En una historia de amor imposible, Julio Cortázar se enamoró de Cristina Peri Rossi. No hay amor más permanente, más vital, más obsesivo, que el amor imposible. Los enigmáticos “Cinco Poemas para Cris”, “Otros cinco poemas para Cris” y “Cinco últimos poemas para Cris”, publicados en el libro de Cortázar «Salvo el crepúsculo» revelaron un lado poco conocido del narrador argentino, el del poeta de una finura insospechada.
De esos poemas dice la musa inspiradora: «Él me dedicó 15 poemas y da los datos suficientes para saber que se trata de mí, pero no hizo público el reconocimiento hasta unos años antes de morir. Me pidió permiso para hacer el reconocimiento público en una entrevista y yo se lo di. Yo creo que uno tiene que estar orgulloso de los amores que siente y los amores que ha despertado. Lo más que podemos decir del amor es que nos provoca orgullo amar y que nos amen».
Los poemas ofrecen también, así sea de elegante manera y entre líneas, la razón de la imposibilidad de ese amor. En “Cinco poemas para Cris”, en el poema 1, dice el cronopio: “Todo se cumple en un reflejo de crepúsculo / tu pelo tu perfume tu saliva. / Y allí del otro lado te poseo / mientras tú juegas con tu amiga / los juegos de la noche”. Y más adelante, en el poema 2, reitera: “En realidad poco me importa / que tus senos se duerman / en la azul simetría de otros senos”.
Lo mismo ocurre cuando, en la serie “Otros cinco poemas para Cris”, dice en el poema 3: “Recuerdo a Saint-Exupéry: ‘El amor / no es mirar lo que se ama / sino mirar los dos en una misma dirección’. / Pero él no sospechó que tantas veces / los dos mirábamos fascinados a una misma mujer / y que la espléndida, feliz definición / se viene al suelo como un gris pelele”. O en el espléndido poema cuatro: “Creo que no te quiero, / que solamente quiero la imposibilidad / tan obvia de quererte / como la mano izquierda / enamorada de ese guante / que vive en la derecha”.
Finalmente, en la serie “Cinco últimos poemas para Cris”, Cortázar recurre a la mitología griega para transmitirnos la experiencia, a la vez llena de dolor y de misterio, de su amor imposible por Cristina: “Quisiera ser Tiresias esta noche / en una lenta espera boca abajo / recibirte y gemir bajo tus látigos / tus tibias medusas”. Para penetrar en la densidad de su comparación poética habría que recordar que Tiresias, el célebre adivino ciego de la mitología griega, tras separar a dos serpientes a las que habría descubierto apareándose, habría sido convertido en mujer gracias a la acción de Hera. Esta misma diosa, siete años después, hizo recobrar a Tiresias su sexo original después de que éste volviera a descubrir a dos serpientes en circunstancias similares a la primera ocasión. Por eso es que Zeus y Hera recurrieron a Tiresias para resolver un debate que sostenían a propósito de quién, el hombre o la mujer, experimentaban mayor grado de placer sexual. Tiresias concluyó que el varón experimenta una décima parte del placer que experimenta una mujer.
En 1977, en el primer volumen de relatos de Julio Cortázar que se publicó en España, el volumen titulado «Alguien anda por ahí», Cortázar incluyó un enigmático cuento: «Las caras de la medalla». Un cuento de los más enigmáticos y oscuros del autor argentino. En él, un hombre no alcanza a entender el rechazo de una mujer ni las razones de la imposibilidad práctica de mantener relaciones sexuales. Al misterio que se cierne sobre este cuento se añaden dos circunstancias: la extraña dedicatoria (“a la que un día lo leerá, ya tarde como siempre”), y unas líneas que en 1978 escribiera Cortázar a su amigo Jaime Alazraki, uno de sus mejores críticos. En ellas, Julio señalaba: “En Alguien que anda por ahí hay amargos pedazos de mi vida, por ejemplo Las caras de la medalla, cuya historia siguió y terminó en otro cuento muy largo que escribí hace meses y que entrará en otro libro, si libro hay; se llama ‘Ciao, Verona’, y fue tan duro de escribir como el otro”.
El tal cuento «Ciao, Verona» no fue nunca incluido por Cortázar en los dos libros de cuentos que publicó con posterioridad («Queremos tanto a Glenda» y «Deshoras»), así que permaneció inédito y su única copia olvidada en una biblioteca de la Universidad de Tejas. De manera que cuando Alfaguara publicó sus cuentos completos, no incluyó «Ciao, Verona». El mes de febrero de 2007 se encontró la versión original, hecha en máquina de escribir y con correcciones manuscritas de indudable caligrafía cortazariana, de este “cuento muy largo” (17 páginas). Con la lectura de «Ciao, Verona», inédito por 30 años y finalmente publicado en diciembre de 2007, el lector puede entender mucho mejor el cuento «Las caras de la medalla».
«Ciao, Verona», toma la forma narrativa de una muy extensa carta que Mireille le dirige a su amada Lamia. En ella le habla de la frustrada intentona de Javier por enamorarla y del encuentro entre ellos dos, acaso el último, sostenido en Verona, y que es narrado como la contraparte del cuento «Las caras de la medalla», donde es la voz masculina la que narra el desencuentro. «Ciao, Verona» es, por así decirlo, la versión femenina de tal frustrada entrevista amorosa.
Hablando de Javier (y, para quien sabe entender, del cuento «Las caras de la medalla») Mireille dice: “Su estúpido error -entre tantísimos otros- estuvo en creer que su texto nos abarcaba y de alguna manera nos resumía; creyó por escritor y por vanidoso, que tal vez son la misma cosa, que las frases donde hablaba de él y de mí usando el plural completaban una visión de conjunto y me concedían la parte que me tocaba, el ángulo visual que yo hubiera tenido el derecho de reclamar en ese texto. La ventaja de no ser escritora es que ahora te voy a hablar de él honesta y simple y epistolarmente en primera persona…”
Yo digo que «Ciao Verona» es otro de los capítulos –junto con la colección de poemas a los que hice referencia al inicio de estas líneas y con el cuento «Las caras de la medalla»– de aquella misma historia de amor imposible entre Cortázar y Cristina Peri Rossi. Ya se sabe, como dirá el mismo Julio, que “es obsceno escribir estas cosas, darlas a los mirones. Qué quieres, están los que van a confesarse a las iglesias, están los que escriben interminables cartas y también los que fingen urdir una novela o un cuento con sus aconteceres personales. Qué quieres, el amor pide calle, pide viento, no sabe morir en la soledad. Detrás de este triste espectáculo de palabras tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no me haya muerto del todo en tu memoria”.
Usted puede confirmar o contradecir esta intuición leyendo los dos cuentos seguidos y acompañándolos del poema 3 de los “Cinco últimos poemas para Cris”, que ahora transcribo como homenaje al entrañable cronopio en el 25º aniversario de su desaparición física. Para mí ha sido una muy buena manera de unirme al sentido homenaje que en muchas partes del mundo se ofrece en honor del entrañable Julio. Me callo ahora, para dar paso al poema cortazariano:
3. Nunca sabré por qué tu legua entró en mi boca
cuando nos despedimos en tu hotel
después de un amistoso recorrer la ciudad
y un ajuste preciso de distancias.
Creí por un momento que me dabas
una cita futura,
que abrías una tierra de nadie, un interregno
donde alcanzar tu minucioso musgo.
Circundada de amigas me besaste,
yo la excepción, el monstruo,
y tú la transgresora murmurante.
Vaya a saber a quién besabas,
de quién te despedías.
Fui el vicario feliz de un solo instante,
el que a veces encuentra en su saliva
un breve gusto a madreselva
bajo cielos australes.
Poco importa compartirte
si en un más que abrazo
los tres ¿o cuatro?
nos amamos.
Si no dijeras tantas palabras,
esta hoja sin rama,
esta pregunta sin respuesta,
esta esperanza
encontraría un cuerpo,
un cielo,
una mirada,
el sueño se tocaría en la carne.
Sí, abierta y compartida
y no por ello,
menos esperada.
A VECES EL AMOR ES TAN IMPREDESIBLE CUANDO NOS TOCA NO VEMOS QUE SIMPLEMENTE NOS DEJAMOS IR AL COMPAS DE LAS OLAS. QUE CORAJE DEL ESCRITORIO PARA PLASMAR SU SENTIR EN ESOS POEMAS Y SABERSE NO CORRESPONDIDO.