Iglesia y Sociedad

La Expulsión

24 Ene , 2012  

La Guerra de Castas, como popular –aunque inexactamente– se llama a la revolución indígena que inició en 1847 en la península yucateca, y que se diluyó en el tiempo y terminó sin armisticio, de manera que se considera la toma de Chan Santa Cruz (hoy Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo) por parte del Ejército Federal Mexicano como su fin oficial, fue un misterio para mí hasta que cumplí más allá de los 18 años. Nunca pude entender por qué, en la enseñanza de la historia nacional en primaria y secundaria, se omitía hablar de esta revuelta de los mayas.

A la luz del levantamiento zapatista y el enorme peso que tiene para la construcción de una patria nueva su pensamiento y su práctica, nos vamos atreviendo a analizar más detenidamente la significación de aquella revolución maya que iniciara a mediados del siglo XIX.

Traigo esto a colación porque ha llegado a mis manos, debido a la generosidad de su autor, respetado dramaturgo y amigo dilecto, José Ramón Enríquez, el ejemplar de su más reciente publicación que lleva por título La Expulsión. Se trata de una pieza teatral en trece cuadros que expone al potencial espectador una visión sobre un acontecimiento que sacudió al imperio español y, de manera particular, a las provincias novohispanas en 1767: la expulsión de los jesuitas de todos los dominios españoles.

Digo que relaciono los dos hechos, la Guerra de Castas y la expulsión de los jesuitas, debido a que ambos, en el pasado reciente, están siendo objeto de nuevas miradas después de un vergonzoso, culpable ocultamiento. Antes, hacíamos caso omiso, o pasábamos con prisa las páginas del libro de historia cuando llegábamos a estos dos acontecimientos. Hoy sabemos que la historia se hubiera escrito de manera radicalmente distinta de no haber existido estos hechos. Como la Guerra de Castas adquirió una nueva luminosidad a partir del levantamiento zapatista, así la expulsión de los jesuitas de las provincias novohispanas y sus consecuencias, ha sido reconsiderada a la luz del bicentenario de las independencias de muchas de las antiguas colonias españolas.

El atrevimiento del Maestro Enríquez es singular: en el marco de las conmemoraciones de la Independencia por su segundo centenario, un grupo de amigos, entre ellos Enrique González Torres S.J., quien escribe el prólogo del libro y en él nos lo informa, se reunieron para conversar sobre la posibilidad de llevar a la escena teatral la obra del Padre Francisco Xavier Clavijero –ilustre jesuita, historiador, filósofo, lingüista– y de sus compañeros, en el contexto del surgimiento de las primeras reflexiones por ellos aportadas para el reconocimiento de la mexicanidad: “Ellos afirmaron que éramos México. Que México no era sólo la ciudad capital del virreinato, sino todo el territorio”, señala González Torres en su prólogo.

En este cónclave de amigos fue gestándose la idea de una obra teatral que recogiera las aportaciones de aquellos misioneros novohispanos que, como aquellos de las famosas reducciones del Paraguay, o del gran centro misional de Juli en el lago Titicaca, o del colegio de Cartagena, donde vio la luz la primera pastoral dedicada a la atención de los esclavos negros, dejaron tras de sí una estela sobre la que habría de comenzar la construcción de las nuevas identidades en este continente.

¿Cómo abordar tan complejo tema en una obra de teatro? La apuesta de José Ramón Enríquez se finca en dos pilares: el primero es acercarnos al infausto acontecimiento de la expulsión de los jesuitas de la Nueva España, develando los entretelones del despotismo ilustrado de Carlos III y poniéndonos frente a frente con una decisión absolutista que, solamente por sus formas, causaría profunda indignación en cualquier defensor de derechos humanos de nuestros tiempos.

La Expulsión nos permite vivir de cerca, como sólo el teatro puede hacerlo, aquello que el Padre Daniel Olmedo, famoso historiador, decía en las páginas de su Historia de la Iglesia Católica: “En fechas designadas de antemano, según los diversos lugares, tropas reales se presentaban en la noche para cercar e incomunicar las casas de los jesuitas. Al cabo de algunas horas sorprendían a la comunidad y le intimaban la real orden. Poco después los encaminaban al puerto para el embarque rumbo a los Estados del Papa… con precisión matemática fueron arrebatados a los jesuitas sus cátedras, ministerios, familiares y devotos. De una plumada se derrumbaban centenares de colegios, florentísimas misiones… la herida causada con ello a la cultura hispánica, especialmente en nuestra América, y a la iglesia fue irrestañable. Sus consecuencias funestísimas”. Si el texto parece duro, esperen ver la puesta en escena de La Expulsión.

El segundo pilar es la elección de los personajes de la obra. La resolución del dramaturgo para poder ofrecer un panorama histórico que abarca varios años, desde la expulsión hasta la restauración de la orden jesuítica, es satisfactoriamente lograda a través del personaje de José Ignacio, un novicio que sufre la expulsión cuando acaba de hacer sus primeros votos bienales en Tepotzotlán y que recorre en su persona todas las etapas del ataque a la Compañía: su forzada salida de la Nueva España, su traslado al exilio de Bolonia, su partida como primer misionero mexicano al imperio ruso y su posterior vuelta a México, una vez que la Compañía había sido restaurada en todo el mundo y siete años después de que la guerra de independencia se había consumado.

Guardián de la memoria, José Ignacio nos permite, en el último, entrañable cuadro de la obra, hacer un balance de la significación del acontecimiento: “Expulsos, desterrados y humillados / ¿Y quién explicará / al déspota ilustrado / que se atacó a sí mismo sin saberlo? / ¿Qué minó los cimientos de su reino / y él comenzó la guerra en sus colonias?”

Y, finalmente, en el diálogo último de los novicios que lo han escuchado, la reflexión que a nuestros corazones del siglo XXI llega con su dardo: “¿Y qué hubiese ocurrido / sin la expulsión, en México/ con la lucha insurgente? ¿Los jesuitas / se hubieran colocado en cualquier trinchera?… / Yo pienso, sin embargo, / que sí, la independencia existiría, / pero los humanistas / tal vez hubiesen puesto en el debate / más altura de miras. / Sus ideas, su fervor por los indios / su amor por la paz y la justicia / muchas muertes, yo pienso, / que hubiesen evitado”.

La Expulsión está precedida de un interesante ensayo de Alberto Ruy-Sánchez, en el que aborda los que a su consideración fueron los tres desafíos que encaró el dramaturgo al enfrentar el tema; un texto perspicaz y de amplitud de miras, que ofrece en pinceladas una posible explicación del olvido en el que este acontecimiento estaba sumido: “…con la expulsión de los jesuitas de la Nueva España se nos arrebataron de golpe también los conceptos y los términos, el marco mental para pensar y expresar con facilidad el significado de esta expulsión. Como aquella serpiente mítica de tres cabezas que se mordía la cola y al devorarse a sí misma se comió también las palabras que se estaban forjando para nombrarla. Y así se volvió doblemente invisible… Se trató de una amputación histórica que nos arrebató una posibilidad de civilización distinta”.

La calidad literaria del texto es sobresaliente. El flujo endecasilábico de los diálogos se convierte en palpable muestra de la vinculación estrecha entre lírica y drama y le ofrece al lenguaje teatral las posibilidades que sólo tiene la expresión poética: sugerir, esbozar, evocar, señalar rumbos, apuntar nuevas direcciones. Se agradece de manera especial la inclusión de los bocetos hechos por Jesús Hernández para la escenografía.

La obra de José Ramón Enríquez, de antecedentes jesuíticos él mismo, salda la deuda con uno de los capítulos más olvidados de nuestra historia patria. El prodigio escénico puede pregustarse en la lectura del texto… ¡Pero qué ganas de ver la puesta en escena de la obra, dirigida por el Maestro Tavira!


4 Responses

  1. Magnífica la obra la Expulsion. El tema histórico como se dice, lo más lamentable para el desarrollo de América. Religión, ¡cuántos crímenes se han cometido en tu nombre! Dios nos perdone.

  2. Qué tal padre Raúl. He leído el post. Me ha interesado mucho el tema más ahora que estoy abriendo una web sobre cultura maya http://elchilambalam.com/ ¿podría compartirme el mail del escritor para hacerle una entrevista? Muchas gracias.

  3. Yuri Balam dice:

    Hay que estar pendiente de su puesta en escena…

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