Hoy quiero hablarles desde la esperanza. Me llena el corazón un gozo enorme brotado de un sepulcro que no tiene cadáver. Extiendo sobre la mesa de trabajo la tabla multicolor de las equivalencias. Busco luces allá y acullá. Hoy quiero ser anunciador de luz.
La resurrección de Jesús es quicio, vértice en el que confluyen los pequeños triunfos; como las velas de la Noche Santa, que repiten el milagro de la luz pero en pequeño, camino hacia la Luz que no se extingue, la que no deja ningún rincón del corazón insatisfecho.
Obedezco la sugerencia del autor de La miseria de la filosofía y me callo y afino mis oídos para escuchar cómo crece la hierba. No es menor la sorpresa: aquí y allá, para quien tiene el ojo del alma a flor de piel, aparecen destellos, tibios inicios, proyectos de futuro, plenitud a medio hacer.
La vida, no la tuya o la mía, sino la Vida (Sabines dixit), simplemente acontece, se asoma tímida por los resquicios, por las grietas que van desmoronando el edificio de la iniquidad largamente construido. A veces parecen solamente rasgaduras de pintura, rayones que agonizan en el concreto firme. A veces el golpe es mayor y un orificio hecho a cincel y martillo puede mostrar que tras de la pantalla de hormigón hay solamente huecos, vacíos que se ocultan. Pero hay estampidas que cada tanto conmueven los mismos cimientos y anuncian la fragilidad del rascacielos construido sobre arena.
Hoy les invito a estrenar ojos limpios. Les pido que iluminen el camino con la luz que emerge de las llagas gloriosas del Resucitado. No es una perspectiva falsamente optimista: es la oportunidad que la Pascua nos regala para no morir sumidos en la desesperanza. Desde la luz de Cristo, las pequeñas luces adquieren su dimensión revolucionaria, lo mismo que en la noche de la Vigilia de Pascua, que de un solo cirio se desprende una multitud de luces que convierten a las compañías de luz en accesorios superfluos.
La vida, la verdadera Vida, va encontrando su senda entre los vericuetos de la historia. Como siguiendo un darwiniano decreto, la Vida va en busca de más vida, siempre y sin descanso. La vida quiere prolongarse, quiere extender sus brazos y su estela, presiente que el futuro está asegurado y empuja con ahínco encendiendo velas por doquier. Basta saber seguirla para asombrarse de su potencialidad. Basta mantener la pupila insomne para ver cómo realiza su obra de fulgor inmarcesible. Les pondré dos ejemplos.
La maquinaria de la muerte ha decretado la desaparición de la agricultura tal como la conocemos. Compañías hambrientas de dinero han convertido la alimentación en un negocio de altos dividendos. Escudados en un discurso de adelanto científico y de combate al hambre, quieren ser dueños de las semillas y que nadie, en ninguna parte, tenga la libertad de cultivar su propia comida. Tienen muchos nombres: Monsanto, Syngenta… pero un solo objetivo: que la alimentación sea un producto que se compra y se vende y no un derecho de personas y de pueblos. Pues bien, un puñado de mujeres y hombres mayas le han plantado cara al nuevo colonialismo de la alimentación transgénica. La batalla ha sido dura. La guerra aún no se gana. Pero en los ch’enes campechanos, cual volador que rasga el cielo oscuro, las agricultoras y apicultores mayas, han derrotado al Goliat de las transnacionales y han detenido su tarea de muerte. Su entereza nos señala el rumbo inequívoco de las próximas batallas. ¿No es un anuncio de luz? ¿No es un relámpago que cruza todo el cielo?
En Chablekal la luz toma otro rumbo. En vuelco inesperado, el ejido ha dejado de percibirse como el instrumento de defensa que fue y ha terminado por convertirse en el continuador del despojo territorial. Los ejidatarios han vendido, trescientos en un pueblo de más de cinco mil, más del 80% del territorio de la población. Somos los dueños, proclaman, porque una revolución que hiede a pasado irrecuperable así lo ha decretado. Pero se han levantado hombres y mujeres, ancianas y niños, para decirles basta. La Unión de Pobladores y Pobladoras se ha erguido desafiante: ¿quiénes son ustedes para vender lo que es de todas y todos? ¿Dónde construirán sus casas nuestras hijas e hijos? ¡Paren ya de vender, que la tierra es del pueblo, no del ejido! Y la luz se desparrama, se comunica por intersticios insospechados, por vasos comunicantes y, bajo la tierra, encuentra vetas dónde reproducirse. Y vienen Kanxoc y Halachó, san Antonio Yaxché y Kimbilá, y como chispas regadas en el cañaveral el fuego prende y hace a las personas y a los pueblos espacios de dignidad y de resistencia. Ramalazos de luz que resplandecen apuntando en la vía correcta.
Los ejemplos podrían multiplicarse. Pero esto es un pregón de pascua, no un informe del estado de la resistencia del pueblo maya. Sirva solo de atisbo, de humilde dedo apuntando a la luna. Por eso se lo anuncio hoy, en la noche de las noches, a quien quiera escucharlo. Desde las entrañas del abismo ha emergido victoriosa la Vida, no la tuya ni la mía, la Vida. Ya nada podrá callarla ni apagarla. Nada podrá impedir que su luz nos entre hasta los huesos, alumbre nuestros recónditos anhelos, haga retumbar en nuestros adentros las palabras sagradas: dignidad, libertad, justicia. Que otros apaguen la luz: a nosotros nos toca encenderla. Este es el más grande deber, quizás el único, que brota del sepulcro vacío en esta noche: hacer un mundo a la medida del amor, un mundo donde todas y todos, nos solo las personas, sino las especies, vivamos reconciliados y felices.
¡Felices pascuas de resurrección!