Iglesia y Sociedad

Noches de Parque

17 Dic , 2012  

Estuve la semana pasada en el Centro Cultural Tapanco. Iría con más frecuencia si me fuera posible. Con un amplio abanico de actividades culturales, El Tapanco va convirtiéndose en un punto de referencia indispensable en el concierto de ofertas teatrales de la ciudad de Mérida: un espacio céntrico, cómodo, donde uno puede gustar lo mismo de una obra representada por experimentados actores y actrices, que una pieza llevada a la escena por gente joven, fresca, entusiasta; donde se presenta lo mismo comedia, drama que teatro erótico o de contenido social.

Presencié y disfruté la obra “Noches de Parque”, del madrileño Manuel Nector Ortega Yáñez. Con el título original de “Historia de un Parque”, el dramaturgo español, egresado de la Escuela de Artes Visuales de Madrid, ambienta el encuentro de tres personajes en un parque de ligue homosexual masculino. Con un historial largo como guionista de cine (su guión de la película “Divertimento” fue nominado mejor guión de de autor por la Asociación de Escritores Cinematográficos de Andalucía) Ortega Yáñez presentó “Historia de un Parque” por primera vez en el teatro Las Aguas de Madrid de la mano del grupo Pániko Escéniko, en el año 2004.

Ahora, con el nombre de “Noches de Parque”, la obra ha sido presentada en El Tapanco en una producción del grupo de teatro independiente “Caja Negra” y el Colectivo “Replay Tequila”. Bajo la dirección de Iván Vázquez y con la actuación de Charly Perera, Armando Chacón y Juan Carlos Durán, en su aparente simplicidad y su tono de comedia, la obra nos permite asomarnos a una realidad que el programa de mano describe en una frase: todos necesitamos sentir un poco de cariño. Detrás de los estereotipos propios de la representación teatral, en la obra queda al desnudo el drama de alcanzar –con las dificultades propias de la condición gay, pero que perfectamente podría adaptarse a cualquier orientación sexual– la que probablemente es la única meta por la que vale la pena vivir: amar y ser amado.

Y es bueno que recordemos esto ahora que Uruguay se ha convertido en el país número 12 que legisla para garantizar el acceso universal al matrimonio. Junto con Holanda, Bélgica, España, Canadá, Sudáfrica, Noruega, Suecia, Portugal, Islandia, Argentina y Dinamarca, Uruguay ha entrado en la lista de países que, 22 años después de que la homosexualidad fuera retirada de la lista de enfermedades mentales, reconoce el derecho de las personas homosexuales a casarse y fundar una familia. Son doce países (y muchos estados y provincias dentro de otros países, como el Distrito Federal, en México, o Iowa, en los Estados Unidos) en un mar de 193 estados que han adherido a la Carta de las Naciones Unidas, pero, aun siendo pocos, trazan una senda irreversible. Y aunque existan todavía siete países en que la homosexualidad masculina es castigada con la pena de muerte y en cuarenta y dos más se la castiga con pena de prisión, algunas veces perpetua, el mundo no parará hasta que todos los parlamentos reconozcan y reparen a miles de personas anónimas -homosexuales, lesbianas, bisexuales, transgénero y transexuales- que han sufrido y sufren aún hoy en muchos casos, el insulto, la burla, la discriminación y la violencia. Porque no se trata solamente del matrimonio de parejas del mismo sexo: como bien señaló el uruguayo Andrés Scagliola, esto tiene que ver con el combate a la discriminación de la que han sido objeto los homosexuales en esta sociedad.

La obra de teatro “Noches de Parque”, que seguramente será presentada en otras fechas y foros, apunta hacia esa realidad. Algo que ya Apegé, acrónimo del editor responsable de la sección Sociedad del legendario semanario cultural uruguayo “Brecha”, Álvaro Pérez García, señalaba en su primera, magnífica obra de ficción:

“Una vez dos se ven y sucede aún con resistencia, tiemblan, se muestran la cicatriz más añeja, se envuelven el uno en el otro y concilian el sueño en una cama estrecha… Quien haya despreciado la ofrenda merece una vida agónica y triste, una enfermedad corrosiva, pesadillas constantes, ninguna reconciliación consigo, un chillido permanente mientras lo invaden miles de caras y acciones ajenas, el espejo y los propios ojos inquisidores invocando, hasta la vejez y la muerte. Desligarse del amor es aceptarse amputado…”

(Apegé, Injuria (Criatura Editora, Montevideo 2011) p. 69


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