“Llegó la noche del simún. Las ventanas resistieron horas -vanas horas- hasta el desastre de la casa, casa tirada, de la catástrofe y el cataclismo. Volaron las cortinas y los candiles cantando, los vasos ¡zas! con sonido de sollozo y las faldas del ropero se deshojaron. Él está de pie en la puerta mirando desvencijarse el mundo. El suyo y el mío. Dicen que azotaron al cielo los rugidos y que los pájaros cagaron sangre solidificada sobre los palacios, y que los hombres vestidos de militares cortaron las cabezas de un tajo. El bosque, el río, el mar, todo lo que tiene vida se movía. Y también dicen que Dios se hizo el desentendido, primero por cansancio y segundo porque difícilmente comprende el español…”
Con estas palabras recordaba, en dolorosa memoria, María Luisa, la China Mendoza, a Salvador Allende, el extinto presidente de Chile que el 11 de septiembre de 1973 fuera depuesto en una asonada militar que después consumó un golpe de estado, apoyado técnica y estratégicamente por los Estados Unidos y que instaló una de las más sangrientas y prolongadas dictaduras de la segunda mitad del siglo XX en América Latina.
Yo tenía en ese entonces 15 años. Mi precocidad política hizo que me obsesionara con la figura de Allende y participara yo en cuanto homenaje se rendía a su memoria o en cualquier manifestación que deplorara la dictadura. Devoré el volumen publicado por Editorial Siglo XXI que contenía los discursos y escritos de Allende. Me conmovió Missing, de Costa-Gavras.
Salvador Allende fue, sin duda, un hombre emblemático en los años de mi adolescencia. Su recuerdo encarnaba la posibilidad, cierta aunque fallida, de alcanzar la transformación del sistema capitalista y la transición al socialismo por la vía democrática. El entusiasmo que despertó el triunfo de la coalición Unidad Popular, que postulara a Allende como su candidato, desapareció pronto ante el empecinamiento de los Estados Unidos y de los grupos chilenos de derecha que intentaron –y lograron– estrangular al régimen democrático. Con el paso de los años hemos podido conocer más detalles: las reuniones en Valparaíso de una Cofradía de civiles y militares que organizaron la sedición, la implicación, vastamente documentada, de la intervención de la CIA y del entonces embajador de USA en Chile, Nathaniel Davis, los tres años de estrangulamiento de la economía chilena ordenado por Nixon y ejecutado por el Banco Mundial, la ITT, etc… Conocemos, incluso, detalles precisos de las conversaciones entre los militares que comandaban el golpe de estado, y a través de ellas, la calidad moral de quienes se proclamaban “salvadores de la patria”:
Carvajal: me acaban de informar que habría intención de parlamentar.
Pinochet: no, se tiene que ir a la Moneda él con una pequeña cantidad de gente.
Carvajal:…se retiraron, pero ahí…
Pinochet:…al ministerio, al ministerio…
Carvajal: que se está ofreciendo parlamentar.
Pinochet: Rendición incondicional, ¡nada de parlamentar!, ¡Rendición incondicional!
Carvajal: Bien, conforme, rendición incondicional, y se le toma preso, ofreciéndole nada más que respetarle la vida, digamos.
Pinochet: La vida y la integridad física, y en seguida se le va a despachar a otra parte.
Carvajal: Conforme. Ya… O sea que se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país.
Pinochet: Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país. Pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando.
Carvajal: Conforme… conforme. Vamos a proponer que prospere el parlamento.
Dice Régis Debray en sus memorias, que Salvador Allende tenía en su escritorio una fotografía dedicada del Che. Debray se entrevistó con Allende en las primeras semanas de su mandato. La dedicatoria del Che rezaba así: “A mi amigo Salvador Allende, que va al mismo fin, por distinto camino”. Todo mundo entendimos que el mismo fin se refería a la revolución. Sabríamos después que el final fue, en cambio, el martirio.
Como cada 11 de septiembre, enciendo hoy una vela por Salvador Allende. Hay muchos escritos y poemas dedicados a honrar la memoria del depuesto presidente chileno. Escojo para cerrar este comentario aquél escrito por Guillermo M. Sinner:
“Hasta nosotros llega el ruido del silencio, de tu silencio oculto en las tinieblas de la muerte. Hasta nosotros llega tu silencio hecho voz en tu sepulcro, pesado como el plomo de las balas. Hasta nosotros llega el clamor del silencio de tus manos, ahogado por los gritos militares. Hasta nosotros llega tu clamor, tu voz y tu silencio… No importa nuestra muerte ni tu vida, ni siquiera tu muerte y menos, mucho menos, nuestra vida. Lo importante es que estás en el silencio inundado de voces, masacrado, hecho carne en el alma del proletariado”.
Y también, desde luego, termino con las postreras palabras del mártir:
“Ante estos hechos sólo me cabe decirle a los trabajadores: Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos…
¡Trabajadores de mi Patria!: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡Viva el pueblo!, ¡Vivan los trabajadores! Éstas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”