Un artículo de Umberto Eco, publicado en The New York Times, es ocasión para una jocosa reinterpretación anónima desde los más recientes acontecimientos yucatecos. La paráfrasis uayé está constituida por las secciones colocadas entre paréntesis, inmediatamente después cada párrafo de Eco. Con gusto le cedo este espacio semanal. Que la disfruten.
El problema no es Berlusconi
Será el pesimismo de la edad tardía, será la lucidez que la edad conlleva, la cuestión es que siento cierta perplejidad, mezclada con escepticismo, a la hora de intervenir para defender la libertad de prensa acogiendo la invitación del semanal L’Espresso. Lo que quiero decir es que cuando alguien tiene que intervenir para defender la libertad de prensa eso entraña que la sociedad, y con ella gran parte de la prensa, están enfermas. En las democracias que definiríamos “vigorosas” no hay necesidad de defender la libertad de prensa porque a nadie se le ocurre limitarla.
(Párrafo imposible de parafrasear: En este rincón del sureste mexicano, Yucatán para mayores señas, la libertad de prensa ha sido sustituida por la mercadotecnia. Los periódicos sirven para vender productos (entre otros, los rostros de los políticos), sin excepción ninguna. Por tanto la defensa de la libertad de prensa no es un problema que quite el sueño a las familias dueñas de la prensa o al duopolio que, en todo el país, controla los medios electrónicos)
Esta es la primera razón de mi escepticismo, de la que desciende un corolario. El problema italiano no es Silvio Berlusconi. La historia (me gustaría decir desde Catilina en adelante) está llena de hombres atrevidos y carismáticos, con escaso sentido del Estado y altísimo sentido de sus propios intereses, que han deseado instaurar un poder personal, desbancando parlamentos, magistraturas y constituciones, distribuyendo favores a los propios cortesanos y (a veces) a las propias cortesanas, identificando el placer personal con el interés de la comunidad. No siempre estos hombres han conquistado el poder al que aspiraban porque la sociedad no se lo ha permitido. Cuando la sociedad se lo ha permitido, ¿por qué tomársela con estos hombres y no con la sociedad que les ha dado carta blanca?
(El problema yucateco no es Ivonne Ortega Pacheco. La historia política yucateca está llena de personas amantes de los chanchullos, que se ha enriquecido con descaro, que han sido al mismo tiempo gobernantes y jefes no oficiales de sus respectivos partidos políticos, que han construido ‘a modo’ legislaturas incapaces de contradecir los más mínimos pensamientos del jefe (o jefa) en turno. La historia nuestra está llena también de poderes judiciales sumisos y vergonzantes, de procuradurías hechas a la medida del “señor gobernador”, de ladrones disfrazados de funcionarios públicos y de empresarios metidos hasta el cuello en la corrupción gubernamental por intereses económicos, de falsos líderes mayas vendidos al partido en el poder. En Yucatán esta gente ha llegado al poder porque la sociedad lo ha permitido. Acaso algunos próceres escapen de esta generalización, pero pueden contarse con los dedos de la mano. Ninguno de ellos, por cierto, vivió en el pasado reciente. Ahora que Ivonne Ortega llega al poder, después de la habilidad sorprendente mostrada por el PAN de lanzar a la miarda su posibilidad de marcar la diferencia, ¿Por qué tomársela con la sobrina del cacique y no con la sociedad que le ha dado pase automático?)
Recordaré siempre una historia que contaba mi madre: cuando tenía veinte años, encontró un buen empleo como secretaria y dactilógrafa de un diputado liberal, y digo liberal. El día siguiente al ascenso de Mussolini al poder, este hombre dijo: «En el fondo, vista la situación en que se encuentra Italia, quizá este Hombre encuentre la manera de poner un poco de orden». Así pues, lo que instauró el fascismo no fue la energía de Mussolini (ocasión y pretexto) sino la indulgencia y relajación de este diputado liberal, representante ejemplar de un país en crisis.
(Recordaré aquí a algunas ONG’s que se sintieron traicionadas recientemente por algunas leyes aprobadas en el congreso estatal. Traicionadas, puesto que habían puesto su confianza en diputados a quienes consideraban afines. En ocultos y amañados cabildeos habían logrado sacar la promesa de que tales cambios legislativos no se efectuarían. El Jefe de la Comisión de Puntos Constitucionales muy pronto cambió de opinión y votó según la decisión del arzobispo y de la mancuerna nacional PRI-PAN, que impulsa este tipo de reformas en todo el país. Así pues, quien permitió que la ley haya sido publicada en el Diario Oficial sin que la gobernadora se sintiera mínimamente presionada a aplicar el veto que le permite la ley, es ese diputado (y los demás, que juntos hacen una buena representación del tipo de político que tenemos en este país: comprometidos exclusivamente con la voz de amo y con los puestos futuros que acarician con morosa delectación.)
Por lo tanto, es inútil tomársela con Berlusconi puesto que hace, por decirlo de alguna manera, su propio trabajo. Es la mayoría de los italianos la que ha aceptado el conflicto de intereses, la que acepta las patrullas ciudadanas, la que acepta la Ley Alfano con su garantía de inmunidad para el primer ministro, y la que ahora aceptaría con bastante tranquilidad si el Presidente de la República no hubiera movido una ceja la mordaza colocada (por ahora experimentalmente) a la prensa. La nación misma aceptaría sin dudarlo (y es más, con cierta maliciosa complicidad) que Berlusconi fuera de velinas, si ahora no interviniera para turbar la pública conciencia una cauta censura de la Iglesia, que se superará muy pronto porque desde que el mundo es mundo los italianos, y los cristianos en general, van de putas aunque el párroco diga que no se debería.
(Por lo tanto, es inútil echarle la culpa a Ivonne Ortega Pacheco, puesto que ella representa la manera de pensar y hacer política de los cientos, diré miles, de políticos y ciudadanos que se pelean por ocupar una butaca en los teatros donde ella presenta sus informes ciudadanos. Es la mayoría de los yucatecos los que están felices porque se repartan zapatos, se convierta la política en un show de televisa, se tenga la lastimosa prensa con la que se cuenta en nuestro estado, se mienta impunemente desde los puestos públicos, se derroche el erario en fiestas pantagruélicas o en cosméticas intervenciones –¡Ay, pero qué esbelta luce la gobernadora!–. La mayoría de los yucatecos está de acuerdo en que se meta a la cárcel a los jóvenes sólo por su manera de vestir, que los maricones hagan lo que sea en sus madrigueras pero que no se atrevan a llamar a las cosas por su nombre, que las autoridades religiosas no tengan una sola palabra crítica al ejercicio de gobierno ni establezcan hacia él ninguna ‘cauta censura’, que, en fin, “las cosas de Yucatán, dejarlas como están”).
Entonces ¿por qué dedicar a estas alarmas un número de L’Espresso, si sabemos que esta revista llegará a quienes ya están convencidos de estos riesgos para la democracia, y no lo leerán los que están dispuestos a aceptarlos con tal de que no les falte su ración de Gran Hermano y que, además, en el fondo saben poquísimo de muchos asuntos político-sexuales porque una información mayoritariamente bajo control ni siquiera los menciona?
(Entonces, ¿por qué difundir esta paráfrasis del artículo de Umberto Eco si sé que este documento llegará solamente a los que ya están convencidos de que repartir zapatos no soluciona nada y sí mantiene en sujeción perpetua a la población? ¿Por qué difundirlo si no lo leerá ninguno de los responsables de las secretarías y/o direcciones del gobierno estatal o ningún director de periódico –y aunque lo leyeran lo tirarían inmediatamente a la basura, considerándolo un atentado contra la unidad de los yucatecos en torno a la mujer que llegó a salvarlos con el tren bala– los cuales, además, no ven más allá de sus narices y de sus bolsillos y les interesa un comino hacia dónde va Yucatán porque están ocupadísimos en conseguir un autógrafo de William Levy o de Jacqueline Bracamontes?)
Ya, ¿por qué hacerlo? El porqué es muy sencillo. En 1931, el fascismo impuso a los profesores universitarios, que entonces eran 1200, un juramento de fidelidad al régimen. Sólo 12 (un 1 por ciento) se negaron y perdieron su plaza. Algunos dicen que fueron 14, pero esto nos confirma hasta qué punto el fenómeno pasó inobservado en aquel entonces, dejando recuerdos vagos. Muchos, que posteriormente serían personajes eminentes del antifascismo post-bélico, aconsejados incluso por Palmiro Togliatti o Bendetto Croce, juraron fidelidad para poder seguir difundiendo sus enseñanzas. Quizá los 1.118 que se quedaron tenían razón, por motivos diferentes y todos respetables. Ahora bien, aquellos 12 que dijeron que no salvaron el honor de la Universidad y, en definitiva, el honor del país.
(Eso digo, coño… ¿por qué hacerlo? El porqué es muy sencillo. En 1812, en la sacristía de la iglesia meridana de san Juan Bautista, el padre Vicente María Velásquez, don Lorenzo de Zavala y otros yucatecos ilustres organizaron un grupo de discusión sobre asuntos sociales y religiosos. Abolida la Constitución de Cádiz en España, por la que luchaban, sus anhelos de independencia los llevaron a la cárcel y a la humillación pública. Otros hombres y mujeres de aquella época prefirieron no revelar su carácter independista y siguieron asistiendo a las fiestas de la Capitanía General o del Virreinato, para ver si “desde dentro” podían seguir difundiendo la doctrina de la libertad que debía gozar la Nueva España. Lo hicieron por motivos diferentes y todos respetables. Ahora bien, aquellos hombres y mujeres que recibieron después el nombre de “sanjuanistas”, salvaron el honor de aquella sociedad y, en definitiva, el honor de Yucatán.)
Este es el motivo por el que a veces hay que decir que no aunque, con pesimismo, se sepa que no servirá para nada. Que por lo menos, algún día, se pueda decir que lo hemos dicho.
(Este es el motivo por el que escribo esta paráfrasis uayé, aunque reconozca con realismo que no servirá de nada. Simplemente porque, ante tanta propaganda en prensa, radio y televisión y tanta sumisión y comportamiento lacayo ante la gobernadora, pueda yo decir más tarde: “Ya ven, se los dije…”)
Umberto Eco. Es autor de novela “La Misteriosa Llama De La Reina Loana”, junto con “Baudolino”, “El Nombre de la Rosa” y de “El Pendulo de Foucault”. 24 de julio de 2009
(Anónimo. Solamente le gustaría ser autor de la versión de “Apocalicto yucateco” que aparece en YouTube (¡Ahhhh! ¿verá que la conoces?), sólo que le ganó el genial Melo Collí, que la hizo antes. 07 de agosto de 2009)
Estimado Padre Raúl con cierta frecuencia he leido tus artículos y me sorprende tu capacidad de observar la relidad, es una lástima que la difusión de esta no pueda ampliarse a otros medios. siento que quedaste corto en cuanto a la percepción que tienes sobre la intervención de las autoridades religiosas en las «cosas» del gobiermo. basta leer el comentario que hizo el arzobispo al regalo que la gobernadora dio a sus peones (diputados federales, una camioneta ESCAPE per capita)en poresto, o el final de PRI-vilegio(sortilegio), o el comentario del arzobispo sobre que los sacerdotes no hacen voto de pobreza publicado en poresto a raiz del grupo de inversión en el que están involucrados algunos sacerdotes, sólo falta que el arzobispo case a ivone en Catedral con su nuevo galan, no creo que los YUCATECOS NOS MEREZCAMOS ESE TIPO DE AUTORIDADES RELIGIOSAS, el dicho popular «cada pueblo tiene las autoridades que se merece» cabe para las civiles por lo de la supesta democracia, pero no para las religiosas que son asignadas, al parecer el principal requisito para ser obispo es ser afin (seguir la linea) al arzobispo en turno y lo que el pueblo necesita son obispos con un perfil como el tuyo que sean críticos de la realidad y que ayuden a la gente a abrir los ojos para encontrar mejores caminos para la salvación.
Te envio un cordial abrazo.
Me gusto el articulo, es interesante y muy real. A propósito, nunca habia visto la ciudad de Mérida tan descuidada, aun conserva su encanto, comparado con otras ciudades del resto del país, pero me parece que algo esta pasando, no es la misma de antes. Saludos.