La semana pasada recibí la visita de cuatro amigos y tuve la oportunidad de visitar con ellos las ruinas de Chichén Itzá. Los cuatro son michoacanos y tres de ellos llevan más de 15 años en la sierra purépecha trabajando con los tarascos. Su labor con los indígenas me había admirado en la ocasión que tuve la oportunidad de visitarlos, no hace muchos años. Ahora, son ellos los que quisieron devolverme la visita.
Después de unos días de trabajo y de contacto con la gente en la comunidad de Tecoh, quisieron conocer algún centro arqueológico. Se decidieron por Chichén Itzá, y emprendimos juntos el viaje ya mencionado al inicio de esta columna. Está de más describir la admiración que causó en ellos la majestad de las construcciones antiguas; entramos al campo arqueológico al abrir éste (las 8.00 am.) y salimos hasta que el guardia, con firmeza y amabilidad, nos comunicó que teníamos que abandonar el área. Eran las cinco de la tarde y habíamos tomado un baño de historia antigua y de belleza.
Mis amigos, agudos observadores, preguntaban todo; pero lo que más me llamó la atención fue su interés de relacionar el pasado, grabado por el cincel en la piedra, con el presente del grupo indígena maya. Fue entonces cuando, a la luz de sus 15 años de trabajo con los indígenas purépechas, me dieron una gran lección: en esta empresa en la que estamos metidos -me dijeron-uno sólo es el gran objetivo: ser acompañantes del pueblo indígena en la búsqueda y reafirmación de su identidad.
Este comentario me recordó que, en pocos días más, Juan Pablo II vendrá a Yucatán para tener un encuentro con los indígenas de nuestro continente; esa es la razón última y de mayor relevancia de su presencia en nuestro estado. Por ser los anfitriones, los mayas tendrán una presencia significativa en el encuentro. Nuestras parroquias se están ya preparando para mandar a sus representantes a la histórica reunión de Izamal. Este encuentro del Siervo de los Siervos de Dios con representantes de los pueblos indígenas de nuestro continente, nos plantea importantes cuestionamientos a quienes trabajamos vinculados, de manera más o menos directa, a la vida y problemática de los indígenas de Yucatán.
Algunos sacerdotes yucatecos estamos preguntándonos, en frecuentes reuniones y en espontáneos o sistemáticos encuentros, qué significa realizar una auténtica pastoral indígena. Nos preguntamos por qué en nuestra manera de hablar usamos la palabra «mestizo» para referirnos a quienes son propiamente indígenas, cuánto hay de presencia de iglesia en los sufrimientos de los mayas yucatecos, qué hacer delante de la pérdida de valores autóctonos, y -a fin de cuentas- qué hemos hecho y qué podemos hacer para promover, afianzar, defender la autoestima de los indígenas mayas.
Cultivar el conocimiento de las ruinas arqueológicas y de la historia pasada de los indígenas de nuestras tierras es muy importante, pero es, sin duda, insuficiente. Hablar de los mayas solamente como parte de un glorioso pasado, nos convierte en un pueblo de nostalgia barata y en una avestruz que esconde la cabeza en la tierra del ayer. Es fácil lucir con orgullo el pasado indígena en sus hermosos vestigios arqueológicos, y despreciar a quienes, en medio de la agresividad de la uniforme cultura moderna, conservan su vestido típico y hablan la dulce lengua de los mayas.
Por eso estoy muy contento de que el Papa venga a hablar con los indígenas y no venga, en cambio, a visitar las ruinas de Chichén Itzá. Es una opción por el presente de miseria y agresión cultural en lugar de escoger el camino del regodeo facilón en un pasado de fábula y fantasía. Falta ahora que los agentes de pastoral indígena de la diócesis anfitriona busquen caminos para hacer propia esa opción; en Yucatán tenemos muchos expertos en piedras muertas, pero pocos promotores de la cultura y la identidad de los mayas actuales.
Para quienes están comprometidos en esta difícil y a veces incomprendida tarea de acompañar a los indígenas en la búsqueda y afirmación de su identidad (se me hacen presentes nombres y rostros guardados en la aljaba del afecto y en el archivo de la memoria), la visita del Papa es un apoyo incondicional y la bendición que él trae es, de muy especial manera, para ellos. También para ellos es mi admiración y mi reconocimiento.