R.M. Isabel de la Trinidad OCD, in memoriam
El segundo capítulo de la Encíclica Laudato Si’ es, a mi gusto, el más hermoso. Si el capítulo primero nos muestra el drama de la destrucción del medio ambiente; el segundo nos permite contemplar la naturaleza con una mirada de gozo. Para quien corre el riesgo de mirar el documento del Papa solamente como un diagnóstico entre otros muchos de la depredación medioambiental que nos rodea, este segundo capítulo titulado “El evangelio de la creación” muestra el corazón creyente del documento.
Francisco retoma en este capítulo la tradición judeocristiana para lanzar una mirada de comprensión hacia la naturaleza, mirada que de sentido y favorezca la congruencia de nuestro compromiso con el medio ambiente. Si una analogía puede ayudarnos podríamos decir que el capítulo segundo es el alma del documento. “Si tenemos en cuenta la complejidad de la crisis ecológica y sus múltiples causas, deberíamos reconocer que las soluciones no pueden llegar desde un único modo de interpretar y transformar la realidad. También es necesario acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad”. Así introduce Francisco su abordaje de la tradición judeocristiana, sobre todo de los textos bíblicos, para iluminar el tema del medio ambiente.
Una buena noticia es la óptica con la que el Papa aborda los textos: no a partir de lecturas fundamentalistas, sino de acuerdo a los modernos acercamientos hermenéuticos. Podría decirse que Francisco asume una hermenéutica ecológica para acercarse a los relatos de la creación y evitar la lectura que ha favorecido el concepto de “dominio” por parte del ser humano hacia el resto de la naturaleza. Insistiendo mucho más en la función de guardián que de dominador, el Papa desmantela uno de los apoyos más sólidos con los que contaba el antropocentrismo: “Esto permite responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas… De este modo advertimos que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas”.
De las consideraciones específicamente bíblicas, Francisco pasa a afirmar el evangelio de la creación. El término mismo de “creación” no es la propuesta creyente para la resolución de un acertijo, como si la decisión estuviera entre creación y big bang. Es más bien la oportunidad de arrojar un haz de luz comprehensiva sobre un misterio que nos sobrepasa. Desde la perspectiva creyente “…el mundo procedió de una decisión, no del caos o la casualidad, lo cual lo enaltece todavía más. Hay una opción libre expresada en la palabra creadora. El universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del orden del amor… Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su cariño…”
De aquí se desprende también la enorme dignidad del ser humano y su singularidad en el conjunto de la naturaleza: “La capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad, la interpretación, la elaboración artística y otras capacidades inéditas muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico… Pero también sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana. Cuando se propone una visión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés… los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo… Así agregamos un argumento más para rechazar todo dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás criaturas. El fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios”.
En una visión que subraya la armonía de todo lo creado, donde cada ser de la creación es parte de un lenguaje amoroso y donde “el suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios”, Francisco apunta a una armonía universal, una gran familia cósmica a la que el ser humano pertenece. Sin igualar a todos los seres vivos, de manera que el ser humano pierda la singular responsabilidad que tiene hacia todo lo creado, y sin divinizar a la naturaleza, Francisco rescata el destino común de todos los bienes y califica al medio ambiente como “un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos… (de suerte) que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación”.
Finalmente, Francisco dirige su mirada al misterio de Jesús, el hombre que vivió en armonía plena con toda la creación, porque “estaba en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una atención llena de cariño y asombro”. Jesús, dice Francisco, “estaba lejos de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo. Sin embargo, esos dualismos malsanos llegaron a tener una importante influencia en algunos pensadores cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el Evangelio”. Y esto trajo consecuencias no solamente en la depredación del medio ambiente, sino también en el desprecio de la diversidad cultural, social, sexual, añado yo.
Concluye así este segundo capítulo, que bien podría convertirse en materia de meditación y de oración.
Don Raul Lugo
Es segunda vez que leo un articulo de usted sobre creación y ecología, me llama mucho atención mucho como la vez anterior, el termino antropocentrismo, desde que incluyamos el prefijo ismo, casi siempre estamos exagerando. bueno yo considero que Dios allá hecho al hombre por encima de los demás de la creación, no es malo, por que Dios es bueno y al terminar su creación Dijo todo es maravillosamente bueno. incluso en hombre y la mujer con sus distinciones y similitudes. ahh pero no nos olvidemos de lo que vino después, el cisma que maldijo toda la creación tanto el hombre como la mujer y toda la naturaleza, entonces la encomienda del dominio de la creación, también calló bajo maldición y es lo que ahora genera que algunos la llamen antropocentrISMO. pero el orden de Dios es perfecto el pecado lo ha afectado, y hay dos opciones desde mi punto de vista, adecuarnos al orden de Dios, es decir respetar y reconocer todas las diferencias que estableció en su creación TODAS, luchar por reconocerlas y aceptarlas o, generar un nuevo orden, que de acuerdo a nuestro basto conocimiento sea mejor que el de Dios de acuerdo a nuestra propia experiencia, desechando las diferencias establecidas por Dios, por no haber funcionado considerarlas retrogradas y tratar de instaurar este nuevo orden. No he terminado de leer su articulo, lo voy a hacer, tal vez soy demasiado prejuicioso o creo conocerlo sin haber platicado nunca con usted. a veces pienso que como somos creados por el mismo Dios, pudiéramos entendernos bien, SI QUISIERAMOS.
Un saludo