Iglesia y Sociedad

Tres aristas de las autodefensas

21 Ene , 2014  

Les comparto tres reflexiones sobre las autodefensas. Hay muchas aristas más, pero creo que estas tres son suficientes para plantear la gravedad de la situación.

La incapacidad del Estado
La construcción de los estados nacionales es bastante reciente. Las tareas que el Estado debe desempeñar son varias y diversas, y la mayoría de ellas ha sido dejadas de lado debido al avasallamiento de los poderes económicos que han terminado por dominar las decisiones de los Estados. Que los poderes económicos y los monopolios que los representan han terminado por dictarle al Estado qué es lo que debe hacer, encuentra una confirmación aterradora en México, donde los poderes fácticos han llegado al extremo de ¡elegirnos presidente de la república!

Y aunque esta realidad provoca que hablar de Estado hoy sea referirse a una entelequia, hay una tarea irrenunciable para los Estados nacionales: la seguridad de las y los ciudadanos. Y esto porque uno de los consensos en la construcción de Estados democráticos es, precisamente, el monopolio del uso de la fuerza. Esa encomienda, que muchos califican de logro civilizatorio, permite, en teoría, que haya un árbitro en la resolución de conflictos y que podamos disentir, pero no matarnos. No es, en mi opinión, el único deber de un Estado, pero si el Estado cumpliera con esta simple tarea, su existencia estaría justificada.

Pues bien, la aparición de las autodefensas es señal inequívoca de que el Estado no ha cumplido con esa encomienda. La incapacidad del Estado mexicano de ofrecer seguridad a las y los ciudadanos es más que evidente. No tengo noticia de muchos países más en donde una extensa porción del territorio nacional esté gobernada por el crimen organizado. Hoy Michoacán es el tema del momento, pero la falta de gobernanza es problema cotidiano en muchas otras entidades federativas, regiones y comunidades. En este sentido, la aparición de autodefensas en Michoacán, Guerrero, Oaxaca… son un ominoso signo de que el Estado mexicano va en camino de perder su última razón de ser (digo última, porque la entrega sumisa del gobierno a los poderes económicos nacionales y supranacionales parece no tener vuelta atrás).

Los riesgos de la estrategia defensiva
Hay una distinción necesaria entre lo que quiero hacer y aquello que me veo obligado a hacer. Uno no siempre puede hacer lo que quiere, Benedetti dixit, pero siempre tiene el derecho de no hacer lo que no quiere. Y no es que yo quiera contradecir al difunto poeta uruguayo, pero hay ocasiones en que la realidad nos obliga a hacer lo que no queremos. Creo que ese es uno de los dilemas a los que se ha enfrentado la gente que se ha involucrado en las autodefensas. Y es un punto de partida que no debe dejarse de lado en cualquier reflexión sobre el tema. Supongo que la mayor parte de de las personas que se han involucrado en las autodefensas lo ha hecho motivada por la ineficacia del Estado en la salvaguarda de la seguridad de las y los ciudadanos. No es su deseo tener que patrullar pueblos y comunidades para evitar extorsiones y secuestros, pero no tienen más remedio que hacerlo, porque el Estado, que es quien debiera cumplir con esta misión, ha abdicado de ella.

Sin embargo, esta realidad no está exenta de riesgos. No sé cuánto de exactitud tenga el dato, pero he escuchado repetidamente que la Familia Michoacana fue, en sus inicios, una especie de grupo de autodefensa. Surgidos para combatir a los zetas, terminaron convirtiéndose en una organización criminal. No puedo documentar la veracidad de este rumor, pero me parece verosímil. Esto señala lo que, a mi juicio, es el riesgo principal de las autodefensas: su transformación en organizaciones criminales. Destruido el monopolio de la violencia por parte del Estado, ¿quién decide cómo y para qué se usan las armas? ¿quién garantiza que las autodefensas no puedan convertirse en la cobertura de otro grupo criminal en disputa?

La exaltación de la venganza
Finalmente, me parece preocupante que las autodefensas, en una muy ambigua relación con el gobierno, se constituyan como alternativa al estado de derecho. Podemos estar hartos de la corrupción de las autoridades y de su connivencia con el crimen organizado. Podemos indignarnos con la cantidad de personas que han sufrido y sufren diariamente los actos vandálicos de las organizaciones criminales… ¿Es, sin embargo, una respuesta el aliento de la venganza social? ¿Debe transformarse nuestra convivencia en la ocasión para el surgimiento de súper organizaciones que defiendan a los débiles, cual héroes de cómic?

Creo que una de las cosas que ha hecho que avancemos como especie humana es, precisamente, la conformación de estructuras de resolución de conflictos en todos los campos. Así hemos ido construyendo nuestra convivencia y haciéndola más humana. Contar con un sistema de reparación de daños, de punición a los culpables de hacer daño, de confrontación de nuestras diferencias, de autoridades que se hagan responsables de la salvaguarda de la seguridad ciudadana, son asuntos no menores. Ahí reside, me parece, la principal consecuencia de la incapacidad del Estado de garantizar la seguridad: que abre la posibilidad de hacer de la justicia por propia mano la norma de convivencia. Y eso es, a mi juicio, extremadamente peligroso. El refrán lo señala con acierto: a río revuelto, ganancia de pescadores. El caos solamente termina beneficiando a los más débiles.


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