Una vieja interpretación sitúa la sede de los sentimientos en diversas partes del cuerpo. En la tradición judía antigua, por ejemplo, el amor se alojaba, en este imaginario, en los riñones, de donde nos ha quedado la expresión «te amo entrañablemente», por los riñones o entrañas.
En occidente, desde hace mucho tiempo, colocamos imaginariamente la sede el amor en el corazón (te quiero con todo mi corazón) y la de los instintos de enojo y violencia en el hígado (perdóname la ofensa cometida: te contesté con el hígado). Quiero hoy referirne a algunos acontecimientos políticos: uno lo llevo en el corazón y otro lo detesto de manera visceral (de nuevo las entrañas…)
Del corazón
La aceptación, por una abrumadora mayoría, de Palestina como Estado observador en la Organización de las Naciones Unidas, es desde todos los puntos de vista un triunfo para los que anhelamos una paz definitiva en el Medio Oriente. Hay quienes dicen que es solamente un triunfo simbólico. Pero aunque así lo fuera, hay símbolos cuya carga significativa puede cambiar realidades. En el caso de las conflictivas y complejas relaciones ente Israel y Palestina, el paso de «Autoridad Nacional Palestina» a la consideración de Palestina como un Estado, cambiará sin duda la ecuación de fuerza y de influencia a la hora se sentarse a la mesa del diálogo.
Imposible resumir en unas líneas la larga marcha que encuentra hoy un punto conclusivo en este reconocimiento. Sin maniqueísmos simplificadores, Palestina se merece este trato digno, aunque todavía no pleno, que le ofrece el concierto de las naciones. La derrota diplomática de Israel y de los Estados Unidos, que laboraron arduamente para evitar este reconocimiento, muestra una nueva percepción internacional del conflicto árabe-israelí y señala nuevas vías para conseguir una paz definitiva en la que Israel tenga, sí, fronteras seguras, pero el derecho del pueblo palestino sea cabalmente respetado.
Lo he dicho en otras ocasiones: la posición del Vaticano ante el conflicto árabe-israelí me parece ejemplar: dos estados libres y soberanos que compartan un mismo territorio, un estatuto internacional particular para la ciudad de Jerusalén, medidas acordadas entre ambos Estados para garantizar una paz duradera. Un horizonte ético que no se alcanzará de un día para otro, pero que permite no perder el rumboen medio del resurgimiento de viejos fundamentalismos religiosos.
Los fundamentalismos de ambos bandos deben estar enojados con esta proclamación: los caminos diplomáticos, por frágiles que parezcan, son siempre preferibles a los obuses que causan destrucción y muerte. ¡Larga vida a Palestina!
Del hígado
Escribo estas líneas mientras la televisión, en cadena nacional, exhibe la toma de posesión de Enrique Peña Nieto. La tortura comenzó desde el viernes, con el anuncio de quienes formarían el nuevo gabinete. Se trata de la repetición ad nauseam de lo que sucede en el penthhouse del poder en este país. Los impecables trajes apenas logran esconder la rapacidad y los discursos huecos subrayan la distancia insalvable entre una clase política ocupada en sus podridos intereses, y un país desgarrado por el dolor, la injusticia y la violencia. Sonrisas cínicas intentan esconder la rabia que se agolpa a las puertas de la sede legislativa y que cobra su cuota de golpeados y heridos. El duopolio televisivo, servil y selectivo en sus transmisiones, se prepara a gobernar el país: Tienen muchas deudas que cobrar. Uno recorre los rostros de los que llevarán los asuntos públicos y siente ganas de llorar, aunque en estos lares sepamos que pudo haber sido peor…
Pero se engañan quienes piensan que en estas ceremonias huecas se está decidiendo el futuro de nuestra patria. La patria, que algún día será de todos y para todos y no solamente de unos pocos, construye su futuro en muy otros espacios privados y públicos. En el dolor de quienes, agrupados en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, no cejan en buscar a sus hijos e hijas, de reclamar justicia y reparación… En quienes, desde muchos frentes, trabajan por la dignificación de los migrantes que atraviesan nuestra patria… En quienes, luchando contra la imposición de Monsanto, trabajan para producir alimentos sanos y construir la soberanía alimentaria… En las y los jóvenes que, desde el movimiento Yosoy132, nos recuerdan que ser jóvenes y ser rebeldes es una tautología… En los cientos de organismos que se desgastan por la promoción y defensa de los derechos humanos… En la rebelde dignidad de los pueblos originarios y de quienes, desde las montañas de la selva lacandona, nos dan testimonio de autonomía y buen gobierno…
Ahí, ahí es donde se construye la patria. Lo demás… Lo demás es la triste y obscena exhibición de los meandros del poder, de la decadencia con siglas partidistas, del coletazo de un sistema cuya desaparición está decretada. Algún día, mírenlo que ya se acerca, la payasada política que sostiene el sistema de muerte que padecemos, será cosa del pasado. Aunque de momento uno sienta los retortijones de rabia justo en el hígado.