Bajo el título de esta columna, (Church must recognise people’s right to know), el semanario católico más reconocido de la Gran Bretaña ha publicado un artículo editorial que aborda un tema relevante: el nombramiento de los obispos en la iglesia católica.
La historia detrás del artículo es ésta: el 12 de diciembre de 2022, presentó su dimisión al gobierno de la diócesis de Hexham y Newcastle el obispo Robert Byrne, de 66 años. Una renuncia harto anticipada, pues los obispos han de presentar su renuncia obligatoria al llegar a los 75 años. El adelanto de la dimisión de Byrne causó conmoción en Inglaterra debido a que la razón esgrimida para su renuncia fue que el ministerio episcopal se le había vuelto “una carga demasiado pesada”. El arzobispo de Liverpool, Malcom McMahon, quedó como administrador apostólico de la sede vacante.
Byrne, quien había sido ordenado obispo auxiliar de Birmingham (¡sí, la ciudad de la serie Peaky Blinders!) en 2014 y, desde febrero de 2019, se desempeñaba como obispo titular de Hexham y Newcastle, mencionó en su renuncia pública que se sentía “incapaz de seguir sirviendo a gente de la diócesis de la manera como me gustaría hacerlo” (Puede verse la nota del portal Vida Nueva Digital del 13 de diciembre de 2022).
Pues bien, el Dicasterio para los Obispos en el Vaticano encargó al arzobispo McMahon hacer una investigación acerca de las razones de la renuncia de Byrne, ya para entonces aceptada por el Papa, que argumentaba una serie de “errores de juicio” que hacían insostenible su permanencia al frente de la diócesis.
El informe del arzobispo de Liverpool, enviado al Vaticano y presentado públicamente en un resumen ejecutivo el pasado 5 de mayo, resulta revelador. McMahon sostuvo en dicho informe que algunos aspectos relacionados con la renuncia son internos y no tienen interés público. Sin embargo, hace alusión directa a tres situaciones problemáticas:
Es a partir de esta realidad trágica, triste y escandalosa, como la califica el semanario The Tablet en su editorial, que se pone sobre el tapete de la discusión la cuestión a la que quiero referirme: los nombramientos a cargos importantes en la iglesia. El arzobispo McMahon no hace referencia en su informe al Vaticano a este asunto: ¿cómo fue que el obispo Byrne llegó a ser nombrado obispo? ¿qué ocurrió que un clérigo con una historia tan impresentable recibió el orden episcopal y la responsabilidad que ello conlleva?
Sabemos que el nombramiento de obispos sigue unas normas que incluyen averiguaciones acerca de las personas sugeridas para ocupar dicho cargo, pero que son dirigidas preponderantemente a otros clérigos. Es aquí que se abre la cuestión de la consulta al Pueblo de Dios en el nombramiento de aquellos que han de conducir… ¿No tiene derecho el Pueblo de Dios en su conjunto de opinar acerca de nombramientos que tienen mucho que ver con el desarrollo de la conducción de la vida espiritual en sus comunidades? ¿No tiene la iglesia, que enarbola en estos tiempos el discurso de la sinodalidad, la obligación de escuchar las voces del Pueblo de Dios en asuntos que le conciernen de manera relevante? ¿No es este un asunto que debiera llevarse a la discusión sinodal de octubre de 2023? ¿Cómo no aspirar a una iglesia en la que los cargos de servicio (obispos, párrocos, responsables de departamentos) sean consultados con el conjunto del Pueblo de Dios?
Habrá, desde luego, que encontrar las maneras para que esto sea orgánicamente posible. Me quedo con la referencia conclusiva del artículo de The Tablet: “La iglesia católica es todavía una organización fuertemente marcada por un “arriba-abajo”, con rendición de cuentas hacia arriba, porque los obispos han de informar y responder a los cuestionamientos de Roma, pero sin rendición de cuentas hacia abajo, al Pueblo de Dios. Si el espíritu de sinodalidad tiene algún sentido, esto deberá cambiar, y esto para responder a los intereses del pueblo… y de los mismos obispos”.
Cfr. The Tablet 20 de mayo de 2023, en www.thetablet.co.uk