Amós Oz, In Memoriam
¡Es que me da un coraje!…
La que habla es Martina, oriunda de Homún. Salió de su pueblo cuando se casó para venirse a vivir a la ciudad de Mérida con el esposo, también de Homún. Les gusta su pueblo y hubieran querido quedarse a vivir allá, donde están sus familias, pero el trabajo de la milpa ya no era suficiente para todos y se vinieron a la capital para que Josué, que así se llama el marido, pudiera conseguir algún trabajo que les permitiera vivir decorosamente. Tienen dos hijas, una de ellas ya casada y esperando su primogénito.
Cálmate, mujer –le dice Josué– que María de la Luz va a necesitar que estés tranquila. Si se vino a pasar los últimos días de su embarazo con nosotros es porque quiere que estemos a la mano para lo que pueda necesitar. Y con estos corajes no ayudas en nada. Al fin que la conferencia de prensa no la das tú…
Martina tuerce la boca. No podía imaginarse que María de la Luz habría de romper fuente justo hoy. Desde temprano se había levantado y había limpiado la manta con la que había participado en muchas de las jornadas de protesta contra la granja de cerdos. Le gustaba que Josué hubiera escrito en ella –“por primera vez me hace caso y no pone lo que a él le da la gana”– la frase que preparó en aquel retiro de la iglesia: Por mí y por mis hijos: ¡NO A LA MEGAGRANJA!
Hace tiempo que miraba con buenos ojos que las cosas fueran mejor en Homún. Sus hermanos menores no tuvieron que dejar, como ella, el pueblo en busca de trabajo porque tanto en Cuzamá como en Homún, la visita de turistas para conocer los cenotes había crecido tanto que alcanzaba para dar trabajo a muchas familias. Cuando la gente se dio cuenta de que los camiones que transportaban materiales de construcción no estaban ampliando ninguna carretera, como se rumoraba, sino levantando las naves de una gigantesca granja para más de 40,000 cerdos a pocos kilómetros del pueblo, Martina fue de las primeras que, estando en Homún de visita el domingo, lanzó el grito al cielo: ¡Si de los cenotes y del turismo vivimos todos! Por eso, tanto ella como Josué y sus dos hijas, participaron en la consulta organizada en el pueblo para aprobar o desaprobar el establecimiento de la granja. “Los permisos ya están dados, va a estar difícil que paren la construcción”, le dijo una de sus vecinas de Mérida, al ver que salía apurada hacia Homún para ir a votar. Pero Martina no es de las que se dejan intimidar: fue, votó junto con su esposo y sus hijas, y permaneció hasta que el resultado de la consulta fue dado a conocer: 732 votos en contra de la granja, 52 a favor y 5 nulos. Cuando el conteo terminó Martina le comentó a sus hijas: No vamos a parar: esa granja no va a abrirse, ya lo verán.
Por eso lamenta ahora no poder estar en la conferencia de prensa. Aunque ha pasado ya casi un año desde la autoconsulta y se han interpuesto muchos recursos jurídicos, las leyes no están hechas para que la voluntad del pueblo maya sea respetada y la empresa sigue empeñada en que la granja siga funcionando. Todos insisten en que la granja terminará contaminando los cenotes, pero a Martina lo que le interesa más es que el pueblo sea el que decida qué se hace en su territorio. Como la empresa se ha visto obligada a cerrar operaciones y a sacar a los cerdos que ilegalmente se introdujeron a la granja, los dueños están más furiosos que nunca. Después de despedir a los abogados locales, han contratado un famoso despacho jurídico de fuera, y la táctica de estos nuevos empleados ha sido irse en contra de la jueza que ordenó la suspensión de la granja: a falta de argumentos, han cambiado el objetivo en busca de algún otro juzgador que les favorezca.
Pero a Martina hay algo que le duele más. Es cierto que los nuevos abogados harán todas las trampuchetas posibles para sacar a la jueza del proceso. Quién sabe qué cosas estén dispuestos a inventarle. Pero lo que realmente le hizo exclamar a Martina la frase que encabeza este relato es enterarse de que los dueños son súper católicos. Martina, huelga decirlo, es una ferviente católica. No se pierde ninguna de las fiestas de su pueblo. Martina se alegró cuando, en una junta con todos los que trabajan en la iglesia a la que asiste, el padre tomó partido junto con ellos a favor del pueblo de Homún. Por eso está muerta de coraje al saber que los dueños de la granja, muy católicos, eso sí, insisten en imponer la granja en contra de la decisión del pueblo.
Pero Martina sabe que lo primero en este momento es acompañar a María de la Luz. Así que enrolla de nuevo la manta que acababa de limpiar y se alista para acompañar a su hija al hospital. Llegan apresurados. En el Juárez colocan a María de la Luz en una camilla y se la llevan al quirófano. Martina queda en la sala de espera junto con Chepo, su yerno, y Josué, su marido. Cuando toma el teléfono para avisarle a su otra hija que su hermana ha entrado ya en labor de parto, aprovecha consultar en Facebook la conferencia de prensa que está siendo transmitida en vivo. Escucha el testimonio de don Doro, las argumentaciones de Indignación, y, mientras su hija está en la sala de partos, Martina siente que, aunque esté lejos, está cerca.
El aviso llega antes de lo esperado. El parto ha sido rápido y exitoso. La enfermera les avisa que ha nacido ya una niña. Martina piensa que, apenas pueda, hablará con su hija para sugerirle que su nieta, la primera, lleve el nombre de Victoria, “porque la lucha no va a terminar sino hasta que lleguemos allá”, le dice a Josué cuando, con mirada cariñosa, éste la estrecha en un abrazo. ¿Y por qué no María Victoria?, le pregunta. Es que si le pone María Victoria se van a burlar de ella en la escuela. Josué ríe estrepitosamente: ¡Ay mujer! Si ya nadie se acuerda de María Victoria… la criada bien criada es un recuerdo que solo atesoramos los que hemos llegado a los 60. ¡Tú crees que algún compañerito de la niña va a saber quién era María Victoria!
Las risas de ambos resuenan en la sala de espera del hospital. Ya pronto, les dicen, podrán pasar a ver a María de la Luz y, desde el cristal del cunero, conocer a su nietecita. Martina piensa que, apenas pueda, llamará a Lulú, la abogada de Indignación, para preguntarle qué es lo que sigue. Ahora también será por María Victoria, piensa, mientras la enfermera le muestra desde el cristal del cunero a una niña de ojos hinchados y cerrados. Todos los niños recién nacidos se parecen, susurra Josué al verla. Martina le dice que confíe en la cintilla que le han puesto a la niña con los apellidos de sus padres. Yo mismita la llevaré a que se bañe por primera vez en un cenote, le anuncia a Josué. Junto a ellos, Chepo no tiene palabras, sólo lágrimas de agradecimiento que ruedan por sus mejillas. Pues para mí, suegro, esta niña es única y no se parece a nadie. María Victoria será su nombre, como sugiere mi suegra, y por ésta, dice Chepo mientras besa la cruz hecha con los dedos, que disfrutará de agua limpia y será orgullosamente maya.
Cuando la cortina se cierra, los tres siguen atisbando por el último resquicio. Esta niña es un buen preludio de la navidad que ya se acerca. Les pareció que la niña, antes de ser cinchada con el pañal, levantó el puño cerrado.