discriminación mata, y no sólo de manera metafórica.

Por eso quiero compartir, a contrapelo, los últimos párrafos de mi intervención en Pachuca. Sirvan para renovar el compromiso de no cejar en la búsqueda de nuevos caminos para la desaparición de la discriminación por homofobia. Sirvan estas ideas también como un homenaje a Quetzalcóatl y a todos los que, como él, han muerto víctimas del odio.

“Llegamos al final de nuestra reflexión y nos replanteamos la pregunta del inicio: ¿es compatible la diversidad sexual con una moral cristiana? Comenzaré, pues, a abordar un último aspecto. Se argumenta, prejuiciosamente, que gays y lesbianas son necesariamente promiscuos, que son incapaces de comprometerse en una relación estable, que aprovechan su marginalidad para instalarse en un libertinaje sin compromisos que los exime de responsabilidades. Pueden ser que en algunos casos este tipo de razonamiento se vea confirmado en ciertos ámbitos del colectivo tanto homosexual como heterosexual.

En el trabajo de acompañamiento cristiano de muchas personas homosexuales que he realizado en los últimos años, he llegado a algunas conclusiones que quiero compartir. Toda relación sexual, sin distinción de orientación, ha de ser vivida en el marco del amor y de la responsabilidad para que sea una relación cristianamente aceptable. Si estos dos valores se viven en el marco de una relación afectiva seria, no creo que tengamos nada qué decir en contra. De aquí se deriva que no se pueda exigir menos a una pareja de personas homosexuales que a otra de personas heterosexuales. La exigencia de amor y de responsabilidad tiene validez para ambas relaciones.

¿Que las cosas son más difíciles en el ambiente homosexual, para conformar una relación estable con estas características? Sería tonto negarlo. Baste recordar que cualquier muchacho enamorado de una muchacha puede iniciar un proceso de acercamiento (aunque al final no resulte exitoso), y tal acercamiento está bien visto y legitimado por la sociedad a través de un instrumento que para ello hemos creado, que es el noviazgo. Un hombre o una mujer, en cambio, que osan enamorarse de alguien de su mismo sexo, enfrentan dificultades que a veces se antojan insuperables.

Son hipócritas, o al menos desinformadas, las personas que se quejan de que el ambiente homosexual tenga mucho de clandestinidad y que muchos se salten varias etapas de una relación afectiva común y corriente (amistad, enamoramiento, visitas periódicas, salidas juntos, etc.). Si muchas personas homosexuales saltan del saludo a la cama, es –en parte– porque la sociedad no les ha ofrecido ningún camino estable y progresivo para cultivar su relación. No sirva esto, sin embargo, de excusa. Hay que reconocer que existen otros grupos humanos con características que les hacen más difícil la vida y no por eso se rinden o renuncian a intentar formar una relación sana de pareja.

Mientras la persona homosexual cristiana no haya llegado al inicio de su actividad sexual, el problema es de (auto) aceptación y de combate a la discriminación. Cuando, en cambio, decide iniciar su vida sexual y comienza a buscar una vida en pareja, entonces el asunto se complica mucho más. Dado que yo sostengo que una relación afectiva encuentra su justificación última en el ejercicio del amor y la responsabilidad, eso requiere, humanamente hablando, de un proceso de conocimiento y de interrelación que no siempre es fácil conseguir. En nuestra interpretación más común (el noviazgo heterosexual) esta interrelación ha de darse antes de que las personas sostengan intercurso sexual. Y, aunque sabemos que en muchísimos casos no es así, seguimos manteniéndolo como un ideal que vale la pena.

Pues bien. En el caso de las personas homosexuales esto es doblemente difícil, porque la sociedad no permite de manera “oficial” que haya un espacio social para esta relación previa: no es bien visto que dos personas del mismo sexo salgan con mucha frecuencia, que se miren fijamente a los ojos o se tomen las manos en público… es algo que las nuevas generaciones están comenzando a hacer sin pedir permiso (el otro día, al transitar por la calle 60 en mi natal Mérida, me topé con dos adolescentes varones tomados de la mano… seguramente estas disidencias públicas van a ir arrebatando paulatinamente el derecho a manifestar públicamente su afecto) pero me temo que pasará todavía algún tiempo para que sea común y socialmente aceptado. Así que hemos de ser muy creativos para inventar nuevos caminos de relación que permitan profundizar en el conocimiento mutuo a las parejas homosexuales, de manera que pueda darse el discernimiento de si ésta o aquélla es la persona que quieren para compartir su vida.

Ya dije que es mi convicción que el amor y la responsabilidad son los valores que deben regir las relaciones entre personas que deciden formar pareja y vivir juntas. ¿Cómo ir encarnando estos valores en la vida diaria de una persona homosexual? Hay algunas características de una relación interpersonal, en una concepción cristiana que hemos ido descubriendo y afinando a lo largo de los siglos, que me parece importante señalar. Son las que yo comparto a cualquier gay o lesbiana que busca mi opinión como ministro religioso.

Lo primero es buscar un nivel alto de personalización en la relación. Para ninguna orientación sexual es recomendable una relación sexual de anonimato o de cosificación. El don de la sexualidad, que de Dios hemos recibido, implica responsabilidades. Hay que construir una relación verdaderamente humana, lo que implica conocimiento, amistad, respeto, comprensión, todo ello en el marco de una progresión propia del desarrollo sano de los afectos. Entiendo que esto pueda parecer un esfuerzo muy grande para quien se ha acostumbrado a ligar, llevar a la cama y despedirse definitivamente de la persona con la que se acostó, todo en el marco de una misma noche o de una visita a la discoteca. Sin embargo, creo que en el marco de la opción cristiana, hay que dar lugar a un encuentro entre personas, a un proceso de conocimiento y de interacción que permitan formar parejas sanas, estables, duraderas.

Un segundo elemento de una sexualidad vivida en el marco de la opción cristiana es el de la estabilidad y la fidelidad mutuas. Aunque habrá que ser creativos en la generación de una moral cristiana gay, sin que ésta tenga que identificarse necesariamente con una copia del modelo de relación heterosexual, sí creo que la intención de formar una pareja estable y permanente forma parte de lo que hoy entendemos por relación humana y equitativa. Conozco muchas parejas de gays y lesbianas que intentan seria y serenamente, construir esta comunidad de vida en la que se comparte lo que se es y lo que se tiene con la persona que se elige para vivir juntos.

Un tercer y último elemento, es la apertura a los demás. Este es el aspecto de fecundidad que no debe omitirse en una pareja gay. Una pareja auténticamente cristiana no es la que vive mirándose a los ojos, en una contemplación mutua, sino aquellas dos personas que saben mirar juntas en una misma dirección. Las parejas gays y lesbianas, como las parejas heterosexuales que quieren vivir el ideal cristiano, tienen que tener puntos de referencia fuera de la intimidad de la pareja, unirse juntos a causas que favorezcan la humanización de las personas, la transformación de las actuales situaciones de injusticia, miseria y violencia que privan en el país.

En el conjunto del mensaje evangélico queda claro que si existe una buena noticia que Jesús viene a traernos es la de que Dios nos ama a todos y a todas sin distinción y nos llama a vivir de acuerdo a la dignidad de hijos e hijas suyas que hemos recibido y a ser colaboradores en la construcción de su reino. Ninguna condición de vida parece ser un obstáculo para realizar en nuestra vida este ideal. Hay solamente una cosa contra la cual Jesús se mostró intransigente: la hipocresía y la manipulación de la religión cuando se utiliza para esclavizar a las personas en lugar de hacerlas libres. Creo que esto es válido para todas las personas, independientemente de su orientación sexual”.

Hasta aquí algunos párrafos de mi intervención. Sirvan de emocionado, dolorido “In memoriam” para Quetzalcóatl y Octavio.


5 Responses

  1. […] Interesante artículo, como siempre, del sacerdote y hombre valiente, Raúl Lugo Rodríguez en su Blog: […]

  2. Mudejarillo dice:

    Muchísimas gracias, Raúl, por este artículo y por tu compromiso evangélico en defensa de las personas LGTB, icono de la ternura de Dios.
    Quiero que sepas que nuestra casa es tu casa.
    Un fuerte abrazo y… te robo el post para publicarlo en nuestra web.

  3. Juan Manuel Chacón dice:

    Creo que es una visión pastoral a la luz de la moral cristiana y vaya que puede dar mucha luz a las conductas de homosexuales y lesbianas. Ánimo, hay que abrir brecha.

  4. Rubén Corona dice:

    Fuerte artículo. Desde un punto de vista antropológico-existencial, estoy de acuerdo con lo que escribes. El problema es que la posición oficial de la Iglesia respecto de la sexualidad en general (no sólo de la homosexualidad) no siempre es compatible con el tratamiento pastoral que buscas. No se acepta un acto sexual «lícito» fuera del matrimonio. Y el matrimonio es forzosamente heterosexual. Evidentemente, hay que salir de esta posición para lograr llegar a lo que tú has dicho, pero francamente no veo cómo. ¿Será que, como siempre, la pastoral precede a la dogmática?

  5. Kalycho dice:

    Lamentable pérdida en lamentable circunstancia. Tengamos fe que, como tú dices, sea cuestión de unas generaciones en que este tema de actual debate sea convierta en un tema superado. Un abrazo Raúl

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