Iglesia y Sociedad

Cuernavaca de don Sergio

1 Ago , 2012  

Cuernavaca es, probablemente, una de las iglesias locales que más trascendencia han tenido en la comunidad católica mexicana. Desde aún antes del Concilio Vaticano II las miradas se dirigían a esta diócesis, pionera en la renovación litúrgica y bíblica como pocas.

La iglesia de Cuernavaca se convirtió, con don Sergio Méndez Arceo a la cabeza como su séptimo Obispo, en un laboratorio donde se puso en práctica un aggiornamento total que devolvió a la liturgia y sus edificios sagrados su sabor original, lo mismo que contribuyó, después de Medellín, a la formación bíblica del laicado en las comunidades eclesiales de base y a la renovación monástica con la introducción de la práctica del psicoanálisis en el discernimiento vocacional en el célebre monasterio del abad Gregorio Lemercier,

En mis años de seminario (1975-1982), que coincidieron con los últimos del ministerio episcopal de don Sergio, la Catedral de Cuernavaca se había convertido en el hogar y refugio de cientos, miles de desplazados de guerra centroamericanos. Como epicentro, la iglesia de Cuernavaca nos atraía, imberbes aprendices de la teología de la liberación, y nos nutría con su ejemplo. Eran los tiempos de obispos heroicos: don Sergio, don Bartolomé Carrasco, don Pepe Llaguno, don Arturo Lona, don Samuel Ruiz, don Sergio Obeso… un grupo minoritario, pero influyente, que inyectaba a la iglesia mexicana bríos de renovación y de compromiso social.

Al terminar mis estudios en el seminario, antes de partir para Roma, fui al encuentro de don Sergio. No era ya más obispo de Cuernavaca. Trabajaba todos los días en el Secretariado de Solidaridad Monseñor Óscar Romero, en la ciudad de México. Su fecundo retiro había sido puesto al servicio de las grandes causas de América Latina. El llamado Obispo Rojo murió como vivió: fiel a su estampa, cantante “fuera de coro” –como lo calificó otro jerarca cuyo nombre nadie recuerda–, “en pie de testimonio”, como dijera el poeta nordestino.

Para esa entrevista, don Sergio me recibió en sus oficinas y me permitió saludarlo y conversar con él. Al presentarme, me preguntó qué pensaba yo estudiar en Roma. Le contesté que haría la licenciatura en Sagradas Escrituras. Me preguntó en qué escuela y le contesté que en el Pontificio Instituto Bíblico. Entonces me dijo algo que no dejo de recordar: hay dos disciplinas, comentó, que me gusta siempre recomendar: el estudio de la Biblia y el estudio de la historia de la iglesia. Hacen buena mancuerna. Ambas disciplinas, añadió, le permiten al estudiante darse cuenta de que las cosas no fueron siempre como son ahora. La pretensión de eternidad es una de las más grandes tentaciones de la iglesia, concluyó.

Yo quise mucho a don Sergio. Pende todavía en mi cuarto la fotografía en la que estoy con él, en su última visita a Roma, en el Colegio Mexicano. Nos dirigió una charla a los que ahí estudiábamos. Aunque no lo sabíamos, faltaba poco para su muerte. Los embates contra la teología de la liberación estaban a punto de alcanzar su clímax magisterial. Don Sergio, relajado, se sentó a conversar con nosotros por cerca de dos horas. Su voz de viejo sabio no dejó de retumbar en mi cabeza por muchas semanas.

Hoy recuerdo a don Sergio porque estoy en la que, por treinta años consecutivos, fue su casa. Me alegra haber sido invitado a esta XXXIV Convención de ex alumnos del Colegio Mexicano de Roma, aquí en la ciudad de Cuernavaca, porque me permite, además de saludar a viejos amigos, traer a la memoria a este ilustre Obispo. Me ha alegrado también escuchar al actual rector del seminario, un joven presbítero, hablar de don Sergio con cariño y reconocimiento.

En ocasión de la muerte de don Sergio escribí unas líneas. Su fallecimiento me sorprendió siendo todavía estudiante en Roma. Les comparto, para terminar esta entrega, lo que en aquel momento me dictó la tristeza.

Hoy es quince de marzo Estoy en Roma

La octava sinfonía de Beethoven hace estallar mis tímpanos

(la séptima es más bella)

Llegué desde la calle y mi refugio

fue el cuarto de periódicos:

noticias sobre México                   italianas

muestras de amarillismo

dos PROCESO recientes y entre todo

uno que otro poema

En la primera plana el comentario

del viaje de Wojtyla…

Y en medio de estas hojas que me manchan

el corazón de tinta

he recibido una noticia amarga

Hoy es quince de marzo

Cuernavaca está triste y lo confiesa:

Hoy se nos va Don Sergio

y también yo estoy triste

¡Qué extraño que la octava sinfonía

también derrame lágrimas!


One Response

  1. Raúl, padre Raúl, con qué fuerza y a la vez con qué ternura tus palabras nos abrazan con sabor a ésa otra Iglesia que ya no sólo sabemos posible sino también urgente. Justo hace unos minutos me encontré un par de entrevistas que se le hicieron a Ivone Gebara y, como una cosa lleva a la otra, me "lancé de volada" al Canal de Católicas por el Derecho a Decidir en el TuTubo para disfrutar de su serie "Catolicadas"; cuál va siendo mi sorpresa, que pensando en ésa Cuernavaca a la que me llevaron mis pasos después de la partida física de don Sergio, tú me/nos regalas este pedacito de memoria que honra su recuerdo y, sobre todo, su digno y siempre solidario caminar con sus feligreses: su verdadera iglesia. Yo, como llegué a finales de 1994, ya no le conocí; pero su ejemplo estaba en cada rincón, arquitectónico y humano, de quienes le conocieron o caminaron sus enseñanzas, como don Gerardo Thijssen y don Pepe Álvarez Icaza (a quien conocí en el Detritus Federal), o la cauda de gente buena y honesta que se articuló en la Fundación Don Sergio Méndez Arceo… ¿dije estaba? Está, por fortuna, todavía está; tus palabras nos lo confirman. Te mando un nuevo abrazo; quizás en algún momento se me haga ver ésa foto tuya con don Sergio (la mamá de Adis tiene una con don Sergio bautizando a una de sus hermanas: es quizás lo más cercanamente familiar que he estado de don Sergio). Hasta pronto.

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