Iglesia y Sociedad

¿COMICOS O BUFONES?

14 Jun , 1993  

La relación entre los artistas y el Estado ha estado siempre llena de conflictos. Recientemente, los dos más representativos grupos culturales del país (NEXOS y VUELTA) se vieron envueltos en una polémica acerca de la relación de los intelectuales con el gobierno; en un momento determinado, la discusión se volvió más una andanada de adjetivos que de razones, lo que nos deja ver cuán complejos y polémicos son los lazos que unen a los productores de ideas con aquellos que detentan el poder.
Lo que se dice de los artistas en general, se dice especialmente de los cómicos. La auténtica comicidad ha estado sellada, desde Aristófanes, por un marcado espíritu crítico. Una de las fuentes en que han abrevado los cómicos verdaderos ha sido, precisamente, la crítica mordaz del poder, la caricaturización de su uso y sus abusos.
En oposición a esto, una larga tradición desarrollada a la sombra de las grandes monarquías antiguas, es la del cómico «a sueldo»: el bufón, cuyo objetivo esencial es hacer reír al gobernante, divertirlo. No hay asomo ninguno de crítica al gobernante en el trabajo del bufón; significaría perder el puesto de trabajo; lo que hay es la utilización del ingenio para ponerlo al servicio del poderoso, la bien pagada lisonja que trata de arrancar al público una sonrisa. El bufón no es más que un burócrata del humor.
En Méjico, contamos con una tradición larguísima de comicidad crítica. Las carpas han sido en nuestro país, a la vez que medios de diversión popular, verdaderos foros de rebeldía pública. No en balde muchos cómicos de barriada llegaron a conocer los separos policíacos. Quizá el nombre más significativo de una larga lista sea el de aquel cómico conocido como PALILLO.
En Yucatán tenemos también una tradición de comicidad crítica. El teatro regional de los Herrera ha sido hasta ahora un magnífico ejemplo de crítica jocosa del poder. Todavía recuerdo los comentarios escuchados en mi infancia sobre el peligro de que metieran a Cheto, Cholo o Sakuja a la cárcel por sus chistes políticos. Nuestros cómicos regionales eran, no solamente nuestro orgullo, sino también nuestra rebeldía transformada en chiste y en sátira.
He visto recientemente la obra que se pone actualmente en el Teatro de los Herrera. Sigue siendo una ejemplar muestra de equilibrio entre la función crítica del cómico y su tarea esencial de divertir. No puedo, sin embargo, dejar de advertir que esta larga tradición puede perderse. Un programa de muy mal gusto en la televisión oficial, y una serie de «comerciales» sobre los «miniperíodos», hechos públicos con machacona insistencia en la radio y la televisión, hacen pensar que el último Herrera de la legendaria dinastía puede dar al traste con una honrosa tradición.
La intención de justificar lo injustificable, sólo porque el poder lo afirma como cierto, convierte al humorista en bufón, en cómico a sueldo. Colocar una tradición como la de los Herrera al servicio de un gobierno, por bueno que éste fuera, pone en riesgo la credibilidad de la única manifestación humorística digna de recordarse en Yucatán. Peor aún, cuando lo que quiere defenderse es una burla a los intereses de los yucatecos y a su libre determinación.
Pero no es lo peor que un cómico se convierta en bufón -ocurre frecuentemente-, sino que olvide su misión esencial, que es hacer reír. Hay bufones graciosos: nuestro bufón local no lo es.
Un último agravante es que esté arrastrando consigo en su decadente bufonería televisiva, a esa dama del humorismo, a ese Xcan Lol brillante de nuestra comicidad: Candita. ¡Es verdaderamente una lástima!


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