Iglesia y Sociedad

Última estación: el infierno

16 Oct , 2014  

No todo puede planearse en la vida. Muchas veces, las cosas más trascendentales suceden como efecto de un azar no deseado. Eso ha ocurrido con la demorada entrega de esta columna semanal. El título sería incomprensible si no se vieran las tres columnas anteriores, crónicas en las que daba cuenta de los puntos de mi viaje al extranjero. Faltaba la última entrega, aquella dedicada a París, de donde mi avión salió de regreso a México.

Así que esperaba contarles del periplo cortazariano: los lugares mencionados en Rayuela, el cementerio de Montparnasse, el puente de los artistas desde el que la Maga es vislumbrada por primera vez… pero llegué a México, puntual a la cita con la tragedia nacional.

Estoy sin palabras. La desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa me ha dejado mudo. Ya se veía venir el desmoronamiento de todo este sistema que, basado en el lucro, el despojo, el abuso, comienza a resquebrajarse por todas partes. Lo que no imaginaba es que las masacres, en su obscena crudeza y puntualidad, marcarían la debacle definitiva.

En un macabro cóctel se aglutinan políticos, empresarios, crimen organizado, policía, ejército, jueces… Ayotzinapa nos ha mostrado el peor, pero el más realista de nuestros rostros. La impunidad parece ser la gobernante. Las reacciones viles: que si no son estudiantes sino guerrilleros, que si esto no afecta a la economía… ¡Cuánta insensatez!

Duele Ayotzinapa. Duelen los muertos: jóvenes, estudiantes, indígenas, pobres. Duelen las fosas clandestinas. Duelen los familiares que siguen esperando el retorno de sus hijos e hijas. Duele que nuestro país sea internacionalmente conocido como la nación que asesina a sus propios jóvenes. Duele también la indiferencia, la tardía reacción, la nula presencia de las iglesias, la putrefacción cada vez más evidente de los medios de comunicación… En este baile de la sangre (Silvio dixit) hoy todo duele en México. Y a mí me duele el alma y ese dolor me hace enmudecer. Bien dijo el poeta y activista, que en este país no hay ya lugar para la poesía. Y digo yo: tampoco para la prosa. En medio del silencio solo se escuchan los gemidos. ¡Pobre patria!


3 Responses

  1. Josefina dice:

    Tu prosa, siempre hace falta y siempre hace bien.

  2. Alma Valencia Arana dice:

    Siempre van a haber palabras distintas y bellas para sentir la misma indignación.

  3. Aracely Zamarron dice:

    sin palabras !!!!

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