El capitalismo impone sus reglas. Para el sistema todo es un gigantesco mercado donde no hay nada que no se compre o se venda. No solamente se limita a establecer como norma universal que haya algunas personas que se enriquezcan a partir de la explotación del trabajo de otras, sino que pretende organizar la sociedad basado en la ley de la oferta y la demanda.
El capitalismo, sin embargo, está lejos de ser perfecto en su estrategia. Hay algunos lugares que son estados de excepción: los cines y los aeropuertos. Auténticos no men lands, aeropuertos y cines imponen sus precios sin que la ley de la oferta y la demanda pueda ejercer sus beneficiosos oficios. Y no hay poder en el mundo que pueda regular ese abuso. Se trata de un desorden de tal manera naturalizado, que la clientela sabe que protestar no servirá de nada. Por eso, en el caso del cine, a pesar de una ocasional y humillante revisión, mucha gente mete en las bolsas de mano cualquier cantidad de bebidas y botanas que son consumidas apenas las luces se apagan. Es cuando menos paradójico que el hecho de abrir a escondidas una lata de refresco se haya convertido en un acto revolucionario y antisistémico.
Pero ya se sabe que en el capitalismo la administración pública vive de y para agradar a los barones del dinero. El problema verdadero surge cuando la ausencia de límites sale de las salas del cine o los pasillos del aeropuerto y se proyecta a la vida personal y laboral de los ciudadanos. Uno puede vivir sin ir al cine y sufrir los abusos de Cinépolis, Cinemex o Cinermark. Ahí está la reivindicación de los pobres, que consumen discos clonados a bajo precio. Pero no puede vivir sin trabajo.
Menciono esto porque quiero compartir con los pacientes lectores y lectores de esta columna un caso de abuso que ha llamado mi atención. Como no cuento con la autorización de las personas involucradas, les relataré el caso usando nombres ficticios.
Lorenza es una trabajadora doméstica. Desarrolla desde hace varios años labores de limpieza en hogares de La Ceiba. A Lorenza le acomoda mucho trabajar en esa zona residencial porque queda muy cerca de la comisaría meridana donde vive. Fue contratada en agosto de 2011 por una familia para realizar la limpieza de los exteriores de la casa (tres terrazas distintas que posee el predio) y el lavado y plancheo de la ropa de toda la familia. Después de tres meses de desempeñar sus labores sin problemas y recibir su paga puntual al final de cada semana, la patrona le pidió que entrara a la casa para pagarle el trabajo semanal dado que “había un problemita”. Ya dentro de la cocina, Lorenza se vio obligada a depositar sobre la mesa todo lo que llevaba en su bolsa, porque su patrona quería comprobar que se estaba llevando dos iphones que se le habían perdido.
Lorenza accedió a vaciar el contenido de la bolsa sólo para que su empleadora descubriera que no se encontraban en ella los iphones extraviados. No contenta con ello, la señora de la casa insistió en que Lorenza debía tenerlos porque era la única que se quedaba sola en la casa cuando todos salían. De nada sirvió que Lorenza le recordara que no tenía acceso a las recámaras, dado que su trabajo se limitaba a las zonas exteriores de la casa. La señora, a la que se unió su marido, la interrogaron durante varias horas hasta determinar que Lorenza debería pagar con su trabajo los dos iphones perdidos, no sin dejarle claro que el señor de la casa trabajaba “con la gobernadora” y que con solamente una llamada telefónica estarían presentes los judiciales.
Lorenza se mantuvo en su dicho: ella no había robado los aparatos extraviados. Después de una larga discusión, los patrones accedieron a pagarle la semana trabajada y ella manifestó que ya no seguiría trabajando en la casa debido a la desconfianza y al maltrato de que había sido objeto. “Si no regresas a trabajar a la casa la próxima semana, esa será señal de que tú fuiste la ladrona”, le espetó la dueña de la casa. Si, en cambio, Lorenza regresaba a trabajar, sería para ellos la señal de que no tenía nada que esconder. Lorenza aceptó en principio regresar a la casa pero, un día antes de que volviera, recibió un mensaje telefónico que le anunciaba que ya no la necesitaban en la casa porque los patrones habían perdido la confianza en ella. Le avisaban también que podía pasar a recoger en la caseta del fraccionamiento las ropas que había dejado en el cuarto de servicio.
Lorenza había decidido dar por cerrado el asunto y pasó al día siguiente por sus cosas para comenzar a solicitar trabajo en alguna otra casa del fraccionamiento donde se necesitaran sus servicios. Grande fue su sorpresa cuando encontró su fotografía pegada en el cristal frontal de la caseta, junto con la de otros/as empleados/as domésticos/as. Cuando preguntó la razón a los encargados de la caseta, le contestaron que eran fotos de las personas que, a juicio de los propietarios de casas en La Ceiba, habían cometido algún robo y estaban puestas ahí para que no fueran contratadas por ninguno de los dueños de casa y se les impidiera la entrada al fraccionamiento. Lorenza se enojó mucho y se inconformó de que su foto apareciera en la caseta, dado que ella no era una ladrona y que los patrones que recién la habían despedido no pudieron comprobarle nada ni se había iniciado ningún proceso jurídico en su contra que acreditase alguna responsabilidad en la que ella hubiera incurrido. Se veía así privada injustamente de toda posibilidad de trabajar en el lugar donde durante tantos años había prestado sus servicios sin ningún problema.
Lorenza interpuso un recurso de queja ante la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Yucatán (CODHEY), que la remitió ante la Procuraduría Social de Atención a las Víctimas (PROVÍCTIMA) donde una funcionaria la acompañó a interponer una denuncia ante el Ministerio Público. Todo inútil. Fue turnada entonces al Área de Mediación donde una funcionaria le dijo que no podían hacer nada porque “ya han pasado muchos casos así y las dueñas de casa nunca aceptan sus errores y, al final, los que salen siempre perdiendo son los empleados”. En el Ministerio Público le dijeron que no había argumentos suficientes para interponer una demanda y que diera gracias de que no le habían puesto una demanda a ella.
Por insistencia de Lorenza, el área de mediación se comprometió a citar a la empleadora que, después de posponer la cita en dos ocasiones, se presentó y terminó aceptando que no tenía ninguna prueba de que Lorenza hubiera sustraído los aparatos telefónicos extraviados. Cuando la funcionaria le preguntó por qué seguía entonces manteniendo la fotografía de Lorenza en el cristal de la caseta de entrada, la señora contestó que ella no puso la foto, sino la administración del Club de Golf. Cuando Lorenza recibió esta información, la misma funcionaria le advirtió que eso era todo lo que podía hacer por ella. Lorenza le dijo entonces que, por favor, citara a los responsables de que su foto siguiera exhibida como si fuera una ladrona. La funcionaria le dijo que ya no podían ayudarla más, y que lo mejor que podía hacer era “continuar con tu vida, irte a trabajar a otro lado, porque si insistes en querer trabajar en La Ceiba, te van a hacer otra vez lo mismo y esta vez sí que te pueden demandar”. Además, finalizó la funcionaria, “tu foto ya no está en los cristales; ahora se manejan por catálogo”.
Lorenza es terca cuando de su fama se trata. Está orgullosa de ganarse la vida con su trabajo honrado desde hace muchos años y le duele que la califiquen de ladrona sin más prueba que la sospecha de una dueña de casa. Sigue buscando la manera de recuperar su prestigio y poder trabajar en el fraccionamiento. Estados de excepción, los fraccionamientos con casetas de vigilancia a la entrada siguen practicando la presunción de culpabilidad en lugar de la presunción de inocencia que las leyes establecen. Encabezan juicios sumarios en los que la investigación y las normas jurídicas que funcionan para todos salen sobrando para ellos. El caso de Lorenza muestra también al desnudo el funcionamiento de las instituciones del Estado que aparecen ineficaces y atadas de mano ante los abusos de los dueños del dinero.
Su pagina web es muy beneficioso. Muchas gracias por proporcionar un montón de tema retributivo. Tengo guardado su sitio pagina web y sin duda volvere. Una vez más, agradezco todo su trabajo.
Me parece indignante que , según entiendo, no ha sido posible que Lorenza , la real, haya obtenido su nombre reivindicado. Una más de las injusticias en nuestro México.
Pero me acabo de dar cuenta de la existencia de esos «estados de excepción» de cotos de poder intocable que hacen ( ¿ hacemos?) las amas de casa. ¿porqué cuando perdemos algo, lo primero que pensamos es que la persona que trabaja es la primera sospecha o incluso la responsable? Esto es falta de respeto, discriminación..y… estamos tan acostumbradas.(os)..Tenemos una tarea muy grande..un camino por recorrer, arena por arena, piedra por piedra…para que esto cambie.