En medio del destierro, a las orillas / del Tigris y del Éufrates, gemelos / ríos que bañan a la Mesopotamia, / el pueblo desgranaba sus dolores: / “Lejos estamos de la tierra nuestra. / ¿Cómo cantar una canción folklórica / sin sentir que se llenan las entrañas / de una bilis amarga y de unas locas / ganas de blasfemar y de incordiarnos?”
Este COVID es como aquel destierro / que al reino de Judá desnudó el alma / dejándola vacía y en silencio, / sin sacerdotes, templo o sacrificios / que mitigaran su dolor, su rabia. / ¿Cómo cantar, en medio del desastre? / La esperanza parece sofocada, / la vida languidece en cuarentena, / como a Judá nos duelen las entrañas / y se acelera el pánico en las calles. / Y no hay aquí más Ciro a quien gritarle / “bendito sea el que viene”, porque el alma / se trasvena ante la gris pantalla / llena de cifras escalofriantes: / tantos han muerto hoy, tantos esperan / la muerte en el silencio de sus camas, / tantos han ya perdido sus trabajos, / sus ganas de vivir, sus ilusiones, / tantos doctores fueron apedreados / y tantas enfermeras ninguneadas, / tantos ancianos parten sin remedio / y tantos fiambres se escoran en los huecos, / trincheras de derrota, / del lejano Ecuador hasta los parques / de una Nueva York indescriptible.
Y, sin embargo, el canto del destierro / trasvasó su dolor y se hizo salmo / –quizá el más hondo de todo el salterio– / en base a la memoria de los gozos / sentidos otros tiempos. / Hoy nos toca a nosotros la encomienda / de recordar, en medio del encierro / los gozos primitivos: el del tacto / acariciando pieles sudorosas, / o el gozo de la copa que entrechoca / su néctar de delicia en el ensueño / de repartir salud, bien y alegría, / o el sabor de una boca en la mejilla / una, dos o tres veces, según sea / la geografía lejana de aquel beso…
Por eso suena hoy en lontananza / un anuncio vital, la profecía / que puede sacudir nuestros encierros / con el dulce sabor de la esperanza: / el sepulcro, mis hermanas y hermanos, / ya no tiene cadáver. / Aquél que recorrió con pies morenos / los valles de la antigua Palestina / más vivo está que jamás lo estuviera, / más presente que nunca / y su brisa de abril, su primavera, / es capaz de sembrar vida en la muerte / y corazón do se cosechan piedras.
Les anuncio la Pascua porque dentro / de la semipenumbra del futuro / se agazapa también la sierpe antigua: / salir de la corona más mezquinos, / más ávidos de amparos religiosos / y menos de Evangelio, más seguros / y menos despojados de certezas, / para decirlo pronto: más pasado, / en lugar que el COVID haya servido / de bautismo de fuego y de una nueva / creación, y de un tenaz renacimiento / que termine con el antropoceno / y lo destierre por fin hasta el abismo / negro del basurero de la historia.
Basta apuntar certero, entre los signos / de dolor y de miedo, el flamígero / dedo que marca la ruta del mañana: / más convicción de fe y menos adornos / de torpe religión supersticiosa, / más generosidad, menos olvido / de los pobres, y más benevolencia / hacia la Madre Tierra, nuestra hermana, / más compasión y más misericordia, / más cuidado común que justiprecie / nuestra razón sentiente. Sólo somos / Tierra que piensa y ama, humus de luz.
¡Jesús resucitó! Y eso nos basta / para ser adelanto del abrazo, / para llenar de luces la tormenta / y de flor colorida, el tapabocas.
(La disposición del texto en verso -a la forma métrica y su representación gráfica me refiero- no pude hacerla en este espacio. Rebasa con mucho mi casi analfabetismo cibernético. Se la dejo de tarea… Coloco aquí abajo la única representación que me permite este medio… o la única que alcancé a descubrir, que no es lo mismo, pero es igual -Silvio dixit-)
En medio del destierro, a las orillas
del Tigris y del Éufrates, gemelos
ríos que bañan a la Mesopotamia,
el pueblo desgranaba sus dolores:
“lejos estamos de la tierra nuestra
¿cómo cantar una canción folklórica
sin sentir que se llenan las entrañas
de una bilis amarga y de unas locas
ganas de blasfemar y de incordiarnos?”
Este COVID es como aquel destierro
que al reino de Judá desnudó el alma
dejándola vacía y en silencio,
sin sacerdotes, templo o sacrificios
que mitigaran su dolor, su rabia.
¿Cómo cantar, en medio del desastre?
La esperanza parece sofocada,
la vida languidece en cuarentena,
como a Judá nos duelen las entrañas
y se acelera el pánico en las calles.
Y no hay aquí más Ciro a quien gritarle
“bendito sea el que viene”, porque el alma
se trasvena ante la gris pantalla
llena de cifras escalofriantes:
tantos han muerto hoy, tantos esperan
la muerte en el silencio de sus camas,
tantos han ya perdido sus trabajos,
sus ganas de vivir, sus ilusiones,
tantos doctores fueron apedreados
y tantas enfermeras ninguneadas,
tantos ancianos parten sin remedio
y tantos fiambres se escoran en los huecos,
trincheras de derrota,
del lejano Ecuador hasta los parques
de una Nueva York indescriptible
Y, sin embargo, el canto del destierro
trasvasó su dolor y se hizo salmo
–quizá el más hondo de todo el salterio–
en base a la memoria de los gozos
sentidos otros tiempos.
Hoy nos toca a nosotros la encomienda
de recordar, en medio del encierro
los gozos primitivos: el del tacto
acariciando pieles sudorosas,
o el gozo de la copa que entrechoca
su néctar de delicia en el ensueño
de repartir salud, bien y alegría,
o el sabor de una boca en la mejilla
una, dos o tres veces, según sea
la geografía lejana de aquel beso…
Por eso suena hoy en lontananza
un anuncio vital, la profecía
que puede sacudir nuestros encierros
con el dulce sabor de la esperanza:
el sepulcro, mis hermanas y hermanos,
ya no tiene cadáver.
Aquél que recorrió con pies morenos
los valles de la antigua Palestina
más vivo está que jamás lo estuviera,
más presente que nunca
y su brisa de abril, su primavera,
es capaz de sembrar vida en la muerte
y corazón do se cosechan piedras.
Les anuncio la Pascua porque dentro
de la semipenumbra del futuro
se agazapa también la sierpe antigua:
salir de la corona más mezquinos,
más ávidos de amparos religiosos
y menos de Evangelio, más seguros
y menos despojados de certezas,
para decirlo pronto: más pasado,
en lugar que el COVID haya servido
de bautismo de fuego y de una nueva
creación, y de un tenaz renacimiento
que termine con el antropoceno
y lo destierre por fin hasta el abismo
negro del basurero de la historia.
Basta apuntar certero, entre los signos
de dolor y de miedo, el flamígero
dedo que marca la ruta del mañana:
más convicción de fe y menos adornos
de torpe religión supersticiosa,
más generosidad, menos olvido
de los pobres, y más benevolencia
hacia la Madre Tierra, nuestra hermana,
más compasión y más misericordia,
más cuidado común que justiprecie
nuestra razón sentiente. Sólo somos
Tierra que piensa y ama, humus de luz.
¡Jesús resucitó! Y eso nos basta
para ser adelanto del abrazo,
para llenar de luces la tormenta
y de flor colorida, el tapabocas.