El próximo 5 de junio, a las 8.45 de la mañana, la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an recibirá el Galardón Nacional al Mérito Ecológico 2014, en la categoría de educación no formal, otorgado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales del gobierno mexicano.
El galardón reconoce la trayectoria e impacto de esta obra social que, surgida hace poco más de 21 años de la reflexión y acción de un grupo de presbíteros católicos, ha venido realizando de manera continua esfuerzos de capacitación en agroecología destinados a colaborar en el mejoramiento de la calidad de vida de las campesinas y campesinos mayas de la península de Yucatán. Aunado a los trabajos de capacitación propiamente dichos, U Yits Ka’an ha venido impulsando también la conciencia ecológica, las tradiciones propias de la cultura maya, así como un fuerte movimiento de producción orgánica y de rescate de especies animales endémicas que habían sido relegadas por el proceso de mercado voraz que nos domina.
U Yits Ka’an ha sido, desde el principio, un movimiento que se ha desarrollado a contracorriente. Fiel a su vocación crítica y a una mirada que ha decidido situarse desde la óptica de los más pobres, la Escuela de Maní, como también es conocida, se une a los esfuerzos de la sociedad civil organizada que, en todos los estados de la república, impulsan la vida digna para los pueblos originarios. U Yits Ka’an encontró desde sus inicios la solidaridad y el compañerismo, codo con codo, del Centro Regional Universitario Península de Yucatán de la Universidad Autónoma Chapingo (CRUPY) y de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), particularmente de lo que hoy es el Campus de Ciencias Biológicas.
El reconocimiento que U Yits Ka’an recibirá está en relación con una larga trayectoria a la que han contribuido centenares de personas. Mención especialísima merece Augusto Romero Sabido, quien concibió el proyecto, consiguió los financiamientos, echó a andar la Escuela, estuvo al frente de la dirección durante varios años, los más difíciles, arriesgando en muchas ocasiones su patrimonio personal y continúa hoy, desde un nuevo encargo, promoviendo la apertura de un centro de acopio para la comercialización de los productos orgánicos de los campesinos y campesinas ligados al proyecto.
A lo largo de los años, U Yits Ka’an ha contribuido a la formación de una red de promotores que serían la envidia de cualquier centro de formación: campesinos y campesinas mayas que han intercambiado sus conocimientos ancestrales con nuevos contenidos producto de los avances de la agroecología. El resultado puede verse no solamente en el funcionamiento -en distintas épocas- de varias subsedes de la Escuela en territorio peninsular (Peto, Valladolid, Xcanatún, Hunucmá, San Simón, Yokdzonot, Chunhuhub…) sino en la producción de granjas ecológicas (Dzemucut, Yobaín, San José de Montecristo, Mama…), en el rescate de especies criollas, particularmente cerdo pelón y abeja melipona, en más de una decena de poblaciones (Maní, Dzan, Tipikal, Mama, Conkal, Peto, Mayapán, Xoy, Chablekal, Abalá, Papacal, Tabi, Teabo, Xohuayán…) y en el establecimiento de proyectos autónomos inspirados en el trabajo de U Yits Ka’an, como el pujante esfuerzo de Hopelchén, en Campeche.
Al financiamiento de la Escuela de Maní han contribuido agencias financiadoras internacionales, como Misereor, Kellogg, Heifer International, etc., la Secretaría General de Educación del Estado de Yucatán, así como donadores locales animados por un patronato que, durante muchos años, ha colaborado generosamente en la promoción de conciertos, veladas, pasarelas, a beneficio de la Escuela. No menos importante es la ayuda que han proporcionado algunas iglesias (Sagrado Corazón de Jesús y El Señor de la Divina Misericordia) facilitando sus instalaciones para actividades en que productores orgánicos pueden comercializar sus productos bajo el esquema de comercio justo. Y, desde luego, muchas personas anónimas que, valorando el esfuerzo educativo de U Yits Ka’an, colaboran con donativos o se suman a la lista de consumidores de los productos orgánicos.
Hay, en el haber de la Escuela de Maní, la destacadísima participación de campesinos y campesinas mayas que, desde el inicio del proyecto, han asumido la bandera de la agroecología. No puedo mencionar a todos, pero rescato los nombres de Bernardo Xiu, patriarca maya de la agroecología, Primitivo Cuxim, don Max. También el de Genaro, Alfredo, Emilio, Alejo, Cecilia, Moisés, Marcelo, Luis, Paolo, Idelfonso, Santos, Sandra, Noemí, Adolfo, Francisca, Bernarda, Nicolás… y tantos y tantas que no cabrían aquí sus nombres y que son los verdaderos, dignos recipiendarios de este reconocimiento público. Ofrezco de antemano disculpas a quienes se me escapen en este recuento de la memoria que, como se sabe, es un recurso no renovable.
Hace algunos años, en una convención de especialistas en el cambio climático, los más renombrados académicos del mundo en la materia terminaron con una conclusión sorprendente por lo simple y concisa. Dado que, como señalaba James Lovelock, la humanidad ha apretado ya el gatillo de la pistola de la destrucción del medio ambiente y el futuro de la especie humana en este planeta es cada vez más oscuro, podrán sobrevivir a la debacle que viene, cuyos ominosos anuncios alcanzamos ya a pregustar, solamente las comunidades que cumplan con tres requisitos: que sean capaces de producir su propia comida, que empleen la menor cantidad de energías no renovables y que conserven tejido social.
La Escuela de Maní es un esfuerzo, acaso quijotesco, que va en esta línea de la dignidad del pueblo maya y de la supervivencia de la especie. Cuando este 5 de junio el director de la Escuela, Atilano Ceballos Loeza, junto con el Maestro Juan Ramón Pérez, principal promotor de la presentación de U Yits Ka’an como institución digna del reconocimiento, reciban el galardón en comento, lo harán a nombre y en honor de cientos de personas anónimas cuyo trabajo desinteresado es reconocido y cuya mención sobrepasaría las dimensiones de esta entrega semanal. A todos ellos/as, muchas felicidades.
Muchos años de lucha que contagia…