Iglesia y Sociedad

Los “indignados” y la sabiduría en la Biblia

4 Jul , 2011  

Hay quienes llaman “locos” a los indignados de todos los países, esos hombres y mujeres que manifiestan su desacuerdo con el sistema. Están por todas partes: pueden hoy ocupar la Puerta del Sol en Madrid o la Plaza Principal de Túnez, correr por las calles de Damasco o plantarse frente a la estatua de la ignominia situada al inicio de la principal avenida de la Mérida de Yucatán. Llamamos sabios, en cambio, a los que despachan en los palacios, discuten desde sus curules o administran la explotación desde sus cámaras empresariales. Yo prefiero, si de sabidurías y de locuras hablamos, referirme al concepto bíblico de la sabiduría.

Como cualquier lector de la Biblia bien sabe, la literatura sapiencial es un territorio autónomo en el marco de las Escrituras. Tiene un perfil propio que la identifica. Cinco libros integran una pentápolis de claras fronteras, una especie de pentateuco sapiencial: Proverbios, Job, Eclesiastés o Qohelet, Eclesiástico o Ben Sirá y Sabiduría. Los primeros tres libros pertenecen a la lista corta del Antiguo Testamento, llamada también canon palestino y que es aceptada por los cristianos de todas las denominaciones; los últimos dos se encuentran en la lista larga, o canon griego, aceptado por católicos y ortodoxos, pero no por los cristianos reformados. Los cinco libros invocan a Salomón como su autor.

Los libros sapienciales se diferencian de los libros históricos en que no son narrativos; tampoco se parecen a los cuerpos legales de Exodo, Levítico y Deuteronomio porque la literatura sapiencial no se presenta como ley. No se parece al cuerpo profético porque no denuncia ni acusa, sino que se expresa en términos genéricos; Tobías y Ester son de ambiente sapiencial, pero son relatos que no se enmarcan en la literatura sapiencial sino en el reino literario de la ficción. Por último, los sapienciales se distinguen de los salmos en que no son oración. Así pues, el cuerpo sapiencial tiene su fisonomía e identidad propias, aunque reciba materias primas de otros cuerpos y envíe su estilo hacia otras partes de la Biblia.

Una primera cuestión debe abordarse: ¿qué es la sabiduría? Hay quienes la definen como saber y conocimiento, otros más como una ética del comportamiento y hay quienes piensan en ella como el esfuerzo por proponer un orden universal, establecido por Dios. En las Escrituras Sagradas parece que las cosas van por otro camino.

“Yo solamente de panzazo alcancé llegar al cuarto de primaria. Lo demás fue la vida que me lo enseñó. La necesidad me impidió seguir en la escuela y tuve que seguir tirando como pude”. Todo el mundo ha oído alguna vez una frase de este estilo. La vida enseña muchas cosas al que tiene los oídos y los ojos bien abiertos. Hay personas que no saben leer ni escribir, que no saben de geografía ni de historia, que ignoran las batallas de Napoleón y la revolución francesa, pero viven la vida con los ojos abiertos y tienen una gran experiencia. Saben cosas que los libros no enseñan y que sólo la vida hace saber. Consiguen de ese modo reunir una gran sabiduría que a veces hoy la gente llama filosofía de la vida. Esa sabiduría pasa de padres a hijos, de abuelos a nietos, y hace que el pueblo sencillo, a pesar de su ignorancia y de la falta de medios, no se desanime y siga con firmeza, con la cabeza erguida, enfrentándose a la vida con un optimismo envidiable.

Yo creo que eso es lo más parecido a lo que debemos entender en la Biblia por sabiduría: un saber extraído de la experiencia, lo que ya Von Rad definía así: “es la capacidad que, emergida de la experiencia, enseña al hombre a comprender lo que ocurre en su entorno, a prever las reacciones de sus prójimos, a poner en funciones sus propias fuerzas en el momento oportuno, a distinguir el acontecimiento singular del habitual, y muchas otras cosas”.

Por eso la sabiduría no da la prioridad a una virtud intelectual, a un conocimiento, sino a la capacidad de orientarse bien en la vida y actuar con tino. La vida humana consciente y libre es la tarea primordial del ser humano: hacerse, ser responsable de sí mismo, ser artesano de su vida, en una tarea constante y dura que sólo acaba al morir (Eclo 11,28). Modelar con decisiones pequeñas y grandes la propia vida es una tarea artesanal de tanteos, errores y enmiendas.

Al origen de la sabiduría encontramos, pues, al pueblo que reflexiona sobre su vida y busca una respuesta a la pregunta: ¿cómo vivir? ¿qué hacer para triunfar en la vida? ¿cómo comportarse? Son preguntas que revelan las preocupaciones de quien busca el secreto para orientarse bien en la vida, para no ser vencido por la vida. La búsqueda de la sabiduría es la búsqueda de los valores y las leyes que regulan la vida humana; es el deseo de descubrir estos valores y estas leyes para integrarlos en la vida y así progresar y vivir mejor.

La más importante función de la sabiduría es afrontar los males de la vida y formar a las nuevas generaciones que crecen. La sabiduría se caracteriza por el método inductivo: acepta solamente aquellas soluciones cuya eficacia ha sido verificada con la práctica de la vida. Por eso, el proverbio expresa siempre una experiencia elemental de la vida; todos ellos rebosan de sentido común y surgen de allá donde pulsa el corazón de la vida: el ambiente familiar, la educación de los hijos, el círculo de los amigos. Los proverbios son familiares y sirven como indicaciones para el camino, no como recetas preparadas de antemano o como preceptos taxativos, sino en cuanto que ponen en evidencia los valores. Por eso la sabiduría popular, aunque está caracterizada de poca especulación filosófica, no por eso carece de una gran profundidad.

Por eso, la sabiduría bíblica es una oferta de sensatez. Así la definía el ya extinto exegeta español, Luis Alonso Schökel. Sensatez viene de sensus que es percepción, conocimiento, seso. Un hombre sesudo es un hombre sensato. Perder el seso es volverse loco. Cordura, tiento, juicio, buen sentido, son otros sinónimos. El sustantivo oferta indica que no es ley o mandato en sentido estricto. Se ofrece una cosa de valor; los compradores saldrán ganando; “Una onza de buen tiento vale más que un quintal de talento”. Pero la sabiduría no es obligatoria: no hay sanción legal o cláusula penal para los que la rechacen.

Podemos resumir lo anterior diciendo lo siguiente: El sabio es el que intenta vivir bien, que procura descubrir en su existencia y en la del mundo, lo que favorece a la vida o lo que, por el contrario, conduce a la muerte. Reflexiona entonces sobre las grandes cuestiones humanas: la vida, la muerte, el amor, el sufrimiento, el mal… ¿Tiene la existencia un sentido? ¿cuál? Y cada uno a su nivel, tanto el niño como el anciano, el profesor como el obrero o el ama de casa, se hace su filosofía, su sabiduría, su arte de vivir. Y a veces, unos poetas o filósofos se hacen de toda esa reflexión difusa, se nutren de ella y producen grandes obras.

Podríamos decir que esta es la diferencia fundamental entre los libros histórico-proféticos y los sapienciales: los primeros son expresión de un pensamiento nuevo que los jefes religiosos transmiten al pueblo e inoculan en la existencia para transformar la existencia humana. Los segundos expresan el pensamiento del pueblo que se convierte en palabra y se organiza con la finalidad de mejorar la vida. Son dos diversos modos de pensar y no puede decirse que uno sea superior a otro. Son solamente enseñanzas distintas. El pueblo simple tiene conversaciones muy ricas porque siglos enteros hablan por su boca, siglos enteros que se almacenaron en la vida de esa gente, como una alfombra que se enrolla detrás de ella. La enseñanza de cuatro o de ocho años en la escuela no es superior a esta enseñanza de siglos. Es sólo distinta. La escuela y la sabiduría del pueblo son ramas que brotan de una misma raíz.

En este sentido, la aparición de la literatura sapiencial comporta una revolución hermenéutica. Puede decirse que la revelación histórica va de afuera hacia dentro. Dios dice, a través de los líderes o de los profetas, hacia dónde debe caminar el pueblo. Hay una palabra externa de Dios que irrumpe en el pueblo y lo modela. La reflexión sapiencial aborda otro camino. No se trata de que Dios se revele de afuera para adentro, sino de que el ser humano descubra, en el centro de su propia experiencia, la revelación de Dios. La experiencia humana, secular y compartida, es vehículo de revelación.

En resumen: En los libros sapienciales de la Biblia habla la voz del pueblo que reflexiona sobre su experiencia de vida, expresa su gusto de vivir y rechaza el ser derrotado por la vida. Así el pueblo revela toda su inmensa riqueza, su búsqueda de Dios, su encuentro con la verdad. En el camino de la sabiduría, la revelación no se realiza de lo alto a lo bajo, sino desde lo bajo hasta lo alto: partiendo de las raíces de la vida.

Después de esta larga perorata, reafirmo: me parecen mucho más sabios los hombres y mujeres que, convencidos por la experiencia, se han dado cuenta de que algo anda mal en este sistema de cosas y andan protestando por aquí y por allá, que aquellos que, medrando a su propia conveniencia, buscan maneras de sostener un sistema simplemente porque les ha llenado de dinero los bolsillos. Hay mucha más sabiduría en una frase pergeñada en un muro de la calle, que en cientos de páginas de las que suelen leerse en las reuniones políticas. Toda la vana repetición en las legislaturas, por ejemplo, se rinde ante la riqueza de estos 25 lemas de los indignados españoles que me llegaron ayer por internet:

1 No somos antisistema, el sistema es anti-nosotros
2. Me sobra mes a final de sueldo
3. No hay pan para tanto chorizo
4 ¿Dónde está la izquierda? al fondo de la derecha.
5. Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir
6 Se alquila esclavo económico
7. Se puede acampar para ver a Justin Bieber pero no para defender nuestros derechos
8. Error 404: Democracia not found
9. Error de sistema. Reinicie, por favor
10. Esto no es una cuestión de izquierda contra derechas, es de los de abajo contra los de arriba
11. Vivimos en un país donde licenciados están en paro, el presidente de nuestro gobierno no sabe inglés… y la oposición tampoco
12. Mis sueños no caben en tus urnas
13. Políticos: somos vuestros jefes y os estamos haciendo una evaluación de rendimiento
14. ¡Nos mean y dicen que llueve!
15. No falta el dinero. Sobran ladrones
16. – «¿Qué tal os va por España»? Pues no nos podemos quejar.
– O sea, que bien ¿no?
– No, que no nos podemos quejar.»
17. No es una crisis, es una estafa
18. No apagues la televisión… Podrías pensar
19. Tengo una carrera y como mortadela
20. Manos arriba, esto es un contrato
21. Ni cara A, ni cara B, queremos cambiar de disco
22. Rebeldes sin casa
23. Democracia, me gustas porque estás como ausente
24. Nosotros buscamos razones, ellos victorias
25. Cuando los de abajo se mueven, los de arriba se tambalean


One Response

  1. Abrahan Collí dice:

    Saludos Padre Raúl. Su artículo me hizo recordar una clase en la preparatoria, donde el profesor mencionaba que «uno de mil personas se «autorreliza»( entendiendo éste termino desde la perspectiva de Abraham Maslow:- el que logra poner al máximo sus capacidades intelectuales, físicas emocional, etc.-) el profesor añadió a su comentario una lista de personajes que a su parecer habían alcanzado tal grado de vida: Presidentes, dirigentes religiosos, pensadores, poetas… Mientras seguía con la clase, no impedí ausentarme con la memoria y ver escenas de mis vecinos haciendo las labores del hogar, verlos limpiar sus patios, llegar de la milpa, alimentar a los animales. Me pregunté entonces:¿ todos estas personas, con su labor diaria no podrán ser como dice el maestro? ¿la autorrealización es único para personas ilustres famosas? No. L gente guarda en su vida cotidiana una Sabiduría única, sencilla, sin complicaciones. tienen una filosofía no escrita, una realización en el anonimato de sus «quehaceres». justamente como la abeja portera, de la que todos tenemos mucho que aprender. un abrazo padre Raúl.

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