Iglesia y Sociedad

Un retrato de don Raúl Vera

16 Jul , 2014  

Cuando lo conocí no me impresionó mucho su figura. Junto con otros presbíteros, estaba yo iniciándome en el conocimiento de la teología indígena. Don Raúl Vera, entonces obispo de Ciudad Altamirano, vino a ofrecer unas conferencias al presbiterio yucateco. Invitado por el Padre Fernando Zapata Vásquez, quien trabajaba entonces en el Movimiento por un Mundo Mejor, Monseñor Vera nos habló de cómo aplicaba en su diócesis un programa pionero de renovación pastoral. Nueva Imagen de Diócesis, se llamaba el programa, y trataba de convertir en acción pastoral organizada algunas de las intuiciones del Concilio Vaticano II. Dicharachero y bromista, don Raúl nos resultó simpático, pero nuestro corazón pastoral estaba, ya desde ese entonces, dirigido hacia otra geografía: la diócesis de san Cristóbal de las Casas y su egregio obispo, don Samuel Ruiz García.

Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando la Santa Sede lo nombró coadjutor de don Samuel. Conocíamos la técnica: la habían aplicado antes en Cuernavaca, Oaxaca y Tehuantepec. El Nuncio Apostólico intentaba borrar los rastros de cualquier cosa que oliera a teología de la liberación. Eran los tiempos en que entregar la cabeza de algún teólogo liberacionista equivalía a un seguro ascenso en el escalafón eclesiástico. Raúl Vera fue enviado a san Cristóbal de Las Casas con el turbio propósito de “poner orden” en la diócesis en la que había tenido lugar la sublevación indígena más importante de fines del siglo XX, cuyas reverberaciones nos siguen iluminando.

Con lo que no contaba el Nuncio Apostólico era que en sus aviesas intenciones, se toparía con una rareza: un obispo que creía en Dios y que estaba dispuesto a escudriñar Su voluntad en la vida del pueblo. Eso hizo don Raúl Vera. La Nunciatura, además de tener ahora como enemigo a don Samuel Ruiz, comenzó a tener otro en el Obispo Vera, al grado que, cuatro años después y violando la normatividad canónica, a don Raúl le fueron retiradas las prerrogativas del nombramiento que había recibido (coadjutor con derecho a sucesión) y fue trasladado, algunos dicen que desterrado, a la diócesis de Saltillo, en Coahuila, desde donde ha continuado con una labor pastoral encomiable que le ha merecido ser llamado el Obispo de los derechos humanos y haber sido repetidamente nombrado entre las candidaturas al Premio Nobel de la Paz.

Ya en la diócesis de Saltillo, la labor pastoral de don Raúl se ha visto magnificada. Partiendo de su entrega a los pueblos indígenas, su ministerio se ha extendido a una labor inapreciable por sus enormes dimensiones: atención a los mineros explotados, a las mujeres víctimas de violencia, a las personas homosexuales discriminadas en su propia iglesia, el acompañamiento de las familias de los miles de desaparecidos que pueblan nuestras fronteras nacionales, la atención a la tragedia del holocausto migrante, etc.

Yo mismo he sido objeto de su misericordiosa acción pastoral. Haré una confesión desde estas líneas. Hacia finales de enero de 2009, habiendo sido invitado por el grupo apostólico coahuilense San Aelredo para ofrecer una conferencia en el marco del II Congreso sobre Fe y Diversidad Sexual, y mientras me alistaba para viajar a Saltillo, la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió la notificación pública respecto a un libro de reflexiones teológicas y pastorales sobre el tema de la homosexualidad que yo había escrito en 2006. Después de tres años de desgastante proceso, la Congregación concluía su período de estudio y descalificaba en un Dossier de Observaciones las tesis sustentadas por mí en el libro. La carta de la Congregación que acompañaba las Observaciones, dirigida al entonces presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), traía además una advertencia a propósito del tema que había yo tratado en el libro: “tema sobre el cual el Autor, por los momentos (sic), no debe ni escribir ni enseñar”.

En obediencia a esta disposición, me comuniqué inmediatamente con los responsables del Congreso al cual había sido invitado para avisar que ya no ofrecería la conferencia prometida. Mi sorpresa fue mayor cuando horas después, al recibir una llamada telefónica, escuché la voz de Monseñor Vera quien, al tanto de la situación, me invitaba a irme de todas formas a Saltillo para salirme un poco del ojo del huracán provocado por la publicación en los periódicos de mayor circulación en Yucatán de una nota oficial de la Arquidiócesis advirtiendo a los fieles de la determinación de la Congregación. La generosidad de don Raúl me ofrecía así un espacio de reflexión para repensar lo que sería mi respuesta a las Observaciones provenientes del Vaticano. Don Raúl, no solamente me ofreció, misericordioso, un salvavidas en medio de aquel agitado mar, sino que además me hospedó en su casa durante toda una semana, me dedicó muchas atenciones, conversó conmigo largamente acerca de cómo me sentía y compartió conmigo sus reflexiones acerca de la pastoral de acompañamiento a personas homosexuales que llevaba adelante en su diócesis. Nunca he recibido trato tan cordial y fraterno de parte de ningún otro Obispo. Mi agradecimiento hacia Raúl Vera es, como se imaginarán, eterno e inconmensurable.

Hago esta confidencia solamente para subrayar la importancia de don Raúl en este escondido aspecto de mi vida personal, completando así el impacto que su ejemplo cristiano ha dejado siempre en mi labor ministerial. Pues bien, para quienes no conozcan de cerca a don Raúl Vera López, se les presenta ahora una gran oportunidad. Editorial Grijalbo ha publicado en enero de este año el libro “El evangelio social del obispo Raúl Vera. Conversaciones con Bernardo Barranco”. La bondad de mi querida amiga Maru Noguez me ha puesto en contacto con el libro. Prologado por Javier Sicilia, otro cristiano a carta cabal a quien admiro profundamente, el libro es un verdadero tesoro, una larga y interesantísima entrevista que permite al lector acceder a los aspectos medulares del pensamiento y la acción de don Raúl Vera, con mucho el obispo más destacado y una rara avis en el Episcopado Mexicano. Un libro que puede hacer renacer la fe en la iglesia, “esa iglesia, para decirlo con las palabras de Sicilia en el prólogo, que está en todos aquellos que, como el propio Vera, tienen puestos de responsabilidad en la estructura eclesiástica y, dejando el boato, dándole la espalda a los signos del César, se hacen uno con la gente y sus sufrimientos y, asumiendo que deben jugarse la vida como su Señor, salen a protestar y a oponerse a todo lo inhumano, a todo poder corrompido, a toda hipocresía, a todo juego de intereses…

Un libro que, desde luego, recomiendo encarecidamente a todas y todos.


One Response

  1. Pues hay que leer ese libro, a ver dónde lo encuentro, lo he buscado pero no he dado con él.

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