Iglesia y Sociedad

Roma, caleidoscopio de culturas

26 Oct , 2008  

Dicen que Monseñor Óscar Arnulfo Romero era bastante conocido por la gente ya desde antes de ser nombrado arzobispo de San Salvador. Antes de su encuentro con los pobres, el Damasco particular después del cual el obispo salvadoreño, como Pablo de Tarso, se convirtió al evangelio, Monseñor Romero era un hombre tímido, institucional, conservador. Un buen tipo, según algunos. Un hombre con miedos, según otros. Nadie que estuviera llamado a sobresalir, coincidían todos.

La razón por la cual Monseñor Romero era conocido por muchas personas era que tenía un programa de radio. Además de una breve catequesis, Monseñor solía contar a los oyentes los viajes que realizaba. Sabiendo el privilegio que significaba en un país como El Salvador tener los medios suficientes como para salir del país y conocer nuevas naciones y continentes, el obispo mártir acostumbraba mencionar a detalle las cosas que iba conociendo. Hay testimonios, reunidos después de su muerte, que muestran cómo mucha gente “viajó” de manera virtual gracias a los programas de Monseñor.

Por cuestiones de trabajo, he estado en Roma desde hace tres semanas. He podido estar cerca de los trabajos realizados en el sínodo de los obispos dedicado a la Palabra de Dios y esto me ha dado la oportunidad de caminar por las calles de esta ciudad llena de memoria y con olor de siglos. En un humilde intento de imitación de esa faceta de Monseñor Romero, trataré de compartirles en algunas pinceladas mi experiencia de Roma.

Contrariamente a lo sucedido el año pasado, en que nevó siendo todavía otoño, mi estancia en Roma se ha desarrollado en medio de un clima maravilloso. Los romanos mismos comentan que los padres sinodales han tenido mucha suerte al tener tanto sol en una temporada que suele ser lluviosa. En tres semanas, ha lloviznado solamente dos tardes, mientras que las mañanas han estado todas llenas de sol. Un caribeño, miembro de nuestro equipo de trabajo, me decía que se iba un tanto decepcionado, precisamente porque había salido del calor del Caribe para encontrarse con algo de frío y, en vez de eso, había encontrado un clima cálido y confortable.

No sé si sea el paso de los años y/o el deterioro de la memoria, pero me parece que no he visto nunca tanto turista en la ciudad eterna como en esta estancia. Decenas de grupos numerosos llegan a la basílica de san Pedro a todas horas. La entrada a la basílica es ahora controlada para evitar el posible ingreso de armas. Esto hace que desde horas tempranas se forme en la Plaza de san Pedro una larga fila de visitantes –algunos turistas, otros peregrinos– que esperan penetrar en esa obra maestra de Miguel Ángel.

Cuando uno camina por las calles puede escuchar las lenguas más raras. Cientos de personas venidas de la India se atropellan para ofrecer mercancías sobre las banquetas. Acaso su presencia, junto con emigrados del África, sea la huella étnica más notoria para los turistas, aunque no hay grupo más numeroso en Italia que el proveniente de Rumania, con sus cerca de un millón de emigrados solamente en Roma, pero que al ser físicamente parecidos a los italianos, pasan desapercibidos.

Roma, Italia toda, es un pueblo muy politizado. El pasado 25 de octubre tuvo lugar la marcha popular más nutrida desde que la derecha subió al poder. Socialistas y verdes, comunistas y militantes sindicales, unidos todos bajo las siglas del Partido Democrático (PD) que más que un partido es una coalición de movimientos políticos, salieron a las calles en una marcha nacional que reunió más de dos millones de personas, según los organizadores. Amas de casa, obreros, estudiantes, adultos mayores, todos marchando por las calles hasta desembocar en el Circo Máximo, donde los partidos de izquierda desafiaron al gobierno de Berlusconi exponiendo las debilidades mayores del gobierno actual: el mal manejo de la crisis económica, la tendencia a reducir el presupuesto para la educación, dejando casi morir a la escuela pública para fomentar la educación privada, el deterioro de los servicios públicos, etc.

Pero quizá la experiencia mayor que ofrece Roma sea la de la universalidad. Y para comprobarlo, nada mejor que una Misa papal al aire libre, como la acontecida el domingo siguiente a mi llegada, cuando fueron elevados a los altares cuatro nuevos santos: un sacerdote italiano, dos religiosas, una india y la otra suiza (pero que vivió la mitad de su vida en Colombia) y una laica ecuatoriana. No es solamente que la Misa se haya convertido en un mosaico de lenguas y de colores, sino sobre todo el alma de cada pueblo que se pone de manifiesto en sus vestidos, costumbre y manifestaciones artísticas.

Lo mismo podría decirse del Ángelus dominical, quizá oportunidad única para muchos peregrinos de ver al Obispo de Roma asomado a su balcón para rezar y dar un mensaje. Cuando la figura blanca se asoma desde la penumbra, uno piensa en la historia de siglos que se esconde tras el sucesor de Pedro: historias de martirio y entrega generosa, de construcción cultural y de cumbres artísticas, pero también, historias de intrigas políticas y vergonzosas inquisiciones. Roma, ya lo decía Luigi Pirandello, es una pila de agua bendita… ¡qué pena que tantas veces la hayamos convertido en un cenicero lleno de colillas apestosas!

Finalmente, aunque las jornadas de trabajo han sido largas, siempre queda el recurso de la noche para salir a caminar por las callejuelas romanas. Roma está más hermosa que nunca. En un inicio de otoño con calor al mediodía y con noches frescas y agradables, caminar esta ciudad es un privilegio. Para un mexicano, del sureste yucateco para más señas, Roma es un pedazo de cielo. Plazoletas llenas de vida, fuentes iluminadas, vericuetos adoquinados donde uno puede perderse a gusto, edificios llenos de historia, restos arqueológicos que conviven con la arquitectura del ochocientos, tomas de agua siempre limpia y refrescante…

De repente, una mirada desde el Aventino. Después de asomarse por la cerradura de una puerta para ver a los lejos, deliciosamente encuadrada, la cúpula de san Pedro, uno camina hasta el jardín de los naranjos y desde ahí puede situar las siete colinas sobre las cuales está asentada la ciudad de Roma. Un atardecer tibio que invita a sumergirse en la contemplación. Un solo minuto de esta tarde hace que el cruce del océano bien valga la pena. Roma es siempre ella misma: entre pizza y cerveza clara, entre pasta y vino tinto, entre música y pintura, con la complejidad de su vida política y las contradicciones de su vida religiosa, Roma es siempre la novia que uno quisiera volver a visitar, así haya pasado diez, veinte, treinta años desde el anterior encuentro.

Colofón: Un lector anónimo ha mandado un correo insultante comentando la columna titulada “Terapias para revertir la homosexualidad. Una opinión crítica”. No he aprobado su publicación. Como le consta a los pacientes lectores y lectoras de este portal electrónico, se aprueba todo tipo de comentarios, favorables o contrarios a las opiniones aquí vertidas. Lo que no puede permitirse es usar este espacio para ofender y humillar, reacciones harto comunes de quienes no cuentan con argumentos para rebatir. La misma dirección electrónica del remitente es elocuente: maskamela@maricondemierda.com. Hubiera bastado eso para no publicar el comentario.


2 Responses

  1. Ma. Eugenia Noguez dice:

    Cumplió su cometido. Yo viaje virtualmente con sus palabras a Roma..sentí el pedazo de cielo y la necesidad de regresar a esa ciudad ..a pesar de toda su complejidad. y contradiccion religiosa. Gracias por compartir esa experiencia.

  2. ROSA ANGELICA ARANDA dice:

    QUE TU ESTANCIA EN LA CIUDAD ETERNA SEA IGUAL DE FRUCTIFERA QUE TU VIDA.
    LAMENTO EL CORREO OFENSIVO, PERO CADA QUIEN ENVIA LO QUE TIENE EN EL CORAZON ( PODEMOS DEDUCIR QUE MATERIA OCUPA LA VISCERA CARDIACA DEL ENVIANTE)
    CUIDATE
    ANGELICA Y LAURA

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