A diferencia de lo que han declarado algunos dirigentes de partidos políticos en nuestro país, yo sí pienso que, al menos en algunos importantes aspectos, la sociedad civil ha rebasado a los partidos políticos. Pero quiero explicar mi afirmación: no quiero decir que la sociedad civil esté reñida con los partidos, ni que sustituya el papel que éstos tienen en el conjunto social; tampoco quiero decir que los partidos estén llamados a desaparecer del mapa sociopolítico de nuestro país: ni siquiera han aparecido lo suficiente.
Lo que sí quiero decir, es que la desconfianza de los ciudadanos hacia los partidos políticos es creciente y fundamentada; creciente porque la franja de indecisos y/o abstencionistas no parece haber disminuído en los últimos años. Fundamentada, porque ningún partido político -léase bien: NINGUNO- ha dejado de propinar graves decepciones a sus simpatizantes, no solamente por bruscos cambios de rumbo, sino por simple indefinición política en momentos importantes de la lucha por el mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos, incluído, claro, el mejoramiento político, es decir, la democracia formal.
Muchas personas han encontrado espacios donde organizar sus esperanzas, al margen de los partidos políticos. No reconocerlo es miopía analítica o ceguera partidista, que es peor. La prueba de este renacer ciudadano, es la nutrida agenda de organizaciones no gubernamentales que operan en el país. También los militantes de partidos políticos son ciudadanos, desde luego; pero la organización popular va tomando cada vez más -aunque no se quiera aceptarlo- cauces no partidistas, y esto dicho más como constatación que como juicio de valor. Decir despectivamente que la sociedad civil es «gelatinosa» es olvidar que cada organización civil, por pequeña y reciente que sea, está formada por hombres y mujeres que aman este país y lo desean mejor, y que desgastan sus horas y sus ansias, sus nervios y sus bolsillos, para que este país nuestro se acerque un poco más al sueño de patria que todo mejicano bien nacido trae bajo la piel.
Hoy quiero mencionar en esta columna a un grupo de ciudadanos que, obteniendo un triunfo reciente, merece una palabra de aliento y de felicitación. Me refiero a los comités de apoyo a los presos políticos de Valladolid.
Digo TRIUNFO, porque aunque el cierre de los expedientes de los 21 vallisoletanos sometidos a injusto proceso ha querido ser presentado como la dádiva generosa de algunos servidores públicos, en realidad es un reconocimiento implícito a la capacidad de los ciudadanos de organizar su indignación y hacerle frente a los abusos y atropellos de quienes ejercen el poder.
Los comités vallisoletanos son una muestra de la posibilidad de conseguir que demandas justas no caigan en el olvido. Los grupos crecieron en madurez organizativa durante esta prolongada lucha y tuvieron que soportar, no solamente presiones externas, sino hasta traiciones internas. Aprendieron en el camino -dolorosamente, a veces- muy buenas lecciones de estrategia: cuándo hablar y cuándo callar; en qué momento presionar y en qué momento abandonar la presión; hasta dónde exigir y hasta dónde ceder. Y todo a fuerza de trabajo de hormiga, de juntas tensas por la rabia, de reconocimiento de los propios errores, de temor ante la terca prepotencia de los gobernantes, en fin, de pedazos de vida desgastados en esa solidaridad que no es bandera política, sino cercanía verdadera a los amigos en desgracia.
El deseo manifiesto de cerrar este capítulo de la lucha, (porque hay todavía muchos que vivir y ganar), con la celebración eucarística en un templo parroquial de la ciudad, San Bernardino de Siena, muestra que en la lucha popular de los comités vallisoletanos hay, además del hambre por la justicia, deseo sincero de perdón cristiano, de esa reconciliación que se construye sobre la justicia y la verdad. Queda mucho todavía por hacer, pero se ha dado, sin duda, un gran paso. Felicidades.