Iglesia y Sociedad

Ciencia y paradigmas sexuales

3 Ago , 2021  

Para José Zi, con afecto solidario

Nota luctuosa

Recuerdo perfectamente el día en que lo conocí. Fue en la casa de las Madres Trinitarias, en Chuburná. Indignación fue invitada a una primera conversación sobre VIH/SIDA. Sin estar seguro, pido piedad para mi maltrecha memoria, calculo que correría el año de 1993. De aquella reunión brotaría la idea del primer taller para despertar el activismo contra aquella pandemia, que se realizaría un tiempo más tarde en el Club de Patos, en el puerto de Sisal. Eran los inicios de la respuesta organizada de la sociedad civil en Yucatán contra el VIH/SIDA.

Yo era entonces un empedernido fumador. Carlos Méndez, también. Así que nos encontramos fumando a las puertas del convento en uno de los descansos. Bastó que supiera que yo era sacerdote para que me narrara toda su historia personal, el apoyo que había encontrado en las religiosas Siervas de María y su idea de conformar un albergue para las personas con VIH/SIDA. Los enfermos seguían siendo echados a la calle de los hospitales públicos y la casa de Carlos ya no era suficiente para poder albergarlos.

Ese fue el inicio de una larga y nunca interrumpida amistad. Ya párroco de Dzemul, en 1995, la vida nos unió mucho más y comencé a visitar semanalmente el albergue Oasis de san Juan de Dios de Conkal. Al lado de Carlos Méndez escuché y asistí espiritualmente a decenas de personas que iban falleciendo sin que pudiéramos evitarlo. Lo hice durante más de diez años. Bebimos muchas lágrimas y despedimos con dolor a quienes se habían convertido en buenos amigos nuestros. En ese largo tramo de tiempo vi cómo se fue convirtiendo el albergue, bajo la dirección de Carlos, siempre sabia y caótica –en inusual oxímoron–, de un lugar para bien morir, a aquello que Carlos terminó denominando elegantemente, un bio-puerto. Para lograrlo, Carlos convocó incansablemente a cuantos pudo, personas y organizaciones, para presionar al gobierno local y nacional por la cobertura de medicamentos para las personas afectadas por el VIH/SIDA y encabezó incontables luchas de las que dan testimonio hoy muchos compañeros y compañeras en sus muros de Facebook o en artículos en línea, en esta hermosa oleada de empatía y solidaridad que ha despertado su inesperada partida.

Recientemente, Carlos estuvo pendiente de mi estancia en el hospital cuando fui tratado de covid. Estábamos preparando el bautismo de su nieta, la hija de Angelito, aquel niño a quien vimos crecer en el Oasis. La inesperada muerte de Carlos me ha dejado un inconmensurable agujero de tristeza en el alma.

Alguna vez conversé con Carlos el tema que abordaré en las líneas que siguen. Le comenté si no le parecía bizarro, a él, que convirtió en realidad tantas ideas bizarras. Me dijo que tenía yo que tratar el tema y me recordó, como siempre hacía, la responsabilidad que tenía debido al peso público de mi palabra: “Lo puedo decir yo y nadie me hace caso, pero lo dices tú, Luguito, y todo mundo lo escucha”. No sé si alcance yo a explicarme del todo en este corto espacio, pero espero que desde el cielo Carlos lea estas insinuaciones y sonría al ver que estoy haciendo caso a su consejo.

Ciencia y paradigma de la sexualidad

El 15 de octubre de 2015 apareció un artículo en la revista digital Aeon, una publicación virtual australiana que comparte ideas provocadoras, venidas de pensadores de todo el mundo, en el ámbito de las ciencias, la filosofía y las artes. Escrito por David Barash, profesor emérito de la Universidad de Washington en Seattle, el artículo fue traducido al castellano por Pablo Duarte y publicado en la edición de abril de 2020 en la revista Letras Libres. El artículo se titula “Paradigmas perdidos: cómo cambia la ciencia”.

El ensayo de Barash no tiene desperdicio. Quien quiera puede disfrutarlo en https://www.letraslibres.com/mexico/revista/mexico-necesita-ciencia-ciencia-y-mas-ciencia Después de ponderar la importancia de la ciencia (“la ciencia es uno de los esfuerzos más nobles y exitosos de la humanidad, y es la mejor manera que tenemos de comprender cómo funciona el mundo…”) se plantea la cuestión que abordará a lo largo de sus páginas: cuál es la causa de la crisis de legitimidad que enfrenta hoy la ciencia y dónde se origina la desconfianza hacia la ciencia y su negación en una buena parte de la gente.

El análisis es luminoso y repasa diversos factores; No se trata sólo de la influencia de los fundamentalismos religiosos o el analfabetismo científico de quienes niegan el cambio climático o simpatizan con los clubes antivacunas. El artículo cava mucho más hondo y enfrenta un factor desatendido; cito: “La capacidad de autocorregirse es la fuente de la inmensa fuerza de la ciencia, pero en cambio al público lo desconcierta que la sabiduría científica no sea inmutable. El conocimiento científico cambia con enorme velocidad y frecuencia –como debe ser–, sin embargo, la opinión pública arrastra los pies y se niega a ser modificada una vez que queda establecida.”

Pienso que esto ocurre con los resultados de las ciencias exactas, como la física o la astronomía, y sucede aún con mayor amplitud en las ciencias sociales. Extrapolando las conclusiones del artículo de Barash, quisiera aplicarlas ahora a la sexualidad y, de manera especial, a la posición de muchas sociedades y religiones, entre ellas las cristianas, con respecto a la diversidad sexual. En el desarrollo de la comprensión científica de las cosas, advierte Barash, “el proceso acumulativo genera no solo algo más, sino también algo completamente nuevo. En ocasiones lo nuevo implica el descubrimiento literal de algo que no se conocía con anterioridad (los electrones, la relatividad, etc.). Por lo menos tan importantes, sin embargo, son las novedades conceptuales; cambios en los modos en que la gente entiende –y con frecuencia malentiende– el mundo material: sus paradigmas operativos.”

La polarización actual entre quienes tienen una visión del afecto humano y la sexualidad, limitada al esquema binario, y quienes se abren a una mayor diversidad, llega a niveles alarmantes, a veces hasta violentos, en la sociedad. En muchas de nuestras iglesias, calificamos de confusión cualquier modificación de los patrones patriarcales y nos cerramos a la posibilidad del surgimiento de un nuevo paradigma de pensamiento y de conducta, porque éste nos priva de ancestrales seguridades. Y cuando los filósofos y científicos sociales enfatizan la relatividad de muchos saberes y apuntan a la necesaria deconstrucción de muchos patrones de pensamiento, calificamos todo de relativismo y nos enconchamos en una atalaya, preparados para una defensa a muerte.

El artículo de Barash es abundante en ejemplos de cómo ideas que se consideraron como científicamente válidas en su momento han sido desde hace tiempo descartadas. No solamente las antiguas creencias de que la Tierra era plana y que el universo entero giraba en torno a ella o el paso de la alquimia a la química, sino también asuntos más recientes, como el mentís de la ciencia a la antigua creencia de que los animales no tenían ningún tipo de conciencia, confrontado con el descubrimiento de que algunos animales son capaces de hazañas intelectuales del nivel de seres humanos normales y sanos. A eso se le llama ahora “etología cognitiva”. Ya en campos más complejos y desafiantes, Barash subraya la manera como la neurobiología ha venido a desafiar la certeza cartesiana de que el ser humano estaba compuesto de dos entidades distintas, alma y cuerpo, y hace que ya no sea sostenible el concepto místico de la conciencia como algo separado de la materialidad de la persona. Lo mismo sucede con el hecho de que, después de siglos de haber considerado a los microbios como organismos esencialmente malos, sepamos ahora que algunos de ellos no solo son benignos, sino esenciales a la salud.

Es en esta misma línea, que los cambios de mentalidad con respecto a la homosexualidad chocan con tanta resistencia. A pesar de que cualquier persona que haya leído un poco sabe que la homosexualidad ha acompañado la historia de la humanidad en todos los tiempos y culturas y que es una conducta sexual que se encuentra incluso en muchas especies animales, la resistencia a dejar ir el paradigma binario puede ser muy fuerte. Por eso no es casual que los grupos que celebran la diversidad sexual como algo positivo y no como el acabóse de la civilización, hayan escogido el 17 de mayo como día de lucha contra la homofobia, justamente la fecha en que la homosexualidad fue retirada de la lista de enfermedades mentales. La patologización de la diversidad sexual terminó revelándose como una máscara de la discriminación.

No se trata, pues, de deshacer todas nuestras costumbres y formas de pensar, sino de revisarlas a partir de una visión nueva de la sexualidad. En este sentido es que se revela el acierto de algunas organizaciones civiles que luchan a favor de la diversidad sexual cuando llaman a defender “a todas las familias”, para desmontar así la falacia de que la diversidad sexual  es una amenaza contra la familia heteronormativa, o cuando abogan por el matrimonio –una institución que desde los años sesentas del siglo pasado había sido calificada como en decadencia– entre personas del mismo sexo.

Termino este ya farragoso y extenso artículo, anotando dos consejos de David Barash. No los ofrece él en relación con la diversidad sexual, que no es el tópico de su espléndido artículo, sino hablando de la ciencia en general. Pero los avezados lectores y lectoras de esta columna podrán descubrir la importancia de estos dos consejos para el tema que he tratado de pergeñar en estas líneas:

  1. Cualquiera que aspire a estar bien informado necesita comprender no solo los hallazgos científicos más importantes, sino también estar al tanto de su naturaleza provisional y de la necesidad de evitar las categorías excesivamente sólidas: estar al tanto de cuándo hay que dejar ir el paradigma existente y reemplazarlo con uno nuevo. Es más: hay que estar al tanto de que estas transiciones son señales de progreso y no de debilidad.
  2. Sin la manta reconfortante de la permanencia ilusoria y la verdad absoluta, tenemos la oportunidad y la obligación de hacer algo extraordinario: ver el mundo como es, y entender y aceptar que nuestras imágenes seguirán cambiando, no porque estén equivocadas, sino porque nos hacemos cada vez más con mejores instrumentos de visión. Nuestra realidad no se vuelve más inestable, lo que pasa es que nuestro entendimiento de la realidad es, por necesidad, un trabajo en proceso… La pérdida de paradigmas puede resultar algo doloroso, pero es testimonio de la condición vibrante de la ciencia y de la imparable mejoría del entendimiento humano conforme nos acercamos a una comprensión cada vez más precisa del modo en que opera el mundo.

Si analizamos bien estas recomendaciones y las aplicamos a la diversidad sexual en específico, como fenómeno emergente, podríamos abrirnos a otro ángulo de comprensión de la realidad y, lo que es más importante, evitaríamos mucho sufrimiento innecesario.


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